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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



AGUANTE - AGUANTE HÍMNICO - ESTILO MELÓDICO TOTÉMICO - LOS AUTÉNTICOS DECADENTES - VENÍ RAQUEL - LOOK CHABÓN Y DEPORTIVO - ROLLING STONES - ROCK AND ROLL -

Sin novio ni épica: breve arqueología del aguante (madre de todas las cosas) (III)*

Amir Hamed

El omnívoro aguante contiene su correlato geopolítico: en un planeta gobernado por la gramática de ganadores y perdedores que impuso un imperio y que se ha convertido en evangelio de trasnacionales, el aguante, esfinge que transcurre por fuera del imperativo del trabajo, del decoro cívico-nacional, que deshace la distinción entre los que ganan y los vencidos es una reivindicación de los márgenes

Aguante rock and roll

Si la atmósfera planetaria recalienta, la de las ciudades platenses hierve en el vibratto barrabrava: se trata no sólo de una suerte de manipulación sintética del grano de la voz, que se ahueca y exalta en el aula, en la vereda, en la confitería o en el micrófono que toca los labios de gremialistas o transeúntes pidiendo se expidan sobre la "corrupción de los políticos" en Argentina, o las medidas "antipopulares" de un gobierno uruguayo que procura supervivencia gravando a las "mascotas vertebradas que no sean perros"(21). Pero repiquetea también en plena lengua del cuerpo, bajo los láser mareantes de las discotecas, en esas camisetas que encapsulan también a los "niños bien", por si la noche y el mareo derivan en festival de trompadas; o en la altanería con la que un adolescente de balneario, atigrado en la camiseta de Peñarol, baja en mitad de la canícula a caminar por la orilla, tras alguna derrota clásica, el tórax una púa en espera de cualquier broma eventual; o incluso en la niña de menos de nueve, entrajada con la diez de Nacional, que mira hosca hacia otra parte ni bien llega la monserga de masticar el sushi con la boca cerrada.

Aguante o garra retráctil, resistencia desafiante que desconoce edades y desagua en barullo, ya de cacerolazos, ya de altoparlantes que estallan a las cuatro de la mañana, asordinando motores de camión o de autobuses, en cumbias del orto(22), cuplés de murga, riffs de los Rolling Stones o craso tamborileo. No importa si viene de la radio de un Mercedes Benz, de cd players o altoparlantes: si el aguante interpela por la pasión, su ethos, su osamenta moral, se ha hecho pasta de rock and roll, a condición de que éste se rectifique y reconvierta en cumbia villera, batucada, milonga de Zitarrosa o samba andina: cualquier ritmo es canto bélico que hecho un polvillo se hace granulación del alma y tónico del empaque. A nadie debería alarmar su omnipresencia, ya que desde un inicio el aguante fue, por sobre todo, un esfuerzo pulmonar y melódico: como los templos protestantes, el tablón se había convertido en escuela de canto(23) y, como las primeras iglesias, en evangelio acarreado por legión de mensajeros.

Llámese aguante hímnico aquel corear en contrapunto que provoca estupefacción entre los roqueros que llegan al Plata para descubrir un público -décadas de calistenia coreuta- singularmente participativo y afinado. Esta variante ha sido estrictamente continentada por estadios y, como yuxtaposición canónica de la ética del aguante y la del rock, se puede consignar los primeros toques de Los redonditos de ricota, en las vísperas de los 1980: los conciertos eran proclamados por la banda de La Plata, y así fueron entendidos por multitud de adolescentes de escasos recursos, como "llamadas a misa". La compostura de santuario de los estadios quedaba intocada: resultaba indiferente lo que hubiera en su centro, si escenario o cancha, pero crucial era el mantenimiento del armatoste neumático (dicho de otro modo, del fuelle vinculante). Se puede decir que, en buena medida, no era más que revival de una ética tan revenida como roquera: la de participar en misas de ricota igual que, en las primicias del rock, adolescentes que comenzaban a esquivar al barbero acudían a los antros donde sonaban unos núbiles Rolling Stones.

En buena medida, se repetía en los Redondos el vetusto aspaviento desafiante del
rock and roll, su explosión sonora, el convite al descontrol y, más aún, se ética de vanguardia excluyente que obliga a renegar de todo lo demás, la convocatoria a un estilo (estético, vitando, o de aguante). Por dejá vu que parezca este misal, lo cierto es que los Redondos, a diferencia del mainstream del rock argentino, que era de clase media, convocaba los márgenes y la adhesión resultó tan membruda que, hasta el día de hoy, existe un aguante ricotero, indistinguible en lo formal del deportivo(24) y las barras siguen peregrinando por toda Argentina o buscan un estadio en Uruguay para no perderse el próximo servicio.

De todos modos, como no se ignora, jamás tablón o cemento continentó a las barras, y sus cabriolas y grita melódica siguen apuntando a la ciudad, o a un punto en lontananza donde aguarda un nuevo partido o combate(25); llámese melódico totémico a la desaparición del estilo roquero (en Argentina, entre otras reglas, la feminización y afectación de la voz de Luis Alberto Spinetta, el primer Charly, David Lebón, Miguel Abuelo o Gustavo Ceratti) que puede traducirse, también, como la desaparición del contrapunto en favor de la turbonada del coro. Y acaso el primer indicio de que estos cantos de guerra habrían de devenir contaminación sonora haya que encontrarlo en cierta conmovedora celebración de la cobardía de la barra, intitulada "Vení Raquel"(26), a cargo de Los auténticos decadentes, banda que multiplicó éxitos pop en Latinoamérica. Todavía hoy, la banda es liderada por Cucho, cuya etiqueta en los conciertos era por entonces la camiseta de Boca y cuya audacia canora consiste en descartar cualquier impostación de voz distinta del coreo barrabrava. Por supuesto, melódico totémico y aguante hímnico distan del antagonismo, siquiera de la discrepancia y, en buena medida, resultan complementarios: el segundo celebra la pasión; el primero, a la barra.

Ambos, por otra parte, han confluido, a través de un itinerario precisable, hacia ese mix o rocío aturdidor que impregna las ciudades. Si en Uruguay, antes del paréntesis de la dictadura, el rock se había sincretizado primero con el candombe a fines de los 1960, por obra de Eduardo Mateo, y una década después por la anexión de la murga al sonido eléctrico que hizo Jaime Roos, en Argentina sólo el tango, música ciudadana, era arreglo ocasional en canciones de Spinetta, Charly o Fito Páez. Cuando Divididos el grupo liderado por Mollo, pasó en la década final del siglo a incorporar folclores de provincia como chamarritas, sambas, carnavalitos etc., encontraron replicante en Soledad, que acompañada de músicos "desenchufados" canta desde malambo a chamamé con actitud y entonación roquera, haciendo hélice de su poncho y saltando por el escenario; la tropical bailanta, otrora coto exclusivo del pobrerío, no fue ajena al proceso, con escena carismática y garganteos reminiscentes del rock en solistas como los cordobeses La Mona Jiménez o Rodrigo (cuyo gran hit fue la celebración hímnica, estilo tablón, de Maradona(27)).

Por otra parte, mientras eran las bandas tropicales de
hombres barbie -se puede consignar reflejos en las camisas entalladas que descubren medio tórax, reflejos en la melena batida- los que adoptaban el ya arcaico glam del rock de los setenta, los roqueros pasaron a adoptar un look chabón y deportivo -short y zapatillas, o equipos de gimnasia(28)- y a tensar la cuerda abierta por Los Auténticos. Desde el ritmo ska y bandas como La Mosca o Bersuit Vergarabat, en Argentina, o La Vela Puerca, en Uruguay, la entonación del tablón se ha vuelto norma en los solistas, en tanto los que remiten todavía a los antiguos estilos roqueros no evitan celebrar el aguante(29).

Todo este eclecticismo, de todos modos, vivía encriptado en los estadios y la omnivoracidad esquiva a estilos de la barra, cuyos cantos degluten los últimos hits, provengan del rock, del cuarteto, la cumbia o baladas de
Natalia Oreiro y dan cuenta, en rigor, de un sincretismo: en un ritual carismático que el canto enhebra, deidades de mundos heteróclitos son bienvenidas y la bandera del cuadro de los amores es cotorro hospitalario para el rostro del Ché y la lengua de los Rolling Stones. El matrimonio del argentino Mollo con la uruguaya y pop Natalia Oreiro (despreciada por las revistas roqueras especializadas), impensable en algún otro momento por incompatibilidad disciplinaria, se consumó, sin embargo, a inicios de 2002: el templo del aguante prescribe ese maridaje.

Yo no tengo novio, pero tengo aguante

Al paso del autobús, a lo largo de la ruta que lo traía desde Punta del Este, kilómetro tras kilómetro, abuelas mechudas, padres calvos o grises, adolescentes y niños se prosternaban. Era un domingo, 25 de noviembre de 2001; la selección uruguaya iba en busca del Estadio Centenario y la clasificación a Corea/Japón 2002, en un partido final contra Australia. Este aguante postrado -y en la postración exigente- era apenas anagnórisis de la marginación global en que habían quedado no sólo los ciudadanos sino también su canciller más notorio: el balompié. En el partido no habría nada para ganar (era una eliminatoria), ni siquiera esperanzas; se trataba, simplemente, de no abismarse más en el escalafón de países(30). Tras esa sobreexposición del sentimiento, que comportaba servir la cabeza flagelante ante el abrupto rodado que secuestraba el almita fracturada, ¿cuál habría sido el aguante celeste, en caso de haber sido, una nueva vez, bienvenidos por la derrota? Es decir, qué manifestación encontraría la ortopedia adherente que esperaría -como los indios que regrese el ciclo favorable en que se reapropiarán de los Andes- un nuevo mundial, otra oportunidad de subirse al mundo bajo rubro deporte.

Si es ardua la conjetura un poco menos lo es barruntar que el omnívoro aguante contiene su correlato geopolítico: en
un planeta gobernado por la gramática de ganadores y perdedores que impuso un imperio y que se ha convertido en evangelio de trasnacionales, el aguante, esfinge que transcurre por fuera del imperativo del trabajo, del decoro cívico-nacional, que deshace la distinción entre los que ganan y los vencidos es una reivindicación de los márgenes.

Si Los Auténticos ya ni siquiera se molestaban en proponer solista, con el coro suplicando/exigiendo un
ano penetrable en "Entregá el marrón", los niños y adolescentes de Montevideo se han convertido en peaje sin fin, exigiendo monedas: la ética de la barra se transforma en moral ciudadana; simplemente "estar (por) ahí" legitima en ellos la mendicidad, porque no se trata de carenciados(31).

Ni más ni menos que aguantar como sustituto de vivir; así por ejemplo, tras cantar adhesión por Peñarol y la caja de vino, Samantha Navarro, roquera de esta ciudad, impone en el estribillo que "yo no tengo novio, pero tengo aguante"
(32); si el imperativo es tener pareja, el aguante llega para cubrir, como una cobija, lo que no se tiene y acaso ni siquiera se desea.

Ciertamente, aguantar implica gambeta al sometimiento, pero acaso sea asunción, también, de que nada queda por ganar
(ni novio, ni torneo, ni un ascenso laboral, acaso tampoco fama); en este sentido, deviene negación del mundo, o de las reglas que ha impuesto el mundo. Pero dista este dribbling de la evasión predicada por el diván o el wrestling de clases; es compensatoria prótesis, que adhiere al mundo (sin desconocerle existencia) para no orbitar en lo vacuo(33). Una de esas piernas ortopédicas, arrojada desde helicópteros sin rostro, para el amputado que pisó una mina.

Notas:

(21) En diciembre de 2001, la cámara de diputados aprobó un proyecto de ley que gravara a estas mascotas (los perros habían sido taxados algún tiempo atrás). Es de columbrar que el aguante ciudadano mostrará su ingenio evasor adoptando espongiarios como alegría de la casa; no será de extrañar que, entonces, la voluntad del estado, famosamente presupuestívora, enmiende el vacío legal y comprenda también el polvillo estelar y todo lo que se vea bajo un microscopio.

(22) Canción de gran popularidad en Uruguay, que llegó primero a Argentina en transcripción periodística, debido a que Página 12 cuando cubriera el partido que, en el Estadio Centenario, jugaran Uruguay contra Brasil. Como preliminar hubo espectáculo musical; la reseña de Página 12 dice así. "La Auténtica se llama la banda de cumbia más popular de Uruguay, y por eso la invitaron a tocar en vivo en el Centenario minutos antes del partido. La cancha era una fiesta anticipada, la gente bailaba y cantaba como si el triunfo ya se hubiese consumado. Entonces fue el turno del hit de La Auténtica, la elíptica "Cumbia del orto" (sic), cuyo estribillo dice, precisamente: <<Me gusta la cumbia/ la cumbia del orto>>. Que todo el estadio cantase el estribillo a los gritos ya de por sí era un lindo espectáculo. Pero lo mejor llegó cuando el cantante arengó a la multitud cambiando la letra: en lugar del estribillo, propuso <<A los brasileños/ le rompemo' el orto>>. Y obviamente la multitud se prendió. Lo mejor fue que mientras todo el estadio cantaba el pegadizo estribillo escatológico, los jugadores brasileños estaban ahí, precalentando, a unos veinte metros de la banda. Como para hacerles sentir la famosa garra charrúa". En el partido Uruguay-Australia, que definió la clasificación para el Mundial 2002 entre los de celeste y la selección de Australia, se reiteró el preliminar y esta vez el vocalista de la Auténtica, antes de comenzar la canción, como atacado por un pudor, dijo: "a los australianos les vamos a romper el .....". Las tribunas (compuestas en la oportunidad mayoritariamente por público, y no por barrabravas) contestaron a medias.

(23) Aunque lejos del gregoriano, este canto exige una modulación particular. Así como Gardel superponía una r al sonido n, el héroe múltiple y saltarín suele ubicar una u donde se esperaría encontrar una o; la inflexión, además, comporta cierto ahuecamiento de la voz.

(24) De todas formas, el reclamo de exclusividad en la adhesión parecería hacer divergir a ricoteros e hinchas de fútbol: hasta el presente, los cantos de las hinchadas, todavía no han adoptado ninguna canción de los Redondos.

(25) Ese saltar y cantar maníaco, por otra parte, no distingue entre lo real y lo virtual: a menudo, en foros de discusión de Internet, las barras fijan el lugar donde se encontrarán para pelear: resistir en la pelea, implica lo mismo que estar siempre ahí, que no borrarse. Quiere decir "tener aguante".

(26) Los lyrics de "Vení Raquel" son una descripción definida que a muchos podría hacer recordar el relato "Las fiestas del monstruo", de Bustos Domecq; sin embargo, su riqueza está en la destitución de toda ironía: "Ay cuando conocí a Raquel/se zarandeaba provocativa/para mirarla de atrás/se daba vuelta toda la esquina/yo la quería encarar/ay, pero solo no me animaba/fui hasta el café, busqué a mis amigos/y la encaramos en barra./ Vení Raquel, vení con los muchachos/vení Raquel, te vas a divertir/vení Raquel, vení no tengas miedo/vení Raquel que vas a ser feliz/vení Raquel, vení con los muchachos/que te vas, ay, te vas a divertir./ Yo la conocí a Raquel/era una gorda que ni te digo.../ Cuando la conocí a Raquel/se me ponía la piel de gallina/para mirarla de atrás/se daba vuelta toda la esquina". De hecho, se la podría considerar documento del pasaje de las mujeres a la "actitud barrabrava".

(27) El otro fue "Soy cordobés", cuyo estribillo dice "Soy cordobés, me gusta el vino y la joda y lo tomo sin soda porque así pega más, pega más, pega más". Luego explica: "Como creyente yo le doy gracias a Dios por esta bendición que en la sangre llevamos, es todo el año "tunga tunga" del mejor, es nuestro rocanrol y a la Mona idolatramos".

(28) Spinetta, patrocinado por Adidas, comenzó a presentarse en conciertos con equipo deportivo desde comienzos de los 1990. Un roquero pasaba a ser patrocinado lo mismo que un futbolista; sin embargo, el look chabón, al menos por ahora, no sabe de patrocinios. Se dedican a tocar vestidos como en el barrio, o entrecasa.

(29) Si bien siguen siendo estrictamente roqueros, Jorge Nasser o Gabriel Peluffo, en Uruguay, mantienen la tradicional entonación y ritmo de rock (el primero del "pesado" de los sesenta y setenta, el segundo del punk), no han podido abstenerse de cantar al fútbol y, por sobre todo, la actitud de la hinchada. Nasser componiendo el tema musical de Pasión, programa deportivo, Peluffo con "Cada vez te quiero más",

(30) Richard Giulianotti sostiene que, a pesar de que los indicadores objetivos (económico-sociales) no son señal de un futuro "negro", los ciudadanos uruguayos son los más pesimistas de América Latina y que esto está estrechamente vinculado al declive en el desempeño de su selección de fútbol y de sus dos "grandes". "Built by the Two Varelas: the Rise and Fall of Football Culture and National Identity in Uruguay", en Culture, Sport, Society. Vol. 2, No. 3

(31) Esto no deja de reconocer el hecho de que la mitad de los niños uruguayos de 0 a 5 años y el 40% de los de 6 a 13 años vivan por debajo del umbral de pobreza; pero lo significativo dentro de la argumentación del aguante es que esta mendicidad es desarrollada, sistemáticamente, por niños y adolescentes pudientes.

(32) Samantha Navarro, "Tengo recuperación", Montevideo, 2001.

(33) "Lo que ves es lo que hay" cierra El aguante de Charly García.

* Publicado originalmente en Revista Iberoamericana Enero/Marzo 2003 VOL. LXIX (pp 15 a 29).

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