Nadie habrá dejado
de observar que hay que proteger el Patrimonio
Artístico, Histórico y Cultural de la Nación.
Dicho Patrimonio pertenece a la Nación, es decir, a todos
los uruguayos. Así, pues, todos tenemos derecho a tomar
decisiones al respecto. Claro que para que sea posible tomar una
decisión, antes habrá que ponerse de acuerdo.
Pensemos en la Arquitectura, arte
inefable y elevado. No importa aquí cómo ingresa
un inmueble al acervo patrimonial de la Nación: hay mucha
gente capaz de establecer criterios adecuados y perfectamente
respaldados por ingentes cantidades de documentos apropiados.
El hecho es que, representando
a los poseedores del patrimonio, un comité de expertos
dictamina qué cosas o lugares deben ser conservados.
Imaginemos que, además de conservar un cierto número
de edificios, de protegerlos contra las demoliciones y las reformas,
de financiar su restauración y de incorporarlos al uso
y disfrute de la comunidad, se creara una comisión que
sólo permitiera que se construyeran edificios de inestimable
valor artístico, arquitectónico, urbanístico,
cultural, etcétera.
Si los expertos son capaces de juzgar edificios ya construidos,
no deberán amilanarse ante la perspectiva de valorar nuevas
propuestas. Se podrá decir que es imposible que tal cosa
suceda, que siempre habrá quien haga cosa feas, desagradables
o inservibles, pero otorguemos un poco de confianza a nuestros
jueces en materia artística, que no permitirían
semejantes atropellos a la poética del espacio.
Conviene ser optimistas.
Digamos que en cincuenta años, todos los edificios, las
calles, las plazas, todos los jardines y los parques, las señales
de tránsito y todo, en general y en particular, llegue
a ser de elevadísima calidad artística, digna representación
de nuestros más acendrados valores culturales, que logre
reflejar inigualablemente la etapa histórica en que fue
producido y plasme, en un gesto de piedra detenido en el éter
oriental, la inmarcesible pureza de nuestro insuperable nivel
de educación, orgullo legítimo de los hijos de
la patria.
Todo supremamente valioso y digno de ser conservado, maravillosas
obras ante las cuales ningún ser humano podría
permanecer sin emocionarse hasta las lágrimas.
¿No es eso lo que todos quisiéramos? ¿No
es cierto que nada nos gustaría más que vivir en
un entorno de perfecta belleza y adecuadísima coherencia
cultural e histórica? Es lo que se asegura que debemos
intentar construir. Hacia ello tiende el esfuerzo de los técnicos
municipales, de los estudios de arquitectos,
de los planificadores, de los paisajistas y los ecólogos,
de los geógrafos, los diseñadores de interiores,
creadores que pasan largas noches en vela para procurarnos ese
alimento esencial para el espíritu.
El problema, el terrible
problema, es qué hacer si lo logramos.
En efecto: si todo es perfecto,
si todo es digno de preservarse, no habrá lugar para nuevos
edificios, no se podrá construir nuevas plazas, todo deberá
estar tan celosamente protegido, tan estrictamente custodiado,
que no se podrá hacer nada nuevo.
Habrá que poner cordones azules delante de las cosas,
fijar cartelitos blancos que enseñen a NO
TOCAR, poner un
señor uniformado de rojo en la puerta y establecer un
horario de funcionamiento adecuado y amplio. URUGUAY.
ABIERTO DE MARTES A DOMINGOS DE 14 A 19 HORAS. Gratis, por supuesto: la cultura es
un derecho de todos.
* Publicado
originalmente en Insomnia Nº 40
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