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ISSN 1688-1672

 



CINE URUGUAYO - AUDIOVISUAL URUGUAYO


Las patrañas del cine uruguayo

Alvaro Buela

Porque este es un país que no cree en la cultura, simplemente no cree en ella, como sí cree -todavía- en la garra charrúa, en el voto secreto y en la ley del mínimo esfuerzo


Hace unas semanas tuve que ir a dar una charla a Maldonado. Llevé mi película, Una forma de bailar que ninguno de los presentes había visto, aunque se trataba de un grupo de gente supuestamente interesada en el cine. Hice una breve introducción y dije que lo demás lo hablaríamos después de que la vieran. Quería que lo que la película tuviera que decir, lo dijera por sí sola.

Cuando retomamos la charla, les pregunté qué les había parecido la película. Sabía que eso implicaba abrir el juego y estar dispuesto a todo, pero no conozco otra manera para desplegar la discusión y el diálogo. Nadie me había dicho cómo había que dirigir el encuentro, así que opté por el camino interactivo, que además es el que menos me aburre.

Las primeras reacciones fueron excesivamente positivas, y provenían en su mayor parte de personas mayores que se deshacían en elogios para los actores, para la fotografía, para "lo uruguaya" que les había parecido.

Un tanto avergonzado (nunca me acostumbraré a tanto entusiasmo), traté de llevar los adjetivos hacia otros niveles de conocimiento, explicando intenciones, marcando frustraciones y, para no parecer ingrato, agradeciendo aquí y allá.

Poco a poco fueron aflorando otras opiniones y otras manifestaciones, mucho menos fervorosas. Eran personas que marcaban errores sobre los errores que yo ya había marcado, que subrayaban los aspectos más vulnerables de la película, que yo también había reconocido, explicando mi ambigüedad para con ellos. Es decir, eran personas que aprovechando la situación de tener al mismo tiempo a película y director en frente, y donde además el director dejaba un flanco de autocrítica por el que introducirse, no podían aplazar su ansiedad de brindar su opinión, de hilar fino, de marcar oposiciones entre ésta y otras películas uruguayas, entre ésta película y lo que comúnmente se entiende por cine.

Había, finalmente, un tercer grupo, que no estaba urgido en expresar a ultranza su fallo, favorable o no, sino en formular preguntas sobre el proceso de hacer una película, sobre los aspectos creativos y su relación con la producción, sobre qué es esto de hacer cine en Uruguay y qué relación tiene con el hacer cine en cualquier lado.

Lamentablemente, como en general ocurre, este último grupo era muy minoritario y muy tímido, y tanto los entusiastas como los críticos-a-tiempo-completo apenas los dejaron intervenir. Pero sus escasas intervenciones dieron pie a los momentos más reflexivos y productivos del diálogo, no sólo para ellos sino también para mí, que había ido sin guión, como en parte lo estoy haciendo ahora, y que había querido que el encuentro se abriera por sus propios medios, sin más guía que una película concreta y la experiencia de hacerla.

Por si resulta necesaria la aclaración, es con la actitud de este tercer grupo con la que me identifico, no sólo en un diálogo sino en todos los órdenes de la vida. Cada vez me siento más cercano a una estrategia que consiste en buscar las preguntas adecuadas antes que las respuestas definitivas. Cada vez desconfío más de la prepotencia de afirmaciones que, más allá de la radicalidad con que son formuladas, esconden el miedo y la inseguridad, o el miedo a la inseguridad. Cada vez estoy más lejos de visiones totalizantes y de dueños de la verdad.

La verdad no tiene dueños, y tampoco los tiene el cine, que debería ser una forma de buscar la verdad. No siempre lo es, claro, y por buscar esa verdad es que continuamos viendo cine y pensando en función del cine. Y por buscar esa verdad tal vez es que habemos un grupo de dementes que, contra todas las leyes de la lógica y de las probabilidades, se empeña en hacer cine en Uruguay, con todo lo que ello implica.

Porque este es un país que no cree en la cultura, simplemente no cree en ella, como sí cree -todavía- en la garra charrúa, en el voto secreto y en la ley del mínimo esfuerzo. Que supone que escribir un libro o hacer una película son productos del ocio, manifestaciones suntuarias. Que legitima el engaño y la corrupción, siempre y cuando se ejerzan con ingenio, y que avala el sueldo millonario de un futbolista o de un director técnico, pero que censura a un músico popular -al que nadie le regaló nada- porque firmó contrato con una multinacional.

Esas características, por masivas que sean, también van en contra de las leyes de la lógica y de las probabilidades, y así nos va. De manera que dentro de ese cúmulo de violaciones al sentido común, reivindico el derecho de los trabajadores culturales a utilizar las herramientas disponibles y hacer lo que tienen que hacer: crear, expresarse, cuestionar, cuestionarse, reflejar, mover, conmover. Que estén advertidos, eso sí, de que se verán expuestos a una dinámica hostil, mezquina y envidiosa.

Sin embargo, también hay que decir que esa dinámica no sólo funciona frente al "exterior" de cada disciplina, sino también -y a veces con mayor intensidad- dentro del propio gremio. La entidad llamada "audiovisual uruguayo" -palabras que encuentro mucho más adecuadas que "cine uruguayo"- no es ajena a esas perversiones y a esos bajos instintos.

Seguramente está influyendo aquí el hecho de que la producción audiovisual en Uruguay siempre se ha encontrado huérfana de una política que la contemple y la ampare, y que ha dejado a sus hijos a la deriva de sus propios recursos, de sus propias fuerzas. Y seguramente la selección natural ha ejercido su decantación: se legitima el que hace, y en Uruguay, el sólo hecho de hacer, de superar la castración atávica del "no se puede", ya significa ser más apto.

Pero eso no implica que faltemos a la autocrítica y nos dejemos engañar por quimeras y falsedades. En mi opinión, la propia condición fragmentaria de la producción nacional, la ambigüedad de criterios ante la imagen propia, la carencia de un referente histórico con el que medirse y la delirante batalla de injustificados egocentrismos, han llevado y siguen llevando al audiovisual uruguayo hacia rumbos inciertos, por no decir perdidos.

Se persigue y se reclama, por ejemplo, la existencia de una "industria" de cine uruguayo. Como no soy un experto en asuntos económicos (apenas soy un periodista que hace cine) voy a dejar de lado algunos razonamientos de perogrullo que indican que toda industria necesita de industriales (que en nuestro país tendrían una identidad por de más alucinatoria). Me voy a referir, en cambio, a ciertos fenómenos concomitantes.

Desde hace varios años, entre algunos productores y realizadores ronda la progresiva convicción de que "para hacer cine en Uruguay hay que apelar a las coproducciones". Demás está decir que detrás de tal afirmación se encuentra la escasa probabilidad de recuperación financiera de cada proyecto, y la búsqueda de otros dineros, y por ende de otros públicos. Yo daría vuelta ese razonamiento, que por otra parte encuentro engañoso, y diría que si hay que apelar a coproducciones para hacer cine en Uruguay, entonces busquemos otras definiciones -transas, híbridos, negocios- pero no hablemos de industria del cine uruguayo, ni de cine uruguayo, ni siquiera hablemos de cine.

Porque un elemento que me alarma -mejor dicho, me provoca rechazo- en toda la polémica al uso sobre el audiovisual uruguayo, sobre la eventual industria o sobre las coproducciones, es la brutal reducción de la riqueza de la imagen a un mecanismo contable. Jamás se habla de cine propiamente dicho ni de la emoción implicada en el proceso de hacerlo, como si toda la energía involucrada se pusiera en función de los marcos y de las paredes, pero no de los cuadros. Y bueno es recordarlo: es con cuadros que se hace la exposición.

Ya estoy escuchando los argumentos y contraargumentos acerca de que el producto audiovisual, a diferencia del de otras artes, requiere de un costoso aparato técnico y humano para su viabilidad. Por supuesto que estoy al tanto de eso. Pero sin desconocer la importancia vital de los medios económicos, exijo que estén en consonancia con los medios expresivos, y no por encima. Para decirlo en términos del teórico David Bordwell, "las relaciones entre el estilo fílmico y el modo de producción son, a nuestro modo de ver, recíprocas, y tienen una influencia mutua".

En ese sentido es donde se abre un abismo entre la producción creativa o, si se quiere, artística, y la producción publicitaria, que sí es una industria pero no es un arte, que está dirigida a vender imágenes pero no a buscarlas o interrogarlas. A pesar de la similitud formal, los códigos publicitarios suelen ser incompatibles con el quehacer de ficción o del documental, no sólo por la generosidad de su economía sino por su lenguaje, sus intereses y sus objetivos.

Trabajar con imágenes no otorga, automáticamente, la condición de cineasta. Y cuando hablo de cineasta no sólo me refiero a la figura del director, sino también al cineasta-guionista, al cineasta-fotógrafo, al cineasta-montajista, al cineasta-músico. Por falta de oportunidades o por falta de cineastas, creo que, hasta ahora, el mentado "cine uruguayo" no es más que una serie de bocetos, buenas intenciones, tendencias, parpadeos, flashes, películas aisladas, manotazos de ahogado.

Tal vez la conjura de una industria con todas las de la ley (por ejemplo, con películas que se financien en la boletería) no sea más que una justificación social por parte de los implicados para realizar sus proyectos, en un país donde la gente de la cultura es culpable hasta que demuestre lo contrario.

Tengo entendido que en la industria del cine -la de verdad, la de Hollywood- el amo y señor es el productor, y no es ese un contexto en el que me gustaría trabajar. También tengo entendido que casi todo país del Tercer Mundo tiene su organismo estatal que, previa selección, financia las películas, aunque sea uno o dos títulos anuales, y aunque sea a pérdida. No veo por qué Uruguay tendría el privilegio de ser diferente, y menos cuando vamos en camino al Cuarto Mundo.

En lo que a mí respecta, me interesa captar imágenes que el Uruguay -por desidia o por flaqueza- aún no ha encontrado, crear personajes y ser fiel a ellos, bucear en los conflictos humanos y mostrarlos de la manera más honesta posible. Me interesa el cine por el cine; no como ajuste de cuentas, ni como plataforma para intereses personales. Me interesa hacer películas para este país, a la escala de este país, a pesar de este país, y no me importa tanto si son en Beta digital, en 35, en 16, en super 8 o en VHS. Me interesa, en fin, buscar las preguntas adecuadas más que tener las respuestas definitivas, como aquel pequeño grupo en Maldonado.

julio, 1999

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