Aguante
rock and roll
Si
la atmósfera planetaria recalienta, la de las ciudades platenses
hierve en el vibratto barrabrava: se trata no sólo
de una suerte de manipulación sintética del grano
de la voz, que se ahueca y exalta en el aula, en la vereda, en
la confitería o en el micrófono que toca los labios
de gremialistas o transeúntes pidiendo se expidan sobre
la "corrupción de los políticos" en Argentina,
o las medidas "antipopulares" de un gobierno
uruguayo que procura supervivencia gravando a las "mascotas
vertebradas que no sean perros"(21). Pero repiquetea también en plena
lengua del cuerpo, bajo los láser mareantes
de las discotecas, en esas camisetas que encapsulan también
a los "niños bien",
por si la noche y el mareo derivan en festival de trompadas;
o en la altanería con la que un adolescente de balneario,
atigrado en la camiseta de Peñarol, baja en mitad de la
canícula a caminar por la orilla, tras alguna derrota
clásica, el tórax una púa en espera de cualquier
broma eventual; o incluso en la niña de menos de nueve, entrajada
con la diez de Nacional, que mira hosca hacia otra parte ni bien
llega la monserga de masticar el sushi con la boca cerrada.
Aguante
o garra retráctil, resistencia desafiante que desconoce
edades y desagua en barullo, ya de cacerolazos, ya de altoparlantes
que estallan a las cuatro de la mañana, asordinando motores
de camión o de autobuses, en cumbias del orto(22), cuplés de murga, riffs
de los Rolling
Stones
o craso tamborileo. No importa si viene de la radio de un Mercedes
Benz, de cd players o altoparlantes: si el aguante interpela
por la pasión, su ethos, su osamenta
moral, se ha hecho pasta de rock and roll, a condición
de que éste se rectifique y reconvierta en cumbia villera,
batucada, milonga de Zitarrosa o samba andina: cualquier ritmo
es canto bélico que hecho un polvillo se hace granulación
del alma y tónico del empaque. A nadie debería alarmar su omnipresencia,
ya que desde un inicio el aguante fue, por sobre todo, un esfuerzo
pulmonar y melódico: como los templos protestantes, el
tablón se había convertido en escuela de canto(23) y, como las primeras iglesias,
en evangelio acarreado por legión de mensajeros.
Llámese
aguante hímnico aquel corear en contrapunto que provoca
estupefacción entre los roqueros que llegan al Plata para descubrir
un público -décadas de calistenia coreuta- singularmente
participativo y afinado. Esta variante ha sido estrictamente
continentada por estadios y, como yuxtaposición canónica
de la ética del aguante y la del rock, se puede
consignar los primeros toques de Los redonditos de ricota,
en las vísperas de los 1980: los conciertos eran proclamados
por la banda de La Plata, y así fueron entendidos por
multitud de adolescentes de escasos recursos, como
"llamadas a misa". La compostura de santuario de los
estadios quedaba intocada: resultaba indiferente lo que hubiera
en su centro, si escenario o cancha, pero crucial era el mantenimiento
del armatoste neumático (dicho
de otro modo, del fuelle vinculante). Se puede decir que, en buena
medida, no era más que revival de una ética
tan revenida como roquera: la de participar en misas de ricota
igual que, en las primicias del rock, adolescentes que comenzaban
a esquivar al barbero acudían a los antros donde sonaban
unos núbiles Rolling Stones.
En buena medida, se repetía en los Redondos el vetusto
aspaviento desafiante del rock and roll, su explosión
sonora, el convite al descontrol y, más aún, se
ética de vanguardia excluyente que obliga a renegar
de todo lo demás, la convocatoria a un estilo (estético, vitando,
o de aguante).
Por dejá vu que parezca este misal, lo cierto es
que los Redondos, a diferencia del mainstream del rock
argentino, que era de clase media, convocaba los márgenes y la adhesión
resultó tan membruda que, hasta el día de hoy,
existe un aguante ricotero, indistinguible en lo formal del deportivo(24) y las barras siguen peregrinando
por toda Argentina o buscan un estadio en Uruguay para no perderse
el próximo servicio.
De
todos modos, como no se ignora, jamás tablón o
cemento continentó a las barras, y sus cabriolas y grita
melódica siguen apuntando a la ciudad, o a un punto
en lontananza donde aguarda un nuevo partido o combate(25); llámese melódico
totémico a la desaparición del estilo roquero (en Argentina, entre
otras reglas, la feminización y afectación de la
voz de Luis Alberto Spinetta, el primer Charly, David Lebón,
Miguel Abuelo o Gustavo Ceratti) que puede traducirse, también,
como la desaparición del contrapunto en favor de la turbonada
del coro. Y acaso el primer indicio de que estos cantos de guerra habrían
de devenir contaminación sonora haya que encontrarlo en
cierta conmovedora celebración de la cobardía de
la barra, intitulada "Vení Raquel"(26), a cargo de Los auténticos
decadentes, banda que multiplicó éxitos pop
en Latinoamérica. Todavía
hoy, la banda es liderada por Cucho, cuya etiqueta en los conciertos
era por entonces la camiseta de Boca y cuya audacia canora consiste
en descartar cualquier impostación de voz distinta del
coreo barrabrava. Por supuesto, melódico totémico
y aguante hímnico distan del antagonismo, siquiera de
la discrepancia y, en buena medida, resultan complementarios:
el segundo celebra la pasión; el primero, a la barra.
Ambos,
por otra parte, han confluido, a través de un itinerario
precisable, hacia ese mix o rocío aturdidor que
impregna las ciudades. Si en Uruguay, antes del paréntesis
de la dictadura, el rock se había sincretizado primero
con el candombe a fines de
los 1960, por obra de Eduardo Mateo, y una década después
por la anexión de la murga al sonido eléctrico
que hizo Jaime Roos, en Argentina sólo el tango, música
ciudadana, era arreglo ocasional en canciones de Spinetta, Charly
o Fito Páez. Cuando Divididos el grupo liderado
por Mollo, pasó en la década final del siglo a
incorporar folclores de provincia como chamarritas, sambas, carnavalitos
etc., encontraron replicante en Soledad, que acompañada
de músicos "desenchufados" canta desde malambo
a chamamé con actitud y entonación roquera, haciendo
hélice de su poncho y saltando por el escenario; la tropical
bailanta, otrora coto exclusivo del pobrerío, no fue ajena
al proceso, con escena carismática y garganteos reminiscentes
del rock en solistas como los cordobeses La Mona Jiménez
o Rodrigo (cuyo
gran hit fue la celebración hímnica, estilo
tablón, de Maradona(27)).
Por otra parte, mientras eran las bandas tropicales de hombres barbie
-se puede consignar reflejos en las camisas entalladas que descubren
medio tórax, reflejos en la melena batida- los que adoptaban
el ya arcaico glam del rock de los setenta, los roqueros
pasaron a adoptar un look chabón y deportivo -short
y zapatillas, o equipos de gimnasia(28)- y a tensar la cuerda abierta por Los
Auténticos. Desde el ritmo ska y bandas como
La Mosca o Bersuit Vergarabat, en Argentina, o
La Vela Puerca, en Uruguay, la entonación del
tablón se ha vuelto norma en los solistas, en tanto los
que remiten todavía a los antiguos estilos roqueros no
evitan celebrar el aguante(29).
Todo este eclecticismo, de todos modos, vivía encriptado
en los estadios y la omnivoracidad esquiva a estilos de la barra,
cuyos cantos degluten los últimos hits, provengan
del rock, del cuarteto, la cumbia o baladas de Natalia
Oreiro
y dan cuenta, en rigor, de un sincretismo: en un ritual carismático
que el canto enhebra, deidades de mundos heteróclitos
son bienvenidas y la bandera del cuadro de los amores es cotorro
hospitalario para el rostro del Ché y la lengua de los
Rolling Stones. El matrimonio del argentino Mollo con
la uruguaya y pop Natalia
Oreiro
(despreciada
por las revistas roqueras especializadas), impensable en algún
otro momento por incompatibilidad disciplinaria, se consumó,
sin embargo, a inicios de 2002: el templo del aguante prescribe
ese maridaje.
Yo
no tengo novio, pero tengo aguante
Al
paso del autobús, a lo largo de la ruta que lo traía
desde Punta
del Este,
kilómetro tras kilómetro, abuelas mechudas, padres
calvos o grises, adolescentes y niños se prosternaban.
Era un domingo, 25 de noviembre de 2001; la selección
uruguaya iba en busca del Estadio Centenario y la clasificación
a Corea/Japón 2002, en un partido final contra Australia.
Este aguante postrado -y en la postración exigente- era
apenas anagnórisis de la marginación global en que habían
quedado no sólo los ciudadanos sino también su
canciller más notorio: el balompié. En el partido
no habría nada para ganar (era una eliminatoria), ni siquiera esperanzas; se
trataba, simplemente, de no abismarse más en el escalafón
de países(30). Tras esa
sobreexposición del sentimiento, que comportaba servir
la cabeza flagelante ante el abrupto rodado que secuestraba el
almita fracturada, ¿cuál habría sido el
aguante celeste, en caso de haber sido, una nueva vez, bienvenidos
por la derrota? Es decir, qué manifestación encontraría
la ortopedia adherente que esperaría -como los indios que regrese
el ciclo favorable en que se reapropiarán de los Andes-
un nuevo mundial, otra oportunidad de subirse al mundo bajo rubro
deporte.
Si es ardua la conjetura un poco menos lo es barruntar que el
omnívoro aguante contiene su correlato geopolítico:
en un planeta gobernado
por la gramática de ganadores y perdedores que impuso
un imperio y que se ha convertido en evangelio de trasnacionales, el aguante,
esfinge que transcurre por fuera del imperativo del trabajo,
del decoro cívico-nacional, que deshace la distinción
entre los que ganan y los vencidos es una reivindicación
de los márgenes.
Si Los Auténticos ya ni siquiera se molestaban
en proponer solista, con el coro suplicando/exigiendo un ano penetrable
en "Entregá el marrón", los niños y adolescentes
de Montevideo se han convertido
en peaje sin fin, exigiendo monedas: la ética de la barra
se transforma en moral ciudadana; simplemente "estar (por) ahí" legitima
en ellos la mendicidad, porque no se trata de carenciados(31).
Ni más ni menos que aguantar como sustituto de vivir;
así por ejemplo, tras cantar adhesión por Peñarol
y la caja de vino, Samantha Navarro, roquera de esta ciudad,
impone en el estribillo que "yo no tengo novio, pero
tengo aguante"(32);
si el imperativo es tener pareja, el aguante llega para cubrir,
como una cobija, lo que no se tiene y acaso ni siquiera se desea.
Ciertamente, aguantar implica gambeta al sometimiento, pero acaso
sea asunción, también, de que nada queda por ganar
(ni novio,
ni torneo, ni un ascenso laboral, acaso tampoco fama); en este sentido,
deviene negación del mundo, o de las reglas que ha impuesto
el mundo. Pero dista este dribbling de la evasión
predicada por el diván o el wrestling de clases;
es compensatoria prótesis, que adhiere
al mundo (sin
desconocerle existencia) para no orbitar en lo vacuo(33). Una de esas piernas ortopédicas,
arrojada desde helicópteros sin rostro, para el amputado
que pisó una mina.
Notas:
(21) En diciembre
de 2001, la cámara de diputados aprobó un proyecto
de ley que gravara a estas mascotas (los perros habían
sido taxados algún tiempo atrás). Es de columbrar
que el aguante ciudadano mostrará su ingenio evasor adoptando
espongiarios como alegría de la casa; no será de
extrañar que, entonces, la voluntad del estado, famosamente
presupuestívora, enmiende el vacío legal y comprenda
también el polvillo estelar y todo lo que se vea bajo
un microscopio.
(22) Canción de gran popularidad en Uruguay, que llegó
primero a Argentina en transcripción periodística,
debido a que Página 12 cuando cubriera el partido que,
en el Estadio Centenario, jugaran Uruguay contra Brasil. Como
preliminar hubo espectáculo musical; la reseña
de Página 12 dice así. "La Auténtica
se llama la banda de cumbia más popular de Uruguay, y
por eso la invitaron a tocar en vivo en el Centenario minutos
antes del partido. La cancha era una fiesta anticipada, la gente
bailaba y cantaba como si el triunfo ya se hubiese consumado.
Entonces fue el turno del hit de La Auténtica, la elíptica
"Cumbia del orto" (sic), cuyo estribillo dice, precisamente:
<<Me gusta la cumbia/ la cumbia del orto>>. Que todo
el estadio cantase el estribillo a los gritos ya de por sí
era un lindo espectáculo. Pero lo mejor llegó cuando
el cantante arengó a la multitud cambiando la letra: en
lugar del estribillo, propuso <<A los brasileños/
le rompemo' el orto>>. Y obviamente la multitud se prendió.
Lo mejor fue que mientras todo el estadio cantaba el pegadizo
estribillo escatológico, los jugadores brasileños
estaban ahí, precalentando, a unos veinte metros de la
banda. Como para hacerles sentir la famosa garra charrúa".
En el partido Uruguay-Australia, que definió la clasificación
para el Mundial 2002 entre los de celeste y la selección
de Australia, se reiteró el preliminar y esta vez el vocalista
de la Auténtica, antes de comenzar la canción,
como atacado por un pudor, dijo: "a los australianos les
vamos a romper el .....". Las tribunas (compuestas en la
oportunidad mayoritariamente por público, y no por barrabravas)
contestaron a medias.
(23) Aunque lejos
del gregoriano, este canto exige una modulación particular.
Así como Gardel superponía una r al sonido n, el
héroe múltiple y saltarín suele ubicar una
u donde se esperaría encontrar una o; la inflexión,
además, comporta cierto ahuecamiento de la voz.
(24) De todas formas, el reclamo de exclusividad en la adhesión
parecería hacer divergir a ricoteros e hinchas de fútbol:
hasta el presente, los cantos de las hinchadas, todavía
no han adoptado ninguna canción de los Redondos.
(25) Ese saltar y cantar maníaco, por otra parte, no distingue
entre lo real y lo virtual: a menudo, en foros de discusión
de Internet, las barras fijan el lugar donde se encontrarán
para pelear: resistir en la pelea, implica lo mismo que estar
siempre ahí, que no borrarse. Quiere decir "tener
aguante".
(26) Los lyrics de "Vení Raquel" son una descripción
definida que a muchos podría hacer recordar el relato
"Las fiestas del monstruo", de Bustos Domecq; sin embargo,
su riqueza está en la destitución de toda ironía:
"Ay cuando conocí a Raquel/se zarandeaba provocativa/para
mirarla de atrás/se daba vuelta toda la esquina/yo la
quería encarar/ay, pero solo no me animaba/fui hasta el
café, busqué a mis amigos/y la encaramos en barra./
Vení Raquel, vení con los muchachos/vení
Raquel, te vas a divertir/vení Raquel, vení no
tengas miedo/vení Raquel que vas a ser feliz/vení
Raquel, vení con los muchachos/que te vas, ay, te vas
a divertir./ Yo la conocí a Raquel/era una gorda que ni
te digo.../ Cuando la conocí a Raquel/se me ponía
la piel de gallina/para mirarla de atrás/se daba vuelta
toda la esquina". De hecho, se la podría considerar
documento del pasaje de las mujeres a la "actitud barrabrava".
(27) El otro fue "Soy cordobés", cuyo estribillo
dice "Soy cordobés, me gusta el vino y la joda y
lo tomo sin soda porque así pega más, pega más,
pega más". Luego explica: "Como creyente yo
le doy gracias a Dios por esta bendición que en la sangre
llevamos, es todo el año "tunga tunga" del mejor,
es nuestro rocanrol y a la Mona idolatramos".
(28) Spinetta, patrocinado por Adidas, comenzó a presentarse
en conciertos con equipo deportivo desde comienzos de los 1990.
Un roquero pasaba a ser patrocinado lo mismo que un futbolista;
sin embargo, el look chabón, al menos por ahora, no sabe
de patrocinios. Se dedican a tocar vestidos como en el barrio,
o entrecasa.
(29) Si bien siguen siendo estrictamente roqueros, Jorge Nasser
o Gabriel Peluffo, en Uruguay, mantienen la tradicional entonación
y ritmo de rock (el primero del "pesado" de los sesenta
y setenta, el segundo del punk), no han podido abstenerse de
cantar al fútbol y, por sobre todo, la actitud de la hinchada.
Nasser componiendo el tema musical de Pasión, programa
deportivo, Peluffo con "Cada vez te quiero más",
(30) Richard Giulianotti sostiene que, a pesar de que los indicadores
objetivos (económico-sociales) no son señal de
un futuro "negro", los ciudadanos uruguayos son los
más pesimistas de América Latina y que esto está
estrechamente vinculado al declive en el desempeño de
su selección de fútbol y de sus dos "grandes".
"Built by the Two Varelas: the Rise and Fall of Football
Culture and National Identity in Uruguay", en Culture, Sport,
Society. Vol. 2, No. 3
(31) Esto no deja de reconocer el hecho de que la mitad de los
niños uruguayos de 0 a 5 años y el 40% de los de
6 a 13 años vivan por debajo del umbral de pobreza; pero
lo significativo dentro de la argumentación del aguante
es que esta mendicidad es desarrollada, sistemáticamente,
por niños y adolescentes pudientes.
(32) Samantha Navarro, "Tengo recuperación",
Montevideo, 2001.
(33) "Lo que ves es lo que hay" cierra El aguante
de Charly García.
* Publicado
originalmente en Revista Iberoamericana Enero/Marzo 2003
VOL. LXIX (pp
15 a 29).
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