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ISSN 1688-1672

 



ONETTI, JUAN CARLOS - HERNÁNDEZ, FELISBERTO - GORDURA - FLACURA - MUJERES GORDAS - OBESIDAD -
ESCRITURA - QUIROGA, HORACIO - "PARA UNA TUMBA SIN NOMBRE" - "LA CASA INUNDADA"

Lo gordo y lo flaco en Onetti y Felisberto Hernández*

Gustavo San Román
Para ubicar a El Viejo Pancho hay que considerar una tercera fase del género, que se consolidó en Uruguay a fines del siglo XIX y principios del XX, y que pertenece al movimiento del “tradicionalismo”, caracterizado por un fuerte tono nostálgico


Onetti, Felisberto Hernández y otros

Onetti prefiere personajes delgados. En sus textos la gente gorda tiende a ser tratada con lástima o con desprecio. Un ejemplo claro es Tito Perotti, quien según Jorge Malabia en "El álbum" (1953) es "gordito, sonrosado, presuntuoso, servil, […] idiota". Evaluación parecida se aplica a otros personajes más importantes que a primera vista parecerían merecer el respeto del autor implícito, por lo menos parcial o temporalmente. Es el caso de Larsen, a quien Onetti llamó "un artista fracasado" en entrevista; su adiposidad es señal de que no logrará sus metas. Larsen es "el hombre gordo" cuando lo conocemos al principio de "Tierra de nadie" (1941), y aparece todavía más pesado cuando retorna a Santa María en la escena que abre "El astillero" (1961), lo que parece indicar su mayor conformismo: "tal vez más gordo, más bajo, confundible y domado en apariencia." Un trato similar recibe el más maduro y más conservador Jorge Malabia en "La muerte y la niña" (1973), donde Díaz Grey anuncia que Jorge "estaba aprendiendo a ser imbécil. […] Su cara y su vientre estaban engordando".

Esta postura de Onetti en cuanto a la obesidad también afecta a los personajes femeninos, como demuestran sus novelas primera y última. Al principio de El pozo
(1939), cuando Linacero expresa su disgusto por la gente que ve por la ventana, se fija en "la mujer gorda lavando en la pileta, rezongando sobre la vida". Y la decadencia de Elvirita en Cuando ya no importe (1993) queda pronosticada por el narrador en términos relacionados con su peso: "Imaginé a la muchacha gorda, obesa, perdiendo por los mofletes el encanto de la inocencia". En fin, la grasa en Onetti parece estar asociada con el materialismo y los valores burgueses en el caso de los hombres, y con la pérdida de la inocencia sexual en el de las mujeres, que generalmente se convierten en putas o (lo que puede ser peor) en madres, como expone Linacero en un notorio pasaje de El pozo.

La actitud de Onetti hacia las mujeres con exceso de carnes es muy contraria a la de Felisberto Hernández, cuyos textos festejan a matronas deseadas subrepticiamente por los protagonistas masculinos. Hay dos cuentos donde esta preferencia es explícita: "La casa inundada" y el póstumo "Úrsula"; en éste último el narrador gusta de recordar el "cuerpo grande" de la protagonista caminando por una calle angosta cuando "a cada paso sus pantorrillas se rozaban y las carnes le quedaban temblando". Usando una imagen similar, el narrador de "La casa inundada" fantasea sobre la posibilidad de estar casado con la voluminosa señora Margarita y sobre las burlas de sus novias anteriores, quienes "se reirían de mí al descubrirme caminando por veredas estrechas detrás de una mujer gruesísima".

Esta imagen de una mujer enorme que interfiere con los pasos del narrador por un camino angosto apunta hacia la posibilidad de considerar la gordura y la flacura como categorías de escritura. Un texto "flaco" o "gordo" no sólo privilegiaría o maltrataría a personajes delgados u obesos, sino que también exhibiría un grosor determinado en su discurso y variaría en cuanto a la firmeza de su trama.

Recordando los preceptos de otro escritor compatriota, Horacio Quiroga, se podría afirmar que un texto es más "flaco" que otro si presenta una trama más directa y una mayor economía de medios, de acuerdo con los famosos consejos de su "Decálogo" y otros textos didácticos y juguetones: "no empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas", "toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final.
[…] No abuses del lector". Las ideas de Quiroga sobre el cuento ideal ayudan a distinguir entre los dos escritores posteriores, y es intuición generadora del presente ensayo que Onetti es autor de textos más "delgados" que Hernández, cuya estética, por su parte, tiende hacia la adiposidad. Para poner a prueba esta hipótesis consideremos dos textos que salieron con una diferencia de pocos meses: "Para una tumba sin nombre" (1959) y "La casa inundada" (1960).

Las dos historias tejen una trama que al principio no está en las manos del narrador. En "Para una tumba...", quien cuenta es el doctor Díaz Grey, portavoz común en los textos del ciclo de Santa María y el más identificable con el autor. Díaz Grey presenta las versiones que ha oído sobre la muerte y entierro de Rita, otrora sirvienta de la familia Malabia. Su fuente principal de información es Jorge Malabia, quien hizo los arreglos del entierro de Rita y cuidó su achacoso chivo hasta que se le murió poco tiempo después; la segunda y contradictoria fuente es Tito Perotti, compañero de Jorge. El doctor agrega su versión en un capítulo y avisa al final del libro que lo que se ha contado no es necesariamente cierto. En "La casa inundada", el anónimo narrador cuenta la historia de la señora Margarita, patrona rica y corpulenta que lo contrata para que, remando un bote alrededor de una isla en el jardín acuático de su casa, escuche sus recuerdos sobre el desaparecido marido José y las explicaciones sobre su peculiar relación con el agua.

Como Díaz Grey, este narrador tiene poca fe en la verdad de su historia y, al ser escritor y compartir ciertas características con otros protagonistas de Hernández, también es un probable representante del autor.
Los dos narradores difieren, sin embargo, en el control último que ejercen sobre la trama: débil en el caso de Hernández; férreo en el de Onetti. Una pista de esta diferencia se ve en la diversa actitud de cada narrador frente a un curioso paralelo en el centro de los dos textos: la condición de Rita y de José, quienes motivan la trama, es oscura. Ambos pueden estar muertos, o no; en cada caso, sus tumbas -el nicho del cementerio de Santa María y la fuente en la casa inundada- quizás sean sólo cenotafios, sepulturas vacías.

En "La casa inundada", la ambigüedad queda anunciada al principio, cuando el narrador vacila sobre la posibilidad de que José esté enterrado en la isla, y se mantiene hasta el final, en las palabras de dedicación de la historia por Margarita a José: "Esté vivo o esté muerto". La posición de Díaz Grey es muy distinta, ya que rechaza la última versión de los hechos según Jorge
("Hubo una mujer que murió y enterramos, hubo un cabrón que murió y enterré. Y nada más"), y la carta de Tito, cuyo contenido contradice al amigo. Es más, es Díaz Grey quien declara que quizás no haya habido cuerpo en el ataúd que se enterró ("no me extrañaría demasiado que resultara inútil […] toda pesquisa en los libros del cementerio"). Hay otros dos casos del control del narrador de Onetti: la continua evaluación de la manera de contar Jorge, quien es juzgado "un mal narrador" por lo moroso y divagador, y la autoría del capítulo sobre Ambrosio y la llegada del chivo. Ésta última contribución no sólo es aceptada por Jorge y Tito como válida, sino que su manera de contarla es mucho más "flaca" que la del joven: "Es muy corto. […] Unas pocas páginas."

Nada parecido ocurre en "La casa inundada", donde el botero no agrega información fáctica ninguna a la historia que brinda Margarita, y a menudo confiesa su incomprensión de lo que cuenta. En contraste con Díaz Grey, su papel es tomar nota más que contribuir a la historia; así se ve en su declaración sobre el velorio de las budineras: "ni siquiera comprendía por qué la señora Margarita me había llamado y contaba su historia sin dejarme hablar ni una palabra". Otra diferencia son las frecuentes vacilaciones del narrador, como en el preámbulo que abre el cuento y que parece no haber sido planeado, donde se postula y rechaza alternativamente la presencia del cuerpo de José enterrado en la isla.

Un segundo terreno de contrastes es la relación entre el narrador y los otros personajes. La autoridad de Díaz Grey domina un texto muy polifónico, donde el prestigio de cada voz depende de sus asociaciones con una serie de atributos que incluyen el fumar y el beber alcohol
(características positivas), el materialismo y el peso físico (rasgos negativos). En la escala de parcialidad del narrador aparecen en la parte inferior Godoy y Caseros (obeso y no fumador respectivamente), con Tito (obeso y pragmático) un poco más arriba. Luego vendría Jorge, "flaco, joven, noble" al principio, y en un segundo encuentro "más grande pero no más gordo", pero con su caballo ganando en peso. Como Díaz Grey gradualmente ajusta su apreciación del joven al asociarse éste con valores materiales, es de esperar que vaya engordando a lo largo de la novela, algo que corrobora el ya citado trozo del más tardío "La muerte y la niña". Hacia la cúspide de los personajes está Ambrosio, creación del narrador, quien es también flaco, como se nos dice en momento apropiado: al introducir el chivo ("parecía más delgado, un poco ojeroso, con un aire de liberación y amansado orgullo").

Otros personajes también se distinguen mediante rasgos relacionables con la glotonería o la frugalidad. Así los dos directores de funerarias: Grimm, preferido del narrador, es seco y va al grano
("la brutalidad o indiferencia […] su falta de hipocresía"), mientras que Miramonte es hiperbólico y aparatoso ("se dedica […] a mezclarse entre los dolientes, a estrechar manos y difundir consuelos"). Mientras que al narrador de Onetti todos llaman respetuosamente "doctor"; el botero no sólo carece de título, sino que siempre se refiere a su patrona por el de "señora". Su deber es obedecerla, y carece del derecho de quejarse, aunque lo piense ("¿quién te hace ninguna pregunta?… Mejor me dejaras ir a dormir"). Otra ilustración del poder de Margarita es su solicitud al botero de que escriba el cuento, que se inscribe en las últimas palabras, ya citadas. Contrástese eso con el final de "Para una tumba...", en que Díaz Grey impone su ley de narrador: "escribí, en pocas noches, esta historia. […] Lo único que cuenta es que al terminar de escribirla me sentí en paz."

* Los siguientes extractos traducidos pertenecen a sendos capítulos de una obra colectiva en inglés coordinada por Gustavo San Román que será publicada próximamente por la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY): Onetti and Others. Comparative Essays on a Major Figure in Latin American Literature. El libro se propone enfrentar la obra de Onetti con otros textos, latinoamericanos y de otras zonas (incluido el Ecclesiastés). Para este anticipo se han elegido dos trozos: uno que compara a Onetti con su más famoso compatriota contemporáneo, Felisberto Hernández, por el editor del volumen, Gustavo San Román; otro que explora la conexión con uno de los maestros confesados del montevideano, Joseph Conrad, por Peter Turton.

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