Nadie habrá dejado de observar que existen los errores
y quienes los hacen notar. Desde la más dura infancia
nos vamos acostumbrando a los subrayados rojos que nos llaman
la atención sobre las faltas de ortografía o las
equivocaciones en las sumas.
Quién lo hubiera
dicho, volvemos a encontrarnos, ante una pantalla fluorescente,
con los benditos subrayados. Nuestro conocido Bill Gates nos
ha suministrado esa nostalgia luminiscente.
El programa con que se escribe este texto, proveniente de la
cripta de Bill, compara las palabras tecleadas con las que tiene
guardadas en una especie de diccionario. Más adelante
se podrá intentar calificar esa especie, que por ahora
preferimos dejar innominada. Por ejemplo, "innominada",
que figura en la página 775 del diccionario de la Real
Academia Española, edición 1984, no está
en el archivo de este programa. Por lo tanto, aparece en la pantalla
subrayada con una zigzagueante línea roja. ERROR ERROR
ERROR, dice, con voz metálica, o tal vez lo imagino.
El curioso que decida investigar aleatoriamente lo que el programa
considera un error podrá teclear por ejemplo Lavoisier,
aquél que enunció la ley de la conservación
de la masa y formó parte de la comisión que inventó
el sistema métrico. Cuando lo ejecutaron, aunque por motivos
poco científicos, seguía creyendo que nada se pierde,
sino que se transforma. O podrá escribir digamos Einstein,
que habría querido conocer a Lavoisier, sobre todo porque
dijo, y luego se demostró un poco exageradamente en Hiroshima
y Nagasaki, que la masa desaparece. (También la masa humana
desaparece, pero a los científicos parecía interesarles
más la masa de no sé qué átomos que
se convierten en otra cosa.)
Pues bien, tanto Einstein como Lavoisier no existen para nuestro
ágil programa. En cambio, sí, amigos, en cambio,
escriba Bill Gates, escríbalo sin temor, y descubrirá
que oh, no aparece el subrayado. Bill Gates Bill Gates Bill Gates.
Ningún subrayado. Si escribo repetidamente otra cosa,
por ejempo ejemplo ejemplo, ah, subrayados. Muchos ejemplos son
un error, muchos Bill Gates nunca pueden estar equivocados. Positivamente
no sólo Bill Gates existe, sino que se puede repetir,
multiplicar, llenar millones de páginas con su nombre
oracular con la certeza de contar con la aprobación de
la ortografía informática.
Si el que decía que nada se pierde no existe, ni existe
el que dijo que la masa y la energía son intercambiables,
entonces, ¿qué dice Bill Gates? Tiene que haber
un sentido en todo esto, pues de lo contrario estaríamos
ante un caso de megalomanía, de estupidez o de fanatismo.
Algo tan perfecto como Bill Gates, sin errores, impoluto e inconsútil
tiene que tener razones válidas para no venir con subrayados.
Pero bueno, dejémonos de Einstein y de Lavoisier. Pensemos
en, qué sé yo, Sócrates, uy, no está,
o en Platón, tampoco. Demóstenes, no-no-no-está.
Demócrito: no hay átomos. Empédocles, ni.
¿Pascal? Idem. ¡Descartes! Pero creo que más
bien esta cosa piensa en desechos. Spinoza no existe. Kant: no
hay crítica,
no hay razón. Nietzche, minga. Hegel no. ¿Marx?
Evidentemente no. Gramsci, niente. Lukács. Heidegger. Bachelard.
Derrida. Foucault. Deleuze. Habermas. Nadie.
Ave, Bill, morituri te salutant.
* Publicado
originalmente en Insomnia
Nº 36
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