H enciclopedia 
es administrada por
Sandra López Desivo

© 1999 - 2013
Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



BLAKE, WILLIAM - ROMANTICISMO - MORRISON, JIM - KANT, INMANUEL -


Las bodas de Blake*

Amir Hamed
Blake no precisó que le inventaran el sicoanálisis para asegurar que "quien desea y no obra engendra peste", como tampoco le fueron necesarios ni el peyote ni el ácido lisérgico para concluir, más bellamente que Kant, que "si las puertas de la percepción se limpiaran, el mundo aparecería tal cual es, infinito"

"Queremos el futuro, y lo queremos ahora", fue el grito de guerra de uno de los últimos románticos, Jim Morrison, y de su grupo The Doors. Esa frase resumía el clamor de los jóvenes de los sesenta y en buena medida ha marcado las ansiedades de las últimas tres décadas.

Cansancio de tanta modernidad, de tanto proyectarse -y automutilarse- en aras de la historicidad y el futuro, la convocatoria a la libertad de Morrison provenía de cierto oscuro y quemante poeta, precursor del romanticismo, que a contrapelo de la racionalidad de su época se dedicó a tener visiones y a comulgar con profetas, ángeles y demonios. William Blake había nacido en Inglaterra en pleno siglo XVIII, que se autodenominó "de las luces", y su libro fundamental, Las Bodas del Cielo y el infierno, se mantiene todavía hoy rabioso y libre, como si aún no terminara de ser leído.

Sus poemas eran muy poco académicos, la métrica de sus versos resultaba demasiado irregular para el gusto de entonces, pero sus sentencias se mantienen tan plenas como su invitación a vivir.

Es al tiempo la virtud y la fragilidad de ciertos visionarios, que a veces deben esperar décadas y también siglos para que empiecen a ser asimilados. En pleno auge del racionalismo, mientras sus contemporáneos se abandonaban al progreso y comenzaban a mapear el porvenir con claves cientificistas,
Blake se codeaba con seres celestiales y criaturas infernales.

Como futurista o visionario, la suya parecía retórica anticuada, pero él sólo podía ahondar en sus verdades, que se adelantaron a las de los más importantes gurúes de la modernidad. Blake no precisó que le inventaran el psicoanálisis para asegurar que "quien desea y no obra engendra peste", como tampoco le fueron necesarios ni el peyote ni el ácido lisérgico para concluir, más bellamente que Kant, que "si las puertas de la percepción se limpiaran, el mundo aparecería tal cual es, infinito". Tampoco debió esperar a la ética del rock and roll, que desde Jerry Lee Lewis hasta Marilyn Manson parece repetir la máxima blakeana de que "el camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría".

Retraído de su sociedad y absorto en sus visiones, sus metáforas, casi siempre ancladas en los elementos más concretos y cotidianos, apresaron como casi ninguna otra el tiempo de esta modernidad de la que nadie logra escapar y parecen autoprogramadas, desde el pretérito, para poder ser leídas en toda su potencia recién ahora.

Si a principios de este siglo, para Joyce, la historia, en tanto narrativa moderna, era una pesadilla de la que quería despertar, el último profeta de la comunicación, Nicholas Negroponte, acaba de redefinir las reglas cuando afirma que "si no eres digital, eres historia" (es decir, eres pasado, es decir, estás muerto). Pero quien lea la frase de Blake que delimita con parsimonia que "el mejor vino es el viejo, la mejor agua la nueva" aprenderá que también algunas cosas, cuanto más viejas, mejor pueden ser saboreadas.

Y precisamente esto sucede con las 'Bodas' de Blake, que día a día parecen tener más para decir. A fin de cuentas, él ya lo había anticipado: "crear una pequeña flor es labor de eras".
  

* Publicado originalmente en Insomnia, Nº 1

VOLVER AL AUTOR

             

Google


web

H enciclopedia