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INNOVACIÓN EN ARQUITECTURA -

La volubilidad del arquitecto*

Carlos Rehermann

En último lugar en el ranking están las personas con el dinero suficiente como para contratar un arquitecto personal, al modo de los buenos viejos tiempos. En este caso, todo depende de la cultura del cliente, y muy en segundo plano, de la sabiduría del arquitecto


Nadie habrá dejado de observar que los arquitectos intentan ser originales. Muchas veces, clientes y arquitectos no logran ponerse de acuerdo por el afán de los primeros por inventar formas extrañas, sin tradición, caprichosas y que nunca se vieron. En tiempos pasados, los clientes y los arquitectos lograban entenderse de una forma admirable. Ambos compartían las normas que regían el diseño: los unos, desde su conocimiento técnico; los otros, desde su cultura de clase dominante, que les permitía dialogar con el arquitecto en términos de estilemas como los órdenes clásicos, las grecas ornamentales o la forma de las ventanas.

Si pensamos en los clientes de los arquitectos del presente, probablemente encontraremos diferencias importantes. El principal cliente es el Estado: grandes obras de infraestructura, viviendas populares, edificios monumentales.

Cuando el Estado encarga conjuntos de viviendas, los números mandan: no hay allí sitio para caprichos estilísticos, discursos arquitectónicos o modas de ninguna clase.

Excepcionalmente, si se trata de una licitación, cabe la posibilidad de que gane un equipo creativo, pero sólo porque es más barato que los otros. Cuando encarga edificios administrativos, se trata de poner en primer plano aspectos simbólicos del objeto.

En esos casos, los números son alegremente olvidados, y afloran los discursos sobre la contemporaneidad, la calidad y el arte, en particular por parte de los funcionarios que actúan como clientes, que en muchos casos son también clientes en operaciones de construcción de conjuntos de viviendas de baja calidad. Las grandes coorporaciones son quienes siguen en importancia al Estado en el rol de los clientes. Con su énfasis en la significación de los edificios que encargan, permiten la práctica de la tan buscada originalidad.

En último lugar en el ranking están las personas con el dinero suficiente como para contratar un arquitecto personal, al modo de los buenos viejos tiempos. En este caso, todo depende de la cultura del cliente, y muy en segundo plano, de la sabiduría del arquitecto.

Pero conviene recordar que la mayor parte de la ciudad está formada por viviendas, que son habitadas por gente que no contrató al arquitecto: apartamentos de conjuntos financiados por el Estado, edificios hechos por especuladores inmobiliarios o casas autoconstruídas. Como sea, la abrumadora mayoría de los edificios se proyecta sin un contacto directo entre los diseñadores y los destinatarios.

Los destinatarios, por supuesto, no son sólo los clientes, sino quienes van a ser usuarios del espacio construído (empleados de la multinacional, funcionarios estatales, etc.) El problema de la innovación y la originalidad se replantea al estudiar las viviendas de la mayoría. Allí parece que los arquitectos abandonan el criterio de valor centrado en la originalidad. Y, a diferencia del pasado, al perder interés por la originalidad, parece que también pierden interés en la calidad.

*Publicado originalmente en Insomnia Nº 17

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