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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



FUERA DE GÉNERO. CRIATURAS DE LA INVENCIÓN ERÓTICA  - BARBIN, HERCULINE - FOUCAULT, MICHEL-  DUCASSE, ISIDORE -  LOS CANTOS DE MALDOROR -  LAUTRÉAMONT, CONDE DE - HERMAFRODITA - PLACER CONTRANATURA -

Fuera de género. Criaturas de la invención erótica (II)*

Roberto Echavarren

Después de escribir el primer tomo de la Historia, tenía absolutamente la intención de escribir los estudios de historias sobre la sexualidad a partir del siglo XVI y de analizar el devenir de ese saber hasta el siglo XIX. Haciendo ese trabajo, me di cuenta de que eso no andaba, quedaba un problema importante. ¿Por qué habían hecho de la sexualidad una experiencia moral?


Maldoror no se considera inferior a dios, al contrario, le es superior, por lo menos en algunos respectos, en particular debido a su capacidad crítica (algo así como el nietzscheano "filosofar con el martillo"). Tampoco los hombres son mejores que Maldoror, aunque a esos niños todavía inocentes, sus víctimas, se les haya inculcado que en el mundo predomina la bondad.

El mundo es terrible, sí, y es mejor contemplar las cosas desnudas, seguir la tendencia hasta su último desarrollo, persistir hasta el desenlace horroroso.

"Le gustaba mucho la escena en que Edipo, instruido al fin de la terrible verdad, da gritos de dolor, y con los ojos arrancados maldice su destino."

Sus escritos tempranos, ejercicios escolares en el liceo, mostraban ya la fibra de su estilo, la veta de su gusto gótico:

"Su locura se reveló entera en un discurso francés donde había encontrado la ocasión de acumular, con un lujo terrible de epítetos, las más espantosas imágenes de la muerte. No había más que huesos rotos, entrañas derramadas, carnes sangrantes, o en ebullición."
Hasta aquí el condiscípulo.


En los Cantos, su protagonista, Maldoror, "tiene la cara demasiado maquillada por arrugas precoces y una deformidad de nacimiento".

¿Cuál es esa deformidad? ¿La misma de Herculine?

Tiene la frente herida por un rayo que le envió el "Todo Poderoso", cortándole el rostro en dos, a partir de la frente, "en el sitio donde la herida es más peligrosa". Maldoror se considera un "perseguido" al haber sido dividido en dos por un dios que lo "odia".

Esta herida es síquica y física, tiene un soporte mental, demente "enferma".

"¿Es un delirio de mi razón enferma, es un instinto secreto que no depende de mis razonamientos, parejo sólo al del águila desgarrando su presa...?"

La crueldad del impulso (erótico, de desgarrar) no tiene justificación: ni Maldoror intenta justificarla. Es una consecuencia de la propia crueldad de dios. En vez de negarla o reprimirla, el protagonista de los Cantos exacerba la tendencia, la vuelve doblemente criminal- doblemente maldita.

Pasa de la caricia (prohibida) al desgarramiento. No se considera sólo un suicida, como Herculine.

Anómalo y suicida, sí lo es, porque no hay lugar para él en el orden humano y divino donde se ha criado. Pero, al revés de Herculine. que se consideraba culpable, Maldoror da una vuelta de tuerca: no sólo será transgresor, sino que lo será dos veces. Su lujuria implica el roce tierno (aunque ya criminal por homoerótico) pero también el desgarro (criminal por violento y asesino).

No sólo no renuncia a la tendencia, sino que la hiperboliza en agresión física. Esto equivale a sacralizar el mal, una agresión desaforada para concebir una vivencia supremamente intensa del placer, gozo, sufrimiento.

Se desliza hacia lo irreconocible a primera vista, hacia el grave daño físico, paradójicamente más tolerable para la censura, que acepta la violencia del relato de aventuras o el naciente policial, más que una desnuda tendencia aberrante (por más que la homosexualidad no fuera penada en el código de Napoleón, redactado por Cambaceres).

Sea como fuere, el acto prohibido por la Iglesia y la costumbre deviene una fantasía intensiva, hiperbólica: desgarrar a un adolescente con uñas o látigos, o ser desgarrado por él.

La destrucción es reversible. Tanto da atacar como ser atacado, desgarrar o ser desgarrado.

Ahora le toca a Maldoror:

"Adornaré mi cuerpo de guirnaldas embalsamadas para este holocausto expiatorio, y sufriremos los dos, yo. de ser desgarrado, tú de desgarrarme... mi boca pegada a tu boca. Oh adolescente de cabellos rubios, de ojos tan dulces, ¿harás lo que te aconsejo?"

Esto equivale a la felicidad: "C'est le bonheur."

Furia, gozo torturante para ambos, placer hasta un máximo más allá de cualquier límite, hasta la destrucción de cuerpo.

"Hay que dejarse crecer las uñas durante quince días. Oh, qué dulce arrancar brutalmente de su lecho al niño que todavía no tiene bozo en el labio superior, y con los ojos muy abiertos, fingir que se irá a pasar la mano suavemente por su frente, volteando hacia atrás sus hermosos cabellos. Después, de golpe, en el momento en que menos lo espera, hundir las uñas en su pecho blando."

Sucede que el más bello muchacho, desembarcado del escenario de los sueños, el doncel cisne de Wagner, es para Maldoror peatón de una calle parisina, un Lohengrin de boulevard. Lohengrin sigue impertérrito, aunque rozándolo, tal se toca al pasar los codos la gente en una multitud, sin hablar ni apenas detenerse.

La cólera de ver frustrado su intento de seducir al muchacho, la vierte Maldoror en insultar a dios. ¿Cómo está hecho el mundo si las cosas suceden así? ¿Quién nos ha mandado esta tendencia torturante, imposible, parece, de satisfacer en el París del XIX? Entre tales misterios la existencia "se sofoca".

Un consuelo para Madoror es "expandir sus sentimientos". Es un derecho que el creador no le negará, o si se lo niega, él lo arrebata de todos modos, "manejando las ironías terribles", al atacar a dios de continuo mientras viva. Actúa en todo caso "de potencia a potencia' con respecto a él, vuelve un poder reversible, desconstruye una relación autoritaria. Maldoror devuelve al acusador (la autoridad, dios) la acusación en su contra. El "depravado" no es peor que la divinidad. El cosmos es un lugar donde prevalece esa "crueldad inútil", gratuita.

"¿No es él (dios) que me provee de acusaciones contra él mismo?"

Tras su requisitoria desfachatada y cáustica ante el creador, regresa a su punto de partida:

"Es a causa de Lohengrin que todo lo que precede ha sido escrito."

Lohengrin es un fetiche pasajero (equivale a la impresión de una viandante seductora en el poema "A une passante", de Baudelaire) pero el atractivo permanece. Lohengrin basa su atractivo en la ambigüedad y ternura de una imagen de inocencia adolescente. Es la causa del deseo; sostiene el deseo, y además alimenta el fuego de la cólera contra dios.

Maldoror pretende impedir que Lohengrin crezca y pierda su poder, su ascendiente, vale decir que se vuelva ordinario como los demás hombres. A ese fin, "yo había de entrada resuelto matarlo a cuchilladas, en el momento de sobrepasar la edad de la inocencia." Sin embargo, en esta versión de la fantasía, resuelve no matarlo: lo deja pasar, lo deja seguir, aunque de todos modos imagina en detalle su asesinato. Lo deja pasar y se pone en sus manos, unas manos que lo abandonan. La destrucción es reversible. Le pide entonces que lo destruya, para no sufrir el deseo insatisfecho. Le pide que destruya esc ojo propio que lo tortura con la demanda de una mirada (del otro) que de todos modos no lo mira:

"Arráncame un ojo hasta que caiga a tierra, no te haré jamás el menor reproche; soy tuyo, te pertenezco, ya no vivo por mí. El dolor que me causarás no será comparable a la felicidad de saber que quien me hiere, con sus manos homicidas, está impregnado de una esencia más divina que aquélla de los demás."

Esa esencia "más divina" parece consistir en la indeterminación de género en el botón de la juventud.
 

El "hermafrodita" aparece en un episodio de los Cantos; podría haber sido Herculíne, caso célebre, a causa de su suicidio, al tiempo en que Ducasse escribía. Ese "hermafrodita" es la única figura armónica de los Cantos, es la más serena, aunque melancólica, reconcentrada en si. Se aisla por pudor de hombres y mujeres, teme ser acusado de monstruo por ellos, si él se aliara en pareja con alguno. Es un fugitivo. ¿Quién podrá persuadirlo de que lo quiere de veras?

El hermafrodita sueña que "canta un himno de amor entre los brazos de un ser humano de belleza mágica". Pero está condenado a estar solo. "No es sino vapor crepuscular lo que sus brazos entrelazan." Mejor dejarlo dormir, concluye Maldoror, para que entre sueños, estreche uno igual a él. Despertarlo sería hacerlo sufrir (tal Maldoror sufre).
El hermafrodira es para él lo santo del cosmos.

Quien haya alcanzado un panorama más amplio a través de los viajes, "a través del exilio y la intemperie de los climas" y la experiencia de desarraigo (o sea Isidore Ducassc, el autor empírico de los Cantos), mejor apreciará lo sagrado del hermafrodita:

"No toques con la mano, como en un temblor de la brisa, esos bucles de cabellos, esparcidos por el suelo, y que se mezclan a la hierba verde... Esta cabellera es sagrada; es el hermafrodita mismo que lo ha querido... Pero vale mejor creer que es una estrella auténtica que ha descendido de su órbita, atravesando el espacio, sobre esa frente majestuosa, que lo rodea con la claridad del diamante, como una aureola."

El hermafrodita aparece en la cuna de la naturaleza, en un bosque, donde vive recluido entre árboles y plantas; él es árbol y planta. Sus bucles de cabellos se mezclan al pasto verde, un crecimiento rizomático continúa en el otro, sin solución. Tiene la timidez del cervatillo. Es como si la naturaleza, vista con ese panorama amplio y distante que es la virtud de Lautréamont, jugara otra cuerda, un diapasón que convoca todas las variantes de las formas vivas y sus aparatos reproductores, hermafroditas o no.

Exiliado del plan de dios para el hombre, el hermafrodita es de cualquier modo naturaleza. De allí saca Maldoror su fuerza de convicción. De advertir esta vivencia y conjurarla extrae un criterio personal de la justicia.

Él batalla contra dios en nombre de una causa mayor, la causa de su deseo; Lohengrin, o el "hermafrodita", ese foco de claridad que provee el criterio para toda empresa ulterior y derivativa, como es entre otras cosas desafiar a dios tirano que mete a cada uno en el lecho de Procusto del género.

El hermafrodita es completo, mezcla los dos sexos o los desmiente ambos;

"Sus rasgos expresan la energía más viril, al mismo tiempo que la gracia de una virgen celeste."

Dios separa los sexos, divide con un rayo el rostro de Maldoror en dos mitades (igual que Zeus en El banquete de Platón, según Aristófanes). Por eso, las invectivas de Maldoror contra él tienen el "filo de un diamante", en tanto que la corona o el aura del fetiche hermafrodita posee "la claridad del diamante". De allí emana la lucidez que permite atacar a dios.

Tal claridad resulta insoportable. Despierta la agresión de los "divididos", que no pueden tolerar lo que "dios" no les toleró a ellos. Exacerbados por el atractivo doble de la criatura, cuatro matones se arrojan sobre él, lo atan y empiezan a pegarle. "Él se puso a sonreír en medio de los golpes." Venciendo su timidez, pleno de sentimiento e inteligencia les habló acerca de muchas ciencias humanas que había estudiado a pesar de sus cortos años, y acerca del destino de la humanidad en cuya visión demostraba "la nobleza poética de su alma". Estupefactos al oírlo, los matones le pidieron perdón, se retrajeron y lo abandonaron, imbuidos de una veneración que no se otorga de ordinario a los hombres.

Después de tales acontecimientos, de los que mucho se habló, acerca de un hermafrodita célebre, Maldoror agrega con ironía:

"Su secreto fue adivinado por todos, pero parece que se ignora, para no aumentar sus sufrimientos, y el gobierno le acuerda una pensión honorable," con tal de sacarlo a un costado, de jubilarlo. de suprimirlo.

Aquí parece residir el entero secreto de donde se balancean los Cantos. Al excluir al hermafrodita, el mundo se vuelve intolerable. También es intolerable su creador, dios. Condenados a vivir bajo ese régimen, sólo cabe denigrarlo con furia, con ironías terribles, con sarcasmo.

Los dolores de cabeza de Ducasse (según propio testimonio), la cabeza "enferma" de Maldoror, son síntomas físicos que responden a esa condición de "perverso". Síntomas físicos comparables a los dolores de Herculine antes de confesar su condición a la autoridad y rendirse a ella.

Esta apremiante necesidad de determinar el sexo verdadero perdura. Para Foucault, a pesar de un cambio de circunstancias, la exigencia social de un "sexo verdadero" resulta una presión efectiva hoy:

"Se admite, con muchas dificultades es cierto, la posibilidad para un individuo de adoptar un sexo que no es biológicamente el suyo, pero la idea de que se deba en último término tener un sexo verdadero está lejos de haberse disipado... Por ello la gente no se libra sino difícilmente de la idea de que las anomalías sexuales sean crímenes."(5)

Él se describe a sí mismo como "un niño educado en un entorno católico, durante la Segunda Guerra Mundial".

A las reveries silenciosas de Isidore corresponden aquí otras parecidas:

"De niño viví en un ambiente provincial pequeño burgués en Francia... Con frecuencia me preguntaba por qué la gente debía hablar. El silencio puede ser un modo mucho más interesante de relacionarse,"(6) sobre todo cuando no se pueden confesar las propias tendencias consideradas por el entorno perversas o inaceptables.

Ellos comparten -con la diferencia de unas pocas décadas-aquella educación liceal francesa de sólida tradición en las humanidades, y el mismo entorno moralista católico.

Su reacción de rebeldes "malditos" de las costumbres los lleva a incrementar la carga del crimen con un ingrediente explosivo: un doble crimen, el pecado del sexo y el gozo de un placer extremo que implica la destrucción de uno u otro de los participantes.

El placer prohibido se vuelve un umbral de intensidad que abre a un hiper placer, más allá del fin "natural* de un placer "contranatura, supranatural y bestial.

Foucault quiere salvarse y a la vez perderse: "es lo mismo", quiere vivir intenso y no le importa morir.

"Si conozco la verdad, seré transformado. Y quizás me salve. O quizás me muera, pero para mí es lo mismo, de cualquier modo."(7)

La criatura anómala, lanzada, según le sugiere el ethos rebelde, a reconocer y afirmar su tendencia, incurre, según parece, en un riesgo mayor, la necesidad hiperbólica, que al realizarla la destruye.

La muerte misteriosa de Isidore Ducasse en París en noviembre de 1870 pudo haber sido un suicidio. Hay formas menos drásticas de suicidarse que tirarse por una ventana. Y dos años antes, Herculine Barbin lo había hecho con una estufa de gas.

En diálogo con el director de cine Werner Schroeter, Foucault se expide acerca de la autoeliminación:

"Soy partidario de un verdadero combate cultural para que las personas vuelvan a aprender que no hay una conducta que sea más bella, que, en consecuencia, merezca ser reflexionada con tanta atención, como el suicidio. Habría que elaborar el suicidio durante la vida entera."(8)

Pero el suicidio no es visto por Foucault como un corolario del sufrimiento sin salida -tal el caso de Herculine Barbin- sino más bien, al modo de Lautréamont, como el advenir un placer demasiado fuerte para pararlo.

Opone los placeres banales de la buena comida y el vino, a placeres intensos, los que verdaderamente cuentan para él:

"Es cierto que un vaso de vino, un buen vino añejo, es muy placentero, pero no lo es para mí. El placer debe ser algo extraordinariamente intenso... No puedo darme a mí mismo y a otros esos placeres mediocres que constituyen la vida cotidiana. Tales placeres no representan nada para raí, y no puedo organizar mi vida en función de incluirlos en ella...

"Creo que me resulta muy complicado experimentar placer. Pienso que el placer implica una conducta muy dificultosa. No es tan sencillo complacerse a sí mismo. Y debo admitir que ése es mi sueño...

"Debo considerar también el hecho de que algunas drogas son verdaderamente importantes para mí porque actúan como mediadoras entre esos gozos increíblemente intensos que estoy buscando y que no puedo experimentar por mí mismo...

"Porque yo creo que es difícil, y siempre tengo la sensación de que no siento el placer, el completo y total placer; lo que para mí se relaciona con la muerte..."

Foucault cuenta haber sido atropellado por un auto en la calle; por dos segundos tuvo la impresión de que se estaba muriendo y esta impresión fue acompañada de un placer tan fuerte, que lo considera una de las experiencias privilegiadas de su vida.

"Porque yo pienso que el tipo de placer que yo consideraría como el real placer, sería tan profundo, tan intenso, tan avasallador, que no podría sobrevivir a él. Me moriría."(9)

El cambio de énfasis en su proyecto de la Historia de la sexualidad después de la publicación del tomo I en 1976, (y la publicación del caso Herculine) está tocado por el palpable suplicio moral de la "maldita" Herculine.

"Después de escribir el primer tomo de la Historia, tenía absolutamente la intención de escribir los estudios de historias sobre la sexualidad a partir del siglo XVI y de analizar el devenir de ese saber hasta el siglo XIX. Haciendo ese trabajo, me di cuenta de que eso no andaba, quedaba un problema importante. ¿Por qué habían hecho de la sexualidad una experiencia moral?"(10)

Esto lo lleva de repente mucho más atrás.

La sexualidad es una construcción moral. El caso Herculine lo revela. La tragedia de su vida se articula a través de la confesión. Y qué es la confesión sino someter por voluntad propia los actos de cada uno al criterio de otro, al criterio del confesor.

El sacrificio de su libertad, el sometimiento de Herculine al mandato de las autoridades eclesiásticas, médicas y civiles, esa decisión fatal para ella, esa compulsión interna, supone un albedrío como condición formal de sus determinaciones. La libertad es la condición formal de la moral.

¿Qué llevó a Herculine a confesar, salvo su compulsión interna, que supone la libertad?

La libertad lleva o bien a someterse, como ella, o bien a declararse en rebeldía, como Maldoror.

"La preocupación ética acerca de la conducta sexual no está, en su intensidad o sus formas, siempre ligada a un sistema de prohibiciones. Sucede con frecuencia que la solicitud moral es fuerte precisamente donde no hay obligación o prohibición. En otras palabras, la interdicción es una cosa, la problematización moral otra. Me parecía, por lo tanto, que la cuestión que debería guiar mi investigación era la siguiente: ¿Cómo y en qué forma la sexualidad se constituyó como un dominio moral?"(11)

Así pasará de su investigación de saberes y poderes (médico, jurídico) de las instituciones de vigilancia y castigo, de la clínica y la cárcel, a preguntarse cómo se ha constituido el sexo en la experiencia moral de los individuos. Entonces articula una genealogía del arbitrio moral.

El viraje aborda un terreno no cubierto por él hasta entonces. Una cuestión latente a lo largo de su obra se vuelve patente de improviso.

Este foco principal de resistencia, este momento donde se juega la libertad de cada uno, encuentra para él su punto de inflexión en Grecia a partir del siglo IV a.C, cuando los ciudadanos libres asumen el cuidado de sí, consideran la mejor manera de vivir de acuerdo a sugerencias higiénicas y consejos de tratados al uso, discurren acerca del régimen propicio de las prácticas sexuales, en cada una de sus variantes: con mujeres, con esclavos, con muchachos.

Foucautt no propone el ethos griego como ejemplo contemporáneo, ni pretende defender un orden patriarcal esclavista. Su investigación rescata aquella época en que la conducta sexual depende, al menos hasta cierto punto, del libre arbitrio de los ciudadanos, de opciones personales no prescriptivas. El cultivo de sí puede transformar la vida en una obra de arte, el cuidado propio desde el cual emana por añadidura la conducta hacia los demás.

Lo admirable y original del pensamiento clásico según Foucault fue su busca de un concepto adecuado de estilo. Sus recomendaciones de higiene moral no estaban vinculadas en principio a la ley o la prohibición.

Lo menos admirable fue considerar que los estilos de vida personales, cultivados por algunos ciudadanos privilegiados, habían de ser lo mejor para el todo el mundo.

El pensamiento antiguo cayó presa de una masiva contradicción entre la busca de un cierto estilo de vida y el esfuerzo por hacerlo común a todo el mundo. Ya se esbozaba en el mundo pagano aquel paso que llevó a la moral sexual obligatoria.

Más tarde, con el predominio de las iglesias cristianas, la normativa elegida libremente por unos pocos ciudadanos se convirtió en moral eclesiástica punitiva, inculcada a través de prácticas de control obligatorio, como la dirección espiritual y la confesión. Las iglesias intentaron borrar la autonomía de los individuos preocupados por el cuidado de sí. Ese mismo cuidado, conducente a opciones libres, fue visto por las iglesias con desconfianza y considerado egoísta.

Foucault destaca un margen de cuestionamiento moral y por lo tanto de libertad, un terreno en donde las opciones, un conflicto interno, juegan al costado, o con cierta autonomía por encima de la ley y de la prohibición, una dimensión preciosa de la práctica de cada uno, que reivindica el creciente discurso cultural sobre la sexualidad.

"No creo que pueda existir una sociedad sin relaciones de poder, sí las entendemos como medios por los que los individuos tratan de conducir, determinar el comportamiento de los otros. El problema no es tratar de disolverlos en la utopía de una comunicación perfectamente transparente, sino darle al propio yo las reglas de la ley, las técnicas administrativas y también la ética, el ethos, la práctica del yo, que permitiría jugar estos juegos de poder con un mínimo de dominación."(12)
 

(sigue)

Notas:
 

(5) Michel Foucault. "Le vrai sexe", en Dits et écrits, 1954-1988, tomo IV, París, Gallimard, 1994, p. 118.

(6) Míchel Foucault, "El yo minimalista", diálogo con Srephen Riggins, en Ethos, 1-2. Toronto, otoño de 1983, citado en El yo minimalista y otras conversaciones, Buenos Aires. La Marea. 2003, p. 91.

(7) "El yo minimalista", ed. cit. p. 97.

(8) Michel Foucault, "Conversation avec Werner Schroeter", 3dic. 1981, en Dits et écrits 1954-1988, tomo IV, ed. cii.. pp. 251-260.

(9)  "El yo minimalista", ed. cit. p. 91.

(10) Dits et écrits  tomo IV. ed. cit., p. 705

(11) Michel Foucault,. The Use of Pleasure, New York, Random House, 1985, p. 10.

(12) "El yo minimalista", ed. cit. p. 166.
 

*Extractos del libro de ensayo de Roberto Echavarren, Fuera de género. Criaturas de la invención erótica (Editorial Losada Bs As, 2007).

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