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ISSN 1688-1672

 



EDUCACIÓN SEXUAL -

Problemitas en casa*

Carlos Rehermann

Nada puede hacer correr un escalofrío más espeluznante por mi espalda que la idea de que un maestro o un profesor de liceo, o, por favor no, un médico, comience a propalar palabras sobre sexo ante una clase

Desde hace tiempo se oyen voces que reclaman que se imparta educación sexual en las escuelas. Es la marca del sujeto progresista, civilizado y culto. Algunos inocentes creíamos vagamente, sin haber pensado demasiado en el caso, que eso era un indicio de apertura, de una cierta libertad mayor. Ahora, luego de la publicación de un estoico librito sobre higiene sexual por parte de las autoridades de la enseñanza, que sabemos cuán graves disfunciones sexuales padecen numerosas personalidades que han salido a horrorizarse en público sobre el hecho, podemos dudar acerca de los motivos de aquel reclamo. Cabe sospechar que no son los niños quienes tanto necesitan una educación sexual, sino sus padres.

Por lo demás, nadie en su sano juicio puede definir qué debería entenderse por educación sexual, visto lo poco que demostramos saber acerca de la educación a secas y del sexo sin más. Claro que el sano juicio es un requisito opcional cuando se trata de educación y en particular de sexo.
Cortando por lo sano, los editores del libro se dedican a la enfermedad. El libro da un poco de miedo, ya que el sexo se presenta como una fuente de calamidades y enfermedades; ah, sí, y de placer, misterioso y burbujeante como copas de champán. Ya sabemos que el terror es un buen método de prevención. Pero dejemos el libro; después de todo, no es más que otro libro, como la Biblia, Mi lucha o Las aventuras de un yanqui en la corte del Rey Arturo.

Lo primero que llama la atención es que a quienes se convoca a hablar sobre el tema es a médicos y maestros. El enfoque, por lo tanto, es higiénico -se trata de prevenir enfermedades- y normativo, que es lo único que ha demostrado ser capaz de producir la educación formal, por lo menos en Occidente desde antes de la era cristiana.

Lo que importa, verdaderamente, es que la gente quiere que otros hablen de sexo con sus hijos. Nada puede hacer correr un escalofrío más espeluznante por mi espalda que la idea de que un maestro o un profesor de liceo, o, por favor no, un médico, comience a propalar palabras sobre sexo ante una clase. Y ese miedo proviene del reclamo generalizado de que otros hablen con sus hijos.

Si se examinan los programas de biología de liceo, se encontrará que se aborda el tema de la reproducción con un énfasis en las enfermedades que no se encuentra, por ejemplo, en el caso del aparato digestivo.

Tanta insistencia en la enfermedad habla de cierto grado, al menos, de hipocondría. No hay que olvidar que el hipocondríaco no está completamente equivocado; padece, justamente, de hipocondría, lo que quiere decir que efectivamente tiene razón: está enfermo.

Ahora, la prueba definitiva del horror de los padres a establecer una conversación sobre sexo con sus hijos, es el libro que acaba de publicar el Estado. No se trata de un texto de estudio, sino de un material de apoyo, es decir, tiende justamente a introducir el tema más allá de las clases, lo cual es un rasgo positivo, a pesar de su intensidad médica. He allí el problema: ese más allá puede colocar el tema justamente en el hogar. Que hablen otros, pedimos, pero que no nos hagan hablar a nosotros. Quién sabe qué tartamudeos nos obligará a balbucir esa obra sin guía ni control.


* Publicado originalmente en Insomnia, Nº 131
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