En general, los ensayos sobre cultura tienen por fin comentar,
analizar o criticar piezas artísticas (libros, películas,
conciertos, exposiciones), movimientos estéticos, o artistas. Usualmente, se piensa el
terreno del arte y de la estética como
separado y alejado de las vicisitudes diarias, sociales e históricas,
y en general, alejado de la esfera práctica y más
mundana de la economía y la política. Este trabajo,
por el contrario, busca exponer las conexiones entre el mundo
de la fantasía, la sensibilidad y la imaginación
y el mundo de la economía y la política. De manera
especial, interesa reflexionar sobre la mercantilización
de la cultura y sobre las implicaciones del control hegemónico
que hoy, poderosas corporaciones transnacionales, con intereses
primariamente económicos y políticos, ejercen sobre
la vida cultural, sobre la conciencia y la manera de pensar de
la gente.
El edificio cultural
Yo
construí la casa
La
hice primero de aire
Luego subí en el aire la bandera
Y la dejé colgada
del firmamento, de la estrella,
de la claridad y de la oscuridad
Cemento,
hierro, vidrio
Eran la fábula(2)
Al contrario de lo que propondría un materialismo estático
-y sin con esto pretender retroceder a una postura idealista-
todas las esferas del acontecer humano (la actividad económica, la política,
las relaciones sociales, las diversas actividades de la vida
diaria, tanto pública como íntima) se apoyan sobre
una base cultural: un edificio simbólico y valórico.
Ello no significa que no existan fuerzas y determinaciones materiales,
básicas, fundamentales, insoslayables. No. Sólo
significa que esos factores son inertes -no significan nada,
ni por sí solos resultan en nada- sin el contrapunto
de la actividad simbólica, significante, dadora
de sentido: la actividad discursiva, ideológica, cultural.
Del mismo modo, tanto la materia como las ideas son inertes fuera
de las prácticas humanas concretas que las conjugan
y las ponen en movimiento. Aun a pesar de las determinaciones
más tiránicas, y de la fuerza de los hábitos,
los seres humanos no hacemos nada fuera de un discurso simbólico
(un relato) que lo encuadre,
que lo guie, que lo legisle. Ni siquiera las cosas más
elementales -nacer, comer, copular, matar, morir. Por lo pronto,
es gracias a los discursos que pasamos la vida oponiéndonos
a tales determinaciones, al dato inmediato, al sentido común;
razón por la cual hacemos las cosas más terribles
y estúpidas, pero también las más hermosas
y esperanzadoras.
Por lo demás, la propia actividad cultural, como toda actividad
humana, también se apoya en una materialidad insoslayable:
cuerpos, procesos síquicos, libidinales, objetos, instrumentos,
máquinas, industrias enteras,
usinas eléctricas, satélites, ejércitos,
parlamentos. Como todo edificio, el edificio ideológico
también es una construcción humana, histórica,
social, resultado del campo de producción cultural.(3)
Una parte principal del campo de producción cultural lo
constituyen las instituciones culturales clásicas, tanto
públicas como privadas: las instituciones educativas, las iglesias,
los periódicos, las editoriales, las bibliotecas,
los espacios
públicos,
las formas
arquitectónicas, el cine, la televisión, la radio, los contenidos
disponibles por medio de las computadoras, etc. Lo mismo
que el teléfono, la correspondencia o el correo electrónico,
y otras formas de intercomunicación. Y naturalmente,
también los viajes: esa forma particular
de cultivo, de conocimiento y de comunicación, privilegiada
desde la antigüedad clásica.
Sin embargo, todas las instituciones y relaciones sociales (la casa, el trabajo, el cuartel,
el sindicato, el partido de fútbol), todas las actividades
y hábitos humanos (desde los más complejos hasta los
más elementales) también son conductores y productores
de cultura.(4) Por esto, como
en la continuidad de los parques, es muy difícil saber
dónde empieza y dónde termina la esfera
pública: la red de instancias y lugares donde se
conforma la opinión y la sensibilidad pública,
donde se construyen identidades colectivas, sentidos
de la historia,
visiones de mundo; conceptos, valores, sueños, proyectos;
cosas como la confianza, el miedo, la esperanza o la fe.
En suma, si bien toda actividad humana se apoya sobre una materialidad
social y depende de un encuadre simbólico discursivo,
ambos, a su vez, no son otra cosa que un resultado de la propia
actividad humana.
Tanto la esfera pública como el campo de producción
cultural siempre serán un espacio de contestación,
de intervención, de disputa y estarán necesariamente
atravesados (o
encuadrados, si se prefiere) por la serie de competencias, contiendas
y asimetrías que provienen del campo político,
económico o social.
Un proyecto de transformación social se tiene que apoyar
sobre una paralela e indispensable intervención en el plano
cultural. Un proyecto alternativo de sociedad necesita ir construyendo
su propia cultura(5), su propio orden simbólico
fundante, su propia "máquina" de producción
cultural. No se trata de un mero planteo culturalista voluntarista
(querer cambiar
la sociedad 'simplemente' cambiando el lenguaje, la cabeza o la cultura). Se trata de reconocer la importancia
fundamental que tiene el plano simbólico, discursivo y
cultural en cualquier modelo económico, político
y de organización social. Por ello históricamente
se ha hablado de la cultura como "el aceite", "los
pilares", "la argamasa" que une, la maquinaria
que "articula" los distintos niveles y esferas de actividad
necesarias para que funcione un determinado modo de producción.
Por eso hablamos del orden feudal, el orden burgués, la
cultura autoritaria, la cultura capitalista o la cultura neoliberal.
El edificio de la cultura neoliberal
El escenario en el que nos toca actuar es el orden cultural neoliberal.
La cultura neoliberal supuso una acentuación en la colonización
de la esfera de la producción cultural por parte del gran
capital, de la mano de una transformación del marco político,
legal y económico de la actividad cultural.
Un resultado es la subordinación del campo cultural a intereses
económicos, políticos e ideológicos orgánicos
al funcionamiento y la reproducción de ese modelo cultural.
Otro es la tendencia a la concentración oligopólica
de la propiedad de las distintas partes, circuitos y niveles del
campo de producción cultural, a manos de un puñado
de grandes grupos financieros transnacionales. Coincide, a su
vez, con la gradual globalización o norteamericanización(6) del control del
campo cultural. Otro es la saturación del campo de producción
cultural con el discurso neoliberal y el consecuente silenciamiento
de otras explicaciones de mundo.(7) La acción conjunta de estos
fenómenos conduce, lógicamente, a la pérdida
de la capacidad de intervención y producción cultural
por parte de la sociedad civil, y con ello, en la pérdida
de poder político, económico y social.
En Uruguay la cultura neoliberal
se implementa a comienzos de los años setenta por la via
dictatorial y se consolida en los noventa al abrigo de un nuevo
contexto internacional, cuando el proyecto neoliberal norteamericano
pudo finalmente viabilizar su hegemonía global. Si bien
el Estado y la sociedad civil en nuestro país siempre tuvieron
una buena cuota de control del campo de producción cultural
(sobre todo
en el terreno de la educación, la prensa, la industria
del libro, la radio),
la presencia y la influencia cultural regional y mundial siempre
fueron muy fuertes. Dicha presencia fue en aumento con la irrupción
de la radio a fines de la década del 20, del cine algo más
tarde, y en 1960, de la televisión -coyunturas donde ya
aparecen los grupos norteamericanos Westinghouse, General Electric,
RCA Victor, y otros monarcas del siglo XX- y se acelera a partir
de los noventa.
Por lo demás, un muy reducido número de familias
y grupos económicos (Scheck
y asociados, Romay Salvo, Fontaina-De Feo, Moon, Pardo Santayana,
etc.)
siempre han ejercido un fuerte control del mundo de los medios
de comunicación(8), distinguiéndonse muy poco de
los grupos extranjeros, en realidad, funcionando como "repetidoras",
"cabezas de playa" y socios(9) de las compañías
norteamericanas, y con frecuencia, comportándose peor
incluso que los grupos extranjeros.
La dictadura militar y los gobiernos neoliberales que le sucedieron
generaron un clima política y económicamente desfavorable
a los emprendimientos culturales que privilegian una reelaboración
local original de la cultura global o que no están alineados
a la hegemonía de los grandes conglomerados transnacionales
(caso de
Cinemateca, Banda Oriental, Brecha, Ayuí, Teatro Circular,
por nombrar sólo algunos), abrieron las puertas a la "privatización"
del terreno cultural (léase,
la mercantilización de la cultura) y reforzaron la tendencia a
la concentración oligopólica del campo de producción
cultural "nacional" a manos de las grandes corporaciones
transnacionales. Por lo demás, el surgimiento de nuevos
grupos económicos, caso, por ejemplo, de Tenfield o el
grupo Lecueder (constructores
de los shoppings)
poco o nada han contribuido a mejorar la imagen del empresariado
cultural "nacional".
Finalmente, desde el gobierno, se ha practicado una verdadera
política anti-popular en el manejo, por ejemplo, de los
teléfonos, del libro, de las bibliotecas, o de la Universidad
(que a juzgar
por la composición de clase de los egresados sigue siendo gratuita para
las minorías pudientes y virtualmente cerrada para las
mayorías populares). Iglesias protestantes, revistas argentinas,
cientos de canales norteamericanos de TV por cable, universidades
privadas, peregrinaciones a Miami, Alfaguara, Starmedia, Bill
Gates,
Terra, decenas de multicines, cataratas de seriales y películas
norteamericanas, extensas cadenas de hipermercados y shoppings:
estos son hoy las usinas con las que se construye el edificio
cultural del Uruguay neoliberal. Detrás de esa lista
que pareciera indicar "diversidad" y pluralismo cultural
se hallan ni más ni menos que un relativamente pequeño
conjunto de conglomerados que gobiernan (que hegemonizan) ni más ni menos que el campo
de producción cultural global.
Notas:
1 Ver
"Fantomas contra los vampiros multinacionales, Julio Cortázar.
Tribunal Russell, 1977.
2 Pablo Neruda, «A la Sebastiana» (fragmento), Plenos
poderes.
3 Pierre Bourdieu, "The intellectual field: a world apart",
en In Other Words. Essays Towards a reflexive Sociology. Stanford,
Cal.: Stanford University Press, 1990
4 Intento aquí escapar a la trampa de caer, por un lado,
en un estructuralismo determinista (con o sin sujetos) y por
otro en el paradigma del cálculo racional individualista.
Ver, Pierre Bourdieu, "Fieldwork in philosophy", en
In Other Words, obra citada.
5 Antonio Gramsci "Questions on culture" (publicado
en Avanti! 14 de junio de 1920), reproducido en Antonio Gramsci:
Selections from Cultural Writings, David Forgacs y Geoffrey Nowell-Smith,
editores. Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1985.
6 Fredric Jameson, "Taking on Globalization", New Left
Review, August 2000.
7 William Solomon, "More Form than Substance: The Coverage
of WTO Protests in Seattle", Monhtly Review, Vol. 52, Nº
1, Mayo 2000; Mark Crispin Miller, "Free the Press",
The Nation, 1996.
8 Laura Pallares y Luis Stolovich, Medios masivos de comunicación
en el Uruguay. Serie Los Poderosos Montevideo: Centro Uruguay
Independiente, 1991.
9 Laura Pallares y Luis Stolovich, obra citada.
* Una
versión de este artículo fue publicada en Escenario2
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