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EDUCACIÓN SEXUAL -
Problemitas
en casa*
Carlos
Rehermann
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Nada puede hacer correr un escalofrío más
espeluznante por mi espalda que la idea de que un maestro o un
profesor de liceo, o, por favor no, un médico, comience
a propalar palabras sobre sexo ante una clase |
Desde hace tiempo
se oyen voces que reclaman que se imparta educación sexual
en las escuelas. Es la marca del sujeto progresista, civilizado
y culto. Algunos inocentes creíamos vagamente, sin haber
pensado demasiado en el caso, que eso era un indicio de apertura,
de una cierta libertad mayor. Ahora, luego de la publicación
de un estoico librito sobre higiene sexual por parte de las autoridades
de la enseñanza, que sabemos cuán graves disfunciones
sexuales padecen numerosas personalidades que han salido a horrorizarse
en público sobre el hecho, podemos dudar acerca de los
motivos de aquel reclamo. Cabe sospechar que no son los niños
quienes tanto necesitan una educación sexual, sino sus
padres.
Por lo demás, nadie en su sano juicio puede definir qué
debería entenderse por educación sexual, visto lo
poco que demostramos saber acerca de la educación a secas
y del sexo sin más. Claro que el
sano juicio es un requisito opcional cuando se trata de educación
y en particular de sexo.
Cortando por lo sano, los editores
del libro se dedican a la enfermedad. El libro da un poco de miedo,
ya que el sexo se presenta como una fuente de calamidades y enfermedades;
ah, sí, y de placer, misterioso y burbujeante como copas
de champán. Ya sabemos que el terror es un buen método
de prevención. Pero dejemos el libro; después de todo,
no es más que otro libro, como la Biblia, Mi lucha
o Las aventuras de un yanqui en la corte del Rey Arturo.
Lo primero que llama la atención es que a quienes se convoca
a hablar sobre el tema es a médicos y maestros. El enfoque,
por lo tanto, es higiénico -se trata de prevenir enfermedades-
y normativo, que es lo único que ha demostrado ser capaz
de producir la educación formal, por lo menos en Occidente
desde antes de la era cristiana.
Lo que importa, verdaderamente, es que la gente quiere que otros
hablen de sexo con sus hijos. Nada puede hacer correr un escalofrío
más espeluznante por mi espalda que la idea de que un
maestro o un profesor de liceo, o, por favor no, un médico,
comience a propalar palabras sobre sexo ante una clase. Y ese
miedo proviene del reclamo generalizado de que otros hablen con
sus hijos.
Si se examinan los programas de biología de liceo, se
encontrará que se aborda el tema de la reproducción
con un énfasis en las enfermedades que no se encuentra,
por ejemplo, en el caso del aparato digestivo.
Tanta insistencia en la enfermedad habla de cierto grado, al
menos, de hipocondría. No hay que olvidar que el hipocondríaco
no está completamente equivocado; padece, justamente,
de hipocondría, lo que quiere decir que efectivamente
tiene razón: está enfermo.
Ahora, la prueba definitiva del horror de los padres a establecer
una conversación sobre sexo con sus hijos, es el libro
que acaba de publicar el Estado. No se trata de un texto de estudio,
sino de un material de apoyo, es decir, tiende justamente a introducir
el tema más allá de las clases, lo cual es un rasgo
positivo, a pesar de su intensidad médica. He allí
el problema: ese más allá puede colocar el tema
justamente en el hogar. Que hablen otros, pedimos, pero que no
nos hagan hablar a nosotros. Quién sabe qué tartamudeos
nos obligará a balbucir esa obra sin guía ni control.
* Publicado
originalmente en Insomnia, Nº 131 |
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