El puntapié
al cántaro
Precisamente, uno de los
viajes a Japón está enraizado con la escritura borgeana:
el libro Qué es el budismo (1976),
"escrito de segunda o tercera mano, pero con probidad",
según aclarara el autor, luego traducido al japonés
("quizás para
demostrar que los occidentales no sabemos nada del budismo",
Borges dixit), le facilitó la visita a
siete ciudades del país de Hokusai.
La figura de Siddharta, el Buda legendario y el Buda histórico,
captaron durante décadas, la atención de Borges,
quien al final de sus años imaginó, poéticamente,
el día del Juicio Final. En ese fatal Doomsday, todos podemos
correr el albur de ser Siddharta (o
no):
En cada instante puedes
ser Caín o Siddharta, la máscara
o el rostro.
Hacia fines de 1950 Borges
publicó en la revista Sur, un breve ensayo intitulado 'La
personalidad del Buddha'. Este, junto con los materiales de las
conferencias sobre el budismo ofrecidas por Borges en el Colegio
Libre de Estudios Superiores, posiblemente sea el embrión
conceptual del libro arriba referido, escrito con la colaboración
de su amiga Alicia Jurado, quien en 1964 elaboró una conocida
biografía del autor
de Ficciones ("el
hombre que más admiré en mi vida", como lo
llamó esta mujer que se entregó a la literatura
después de haber estudiado Ciencias Naturales en la UBA) con el fin de, según explicitó
en el proemio de su trabajo, aventurarse en "el retrato de
un amigo querido, cuyas debilidades sin duda atenuaré por
lealtad y cuya intimidad reservaré por discreción."
Alicia Jurado, en una nota aclaratoria, explica que el plan general
de la obra, el estilo,
el enfoque, pertenecen a Borges, y que su labor consistió
en aportar datos recientes, recabar materiales y corregir el trabajo.
Cuando uno lee Qué es el budismo, lee la prosa de
Borges, tensa y precisa, enumerativa por momentos, ducha en la
construcción narrativa, magistral en el registro poético,
de inmaculada competencia sintáctica:
"Las divinidades, las serpientes, los
demonios, los genios de la tierra y de las estrellas, los genios
de los árboles y de los bosques piden al Buddha que dilate
su muerte, pero éste declara que la fugacidad es la ley
de todos los seres y también la suya. Cunda, el hijo de
un herrero, le ofrece a Kusinara un trozo de carne salada de
cerdo o según otros unas trufas; esta comida agrava el
mal que el Buddha ya sentía y cuyos signos había
reprimido por un ejercicio de su voluntad, para no entrar en
el Nirvana sin despedirse de sus monjes. Se baña, bebe
agua y se tiende bajo unos árboles para morir. Los árboles
bruscamente florecen; saben tal vez que ese hombre viejo y tan
enfermo es el Buddha. Éste, en la hora de su muerte, profetiza
futuros cismas y discordias, recomienda la observación
de la ley y dispone sus ritos funerarios. Muere acostado sobre
el flanco derecho, la cabeza hacia el norte, la cara vuelta hacia
el poniente. Entra en el éxtasis y muere en el éxtasis.
Muere al anochecer, en esa hora en que parece fácil la
muerte."
La cultura aluvional
de Borges, le permite allanar el espinoso tema de la transmigración,
en el ensayo del '76, interceptando sobre una misma matriz, conceptos
pitagóricos, la noción de los kalpas o días
de Brahma, la hipótesis de César, que atribuía
la creencia en la transmigración a los druidas de la Galia,
elementos de la Cábala hebrea (el
Gilgul, revolución, y el Ibbur, fecundación); no desdeña ideas de
Schopenhauer, Hume, Voltaire o el propio Platón; incluso
echa mano a un poema galés del siglo VI, para sostener
el decurso de su texto argumentativo, que lo conduce a la tesis
budista del karma y del cuerpo kármico,
He sido
una espada en la mano,
He sido un escudo en la guerra,
He sido la cuerda de un arpa,
Durante un año estuve hechizado en la espuma del agua.
Borges sabe que la atracción ancestral que ejerce el relato
sobre el oyente o el lector,
no tiene competidor a la vista en las prácticas comunicativas
de la humanidad. Siempre los hombres se contaron historias. Por
fabular, por ejemplificar, por profesar, los hombres dicen sus
cuentos. Este recurso es patrimonio de los pueblos de Oriente,
de ahí que Borges recrea breves consejas (posibles o no) transmitidas en la mar de siglos. Cuando
llegamos al capítulo del Budismo Zen, leemos:
"El número de discípulos
de Po-Chang fue tan considerable que tuvo que fundar otro monasterio.
Para hallar quien lo dirigiera, los reunió a todos, les
mostró un cántaro y les dijo: "Sin usar la
palabra cántaro, díganme qué es." El
prior contestó: "No es un pedazo de madera".
El cocinero, que iba a la cocina, le dio un puntapié al
cántaro y prosiguió. Po-Chang lo puso al frente
del monasterio."
Tras los pasos de
El Despierto
Escritura
sesgada de ironía, atravesada de citas y envíos
a diversas fuentes y autores, impregnada de una intención
intertextualizadora, las casi ochenta páginas del libro
en el que Borges analiza la saga y la doctrina del Buddha, El
Despierto, se articulan perfectamente con el resto del corpus
de su producción ensayística. La necesidad de comparar,
establecer parangones culturales, textuales, arquetípicos;
la constante búsqueda de nudos que aten la gran urdimbre
del imaginario oriental, y, al mismo tiempo, nudos que remitan
a la simbólica occidental, aflora en cada capítulo
del ensayo de 1976:
"En la ciudad de Vesali, acepta [Siddharta]
la invitación de la famosa cortesana Ambapali, que luego
regala su parque a la orden. Recordemos que Jesús, en
casa del fariseo, tampoco desdeña el bálsamo que
una pecadora le ofrece."
En el parágrafo
dedicado a 'El Vedanta', podemos observar de qué forma
Borges arriesga opinión en temas harto intrincados y de
sofisticado acceso. Borges habla y opina; escribe y opina. Detrás
de la opinión yace un impresionante volumen de lecturas
y una sagacidad poco frecuente en la aventura humana:
"Como todas las religiones y filosofías
del Indostán, el budismo presupone la doctrina de los
Vedas. La palabra Veda significa "sabiduría"
y se aplica a una vasta serie de textos antiquísimos que,
antes de ser fijados por la escritura, se transmitieron oralmente
de generación en generación. El Korán es
un libro sagrado, la Biblia es un conjunto de obras que fueron
declaradas canónicas por diversos concilios; la índole
de los Vedas ha sido en cambio reconocida en la India desde una
época inmemorial."
"[...] Para el Vedanta
hay una sola realidad, diversamente llamada Brahman (Dios) o
Atman (Alma), según la consideremos objetiva o subjetivamente.
Esta realidad es impersonal y única; ni en el universo
ni en Dios hay multiplicidad. Recordará el lector que
Parménides análogamente negó que hubiera
variedad en el mundo; Zenón de Elea, su discípulo,
formuló sus paradojas para probar que las nociones corrientes
del tiempo y del espacio conducen a resultados absurdos. Para
Sankara hay un solo sujeto conocedor; su esencia es eterno presente."
Esa zona de alto riesgo
en la que se mueve, a consciencia, la escritura borgeana, se
expone también en los escenarios discursivos en los que
el autor aventura sus propias conceptualizaciones. Casi axiomáticamente
escribe:
"El budismo, que ahora es una religión,
una teología, una mitología, una tradición
pictórica y literaria, una metafísica o, mejor
dicho, una serie de sistemas metafísicos que se excluyen,
fue al principio una disciplina de salvación, una suerte
de yoga."
Por otra parte, al interior del registro de la oralidad borgeana,
en el decir de ese Borges oral, orador de cascada voz, polemizador,
dialógico (y no), los riesgos del discurso,
de la intervención subjetiva y personalísima (fundada, por cierto, en un saber enciclopédico), son pan de cada día
(de cada conferencia). Esto se evidencia en la versión
desgrabada de la serie de conferencias que diera Borges en el
teatro Coliseo de Buenos Aires, en el invierno de 1977. Cuando
aborda el tema del budismo, longevo y tolerante, enuncia:
"El Budismo no ha recurrido nunca al hierro
o al fuego como argumentos, no ha pensado que el hierro o el
fuego tuvieran una fuerza polémica. Cuando Asoka, emperador
de la India, fue budista, no impuso esa religión a nadie.
[...]
Yo tengo, para mí, que si hay dos budismos que se parecen,
que son casi idénticos, son el que predicó el Buda
y lo que se enseña ahora en la China y el Japón,
el Budismo zen, que son esencialmente iguales; lo demás
son incrustaciones mitológicas, fábulas. Algunas
de esas fábulas son interesantes. Por ejemplo, se sabe
que el Buda podía ejercer milagros pero, al igual que
Jesuscristo, no le gustaba ejercerlos. Le parecía que
eran una ostentación vulgar."
Puñetazos
entre las cosas de tercera mano
El autor de El Aleph,
gozó, en vida y obra, de un sentido del humor afinado
y saludable, mal que le pese a sus detractores, generalmente
no-lectores de su escritura. Cuando debió montar el asedio
a estos temas orientalistas que aquí nos ocupan -y que
a él le ocuparon gran parte de sus días-, no olvidó
su sonrisa, ni la posible sonrisa del lector. Para ejemplificar
acerca de la hipótesis de la impermanencia del individuo
en el sistema de pensamiento budista, cuenta esta anécdota:
"Se cuenta que un brahmán expuso
la doctrina a un soldado de Alejandro de Macedonia; el soldado
lo dejó hablar y luego lo derribó de un puñetazo."
Tensando la hilaridad
que este cuentecillo provoca, Borges agrega a renglón
seguido:
"Ante las protestas del brahmán,
el converso le dijo: "Ni
yo fui quien golpeó, ni eres tú el golpeado".
Cuando Osvaldo Ferrari
le preguntó a Borges si conocía los diálogos
entre Vogelmann y Murena -quienes, al igual que ellos dos, conversaron
al aire por los micrófonos de la Radio Municipal bonaerense
en 1984- acerca de la Torá, del Tao,
del I Ching, del hinduismo, éste contestó :
"Yo no sabía
eso, pero, claro, todo lo que yo sé es también
-como en el caso de ellos- de segunda o tercer mano, pero de
algún modo hay que saber las cosas. Mejor es saberlas
de tercera mano que ingnorarlas, ¿no?"
* Publicado
originalmente en Insomnia
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