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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



CULTURA NEOLIBERAL - OLIGOPOLIO CULTURAL -

Fantomas contra los vampiros multinacionales (o la batalla por la esfera pública)(1)(I)*

Gustavo Remedi
En Uruguay la cultura neoliberal se implementa a comienzos de los años setenta por la vía dictatorial y se consolida en los noventa al abrigo de un nuevo contexto internacional, cuando el proyecto neoliberal norteamericano pudo finalmente viabilizar su hegemonía global


En general, los ensayos sobre cultura tienen por fin comentar, analizar o criticar piezas artísticas (libros, películas, conciertos, exposiciones), movimientos estéticos, o
artistas. Usualmente, se piensa el terreno del arte y de la estética como separado y alejado de las vicisitudes diarias, sociales e históricas, y en general, alejado de la esfera práctica y más mundana de la economía y la política. Este trabajo, por el contrario, busca exponer las conexiones entre el mundo de la fantasía, la sensibilidad y la imaginación y el mundo de la economía y la política. De manera especial, interesa reflexionar sobre la mercantilización de la cultura y sobre las implicaciones del control hegemónico que hoy, poderosas corporaciones transnacionales, con intereses primariamente económicos y políticos, ejercen sobre la vida cultural, sobre la conciencia y la manera de pensar de la gente.


El edificio cultural

Yo construí la casa

La hice primero de aire
Luego subí en el aire la bandera
Y la dejé colgada
del firmamento, de la estrella,
de la claridad y de la oscuridad

Cemento, hierro, vidrio
Eran la fábula
(2)


Al contrario de lo que propondría un materialismo estático -y sin con esto pretender retroceder a una postura idealista- todas las esferas del acontecer humano
(la actividad económica, la política, las relaciones sociales, las diversas actividades de la vida diaria, tanto pública como íntima) se apoyan sobre una base cultural: un edificio simbólico y valórico. Ello no significa que no existan fuerzas y determinaciones materiales, básicas, fundamentales, insoslayables. No. Sólo significa que esos factores son inertes -no significan nada, ni por sí solos resultan en nada- sin el contrapunto de la actividad simbólica, significante, dadora de sentido: la actividad discursiva, ideológica, cultural.

Del mismo modo, tanto la materia como las ideas son inertes fuera de las prácticas humanas concretas que las conjugan y las ponen en movimiento. Aun a pesar de las determinaciones más tiránicas, y de la fuerza de los hábitos, los seres humanos no hacemos nada fuera de un discurso simbólico
(un relato) que lo encuadre, que lo guie, que lo legisle. Ni siquiera las cosas más elementales -nacer, comer, copular, matar, morir. Por lo pronto, es gracias a los discursos que pasamos la vida oponiéndonos a tales determinaciones, al dato inmediato, al sentido común; razón por la cual hacemos las cosas más terribles y estúpidas, pero también las más hermosas y esperanzadoras.

Por lo demás, la propia actividad cultural, como toda actividad humana, también se apoya en una materialidad insoslayable: cuerpos, procesos síquicos, libidinales, objetos, instrumentos,
máquinas, industrias enteras, usinas eléctricas, satélites, ejércitos, parlamentos. Como todo edificio, el edificio ideológico también es una construcción humana, histórica, social, resultado del campo de producción cultural.(3)

Una parte principal del campo de producción cultural lo constituyen las instituciones culturales clásicas, tanto públicas como privadas: las
instituciones educativas, las iglesias, los periódicos, las editoriales, las bibliotecas, los espacios públicos, las formas arquitectónicas, el cine, la televisión, la radio, los contenidos disponibles por medio de las computadoras, etc. Lo mismo que el teléfono, la correspondencia o el correo electrónico, y otras formas de intercomunicación. Y naturalmente, también los viajes: esa forma particular de cultivo, de conocimiento y de comunicación, privilegiada desde la antigüedad clásica.

Sin embargo, todas las instituciones y relaciones sociales
(la casa, el trabajo, el cuartel, el sindicato, el partido de fútbol), todas las actividades y hábitos humanos (desde los más complejos hasta los más elementales) también son conductores y productores de cultura.(4) Por esto, como en la continuidad de los parques, es muy difícil saber dónde empieza y dónde termina la esfera pública: la red de instancias y lugares donde se conforma la opinión y la sensibilidad pública, donde se construyen identidades colectivas, sentidos de la historia, visiones de mundo; conceptos, valores, sueños, proyectos; cosas como la confianza, el miedo, la esperanza o la fe.

En suma, si bien toda actividad humana se apoya sobre una materialidad social y depende de un encuadre simbólico discursivo, ambos, a su vez, no son otra cosa que un resultado de la propia actividad humana.

Tanto la esfera pública como el campo de producción cultural siempre serán un espacio de contestación, de intervención, de disputa y estarán necesariamente atravesados
(o encuadrados, si se prefiere) por la serie de competencias, contiendas y asimetrías que provienen del campo político, económico o social.

Un proyecto de transformación social se tiene que apoyar sobre una paralela e indispensable intervención en el plano cultural. Un proyecto alternativo de sociedad necesita ir construyendo su propia cultura
(5), su propio orden simbólico fundante, su propia "máquina" de producción cultural. No se trata de un mero planteo culturalista voluntarista (querer cambiar la sociedad 'simplemente' cambiando el lenguaje, la cabeza o la cultura). Se trata de reconocer la importancia fundamental que tiene el plano simbólico, discursivo y cultural en cualquier modelo económico, político y de organización social. Por ello históricamente se ha hablado de la cultura como "el aceite", "los pilares", "la argamasa" que une, la maquinaria que "articula" los distintos niveles y esferas de actividad necesarias para que funcione un determinado modo de producción. Por eso hablamos del orden feudal, el orden burgués, la cultura autoritaria, la cultura capitalista o la cultura neoliberal.


El edificio de la cultura neoliberal

El escenario en el que nos toca actuar es el orden cultural neoliberal. La cultura neoliberal supuso una acentuación en la colonización de la esfera de la producción cultural por parte del gran capital, de la mano de una transformación del marco político, legal y económico de la actividad cultural.

Un resultado es la subordinación del campo cultural a intereses económicos, políticos e ideológicos orgánicos al funcionamiento y la reproducción de ese modelo cultural. Otro es la tendencia a la concentración oligopólica de la propiedad de las distintas partes, circuitos y niveles del campo de producción cultural, a manos de un puñado de grandes grupos financieros transnacionales. Coincide, a su vez, con la gradual
globalización o norteamericanización(6) del control del campo cultural. Otro es la saturación del campo de producción cultural con el discurso neoliberal y el consecuente silenciamiento de otras explicaciones de mundo.(7) La acción conjunta de estos fenómenos conduce, lógicamente, a la pérdida de la capacidad de intervención y producción cultural por parte de la sociedad civil, y con ello, en la pérdida de poder político, económico y social.

En
Uruguay la cultura neoliberal se implementa a comienzos de los años setenta por la via dictatorial y se consolida en los noventa al abrigo de un nuevo contexto internacional, cuando el proyecto neoliberal norteamericano pudo finalmente viabilizar su hegemonía global. Si bien el Estado y la sociedad civil en nuestro país siempre tuvieron una buena cuota de control del campo de producción cultural (sobre todo en el terreno de la educación, la prensa, la industria del libro, la radio), la presencia y la influencia cultural regional y mundial siempre fueron muy fuertes. Dicha presencia fue en aumento con la irrupción de la radio a fines de la década del 20, del cine algo más tarde, y en 1960, de la televisión -coyunturas donde ya aparecen los grupos norteamericanos Westinghouse, General Electric, RCA Victor, y otros monarcas del siglo XX- y se acelera a partir de los noventa.

Por lo demás, un muy reducido número de familias y grupos económicos
(Scheck y asociados, Romay Salvo, Fontaina-De Feo, Moon, Pardo Santayana, etc.) siempre han ejercido un fuerte control del mundo de los medios de comunicación(8), distinguiéndonse muy poco de los grupos extranjeros, en realidad, funcionando como "repetidoras", "cabezas de playa" y socios(9) de las compañías norteamericanas, y con frecuencia, comportándose peor incluso que los grupos extranjeros.

La dictadura militar y los gobiernos neoliberales que le sucedieron generaron un clima política y económicamente desfavorable a los emprendimientos culturales que privilegian una reelaboración local original de la cultura global o que no están alineados a la hegemonía de los grandes conglomerados transnacionales
(caso de Cinemateca, Banda Oriental, Brecha, Ayuí, Teatro Circular, por nombrar sólo algunos), abrieron las puertas a la "privatización" del terreno cultural (léase, la mercantilización de la cultura) y reforzaron la tendencia a la concentración oligopólica del campo de producción cultural "nacional" a manos de las grandes corporaciones transnacionales. Por lo demás, el surgimiento de nuevos grupos económicos, caso, por ejemplo, de Tenfield o el grupo Lecueder (constructores de los shoppings) poco o nada han contribuido a mejorar la imagen del empresariado cultural "nacional".

Finalmente, desde el gobierno, se ha practicado una verdadera política anti-popular en el manejo, por ejemplo, de los teléfonos, del
libro, de las bibliotecas, o de la Universidad (que a juzgar por la composición de clase de los egresados sigue siendo gratuita para las minorías pudientes y virtualmente cerrada para las mayorías populares). Iglesias protestantes, revistas argentinas, cientos de canales norteamericanos de TV por cable, universidades privadas, peregrinaciones a Miami, Alfaguara, Starmedia, Bill Gates, Terra, decenas de multicines, cataratas de seriales y películas norteamericanas, extensas cadenas de hipermercados y shoppings: estos son hoy las usinas con las que se construye el edificio cultural del Uruguay neoliberal. Detrás de esa lista que pareciera indicar "diversidad" y pluralismo cultural se hallan ni más ni menos que un relativamente pequeño conjunto de conglomerados que gobiernan (que hegemonizan) ni más ni menos que el campo de producción cultural global.

Notas:

1 Ver "Fantomas contra los vampiros multinacionales, Julio Cortázar. Tribunal Russell, 1977.
2 Pablo Neruda, «A la Sebastiana» (fragmento), Plenos poderes.
3 Pierre Bourdieu, "The intellectual field: a world apart", en In Other Words. Essays Towards a reflexive Sociology. Stanford, Cal.: Stanford University Press, 1990
4 Intento aquí escapar a la trampa de caer, por un lado, en un estructuralismo determinista (con o sin sujetos) y por otro en el paradigma del cálculo racional individualista. Ver, Pierre Bourdieu, "Fieldwork in philosophy", en In Other Words, obra citada.
5 Antonio Gramsci "Questions on culture" (publicado en Avanti! 14 de junio de 1920), reproducido en Antonio Gramsci: Selections from Cultural Writings, David Forgacs y Geoffrey Nowell-Smith, editores. Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1985.
6 Fredric Jameson, "Taking on Globalization", New Left Review, August 2000.
7 William Solomon, "More Form than Substance: The Coverage of WTO Protests in Seattle", Monhtly Review, Vol. 52, Nº 1, Mayo 2000; Mark Crispin Miller, "Free the Press", The Nation, 1996.
8 Laura Pallares y Luis Stolovich, Medios masivos de comunicación en el Uruguay. Serie Los Poderosos Montevideo: Centro Uruguay Independiente, 1991.
9 Laura Pallares y Luis Stolovich, obra citada.

* Una versión de este artículo fue publicada en Escenario2

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