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CUENTO QUE
NO VENDRÁ - QUIROGA, HORACIO - POE, EDGAR ALAN - BAUDELAIRE,
CHARLES -
El
cuento que no vendrá (II)
Armando
Romero
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¿Por qué no se te ocurre algo más
sencillo, más directo, algo como lo que escriben Raymond
Carver o Robert Stone, y te dejas de complicaciones y de paso
vendes un montón? |
Pero no pensaba en ranas o sapos
sino que lo que me asaltaba era sólo el sonido, eso que
tal vez me faltaba de la realidad afuera. Y entonces la palabra
"croar" que es muy traviesa, nomás déjala
un rato en la boca y ya verás lo que te pasa, trajo enseguida
como compañeras, a las palabras "croir", "crour",
y de pronto la habitación estuvo llena de ruidos; es decir
que los muchachos de la calle en bicicleta se metieron por las
paredes y empezaron a tratar de capturar al gigante solitario
que, como dice el cuento, "viene apagando los fuegos
de todo el planeta y chupando con sus dientes golosos las plumas
de aves y almohadas, que corta las plantas y seca los cactus".
--Entonces, el gigante solitario podrías ser tú -dijo
ella sabiendo que me estaba poniendo una zancadilla "lacanosa",
llena de espejos y miradas.
--¡No! Por supuesto que no -le dije aterrorizado--, yo
no estoy en ese juego, sólo lo miro en el sucederse.
--Pero si tú eres el que narra, al menos
--insistió
ella.
--No. El gigante es otro personaje dentro del gran juego -le
contesté.
--No me digas. Así cualquiera puede escribir un cuento, no es
sino ponerse a bailar con las palabras en una habitación cerrada
y olvidarse de todos los preceptos de Poe, que ahora están
tan de moda. Vivitos y coleando, como dice tu gente por allá.
A pesar de que yo sentía una gran frustración por
la insistencia de ella y mi poca capacidad de hacerla cómplice
de mis elucubraciones exponiendo mi incipiente teoría del
cuento, empecé a pensar, con terror, que de pronto tenía
razón y que todo se reducía a contar una historia
interesante con la fórmula de unidad de efecto, brevedad,
intensidad, efecto único o epifanía y verdad irrefutable
como objetivo, lo cual viene claro en los preceptos de Poe. Y al
diablo con todo el zafarrancho poético; la belleza para la poesía
y la verdad para la prosa, decía el maestro de El principio
poético. Sin embargo, decidí arriesgarme un poco
más y le dije:
--Bueno, vamos a hablar de otro de mis cuentos, ¿qué
tal el que se llama "Testis unus, testis"?
--Oh, no -dijo ella, asustada--. Ese ni por que lo expliques
y lo recuentes.
--Es simplemente la historia de un personaje que está
pintado en un cuadro, el cual está colgado en la Casa
del Florero, en la Plaza Nariño, en Bogotá, entonces
este personaje, desde el cuadro, mira cómo pasa la revuelta
independentista en 1810, pero para hacerlo se sale del cuadro
pero lo único que nos puede relatar es su relación
con la arquitectura que lo rodea.
--Dios nos libre y nos favorezca -dijo ella--. ¿Por qué
no se te ocurre algo más sencillo, más directo,
algo como lo que escriben Raymond Carver o Robert Stone, y te
dejas de complicaciones y de paso vendes un montón?
Ahora se me estaba mejorando el día. La había puesto
a la defensiva, "no demora en citar a Truman
Capote",
pensé.
Por eso le respondí, con picardía:
--Leer a Carver es como
tener un gallinero con gallinas sin plumas para verlas correr peladitas
por el patio.
Ella se rió. La imagen de seguro que le
trajo recuerdos porque dijo:
--Tú tienes un cuento en que unos hombres pelan gallinazos
con agua caliente. No es un cuento sino más bien un poema
en prosa, ¿verdad?
--Yo creo que la prosa le debe mucho a la poesía, que la idea de
belleza sólo para la poesía de Poe no es válida,
así como la de verdad sólo para la prosa. Flaubert
es efectivo en Madame Bovary porque su prosa es bella, y Baudelaire es el gran poeta
porque su poesía es una verdad irrefutable.
--Tú siempre quieres poner las cosas patas arriba, y ahora
la tienes con el pobre Poe, lo tuyo pareciera ser una filosofía de la descomposición.
--Cierto -le dije--. Mi problema con Poe es que abre muy pocas
puertas, cierra el género. Yo prefiero jugar con la historia
escondida y no con el dato escondido, la sorpresa es el lenguaje.
--Pero ese es el cuento que viene para los escritores del siglo
XXI, el que precipitó Edgar Allan Poe el siglo pasado
-dijo ella.
--Si -le respondí-. Ahora todo el mundo sabe a donde va cuando
empieza un cuento, todos son exactos, no hay palabras inútiles
y el escritor se lleva a los
personajes de la mano hasta el final, sin emociones, sin pensar
en nadie. Así es como lo quería el charrúa
Quiroga. Empezaremos el
próximo siglo contando historias como empezamos el siglo
pasado. No hay que correr riesgos, lo que vale es la historia, transparente,
limpiecita, ya sea llena del habla popular o del habla de los intelectuales. Cree en tus maestros
realistas como en Dios mismo, decía Quiroga, ¿recuerdas?
--Pero no te deprimas -dijo ella--, todo es cuestión
de mercado.
Uno de estos días le da a la gente por el gusto de volverse
a complicar la vida con los saltapatrás de Proust o los saltapalante
de Joyce; pero lo que es por ahora lo que ellos quieren es que alguien
les cuente su propia vida, o al menos la del vecino. Ese es el cuento
que viene para ellos. No importa que sea con el habla popular del
obrero o el campesino o con las entendederas del intelectual.
--El mundo ahora está llena de esperanzas -le dije, "cortazariando" un poco.
Pero ella no se dio por aludida y dijo, como recomendación:
--Sería bueno que no le sigas hablando mucho a la gente
de esos cuentos difíciles. Tu estás escribiendo
algunas cosas que se entienden, últimamente, también.
--Si, te lo prometo. No voy a decirle a nadie ni una sola palabra
del cuento que sabemos, el que no vendrá. |
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