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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



POE, EDGAR ALLAN - DISNEY, WALTER ELIAS- EXPERIENCIA DEL VACÍO - CUENTOS DE LO GROTESCO Y ARABESCO - CUENTO MODERNO


Poeland*

Amir Hamed
La inquina milimétrica con la que Poe inventó el relato moderno parece haber encerrado la gramática de este mundo, y en sus historias, los personajes son autores o víctimas de edificios tan vanos como opresivos. No hay construcción que no parezca un féretro, e incluso los ataúdes han llegado demasiado temprano, porque los humanos no han terminado de morirse

A fines del siglo XX, se hizo cada vez más insistente la fantasía de que se aproximaba el momento en que, cataléptico y encriptado en hielo, Walter Elias Disney regresaría para adueñarse del imperio de banalidades amasado por sus herederos. De hacerle caso a la fábula, se puede sospechar que volvería a la vida cuando la disneyficación del mundo hubiera sido concluida, una vez que completada la versión Disney de la Biblia y que, todavía a los 70 años, pero con décadas de ausente, una vez puestos los pies sobre su reino, habría descubierto, no sin horror, que el emporio Disney no hizo más que repetir trivialidades, con excepción, tal vez, de cierto pato justiciero, gótico y megalómano, de nombre Darkwing, ése que grita "soy el terror que aletea en la noche".

Walter Elias, eso es seguro, reconocería no sólo su crimen -la descomunal pacotilla que a partir de su impulso fue erigida- sino que, en acto de contrición, concedería que la mejor imaginación popular, y tal vez uno de los pocos antídotos contra tanto y tan chato Disney, fue patrimonio de un compatriota suyo, nacido en Boston en 1809: Edgar Allan Poe.

Recordaría Walt, abrumado por la mole de sus propias disneylandias que, después de los Cuentos de lo grotesco y arabesco, la vida fue crimen, y que no había cómo ocultarlo. La inquina milimétrica con la que Poe inventó el relato moderno parece haber encerrado la gramática de este mundo, y en sus historias, los personajes son autores o víctimas de edificios tan vanos como opresivos. No hay construcción que no parezca un féretro, e incluso los ataúdes han llegado demasiado temprano, porque los humanos no han terminado de morirse. Incluso un gato puede maullar después de enterrado, o el corazón arrítmico de un viejo asesinado retumba, incansable, después de haber sido lapidado.

Cada rincón mezquina el aire. Campean los albañiles que planifican sus venganzas, los artífices atormentados que diseñaron los terrores de la Inquisición, cronométricos y filosos como un péndulo. Cuanto más grandioso el edificio, más cenagoso el terreno donde se han apoyado. Los cimientos tantean sobre un vórtice centrípeto y devorador y es como que a cada paso, en la tiniebla, se agujerea el suelo. Impotente la corteza de la tierra para sostener semejante arquitectura.

El mundo
(y el bobalicón mundo Disney incluido) antes de vivir o dejarse morir, ya ha sido enterrado; e incluso para el pionero de los detectives, esa criatura poeniana llamada Augusto Dupin, la única interrogante lícita pareciera consistir en saber cómo podría medirse el vértigo que acecha bajo los pies. En tanto más se lo repasa, más se advierte que el soporte de las pesadillas que Poe nos regaló es la misma experiencia del vacío. A fuerza de extremar la razón, nos legó un suelo tan inconsistente como el papel de los periódicos que publicaban sus fantasías, o como el soporte del alma, que ya había perdido toda trascendencia. Porque Disney o cualquiera recordará que el asesino del cuarto cerrado, el capaz de una proeza sobrehumana, no es ni hombre ni pato. Es una fábula tormentosa por lo inevitable: un simio, semejante a un humano.


* Publicado originalmente en Insomnia, Nº 21

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