Los niños suelen
comenzar una relación de juego, cuando no se conocen, mediante
el trámite de preguntarse mutuamente sus nombres, pero
entre los adultos la introducción del nombre marca un estadio
avanzado de la confianza, si no hubo un tercero que oficiara de
presentador. Es frecuente complementar una fugaz pronunciación
del propio nombre
con el ofrecimiento de una tarjeta personal, que además
tiene la ventaja de describir la profesión del sujeto,
es decir, cierta ubicación dentro de una hipotética
jerarquía social.
Cuando no hay tarjeta, suele pedirse disculpas por el descuido.
La tarjeta hace las veces del tercero presentador, porque supone,
cosa cierta, la intervención de otros (aunque
no sean más que unos impresores). La presentación a través
de un oficiante ocurre y ocurrió en todo el mundo, en
todas las culturas, en todas las épocas. Frazer relata
costumbres de diversos pueblos, donde la clave es evitar la pronunciación
del propio nombre. Existen los extremos de aquellos que mantienen
su nombre en estricto secreto, y utilizan en público un
apodo o nombre falso, pero es más común que no
haya inconveniente en hacer saber el nombre, mientras no sea
uno mismo quien lo pronuncie. Según Frazer, esto obedece
a tabúes relacionados con creencias mágicas. En
efecto, de acuerdo a los principios de la magia, existe un vínculo
auténtico entre el nombre y el objeto que designa, de
tal modo que actuando sobre uno, se producen efectos sobre el
otro.
Aun en nuestra cultura los padres suelen ser cuidadosos a la
hora de dar nombre a sus hijos. Los nombres de santos pueden
ser vestigios del anhelo de una protección divina: el
nombre de un santo cedería parte de los valores de su
dueño original a su nuevo poseedor.
Cuando uno pronuncia su propio nombre emplea su aliento -parte
material de sí mismo- para decirlo; en cambio, si otro
lo dice, el vínculo entre el nombre y su poseedor es más
débil, y por lo tanto los efectos de eventuales manipulaciones
mágicas serán menores. Aceptemos como hipótesis
que de allí proviene la costumbre de buscar a alguien
para que nos presente. Esto supone la presencia de al menos tres
personas.
Con el crecimiento
de los contactos a distancia, la gente se conoce cada vez
más a través de sistemas que ponen en contacto a
dos, sin mediaciones. Por otra parte, frecuentemente esos dos
se encuentran por azar, sin otra motivación que el propio
contacto.
Se explica que la enorme mayoría de las personas que usan
estos medios -el chat, el correo electrónico- utilicen
un seudónimo. Su
intención original no es lograr una impunidad anticipada
para una proyectada conducta reprobable, sino el miedo ancestral
a exponer el verdadero nombre, no sea que la magia de Internet
se vuelva, negra, contra el navegante.
* Publicado originalmente
en Insomnia
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