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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ESCRITURA - OBRA - MOCTEZUMA - DURERO -

Puré de Sol*

Amir Hamed
El documento de la civilización que, como nos han explicado, también lo es de barbarie (la hambruna llevó a los sitiados a tragarse la cal de sus paredes). Eso, que nos llegó por cartas, épicas y crónicas, es la historia

Son como dragones aquellas dos macizas ruedas de oro y plata que Moctezuma, vía Hernán Cortés, hiciera llegar a Carlos V. Un portento, según recuentan las crónicas; la obra más maravillosa que conociera Durero, según afirmación de Durero. Como se recuerda, Carlos V, bajo cuyo imperio nunca se ponía el sol, tenía el firme propósito de fundir aquellas moles, milimétricamente labradas por la cultura de la sangre y el sol, en lingotes, pero los artistas y letrados de su corte lograron que el doble portento, antes de ser reducido a barras de aristas elementales, fuera exhibido por un mes.

Fue así que se exhibieron, casi póstumas, tributo de un emperador ya póstumo, de una México-Tenochtitlán ciclópea que se convertía en un cráter, durante 30 días, antes de volverse mineral simétrico y anónimo en las reservas de algún banco holandés. Del relumbrante prodigio no queda más que el estupor del maravillado, del que ya quedó ciego y prefiere dejar que el sol pase de largo, porque no lo puede mirar fijo. La maravilla no toca, parecería. De hacerlo, pulveriza.

Queda una escritura, nostálgica como suele ser la escritura, de mexicas y españoles, que recuentan la gran ciudad que fue derribada piedra a piedra, las dos ruedas, la peste y el invasor que hicieron cero de aquel sanguinario esplendor. El documento de la civilización que, como nos han explicado, también lo es de barbarie (la hambruna llevó a los sitiados a tragarse la cal de sus paredes). Eso, que nos llegó por cartas, épicas y crónicas, es la historia.

Hay algo más. En algún rincón de su ensayística, Lezama Lima captura al conquistador Hernán Cortés, asolador de ciudades, teúl o dios, contrito por la baratija que son sus copas de Flandes que está entregando a Moctezuma bajo el fulgor aplastante de las dos ruedas que le regala. Calibra también el encono en los dedos infinitesimales de los orfebres mexicas que están cincelando la plenitud rodante de los cielos. Esa saña, con la que se elabora el regalo para el dios, es el arte.

El problema es que los dioses, casi siempre, se revelan impostores o estómagos de bebé. No pueden digerir el regalo. Cuando es demasía, temerosos del empacho, lo pulverizan. Los dioses, los teúles, hirvieron las ruedas hasta desmaterializarlas, hicieron, de la roca de Tenochtitlán, un pantano de cruces. Puré de sol.


* Publicado originalmente en Insomnia

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