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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 




RISA - HUMOR - SÁTIRA - QUEVEDO Y VILLEGAS, FRANCISCO DE - SATANÁS -

Puf y risas (I)*

Amir Hamed
Se dice que el humor es patrimonio de los dioses, y que su mejor manifestación es reírse de uno mismo. Los satíricos -es decir los moralistas- no logran hacerlo. La risa de la sátira -invariable- esconde un pedestal


"La voz del culo que llamamos pedo/- ruiseñor de los putos -/con pullas y con risas da la vida/ y con puf y con asco siendo quedo", es estrofa que verifica que un solemne como Don Francisco de Quevedo y Villegas, tenía todo para ser gracioso. En lo superficial puede resultar paradójico su humor, moralista recordado como personaje de picaresca, héroe de chistes. Paradójico, pero en rigor bien ganado, ya que nadie, al menos en castellano, logró detallar tan escrupulosamente los derroches de ese ojo tercero que llamamos del culo. Hablando de sus bondades, Don Francisco, enemigo de sodomitas, explicaba que "no hay placer más exquisito/ que cagar bien despacito/ ni placer mejor probado/ que después de haber cagado".

Es en instancias como ésta cuando estamos casi a punto de amar al amonestador crónico (que escribiera tratados de moral para el rey). Prefiere, sin embargo, que lo admiremos. Por eso, invariablemente se distancia, y en medio del festejo, imprime su lejanía, para que no intentemos tocarlo. Por eso el verso que emblematiza al ruiseñor, por eso puede escribir un soneto donde consigna un puto en cada verso y se excluye, en el último, advirtiendo que "puto fuera yo si no dijera, que sois puta vos, señora mía" (había avisado, en el primero, "puto es el hombre que de putas fía"). Debemos admirarlo porque no es puto (ni sodomita ni putañero), porque nos da la limosna de sus versos (no los comparte). Ésta, en definitiva, es la función de la sátira, un género soberbio y en último término antipático.

Se dice que el humor es patrimonio de los dioses, y que su mejor manifestación es reírse de uno mismo. Los satíricos -es decir los moralistas- no logran hacerlo. La risa de la sátira -invariable- esconde un pedestal.

Distinto es Lázaro de Tormes, que sufre y prodiga porrazos. A todo le ve mala cara hasta que le dan de comer. Nos hace reír todo el tiempo; a lo lejos, está juzgando, pero se involucra en el chiquero. No hay que olvidar, en último término, que escribe para que lo exculpen. Todos en alguna medida tenemos memoria del hambre; es algo que hace llorar.

El anónimo Lazarillo de Tormes es disfrute inusual en castellano. Salió de nada e inventó la novela. En su memorable Buscón, Quevedo quiso seguirlo: mal podía. El hambre no era hambre; era hipérbole y adefesio. Lázaro ríe con nosotros, y pide que nos riamos con él. El otro se ríe de su buscón; acaso lo padece, pero nunca padece con él.

De la risa, el siglo veinte dijo un par de cosas: Bergson afirmó que revelaba los automatismos del mundo y de los humanos que lo conformaban; Bajtin, que abría una distancia con el objeto. Era, como se sabe, un siglo de crítica, y en ese sentido, ambos la veían como crisis. Ellos, y también Freud, la consideraban instrumento liberador, en una edad que sigue instigando la liberación. Ahora bien, el que se rió primero, crítico y desafiante (de sobra es sabido, precursor de todo emancipado) fue el Señor Satanás. Lugar común es la carcajada satánica. Como se sabe, cuando el caído carcajea es porque ha propinado un chiste que nadie más entiende; pero éste, se puede decir, es su avatar romántico. Hay una variante más siglo veinte (es decir menos romántica): en ocasiones se ríe -incluso con nosotros-, pero Satanás se tapa el rostro para que no lo veamos. Acaso, si no lo hiciera, llegaríamos a quererlo. Pero es ángel intocable y, aunque humorista riguroso, e incluso si comparte, no quiere que lo involucren: de las dos variantes del pedo, elige ese último, el siempre quedo.


* Publicado originalmente en Insomnia

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