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             Interpelación
            a los lectores de Artigas Blues Band, Amir Hamed,  
            Primera edición,
            Fin de siglo, 1994. 
            Nueva
            edición revisada, H editores, Diciembre 2004.  
             
             
            ¿A que ha venido este Artigas desmesurado? 
            Arriesgo una respuesta temeraria y convencida. 
            Creo, para empezar, que a saldar una vieja deuda. A cumplir con
            un sueño atrasado, con una materia pendiente. Los uruguayos hemos al fin
            escrito (dijo
            un mosquito)
            la gran novela nacional. 
            Pero,
            más que sólo darnos un magnífico libro, ha abierto
            Hamed un laberinto que nos absorbe
            y nos extravía en sus galerías. 
            Gato
            tirado sobre la mesa, piano que cae del cuarto piso, la novela
            es un vertiginoso derrumbe, un inicio, un asunto a resolver.
            Su lectura nos obliga
            a ir acomodando el cuerpo cada pocas hojas, y no hay
            posición que aquiete lo que el texto va removiendo.
            El torbellino
            ("de construcción y aniquilamiento..." según
            metáfora de Cortázar que Carlos Maggi aplica
            en la contratapa) es
            tal que, cuando logramos salir de él, ya somos otros.
            Los interrogantes nos acosan desde el momento en que terminamos
            la última página; nuevas viejas preguntas cuyas
            respuestas irán dando origen a otras y otras más.
            Algunas, me parecen prioritarias. 
 
            ¿Qué hacemos, para empezar, con esta rara avis
            que se nos ha colado por el tragaluz? ¿Cómo se
            agarra este bicho? 
            ¿Dónde ponemos este vampiro ilustre, este transeúnte
            póstumo, sorprendido, que el libro, como un desconjuro, ha liberado
            del bronce, del mármol, del himno escolar? 
            ¿Quién re-exorciza semejante demonio? 
            Para peor, no sabemos de dónde vino, cómo llegó,
            y (aunque
            lo sospechamos)
            hasta cuándo se queda. 
 
            Pero además: ¿cómo pudo escaparse, eludir
            al recio historiógrafo, meterse en cuña? ¿Contó
            con colaboración externa? Suponemos que sí. 
 
            Acaso la misma voz que lo guía por la ciudad que ignora,
            hay que esperar una luz verde para cruzar, mi general,
            fue su aliado. Acaso la banda triste Leyenda Negra. Acaso
            (teoría
            rebuscada) cualquiera
            de los personajes -incluido Artola(1)- que bien pueden ser (con ser sujetos de discurso
            que el héroe ha provocado) agradecidas
            creaturas. 
 
            Como sea, el general llegó. Tarde o a tiempo, anduvo nuevamente,
            extraño entre sus hijos. Como otras veces, menos real
            para ellos que aquel otro que monta bronce, o sostiene paredes
            o, enmarcado por la gran puerta, modela un traje militar. Caminó
            por 18 de julio, por Bulevar él mismo, pero vuelto nadie,
            demasiado diferente a su caricatura, demasiado parecido a uno
            más que vuelve a casa, o que espera el ómnibus,
            culpable de mimetismo, de comunión. 
            Por otra parte: ¿A quién legitima este revivido? 
            Porque de esto depende su vigencia. 
 
            Como M. J. Fox (Back
            to the future)
            crea al Chuck Berry inventor del rock, para, treinta años
            después, poder transformarlo en su ídolo; como
            el historiógrafo inventa un pasado que explica ese presente
            capaz de contenerlo (De
            Certeau);
            como los dioses griegos prisioneros de Malpertuis (Orson Welles) sobreviven
            hasta que el último hombre los olvide,
            Artigas es capaz de
            renacer de su lejana descendencia. 
 
            Vive de sus hijos como el Tiempo mismo. 
            Pero, ¿quiénes reclamarán la herencia?,
            ¿quiénes pretenderán ese espacio abierto
            en el presente? ¿Hay interesados? 
 
            Lo que la novela deja claro es que el pasado ya no da para todos.
            Por más progenitor que el héroe haya sido,
            no todos tenemos nariz aguileña y hablar pausado. 
            Algunos -muchos- tendremos que empezar a bajar despacio del viejo
            árbol genealógico, más tarde o más
            temprano.  
            El propio general ha venido a reclamarlo. Y su vuelta no ha necesitado
            fanfarria ni estruendo. Lo vemos en la resurrección del
            prócer, sublime y a la vez sencilla. Como un parto fácil.
            Artigas despierta
            de pronto y eso es todo. No hace saltar la tapa de una urna lustrada,
            no sube las escaleras del mausoleo, no se despereza o tose, simplemente
            vuelve a estar vivo, anda nuevamente. A partir de entonces, está
            en toda la novela, modifica la realidad, se entromete y juega
            con la trama, pero como lo haría un virus informático,
            un fantasma travieso,
            implacable y poderoso pero sin dejar claro desde dónde
            ataca. Imprevisible. Como una interferencia que el propio autor
            parece incapaz de dominar. 
 
            Por esta razón (y
            acá radica, creo yo, uno de los principales logros de
            Hamed) aunque es un Artigas reconocible,
            que no deja dudas, es también un Artigas totalmente nuevo;
            no porque plantee una re-visión del corto pasaje del héroe por la historia
            sino porque nada de lo que hará durante el relato puede
            corroborarse, tampoco, por ende, desmentirse. Esto lo hace realmente
            vivo. 
 
            El otro Artigas, el "avalado", está también,
            transcripto fielmente, documentado en forma debida, pero como
            simple curiosidad. A la inversa de lo que se hace normalmente,
            Hamed vuelve suntuario
            lo "documental". El propio autor se refiere a su novela
            como un largo diálogo con los textos de Artigas. Y es
            que es el mismo prócer el que relee esos escritos que
            son, en realidad, su única herencia material. 
            He aquí una notable diferencia con el laberíntico
            general de García Márquez que se limita a cumplir
            su destino "histórico", mientras el autor salpica
            el periplo con diálogos y gestualizaciones que lo reeditan. 
 
            La resurrección crea un Artigas extraño a todo
            devenir histórico. El pasado, presente y futuro, se desordenan,
            se desaliñan totalmente, haciendo que causas y consecuencias
            se confundan en un gran presente multidireccional. 
            Artigas, escurridizo, es apenas contenido por la anécdota.
            El fantasma se escabulle a veces, se pierde para reaparecer cuando
            parecía olvidado. Incómodo con un cuerpo que le pesa,
            que no tiene razón de ser en una realidad inabarcable,
            el héroe cambia nuevamente
            de estado, en una última mutación (irreversible y final
            esta vez)
            que determina uno de los momentos más notables del libro.
            Es que el héroe comprende
            que este mundo irreconocible, contradictorio, es su propia invención.
            Que todas las partes, sin importar ideologías o acciones,
            enfrentadas a muerte, se disputan sus despojos. 
 
            Pasa entonces a ser clandestino en el propio discurso que ha
            generado. Huyendo de sí mismo, Artigas es también,
            el miedo que apremia
            el paso de sus perseguidores. "Cuando huyen de mi, yo
            soy las alas" escribió Emerson y de algún
            modo, este terrible verso se aplica al Artigas de Hamed. 
            Cuando los uruguayos nos desesperamos por encontrar
            nuestra supuesta identidad perdida; cuando la metralla
            de estudios nos agobian con gráficos y tendencias de opinión
            acerca de nosotros mismos, sobre causas de tal cosa o consecuencias
            de tal otra, surge este libro para descalabrar décadas
            de historiocracia. 
 
            Como si Cristo se presentara de pronto en el Vaticano a exigir
            explicaciones, Artigas entra nuevamente a escena, a contrapelo
            de la historia. 
            Y algo habrá que hacer. 
 
             
            Notas: 
            (1) Es este notable
            y lúcido personaje, en realidad, quien primero se interroga
            sobre la novela: Pedro Castor tenía un compañero
            en la universidad, que ha escrito una novela (...) en la que
            se habla muy mal de Artigas, y muy mal de todo. Acaso esta novela
            hubiera sido un gran mensjae en clave para los demás.
            Acaso no. (en la primera edición,
            páginna 228.) 
             
            * Publicado
            originalmente en la República de Platón, Año II, Nª 68, Marzo. 1995,
            Contratapa.
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