Las políticas se implementan en un contexto institucional
que dicta la distribución de costos y beneficios. Entre
los desafíos que enfrentamos hoy está la necesidad
de crear un conjunto de instrumentos políticos y jurídicos
que reconstruyan el contexto institucional sesgado por el género
en el cual funciona la globalización. Mientras los mercados generaron
una estructura de incentivos que alienta a las mujeres a asumir actividades productivas,
prácticamente no conocemos incentivos que alienten a los
hombres a asumir responsabilidades de cuidado. El resultado es
la expulsión de la reproducción social del hogar
a la esfera privatizada del mercado, en lo que parece ser un paso
de mal en peor.
Introducción
Entre
las características de la ola de globalización en curso está
el advenimiento de la industria de los servicios y el incremento
del comercio de las actividades de servicios. Los países
desarrollados que marcan el camino se transformaron progresivamente
en economías dirigidas por los servicios en las últimas
dos décadas. Estas economías han valorado los servicios
intensivos en especialización,
conocimientos
y tecnología, ya que son éstos
los que proporcionan los rendimientos más altos y el mayor
valor agregado. Entre tanto, los sectores manufactureros desindustrializados
de los países desarrollados han trasladado cada vez más
sus operaciones a los países
en desarrollo
en la forma de inversión extranjera directa, a la vez que
retienen el control sobre las actividades productivas en sus oficinas
centrales.
El sector
de los servicios en los países en desarrollo refleja las
características de la naturaleza poco especializada y con
bajo valor agregado de sus sectores industriales, que han decaído
como consecuencia de las amenazas que representa la competencia
de los sustitutos importados por la liberalización comercial. Así,
la polarización entre los mundos desarrollado y en desarrollo perdura y hasta
se intensifica.
A medida
que sucede este cambio estructural industrial y laboral, las mujeres no pueden subir
la escalera del valor agregado ya que la posesión de especialización,
conocimiento y tecnología sigue favoreciendo a los hombres.
Asimismo, los sectores de servicios que respaldan la labor reproductiva
social, como los servicios comunitarios, sociales y personales,
los servicios
educativos
y sanitarios, están perdiendo el respaldo financiero público
ya que el mercado se presenta como un método más
eficaz para suministrar estos servicios. Esto ocurre en un momento
en que la estabilidad de los presupuestos de gobierno se ve amenazada
constantemente por crisis financieras y económicas.
Sin embargo,
la provisión de cuidados debe continuar y se confía
en que el "altruismo socialmente impuesto" asegure que
ese suministro se produzca. Asignar roles de proveedoras de cuidado
a las mujeres las coloca bajo la doble carga
del trabajo productivo y reproductivo social. La naturaleza de
los subsectores de servicios donde las mujeres tienen gran participación
está determinada por estas expectativas de roles. Los subsectores
varían según si las mujeres actúan predominantemente
como consumidoras o tanto como consumidoras y productoras. En
este último caso, los servicios son menos valorados ya
que tienden a ser dicotomizados entre lo regulado formalmente
y lo regulado informalmente, siendo las mujeres en el sector informal
las más vulnerables ante las crisis.
El proceso
de liberalización comercial y globalización puso en el centro
de atención al sector de los servicios, que solía
considerarse no comercializable. La insistencia de la inversión
como forma de comercializar los servicios facilita la apertura
de los mercados de servicios a los intereses extranjeros. Cuando
se aúna con la privatización de los bienes y
corporaciones del Estado en este sector,
la comercialización de los servicios para la reproducción
social está prácticamente garantizada.
El
ascenso de la economía de servicios
Las negociaciones
sobre aranceles de las exportaciones manufacturadas no sólo
perdieron relevancia en las últimas décadas, sino
que las
economías desarrolladas también han transferido
su estructura industrial y de empleo de la manufactura
a los servicios, principalmente debido a los avances
tecnológicos y a la constante especialización.
A mediados de los años 90 la proporción de servicios
en el PBI de los países industrializados rondaba el 70%.
La proporción representa entre 50% y 60% en las economías
recientemente industrializadas, y se aproxima al 40% en los países
en desarrollo (Kang,
2000).
En
este período descendió el precio de los servicios,
sobre todo para el transporte y las comunicaciones. Jones y Kierzkowski
(1990) piensan que
la caída explica el mayor uso, de parte de las firmas
manufactureras, de las cadenas de producción internacional
como estrategia de producción. Así nos encontramos
con una fragmentación de la producción en bloques
productivos que son distribuidos entre varios países,
en su mayoría en desarrollo. Por cierto, los artículos
intermedios producidos por estos bloques productivos constituyen
gran parte del comercio mundial actual. Según Milberg
(1999), el comercio
entre las firmas representa ahora entre el 30% y el 50% del volumen
de comercio de los principales países industrializados.
Esto significa que los insumos importados son cada vez más
importantes para estos países. Gran parte de esto fue
posibilitado por el descenso en el precio del transporte, que
ha disminuido el costo del movimiento físico de los productos,
y por la caída del precio de las comunicaciones, que ha
reducido el costo de coordinación entre las oficinas centrales
y los bloques productivos.
Con la
expansión del proceso productivo por todo el mundo crece
la necesidad de otros servicios de apoyo, tales como servicios
financieros,
contables y jurídicos para hacer frente a la fragmentación
de la producción. Las corporaciones que utilizan esta
estrategia de producción deben decidir si estos servicios
de apoyo serán suministrados internamente por la firma
o tercerizados al mercado de los servicios. El incremento en el
número de empresas de servicios indica que muchas han optado
por esto último. Los servicios deben adoptar un cariz transnacional
para atender a su clientela corporativa y, por lo tanto, hay un
impulso para abrir los mercados de servicios a las corporaciones
transnacionales de servicios.
Simultáneamente,
el sitio elegido para los bloques productivos depende de la disponibilidad
de mano
de obra barata
-por lo habitual femenina- y de un conjunto de incentivos fiscales
y económicos proporcionados por los gobiernos de los países
en desarrollo para fomentar la inversión extranjera directa.
La
economía del cuidado
La
fragmentación no sólo se produce entre las firmas
de producción. Los hogares también experimentan
una fragmentación similar; cada vez más servicios
socialmente reproductivos son tercerizados a medida que más
mujeres participan de actividades productivas en el mercado.
El incremento de la participación femenina en la fuerza
laboral, alentado por las políticas orientadas a la exportación,
no puede comprenderse sencillamente como una contribución
al crecimiento económico. Sin embargo, la participación
femenina en la producción está condicionada a la
presencia de un sustituto para el trabajo de reproducción
social que queda descuidado.
El trabajo
social reproductivo abarca aquellos servicios con funciones claramente
de cuidado, que son particularmente importantes en un contexto
donde existen personas dependientes -niños, ancianos y enfermos.
El papel de la mujer como principal dispensadora de cuidado es
una imposición social. Las normas sociales sobre las obligaciones
familiares asignan a las mujeres la mayor responsabilidad por
este cuidado. Las economistas feministas se refieren en ocasiones
al suministro de estos servicios como la "economía
del cuidado".
Cuando
las mujeres ingresan a la fuerza laboral, el trabajo que tradicionalmente
hacían en el hogar igual se debe desempeñar. La
sustitución para la mujer que trabaja puede tomar muchas
formas: electrodomésticos que le ahorren tiempo, como
lavarropas y secarropas, lavaderos o aspiradoras; empleadas domésticas,
cocineras de tiempo parcial o cadenas de entrega de comida rápida;
niñeras de tiempo completo o por hora, o servicios de
atención infantil; hijas mayores, abuelos u otros integrantes
de la familia. El incremento de servicios domésticos ayuda
a explicar en cierto grado al mercado informal de servicios,
que está conformado principalmente por estos servicios.
Es así que la provisión de cuidado se realiza de
las siguientes maneras: a través de la labor no remunerada
de las mujeres de la casa, de los avances tecnológicos
en los electrodomésticos o del mercado de servicios.
La
tercerización de los servicios domésticos quizá
no sea tan compleja como las cadenas de producción internacional,
pero sí adquiere un aspecto global. En los países
desarrollados donde tanto la participación masculina como
la femenina en la fuerza laboral es muy elevada, y los sistemas
de parentesco ya no son una fuente confiable de apoyo, los servicios
domésticos deben adquirirse en el mercado.
Los salarios
bajos en situaciones de fuerte estrés caracterizan a muchos
de los servicios proporcionados por mujeres, como la enfermería,
enseñanza y el trabajo doméstico. Las reglas sobre
inmigración se modifican convenientemente para llenar los
vacíos de mano de obra en estos sectores. Filipinas es
conocida por proveer de empleadas domésticas a familias
de Hong Kong, por ejemplo. El sistema de escuelas públicas
de EE.UU. también recluta maestras
en algunos países del Caribe.
La
segregación ocupacional se refleja en la desigualdad salarial
existente entre hombres y mujeres. Esta segregación representa
una parte importante de la brecha salarial entre los géneros.
Y dado que el advenimiento de la economía de servicios
depende en gran medida de la especialización, el conocimiento
y la tecnología, es de esperar que esta brecha se profundizará
en el futuro. Sassen (1998)
ya
ha señalado la intensificación de la desigualdad
en las ganancias e ingresos en las ciudades del mundo que actúan
como base de las industrias de servicios. Un estímulo
adicional a la mayor desigualdad es la creciente "ocasionalización"
del empleo en el sector de servicios, a medida que las empresas
tienen menos demanda de puestos permanentes y de capacitación
intermedia.
El
ocaso de la prestación de los servicios públicos
A veces
no es fácil identificar qué queremos decir con servicios
prestados públicamente. Existen muchos términos:
servicios
sociales, bienestar social, fondos sociales, seguro social, redes
de seguridad social, seguridad social, política social,
presupuestos sociales, etc. Estos términos refieren a la
modalidad de la prestación, pero todos contienen servicios
sociales. Cualquiera sea el sentido que le demos a los servicios
prestados públicamente, la prestación de los mismos
está amenazada por los recortes fiscales y la privatización,
especialmente en las economías
endeudadas.
Los servicios prestados por el sector público fueron vendidos
a compañías privadas o utilizan un sistema de vales
o tarifas de usuario. Cuando la privatización se acopla
a la liberalización comercial, la experiencia general indica
que la carga del cuidado social se intensificará para las
mujeres, dado que ellas son las proveedoras de cuidado por defecto.
Incluso
cuando existen servicios públicos deben plantearse algunas
interrogantes acerca de la naturaleza de los mismos. Los servicios
de infraestructura no satisfacen las necesidades de las mujeres.
Los servicios sociales aplican un enfoque paternalista a la provisión
de cuidado. La seguridad y los seguros sociales recurren al concepto
del hombre proveedor a la hora de elaborar sus programas.
Los
servicios pueden dividirse en servicios de infraestructura y
servicios sociales. Los dos no podrían estar más
alejados entre sí. Ambos, sin embargo, son muy importantes
para las mujeres. La diferencia entre los dos es la forma de
participación de las mujeres como productoras o como usuarias.
Los servicios de infraestructura tienden a estar impregnados
de un sesgo masculino porque los hombres dominan los aspectos
de diseño, ingeniería y construcción, mientras
las mujeres tienden a ser usuarias de estos servicios. La infraestructura
del agua y la energía en las zonas rurales podría
ayudar a reducir el tiempo que las niñas pasan recolectando
agua y leña, y así aumentar el tiempo disponible
para asistir a la escuela, si el planeamiento reconociera a las
mujeres como principales usuarias de estos servicios.
Un panorama
distinto surge con los servicios sociales donde las mujeres predominan
tanto en su producción como en su uso. Las mujeres no pueden
controlar ni determinar la naturaleza de la provisión como
productoras y usuarias de los servicios sociales, sino que tienen
que aceptar que en la actualidad la provisión de servicios
es paternalista, sirviendo sólo para apoyar y reforzar
los roles de "dispensadoras de cuidado" de las mujeres.
Dado que las mujeres participan directamente en el cuidado de
la familia, deberían ser quienes reciban apoyo en sus ingresos
o subsidios sociales. Los programas de vacunación, nutrición y similares tienden
a concentrarse en las madres, por ejemplo. Este enfoque puede
criticarse por tomar un punto de vista instrumentalista de las
mujeres.
Los
programas de seguridad social no se han adaptado al ascenso de
la economía de servicios. A medida que el mercado de trabajo
se vuelve más informal y ocasional, los regímenes
de seguridad social basados en las relaciones tradicionales de
empleo manufacturero se tornan irrelevantes. Hace falta que la
seguridad social se despoje del sesgo del hombre como proveedor
(Elson y
Cagatay, 2000),
y que incluya a aquéllos que están excluidos del
alcance regulatorio y a aquéllos que comienzan a quedar
fuera del alcance regulatorio del respaldo social público,
en concordancia con la reorganización del mercado de trabajo.
Esto
no significa, sin embargo, que este tipo de programas no ayude
a las mujeres. Son necesarios y respaldan sus funciones de cuidado
y las ayudan a aligerar sus cargas de reproducción social.
La crítica que se puede hacer a estos programas refiere
a que no cuestionan las normas de género relativas al
cuidado.
Conclusiones
Entre los
desafíos que enfrentamos hoy está la necesidad de
crear un conjunto de instrumentos políticos y jurídicos
que reconstruyan el contexto institucional sesgado por el género
en el cual funciona la globalización. Las autoridades
ya no pueden ignorar las interacciones entre la política
económica y las normas de género. Estas últimas
invariablemente dictan la conducta social y la reacción
a las políticas económicas.
Las
políticas se implementan en un contexto institucional
que dicta la distribución de costos y beneficios. Los
instrumentos políticos rozan contra instituciones rígidas.
No se puede esperar que las políticas en sí cambien
el marco institucional de los derechos de propiedad y las obligaciones
de cuidado porque no fueron creadas para eso. Los resultados
inconsistentes hallados por la literatura sobre género
y comercio se explican por esta separación entre el instrumento
político y su contexto institucional.
Aunque
las mujeres y sus movimientos se han opuesto a este marco institucional,
la resistencia sigue siendo fuerte. Sabemos que los mercados
generaron una estructura de incentivos que alienta a las mujeres
a asumir actividades productivas. Pero prácticamente no
conocemos incentivos que alienten a los hombres a asumir responsabilidades
de cuidado.
Este es
un dilema para las activistas feministas. Las autoridades
sólo quieren hablar de las políticas y no de la
interacción de las políticas con las instituciones.
Si no se presta la debida atención a las instituciones,
la política económica siempre le falla a las mujeres.
En el peor de los casos, las políticas explotan a las mujeres.
Finalmente,
aunque existen opiniones diferentes sobre el análisis
de la economía del cuidado, hay consenso sobre la "preocupación
por la calidad futura de la vida en un mercado capitalista en
el cual los servicios de cuidado pagados tienen un papel cada
vez más importante" (Badgett y Folbre, 1999). Las políticas
que no toman en cuenta el género se aúnan para
expulsar la reproducción social del hogar e insertarla
en la esfera privatizada del mercado, en lo que parece ser un
paso de mal a peor.
Referencias
Diane Elson y
Nilufer Cagatay. "The social content of macroeconomic policies,"
World Development, 28(7): pp. 1347-1364, 2000.
M.V. Lee Badgett
y Nancy Folbre. "Assigning care: gender norms and economic
outcomes," International Labour Review, Vol. 138 (1999),
No. 3, pp. 311-326, 1999.
Ronald W. Jones
y Henryk Kierzkowski . "The role of services in production
and international trade: a theoretical framework," en Ronald
R. Jones y Anne Krueger, eds. The Political Economy of International
Trade. Oxford: Basil Blackwell, 1990.
Jong-Soon Kang.
"The services sector in output and international trade,"
en Christopher Findlay y Tony Warren, eds. Impediments to Trade
in Services: Measurement and Policy Implications. Londres: Routledge,
2000.
William Milberg.
"Foreign Direct Investment and Development: Balancing Costs
and Benefits," en International Monetary and Financial Issues
for the 1990s Vol. XI, Ginebra: UNCTAD, 1999.
Saskia Sassen.
Globalization and Its Discontents: Essays on the New Mobility
of People and Money. Nueva York: The New Press, 1998.
*Publicado
originalmente en Social
Watch 2003
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