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ISSN 1688-1672

 



NOMBRE PROPIO - INTERNET -

Tabú del nombre en Internet*

Carlos Rehermann

En nuestra cultura los padres suelen ser cuidadosos a la hora de dar nombre a sus hijos. Los nombres de santos pueden ser vestigios del anhelo de una protección divina: el nombre de un santo cedería parte de los valores de su dueño original a su nuevo poseedor

Los niños suelen comenzar una relación de juego, cuando no se conocen, mediante el trámite de preguntarse mutuamente sus nombres, pero entre los adultos la introducción del nombre marca un estadio avanzado de la confianza, si no hubo un tercero que oficiara de presentador. Es frecuente complementar una fugaz pronunciación del propio nombre con el ofrecimiento de una tarjeta personal, que además tiene la ventaja de describir la profesión del sujeto, es decir, cierta ubicación dentro de una hipotética jerarquía social.

Cuando no hay tarjeta, suele pedirse disculpas por el descuido. La tarjeta hace las veces del tercero presentador, porque supone, cosa cierta, la intervención de otros
(aunque no sean más que unos impresores). La presentación a través de un oficiante ocurre y ocurrió en todo el mundo, en todas las culturas, en todas las épocas. Frazer relata costumbres de diversos pueblos, donde la clave es evitar la pronunciación del propio nombre. Existen los extremos de aquellos que mantienen su nombre en estricto secreto, y utilizan en público un apodo o nombre falso, pero es más común que no haya inconveniente en hacer saber el nombre, mientras no sea uno mismo quien lo pronuncie. Según Frazer, esto obedece a tabúes relacionados con creencias mágicas. En efecto, de acuerdo a los principios de la magia, existe un vínculo auténtico entre el nombre y el objeto que designa, de tal modo que actuando sobre uno, se producen efectos sobre el otro.

Aun en nuestra cultura los padres suelen ser cuidadosos a la hora de dar nombre a sus hijos. Los nombres de santos pueden ser vestigios del anhelo de una protección divina: el nombre de un santo cedería parte de los valores de su dueño original a su nuevo poseedor.

Cuando uno pronuncia su propio nombre emplea su aliento -parte material de sí mismo- para decirlo; en cambio, si otro lo dice, el vínculo entre el nombre y su poseedor es más débil, y por lo tanto los efectos de eventuales manipulaciones mágicas serán menores. Aceptemos como hipótesis que de allí proviene la costumbre de buscar a alguien para que nos presente. Esto supone la presencia de al menos tres personas.

Con el crecimiento de los contactos a distancia, la gente se conoce cada vez más a través de sistemas que ponen en contacto a dos, sin mediaciones. Por otra parte, frecuentemente esos dos se encuentran por azar, sin otra motivación que el propio contacto.

Se explica que la enorme mayoría de las personas que usan estos medios -el chat, el correo electrónico- utilicen un seudónimo. Su intención original no es lograr una impunidad anticipada para una proyectada conducta reprobable, sino el miedo ancestral a exponer el verdadero nombre, no sea que la magia de Internet se vuelva, negra, contra el navegante.


* Publicado originalmente en Insomnia

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