Hace unas semanas tuve
que ir a dar una charla a Maldonado. Llevé mi película,
Una forma de bailar que ninguno de los presentes había
visto, aunque se trataba de un grupo de gente supuestamente interesada
en el cine. Hice una breve introducción y dije que lo
demás lo hablaríamos después de que la vieran.
Quería que lo que la película tuviera que decir,
lo dijera por sí sola.
Cuando retomamos la
charla, les pregunté qué les había parecido
la película. Sabía que eso implicaba abrir el juego
y estar dispuesto a todo, pero no conozco otra manera para desplegar
la discusión y el diálogo. Nadie me había
dicho cómo había que dirigir el encuentro, así
que opté por el camino interactivo, que además
es el que menos me aburre.
Las primeras reacciones
fueron excesivamente positivas, y provenían en su mayor
parte de personas mayores que se deshacían en elogios
para los actores, para la fotografía, para "lo uruguaya"
que les había parecido.
Un tanto avergonzado
(nunca me acostumbraré a tanto entusiasmo), traté
de llevar los adjetivos hacia otros niveles de conocimiento,
explicando intenciones, marcando frustraciones y, para no parecer
ingrato, agradeciendo aquí y allá.
Poco a poco fueron
aflorando otras opiniones y otras manifestaciones, mucho menos
fervorosas. Eran personas que marcaban errores sobre los errores
que yo ya había marcado, que subrayaban los aspectos más
vulnerables de la película, que yo también había
reconocido, explicando mi ambigüedad para con ellos. Es
decir, eran personas que aprovechando la situación de
tener al mismo tiempo a película y director en frente,
y donde además el director dejaba un flanco de autocrítica
por el que introducirse, no podían aplazar su ansiedad
de brindar su opinión, de hilar fino, de marcar oposiciones
entre ésta y otras películas uruguayas, entre ésta
película y lo que comúnmente se entiende por cine.
Había, finalmente,
un tercer grupo, que no estaba urgido en expresar a ultranza
su fallo, favorable o no, sino en formular preguntas sobre el
proceso de hacer una película, sobre los aspectos creativos
y su relación con la producción, sobre qué
es esto de hacer cine en Uruguay y qué relación
tiene con el hacer cine en cualquier lado.
Lamentablemente, como
en general ocurre, este último grupo era muy minoritario
y muy tímido, y tanto los entusiastas como los críticos-a-tiempo-completo
apenas los dejaron intervenir. Pero sus escasas intervenciones
dieron pie a los momentos más reflexivos y productivos
del diálogo, no sólo para ellos sino también
para mí, que había ido sin guión, como en
parte lo estoy haciendo ahora, y que había querido que
el encuentro se abriera por sus propios medios, sin más
guía que una película concreta y la experiencia
de hacerla.
Por si resulta necesaria la aclaración, es con la actitud
de este tercer grupo con la que me identifico, no sólo
en un diálogo sino en todos los órdenes de la vida.
Cada vez me siento más cercano a una estrategia que consiste
en buscar las preguntas adecuadas antes que las respuestas definitivas.
Cada vez desconfío más de la prepotencia de afirmaciones
que, más allá de la radicalidad con que son formuladas,
esconden el miedo y la inseguridad, o el miedo a la inseguridad.
Cada vez estoy más lejos de visiones totalizantes y de
dueños de la verdad.
La verdad no tiene dueños, y tampoco los tiene el cine,
que debería ser una forma de buscar la verdad. No siempre
lo es, claro, y por buscar esa verdad es que continuamos viendo
cine y pensando en función del cine. Y por buscar esa
verdad tal vez es que habemos un grupo de dementes que, contra
todas las leyes de la lógica y de las probabilidades,
se empeña en hacer cine en Uruguay, con todo lo que ello
implica.
Porque este es un país que no cree en la cultura, simplemente
no cree en ella, como sí cree -todavía- en la garra charrúa, en el voto
secreto y en la ley del mínimo esfuerzo. Que supone que
escribir un libro o hacer una película son productos del
ocio, manifestaciones suntuarias. Que legitima el engaño
y la corrupción, siempre y cuando se ejerzan con ingenio,
y que avala el sueldo millonario de un futbolista o de un director
técnico, pero que censura a un músico popular -al
que nadie le regaló nada- porque firmó contrato
con una multinacional.
Esas características, por masivas que sean, también
van en contra de las leyes de la lógica y de las probabilidades,
y así nos va. De manera que dentro de ese cúmulo
de violaciones al sentido común, reivindico el derecho
de los trabajadores culturales a utilizar las herramientas disponibles
y hacer lo que tienen que hacer: crear, expresarse, cuestionar,
cuestionarse, reflejar, mover, conmover. Que estén advertidos,
eso sí, de que se verán expuestos a una dinámica
hostil, mezquina y envidiosa.
Sin embargo, también hay que decir que esa dinámica
no sólo funciona frente al "exterior" de cada
disciplina, sino también -y a veces con mayor intensidad-
dentro del propio gremio. La entidad llamada "audiovisual
uruguayo" -palabras que encuentro mucho más adecuadas
que "cine uruguayo"- no es ajena a esas perversiones
y a esos bajos instintos.
Seguramente está influyendo aquí el hecho de que
la producción audiovisual en Uruguay siempre se ha encontrado
huérfana de una política que la contemple y la
ampare, y que ha dejado a sus hijos a la deriva de sus propios
recursos, de sus propias fuerzas. Y seguramente la selección
natural ha ejercido su decantación: se legitima el que
hace, y en Uruguay, el sólo hecho de hacer, de superar
la castración atávica del "no se puede",
ya significa ser más apto.
Pero eso no implica que faltemos a la autocrítica y nos
dejemos engañar por quimeras y falsedades. En mi opinión,
la propia condición fragmentaria de la producción
nacional, la ambigüedad de criterios ante la imagen propia,
la carencia de un referente histórico con el que medirse
y la delirante batalla de injustificados egocentrismos, han llevado
y siguen llevando al audiovisual uruguayo hacia rumbos inciertos,
por no decir perdidos.
Se persigue y se reclama, por ejemplo, la existencia de una "industria"
de cine uruguayo. Como no soy un experto en asuntos económicos
(apenas soy un periodista que hace cine) voy a dejar de lado
algunos razonamientos de perogrullo que indican que toda industria
necesita de industriales (que en nuestro país tendrían
una identidad por de más alucinatoria). Me voy a referir,
en cambio, a ciertos fenómenos concomitantes.
Desde hace varios años, entre algunos productores y realizadores
ronda la progresiva convicción de que "para hacer
cine en Uruguay hay que apelar a las coproducciones". Demás
está decir que detrás de tal afirmación
se encuentra la escasa probabilidad de recuperación financiera
de cada proyecto, y la búsqueda de otros dineros, y por
ende de otros públicos. Yo daría vuelta ese razonamiento,
que por otra parte encuentro engañoso, y diría
que si hay que apelar a coproducciones para hacer cine en Uruguay,
entonces busquemos otras definiciones -transas, híbridos,
negocios- pero no hablemos de industria del cine uruguayo, ni
de cine uruguayo, ni siquiera hablemos de cine.
Porque un elemento que me alarma -mejor dicho, me provoca rechazo-
en toda la polémica al uso sobre el audiovisual uruguayo,
sobre la eventual industria o sobre las coproducciones, es la
brutal reducción de la riqueza de la imagen a un mecanismo
contable. Jamás se habla de cine propiamente dicho ni
de la emoción implicada en el proceso de hacerlo, como
si toda la energía involucrada se pusiera en función
de los marcos y de las paredes, pero no de los cuadros. Y bueno
es recordarlo: es con cuadros que se hace la exposición.
Ya estoy escuchando los argumentos y contraargumentos acerca
de que el producto audiovisual, a diferencia del de otras artes,
requiere de un costoso aparato técnico y humano para su
viabilidad. Por supuesto que estoy al tanto de eso. Pero sin
desconocer la importancia vital de los medios económicos,
exijo que estén en consonancia con los medios expresivos,
y no por encima. Para decirlo en términos del teórico
David Bordwell, "las relaciones entre el estilo fílmico
y el modo de producción son, a nuestro modo de ver, recíprocas,
y tienen una influencia mutua".
En ese sentido es donde se abre un abismo entre la producción
creativa o, si se quiere, artística, y la producción
publicitaria, que sí es una industria pero no es un arte,
que está dirigida a vender imágenes pero no a buscarlas
o interrogarlas. A pesar de la similitud formal, los códigos
publicitarios suelen ser incompatibles con el quehacer de ficción
o del documental, no sólo por la generosidad de su economía
sino por su lenguaje, sus intereses y sus objetivos.
Trabajar con imágenes no otorga, automáticamente,
la condición de cineasta. Y cuando hablo de cineasta no
sólo me refiero a la figura del director, sino también
al cineasta-guionista, al cineasta-fotógrafo, al cineasta-montajista,
al cineasta-músico. Por falta de oportunidades o por falta
de cineastas, creo que, hasta ahora, el mentado "cine uruguayo"
no es más que una serie de bocetos, buenas intenciones,
tendencias, parpadeos, flashes, películas aisladas, manotazos
de ahogado.
Tal vez la conjura de una industria con todas las de la ley (por
ejemplo, con películas que se financien en la boletería)
no sea más que una justificación social por parte
de los implicados para realizar sus proyectos, en un país
donde la gente de la cultura es culpable hasta que demuestre
lo contrario.
Tengo entendido que en la industria del cine -la de verdad, la
de Hollywood- el amo y señor es el productor, y no es
ese un contexto en el que me gustaría trabajar. También
tengo entendido que casi todo país del Tercer Mundo tiene
su organismo estatal que, previa selección, financia las
películas, aunque sea uno o dos títulos anuales,
y aunque sea a pérdida. No veo por qué Uruguay
tendría el privilegio de ser diferente, y menos cuando
vamos en camino al Cuarto Mundo.
En lo que a mí respecta, me interesa captar imágenes
que el Uruguay -por desidia o por flaqueza- aún no ha
encontrado, crear personajes y ser fiel a ellos, bucear en los
conflictos humanos y mostrarlos de la manera más honesta
posible. Me interesa el cine por el cine; no como ajuste de cuentas,
ni como plataforma para intereses personales. Me interesa hacer
películas para este país, a la escala de este país,
a pesar de este país, y no me importa tanto si son en
Beta digital, en 35, en 16, en super 8 o en VHS. Me interesa,
en fin, buscar las preguntas adecuadas más que tener las
respuestas definitivas, como aquel pequeño grupo en Maldonado.
julio, 1999
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