Desde
hace algún tiempo ha comenzado a cuestionarse la validez
universal de algunas premisas del feminismo de los países industrializados.
Así, es frecuente que, en la actualidad, muchas feministas
occidentales deban comenzar su acercamiento a temas que les son
lejanos, como el de la condición de la mujer en el Islam, recordando su
propia genealogía. La enunciación del feminismo
como movimiento comenzó en Inglaterra, en la segunda mitad
del siglo XIX, y fue realizada por mujeres que pretendían acceder a
los derechos de propiedad, que todavía la ley británica
les negaba. Incluso cuando el parlamento británico aprobó
la Primera Ley Patrimonial de Mujeres Casadas en 1882, siguió
negándoles a éstas patrimonio independiente de aquel
del marido, un derecho que fuera reconocido a las musulmanas en
el siglo VII, en tiempos del profeta Mohamed.
El feminismo occidental, desde sus inicios, fue concebido por
mujeres de clase media
y de raza blanca que, al juzgar las normas de otras culturas,
lo han hecho de forma acrítica. Dentro de la academia feminista
se reconoce hoy que, en muchos casos, sus esfuerzos por liberar
a sus pares del Tercer Mundo han estado marcados por prejuicios
clasistas y etnocéntricos y que sus patrones para juzgar
el resto del mundo han dejado de lado su propia condición,
su posición de privilegio como ciudadanas de países
que fueran colonialistas (o
que, en la actualidad, son neocolonialistas).
Como contrapartida abundan las académicas del Sur, entre
otras algunas musulmanas, que subrayan el hecho de que la mirada
de las feministas del Norte y su acerba crítica al patriarcado
del mundo no industrializado carece en muchos casos de los datos
más elementales de contextualización. Se repite,
entonces, que el despliegue de las "industrializadas",
cuando tratan de apresar la realidad del Sur, es "insensible
al contexto". En el caso específico del Islam, las académicas
musulmanas suelen repetir que los lentes con que se lo percibe
desde Occidente están teñidos, además de
por preconceptos androcéntricos, etnocéntricos y
colonialistas, por la mistificación occidental que, en
su libro Orientalismo, denunciara Edward
Said existe
con respecto al Islam en general: se le niega su realidad histórica
y se lo percibe al trasluz de un pasado "de esplendor"
y a un presente "invariablemente" decepcionante con
respecto a ese pretérito.
La batalla por la interpretación
Además,
el discurso feminista tradicional (es decir, el de los países industrializados), no parece percibir
la existencia de discursos, "dentro" de cada cultura
que remiten a categorías socialmente construidas de "hombre" y "mujer"
y al estatus de la mujer. Estos discursos son usualmente
controlados por hombres o favorecen a los hombres. En el caso
particular de la lucha ideológica y activista de las mujeres dentro del mundo
islámico, ésta no deja de tomar en cuenta las interpretaciones
coránicas. Buena parte de la opresión que sufren
las mujeres en el mundo islámico no es responsabilidad
de las escrituras del Corán sino de sus interpretaciones.
Siendo el testamento de los musulmanes un texto normativo también
en lo social y político, han sido ulemas (estudiosos del Corán), a lo largo de
siglos, quienes han detentado su interpretación, y estos
han impuesto normas sociales no necesariamente verificables en
la letra que legó
el Profeta. Tomando para sí las palabras de Mohamed que
rezan que "la búsqueda de conocimiento es obligatoria
tanto para los hombres como para las creyentes", las
activistas musulmanas han hecho del Corán un campo
de batalla, reivindicando una interpretación del texto
sagrado que favorezca la liberación de las mujeres. Así,
entre otras cosas, se han abocado a la tarea de recordar las heroínas
que nombra el Corán, empezando por las esposas y
la hija de Mohamed, que participaron en batallas o incluso encabezaron
ejércitos. También ponen en evidencia que las prescripciones
del Corán no limitan su interpretación a
los miembros del género masculino y que ya en tiempos de
Mohamed las mujeres participaban de los saberes y la educación.
No todo es obra del Profeta
Varias académicas musulmanas de hoy han reaccionado frente
a ciertas interpretaciones, que consideran demasiado entusiastas,
y que son ejemplo, según ellas, del discurso manipulado
por los varones. Por ejemplo, aquella que indica que el Profeta,
al reconocer a las mujeres derechos que hasta el momento le eran
negados, como el derecho a propiedad, o poder de decisión
sobre su divorcio, había hecho ya, en el siglo VII, "la
revolución por las mujeres".
Basándose en esta idea, algunos dirigentes musulmanes consideran
que en el momento actual es innecesario abogar por nuevos derechos
para las mujeres. Si bien muchas mujeres están de acuerdo
en que el Corán trajo consigo ciertas reformas,
como la prohibición del infanticidio, el pago de una
dote para la novia, la herencia femenina y derechos sobre la propiedad
para las mujeres, ellas señalan, no obstante, que para
el Corán el divorcio es una prerrogativa exclusivamente
masculina. Una razón para esto es que la institución
de Khula -además de forzar a las mujeres a renunciar a
la propiedad- especifica que a una mujer debe desagradarle tanto
su marido como para negarle derechos conyugales, lo que para ella
es algo virtualmente imposible de hacer.
La escritora
Leila Ahmed, por ejemplo, ha señalado que "el mensaje
del Islam, como fuera instituido por las enseñanzas
y práctica de Mohamed, comprendió dos tendencias
que se encontraban en tensión una con la otra: matrimonio
patriarcal y dominio del hombre por un lado, al tiempo que predicaba
el igualitarismo ético". Esta ambigüedad pone
en tela de juicio qué es islámico y qué deja
de serlo. Incluso algunas instituciones indumentarias, como el
velo, no debería
ser considerado "necesariamente" islámico ya
que no es claro que esa fuera la norma absoluta en tiempos del
Profeta.
Algunas
activistas musulmanas señalan que analizar los tiempos
han cambiado y que analizar los versos coránicos para evaluar
su significado "verdadero" u "original" ya
no es útil. El acceso de algunas mujeres musulmanas a la
fuerza de trabajo, además de posibilitarles
obtener un ingreso y cierto grado de independencia, ha vuelto
obsoleta la naturaleza prescriptiva del testamento islámico.
De cara a este cambio, la pregunta recurrente sobre "el
lugar de la mujer en el Islam" perdería su relevancia.
Las nuevas
condiciones económicas y sociales y el desmantelamiento de los tradicionales
roles de hombres y mujeres forzarían a reconsiderar la
situación.
En ese sentido, la repetida pregunta por el "lugar de
la mujer en el Islam", sería desactivada por el
cambio histórico. Nuevas condiciones económicas
y sociales,
la
pulverización de los roles tradicionales de hombre y mujer, forzarían
a repensar la situación. En último término,
esta corriente destaca que el "horror" que manifiestan los musulmanes,
tanto mujeres como hombres, frente a la ruptura de la familia
producida por los efectos de la industrialización ni siquiera
sería patrimonio exclusivo del Islam. Entienden que el
ingreso de la mujer al mercado laboral desactiva el patriarcado
(y no sólo
el islámico)
y no la familia, y que esta ruptura
se verifica también en Occidente, donde muchos grupos cristianos siguen pidiendo
a las mujeres que no abandonen sus hogares y se "olviden"
de trabajar. En resumen, para estas activistas la situación
de las mujeres musulmanas debería estudiarse de acuerdo
a dos formas: por un lado tomando en cuenta el específico
contexto islámico; por otro, en el marco de la industrialización,
donde el ingreso de la mujer al mercado laboral ha colaborado
a romper con el patriarcado.
*Publicado en La Guía del Mundo
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