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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



LA GUERRA DE LOS MUNDOS- WELLS, HERBERT - FANTASÍA CIENTÍFICA - GÉNERO - WELLES, ORSON -

Guerras de los mundos*

Carlos Rehermann

La importancia que nos damos como especie —sea porque nos consideramos elegidos por Dios, sea porque nos creemos superiores al resto de los seres vivos—, está en jaque a cada paso: basta un tornado, un maremoto o un microbio para que nos demos cuenta de lo que verdaderamente somos: carne lábil, débil, mortal

En la novela La guerra de los mundos, publicada en 1898, el británico Herbert Wells afirma que en Marte no había bacterias. Los marcianos no tenían sistema inmunitario, y por eso sucumbieron al ataque de los microbios terrestres. Cien años después, cualquier lector sabe que la vida se basa en el equilibrio de sistemas complejos, y que un mundo sin bacterias es inverosímil; nadie puede creer que haya formas superiores de vida sin una multiplicidad de otras manifestaciones.

Esta aparente falla del libro es en realidad el rasgo que permitió la fundación del género fantasía científica. El contagio de los marcianos no sólo origina un final sorprendente (y literariamente valiente, porque deja sin héroes a una historia de guerra), sino que otorga verosimilitud al relato, y por tratarse de un asunto de saber biológico, permite relacionar el texto con la ciencia, el rasgo definitorio del género. Todo esto ocurre a pesar del error de considerar un ecosistema sin microorganismos. Wells había estudiado biología con uno de los principales defensores de la teoría de Darwin, Thomas Henry Huxley, abuelo del autor de Un mundo feliz. ¿Por qué cometió ese error?

La respuesta hay que buscarla en el verdadero interés del escritor, que justamente eligió no seguir una carrera científica y en cambio dedicarse a las letras. En realidad tanto Wells como su maestro Huxley estaban más interesados en la justicia social que en la vida en los ecosistemas.

Si el escritor hubiera aceptado bacterias marcianas, del mismo modo habría sido admisible que los invasores fueran atacados mortalmente por microorganismos terrestres. Pero esa solución habría complicado las cosas: los marcianos habrían traído sus microbios a nuestro planeta, de modo que los seres humanos podrían haberse contagiado. Eso habría complicado la narración, y las soluciones habrían convertido el texto en un pantano de subterfugios científicos. La complicación argumental que surge del manejo de datos científicos es un problema bastante común en el género, y obedece a que si bien los lectores tienen cierto gusto por la ciencia, no necesariamente disponen de suficiente información. Los autores se ven obligados a explicar demasiadas cosas, lo que entorpece el avance de la narración. 

La simplificación de Wells pone de manifiesto que, aun antes de haber inventado el género, percibió uno de sus principales problemas técnicos. Escribió el texto fundacional de la fantasía científica y dejó en la memoria de todos (hasta de quienes no leyeron el libro) a esa bacteria de Dios: “...exterminados, después de que todos los artilugios humanos fallaron, por la cosa más humilde que Dios, en su sabiduría, puso sobre esta tierra...”.

La guerra de los mundos sigue siendo hoy un libro disfrutable, que a pesar del paso del tiempo no ha envejecido en ninguno de sus aspectos, ni siquiera el más característicamente débil del género: el conocimiento científico. Pero su principal valor está en la ética que trasunta ese texto amargo, duro, oscuro, una fría inmersión en la certeza de la debilidad de la especie humana.

Pánico

El libro dio origen a una versión de radioteatro de una hora de duración que, cuarenta años después de su publicación, puso en el aire el Mercury Theatre on the Air, un programa de la compañía de teatro de Nueva York fundada por Orson Welles y John Houseman que se emitía los domingos a las 8 de la noche.

El programa solía adaptar novelas, muchas de ellas clásicas. Drácula, de Bram Stoker, se emitió el 11 de julio de 1938; El conde de Montecristo, de Alexandre Dumas, el 29 de agosto; el 25 de setiembre, una selección de historias de Conan Doyle; el domingo anterior al de la emisión de La guerra de los mundos (que se emitió el 30 de octubre), fue el turno de La vuelta al mundo en 80 días, de Verne, y el domingo siguiente el Mercury ofreció su versión de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad.

Como puede verse a través de la selección de títulos, que se emitían en programas unitarios, Welles y sus amigos no conocían el miedo.

La adaptación del libro[i] fue realizada por Howard Koch, que también trabajó para cine (fue uno de los tres libretistas de Casablanca, una película que se iba escribiendo días, horas y a veces minutos antes de los rodajes diarios). Aunque el Mercury no se caracterizaba por los excesos de planificación, para esta ocasión hubo unas cuantas horas de ensayo, y los aspectos técnicos fuero muy cuidados, especialmente porque se pretendía imitar una novedad de los informativos: la transmisión en directo desde el lugar de los hechos.

Welles (“deje caer esa e, por favor”, le diría más tarde Herbert a Orson, en un encuentro  trasmitido por radio en 1940[ii], para manifestarle su simpatía y aceptación) quería hacer un programa llamativo para la emisión de la víspera de Halloween. Su voz grave y resonante era bastante conocida por la audiencia neoyorkina, especialmente infantil, ya que personificaba un famoso personaje de un programa de historias de misterio llamado “La sombra”[iii], que se presentaba envuelto en música siniestra, hablando de muerte y tragedia en medio de carcajadas de orate.

En el libro de Wells se hace énfasis en el poder de la comunicación en la sociedad humana, un tema muy importante hacia fines del siglo XIX, cuando la prensa diaria se había convertido ya en un medio de comunicación masivo. Es evidente que para Orson Welles el tema de la comunicación de masas era el más interesante: cuando, debido al éxito de su programa, fue invitado a hacer una versión para cine de la novela, prefirió hacer Citizen Kane, donde la prensa y los informativos de cine juegan un papel explícito.

Koch y Welles centraron su adaptación en el pánico generado por las noticias; Wells lo había hecho en su novela. La trama el libro avanza a través de las noticias de los diarios, comenta la desinformación y el valor de la noticia (a medida que aumenta la confusión durante la invasión, el precio de los periódicos sube hasta cifras absurdas). En su época los diarios recién comenzaban a ser medios más o menos masivos; cuarenta años después, cuando Welles realizó su programa, esa función comenzaba a ser cumplida por la radio.

Explosiones en Marte interrumpen La Cumparsita

Para los uruguayos, la famosa emisión tiene una curiosidad adicional. Empieza como todas las del Mercury: “El Columbia Broadcasting System y sus estaciones afiliadas presentan a Orson Welles y el Mercury Theatre on the Air en La guerra de los mundos, de H. G. Wells”.

Luego, Welles comienza con casi las mismas palabras del libro; enseguida un locutor lee un informe del tiempo, y de inmediato otro anuncia un programa de música bailable, desde “el salón Meridian del Hotel Park Plaza de Nueva York: Ramón Raquello con La Cumparsita”.

La pieza de Matos se escucha claramente, ejecutada con un tempo exasperantemente lento, aunque no por mucho tiempo: un informativista interrumpe la música para decir que acaba de observarse unas extrañas explosiones en el planeta Marte. A partir de allí, todo el programa se convierte en una transmisión “desde el lugar de los hechos”, y culmina con una transmisión que supuestamente se realiza desde el techo del edificio de la CBS, hasta la muerte del locutor[iv].

Al final de la emisión el actor dijo:

“Este es Orson Welles, señoras y señores, fuera de personaje para asegurarles que La guerra de los mundos no es otra cosa que la diversión de un día libre que pretendía ser. Es la forma radial del Mercury Theatre de cubrirse con una sábana y aparecer detrás de un arbusto gritando ¡buu! [...] hicimos lo mejor que pudimos: aniquilamos el mundo delante de sus oídos, y destruimos la CBS. Se alegrarán ustedes, espero, de enterarse que en realidad no lo hicimos, y que ambas instituciones siguen con sus negocios. De manera que adiós a todos y por favor recuerden mañana la terrible lección de esta noche: [...] si suena su timbre y del otro lado de la puerta no hay nadie, no se trata de un marciano... sino de Halloween”.

En el libro, la difusión de la noticia de la invasión marciana origina pánico, caos y muerte. Cuando, al día siguiente de la emisión de radio, los diarios de Nueva York, Chicago y Boston publicaron artículos sobre la histeria generada por el programa, los periodistas no hicieron otra cosa que continuar con la ficción del libro de Wells. Hoy no es posible discernir si efectivamente hubo pánico masivo, o si los propios diarios confundieron ficción con realidad.

La campaña de prensa

Los diarios del lunes[v] informaron acerca de episodios de histeria colectiva, y se rumoreó que hubo suicidios de personas desesperadas de miedo por la invasión marciana. En realidad no hubo ni muertos ni heridos.

Un par de años más tarde una investigación de la Universidad de Princeton[vi] mostró que casi la mitad de los escuchas consultados por los investigadores creyó que se trataba de un informativo y no de un programa de ficción. Aunque el estudio de Princeton es un clásico del análisis de la histeria de masas, especialmente porque no es fácil encontrar un estudio anterior, la selección de la muestra (unos 160 individuos, que no se sabe cómo fueron elegidos) carece de rigor.

Es más probable que la idea de que la radio puede generar pánico obedezca a otros intereses: en primer lugar, al del propio Welles, que el lunes se apresuró a dar una conferencia de prensa en la que se mostró compungido por el pánico que había provocado; y luego, a los diarios, que quizá aprovecharon para exagerar la noticia de la reacción histérica por dos motivos: en sí misma es una buena historia periodística; y por otra parte para marcar algunos aspectos negativos de un nuevo medio que venía a poner en peligro el monopolio noticioso de los diarios.

Las reacciones de histeria se han explicado debido a la situación de precariedad económica de la población, el temor al comienzo de una nueva guerra, la incertidumbre acerca del futuro, e incluso al pacto de Munich que se había firmado poco antes. Parece dudoso que una audiencia tan ingenua como para creer que los marcianos estaban atacando New Jersey estuviera al tanto de los detalles e implicancias del pacto entre Gran Bretaña y Alemania, y de cualquier manera nada de eso explica por qué esa energía se liberó a partir de determinada señal y no de otra cualquiera.

Lo que está en el libro

Días después de que varios observatorios anunciaron misteriosas explosiones en el planeta Marte, en una localidad cercana a Londres cae un meteorito que muy pronto se descubre que es un artefacto extraterrestre. Una multitud de curiosos es testigo de la apertura del cilindro, que está habitado por unos monstruos que de inmediato se ponen a matar seres humanos con la ayuda de grandes máquinas. Algunas de estas máquinas son trípodes que comienzan a recorrer la región y se aproximan a Londres. Luego de algunas peripecias que duran unos quince días, el protagonista llega a una Londres desierta, para descubrir que las máquinas marcianas están inmóviles y sus conductores muertos. Una investigación posterior muestra que los invasores murieron atacados por bacterias terrestres.

Tal es el argumento del libro.

No muchos se han detenido a buscar en la historia original los rasgos que favorecieron su impacto cuando fue convertida en programa de radio. Quizá habría que buscarlos en el sólido conocimiento científico del autor, que da credibilidad a las descripciones, y a la concentración en el punto de vista de unos pocos personajes, que contrastan con la tragedia universal que se deja adivinar, lo que refuerza el vínculo identificatorio del lector. Brian Aldiss habla de esto como “la guerra de Woking”, en referencia al lugar donde ocurren todos los hechos bélicos relatados en el libro. Así, lo que el lector sabe es lo que está ocurriendo en la pequeña zona que puede recorrer a pie el protagonista (en realidad se trata de la región por la que Wells solía pasear en bicicleta; todos los itinerarios del protagonista durante el ataque marciano están pautados por las propiedades de los vecinos que Wells tuvo ganas de aniquilar, según él mismo ha contado). Esto permite al lector generar su propia idea de la tragedia universal. Como se sabe, decir poco es la clave para que la gente crea percibir mucho.

La meta de Wells es definir al hombre, mostrarnos ínfimos ante una fuerza que no comprendemos ni podemos afectar en lo más mínimo, y que no tiene ningún respeto por lo que nosotros más respetamos: el hecho de ser humanos. Wells necesitaba un Otro desmesuradamente poderoso e insensible, tan separado de la especie humana como lo está el hombre de las hormigas.

Al contrario de lo que le criticó Orwell, Wells no tenía demasiada confianza en la ciencia; era un moralista, tan político como Orwell, pero éste, con el temor que a muchos intelectuales formados en las humanidades les inspiran las ciencias naturales y exactas, no fue capaz de leer el nuevo género.

Basta revisar las metáforas más explícitas del libro para comprender su intención moralista. Wells compara al ser humano con cuatro animales. Primero, con el pájaro dodo, que, mientras unos marineros hambrientos desembarcan en su isla, se acomoda en el nido y decide, enfurruñado, dejar para el día siguiente la molesta tarea de librarse de ellos. Más adelante compara a los hombres con hormigas aplastadas por un caminante, y luego con ranas que tratan de escapar cuando los cazadores recorren las riberas. Finalmente, cuando describe cómo se alimentan los marcianos (mediante transfusiones de sangre de las víctimas), habla del horror con que los conejos verían nuestros hábitos alimenticios.

La humanidad poco tiene que ver con el destino final de los invasores, vencidos por una bacteria que también ataca a los hombres. Esta ayuda casual de una tercera especie es lo que habilita una lectura metafísica, descartada por Orson Welles en 1938. La importancia que nos damos como especie —sea porque nos consideramos elegidos por Dios, sea porque nos creemos superiores al resto de los seres vivos—, está en jaque a cada paso: basta un tornado, un maremoto o un microbio para que nos demos cuenta de lo que verdaderamente somos: carne lábil, débil, mortal.

Pesimismo metafísico

Además de la película de Spielberg, este año se estrenó una versión digital producida en Gran Bretaña por Pendragon Films, que conserva la ubicación espacial y temporal de la novela, y una producción estadounidense de la empresa Asylum. Las dos últimas se editaron en video sin estreno en salas de cine.

Durante el siglo XX sólo se había producido una película basada en el libro. En 1953 un buen libreto de Barré Lyndon, producido por George Pal y con la dirección de un especialista en efectos especiales (Byron Haskin), dio origen a una película que hace énfasis en lo bélico: la explosión de una bomba atómica no logra resolver el problema planteado por la invasión, un discurso bastante directo acerca de los peligros de la Guerra Fría. La primera bomba de hidrógeno se detonó en 1952; la película de Pal se estrenó un año después.

Pero habría que esperar hasta la versión de Steven Spielberg para redescubrir el tema metafísico propuesto por Wells. En su película más negra, Spielberg relativiza lo social y lo político. La reiterada pregunta de los hijos del protagonista “¿son los terroristas?” no es simplemente un compromiso de actualidad posterior a setiembre de 2001; la respuesta paterna (“no, esto viene de mucho más lejos”) es una sentencia acerca de la futilidad de las aspiraciones humanas. Hay algo mucho más grave que cualquier terrorismo, algo que podría convertir a cualquier terrorista en mi aliado (aunque más adelante el protagonista demostrará, cuando decida matar a su compañero en un refugio, que cualquiera puede convertirse en su enemigo).

Spielberg dijo que su película obedece en parte a que vivimos a la sombra de los atentados de 2001 en Nueva York. Pero lo que sacude de sus imágenes es lo mismo que Wells trata de mostrar en su libro: que el hombre es, para las fuerzas de la naturaleza, poco más que una bolsa de sangre. La sangre rociada por los trípodes, y la vegetación roja de la película son metáforas que Spielberg recupera de la novela, con una enorme fuerza visual.

La película de Spielberg nos enfrenta con violencia a una profunda sensación de impotencia, de debilidad, de final absoluto. La inminencia del fin no tiene, en esta película, ningún aura de heroísmo. No hay idea de salvación. El coraje no tiene sentido; el hijo del protagonista, que quiere unirse al ejército para luchar contra los invasores, está sometido a un impulso histérico que lo obliga a lanzarse hacia el frente de batalla. El final es frío y decepcionante, porque si bien cumple la premisa de oro del Hollywood más complaciente (un final feliz que por lo demás es similar al de Wells, con reencuentro familiar), la causa de esa felicidad es el azar. La bacteria que —así lo aclara Wells— muchas veces asesina a los hombres, esta vez la emprende contra los invasores. El ser humano no tiene nada que ver con ese resultado. La película es incluso más dura que el libro: ni siquiera se menciona que más tarde los hombres aprovecharán la tecnología marciana que quedó como residuo de la invasión, que sí está presente en Wells.

Quizá habría que remontarse a 2001: Odisea del espacio para encontrar otra película de fantasía científica en la que la perfección formal de la artificiosidad tradicional del género está tan subordinada al contenido ético que se pretende trasmitir. Como Wells, Spielberg emplea la verosimilitud como herramienta retórica, pieza esencial de su argumentación. Y el resultado fílmico, del mismo modo que hace un siglo el resultado literario, es ejemplar.


Notas:

[i] Puede verse el libreto del programa de radio en http://members.aol.com/jeff1070/script.html

[ii] Hay una grabación del encuentro entre Wells y Welles, el 28 de octubre de 1940 en San Antonio, en http://sounds.mercurytheatre.info/mercury/401028.mp3

[iii] Ver grabación de una promocional de La Sombra en http://www.old-time.com/sights/shadow.html

[iv] El programa completo está disponible en http://sounds.mercurytheatre.info/mercury/381030.mp3

[v] Hay un archivo de varios artículos aparecidos el 31 de octubre de 1938 en http://members.aol.com/jeff1070/wotw.html

[vi] Hadley Cantril, The Invasion from Mars: A Study in the Psychology of Panic (Princeton: Princeton University Press, 1982),
 

* Publicado originalmente en el Suplemento El país cultural.

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