H enciclopedia 
es administrada por
Sandra López Desivo

© 1999 - 2012
Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ANÉCDOTAS ESCOLARES - COLONIALISMOS MENTALES -


Anécdotas de música contemporánea acaecidas en la muy noble y leal ciudad de San Juan de Pasto (I)

Andrés Torres Guerrero

Tal vez, cierta Ilustración, y, sobre todo, cierta recepción que de ella se hace, es parte constitutiva de los colonialismos mentales de los que habría que desterritorializarse para que la luz no ciegue a los seres que vuelan acompañados del tenue resplandor de una luciérnaga


La memoria es un elemento esencial de lo que hoy se estila llamar la "identidad", individual o colectiva, cuya búsqueda es una de las actividades fundamentales de los individuos y de las sociedades de hoy.
Jacques Le Goff (1)


(Adiós, adiós, melodía, y adiós también los viejos ritmos definidos, las formas cerradas, adiós sonatas, adiós músicas concertantes, adiós pelucas, atmósferas de los tone poéms, adiós lo previsible, adiós lo más querido de la costumbre)
Julio Cortázar (2)

 
Mucho de lo que escribo no lo entiendo ni yo mismo, por paradójico que pueda sonar. Karlheinz Stockhausen (3)

.
- Papá, mire las patas todas reventadas, ¿cuándo es
que me va a comprar zapatos.
-¡Ah!, ¡eso no te preocupés, ya han de pavimentar!
Fernando Jurado (4)

 

I. Pies descalzos

Si se tiene en cuenta que es posible hacer funcionar a las ficciones en el interior de la verdad
(5), este texto, surge de episodios oníricos que se cruzan con el escenario escolar. Poco antes de salir a Semana Santa tuve dos sueños. El primero, me remitía al colegio, y, estar otra vez allí, en esas aulas, me generaba una terrible angustia. Ya no quería estar atrapado en esas estructuras culturales. En el segundo, yo desarrollaba una clase con mis alumnos. No tenía nada que decirles y lo único que esperaba era que pasara rápido el tiempo. Una de las estudiantes me sonreía, haciéndome saber que ella intuía por lo que estaba pasando. Su sonrisa era un gesto de complicidad. Al término de la sesión, quería salir pronto, pero mis pies, que calzaban unas pantuflas, no favorecían en mucho mi propósito. La luz de la tarde se extinguía. Un portero difería mi salida, pero, al mismo tiempo, me ayudaba a cruzar el umbral.

Esta clase de sueños me han perseguido durante años, pero ese viernes de abril, la pesadilla operó como una máquina del tiempo que me dejó instalado en la frágil condición del adolescente que percibe el colegio como una cárcel. Los sueños habían sido tan contundentes que sus imágenes me enfermaron. Sin embargo, en las siguientes semanas, inspirado en un bello fragmento que encontré en una entrevista a Derrida, utilicé en cierto modo mis clases como un componente homeopático para sanarme, haciendo que el aula y sus paredes no sean límites, sino fronteras abiertas a la imaginación:

(…) Por eso reconstruyo. Siempre se reconstruye, pero aquí la reconstrucción es con frecuencia abstracta. De lo que sí me acuerdo es de 1934: jardín de infancia, sufrimiento extremo. Me acuerdo muy bien del desamparo, desamparo de separarme de mi familia, de mi madre, los llantos, los gritos en el jardín de infancia, vuelvo a ver esas imágenes cuando la profesora me decía: "Tu madre vendrá a buscarte", yo preguntaba: "¿Dónde está?", y ella me contestaba: "Está guisando", y yo imaginaba que en ese jardín de infancia -que por cierto sigue existiendo, lo he vuelto a ver cuando estuve en Argelia- había un sitio en donde mi madre estaba guisando. No me imaginaba que pudiera estar en otro lugar que no fuera ese jardín de infancia. Me acuerdo de las lágrimas y de los gritos a la entrada, y de las risas a la salida, hasta el punto de que mi madre me preguntó una vez: "¿Por qué lloras y gritas al entrar, y sales riendo y cantando?", y yo respondí con esta tautología: "Porque prefiero salir que entrar"(6).


Al igual que el pequeño Jacques, yo, en el sueño, prefería salir que entrar. A propósito de esto, recuerdo que hace algunos años, un amigo me contó que a él, siendo un niño pobre
(sus padres no tenían dinero para comprarle zapatos), su profesor lo golpeó por haber ensuciado el piso del aula con las huellas de barro que habían dejado sus pies.

En este ejercicio de zapping por los canales de la memoria, recuerdo una de las líneas del himno de la Normal Nacional de Occidente de Pasto, que escribiera la poeta sor Celina de la Dolorosa: ... en tus lámparas prende la mente ideales de ciencia y honor… quizá, estos cabos sueltos apuntan a tejer una mínima alusión al territorio escolar que, como un aparato de captura, estandariza la subjetividad ejerciendo lo que desde otros contextos Blanchot llama la locura de la luz y Lévinas la violencia de la luz. La institución educativa colombiana, como "heredera" del logocentrismo, está determinada bajo unos lineamientos epistemológicos que, si bien intentan ordenar el mundo, es ese mismo orden
(enciclopédico, positivista, instrumental, neoiluminista) el que ejerce una violencia en el cuerpo, no tan sólo de los estudiantes, sino también de los profesores.

En este sentido, Edgar Garavito anota:

En el pensamiento de la representación es el orden del pensar el que se aplica al desorden del mundo. (…) Los archivos, los catálogos, las bibliotecas, el movimiento mismo de la Enciclopedia son una consecuencia de la representación como un modo de ser del pensamiento (…); el saber, envuelto en la representación, se convierte en un factor más de desencadenamiento entre pensamiento y naturaleza. Y la vitrina de lo urbano, creada por el hombre, lo aleja aún más de la naturaleza. Para el hombre de la modernidad resulta urgente creer en el mundo urbano que él mismo ha fabricado; y, sin embargo, pareciera que cada vez encuentra menos razones para creer en él. La angustia de la modernidad se dibuja pues a partir de la imposibilidad real de volver a un "estado de naturaleza" y ante la falta creciente de razones para creer en el mundo de la representación. Y quizás este conflicto, que es también un conflicto postmoderno, se agudiza aún más en nuestros días(7).

Ese barro que se cuela en el salón, y el posterior castigo que inflige el docente, no es una reacción gratuita. Ese tipo de manifestaciones hacen parte de un entramado metafísico occidental que opuso, desde una episteme de la representación, la naturaleza y la cultura. No por nada, Evelio Rosero Diago apunta en su novela El incendiado, lo siguiente:

Pero luego vino Primero de Primaria, la señorita Alicia, de pelo negro y ojos negrísimos. Barbilla puntuada. Toda ella afilada, como una guillotina. La primera en tirar de las orejas, terror a sus dedos de uñas pintadas y largas. Terror. Terror. Su maquillaje una máscara rosada que a veces goteaba plástico en nuestras manos. De vez en cuando ordenaba a cualquier alumno que propinara coscorrón iluminado en la cabeza de turno, iluminándolo por la sorpresa, claro. "Ilumínalo", ordenaba, como la cosa más natural, y su orden se llevaba a cabo, naturalmente, como algo que suponíamos que debía ser natural, sin que eso nos causara risa, señores, porque en definitiva lo único que sentíamos era extrañeza de tener que presenciar cómo uno de nosotros era elegido para golpear a otro de nosotros(8).

En El libro de los abrazos, Eduardo Galeano cuenta que de cada tres ecuatorianos, uno es indio. Los otros dos le cobran, cada día, la derrota histórica
(9), por lo que en la escuela al indígena que hablara quichua lo golpeaban, por no expresarse en la lengua que dejó el colonizador. Probablemente, uno de los factores de violencia que se ha implantado en las escuelas ha sido el de privilegiar una racionalidad, frente a otras tantas posibles… entre esas, la que podría traer un niño descalzo entre los dedos de sus pies. A este respecto, Deleuze y Guattari, anotan:

La maestra no se informa cuando pregunta a un alumno, ni tampoco enseña una regla de gramática o de cálculo. "Ensigna", da órdenes, manda. Los mandatos del profesor no son exteriores a lo que nos enseña, y no lo refuerzan. No derivan de significaciones primordiales, no son la consecuencia de informaciones: la orden siempre está basada en órdenes, por eso es redundancia. La máquina de enseñanza obligatoria no comunica informaciones, sino que impone al niño coordenadas semióticas con todas las bases duales de la gramática (masculino-femenino, singular-plural, sustantivo-verbo, sujeto de enunciado-sujeto de enunciación, etc.). La unidad elemental del lenguaje -el enunciado- es la consigna(10).

Tal vez, cierta Ilustración, y, sobre todo, cierta recepción que de ella se hace, es parte constitutiva de los colonialismos mentales de los que habría que desterritorializarse para que la luz no ciegue a los seres que vuelan acompañados del tenue resplandor de una luciérnaga. En este microrecorrido por nuestras iluminadas instituciones educativas y culturales
(desde imágenes oníricas y citas bibliográficas), lo que está por el piso es la piel y las poéticas de la imaginación onírica e infantil, que tan mal hospedadas han sido en el aparato escolar.

II. Mejor te guardas todo eso/ A otro perro con ese...

Cuando tenía diez años solía preguntarme cómo sería un combate entre Mazinger Z, el Capitán Centella, Kalimán, Linterna Verde, Orión y Arandú. Poner en relación (con)textos imposibles, me llamaba la atención; tal vez, por esto he querido componer este ensayo desde una estrategia de collage y montaje, porque creo
(en este sentido), con Deleuze que:

(...) el problema del arte, el problema relativo a la creación, es el de la percepción y no el de la memoria: la música es pura presencia, y reclama una ampliación de la percepción hasta los límites del universo. Una percepción ampliada, tal es la finalidad del arte (o de la filosofía, según Bergson). Ahora bien, tal manera no puede ser alcanzada más que si la percepción rompe con la identidad en la que la memoria la fija. La música siempre ha tenido ese objeto: individuaciones sin identidad, que constituyen los "seres musicales"(11).


Pasemos a otro tipo de citas: en 1991 cursé un seminario de música contemporánea con el maestro Mario Gómez Vignes en la Biblioteca Leopoldo López Álvarez
(Área Cultural del Banco de la República). El maestro Gómez Vignes, durante una semana, nos hizo conocer trabajos musicales insólitos. Una de las piezas musicales que mayor impresión suscitó en el grupo fue una de Pierre La Monte Young (de cuyo nombre quisiera acordarme). En la audición se escuchó ruidos como de alguien que está arreglando su cuarto y cambia de lugar los muebles.
 
Poco antes de que el maestro quitara el disco para dar paso a sus reflexiones, entró a la sala uno de los señores encargados de la vigilancia, quien se dedicó a cerrar las ventanas, asegurar con llave las puertas y, bajar
(por último) las persianas. El ruido que hizo fue tan similar a la música, que todos aplaudimos la obra que había gestado desprevenida e involuntariamente. La Monte Young, por lo demás, en este trabajo fabula que en el momento de la creación se generó un primer sonido que inauguró la gran sinfonía del universo, los sonidos que siguieron después hacen parte de esa inmensa partitura. El vigilante confirmó, para nosotros, ese argumento.
 

(sigue)


Notas:


(1) LE GOFF, Jacques. El orden de la memoria. El tiempo como imaginario. Traducción de Hugo Bauzá. Barcelona, Paidós, 1991, p. 181.

(2) CORTÁZAR, Julio. Libro de Manuel. Madrid, Alfaguara, 2004. p. 28.

(3) ADORNO, Theodor. STOCKHAUSEN, Karlheinz. La resistencia frente a la música. Traducción de Wade Matthews. En: Revista de Occidente. La música en nuestros días. Madrid, Edita Fundación José Ortega y Gasset. Diciembre de 1993. Nº 151. p. 136. Extracto de una conversación que tuvo lugar en 1960 y fue recogida en la revista Contrechamps, número 9, París, 1990.

(4) JURADO, Fernando (rey del chiste pastuso). Zapatos. En: A reír a carcajadas. Cuentos Pastusos. Cassette Volumen 2. Pasto, 1994.

(5)
 FOUCAULT, Michel. Citado por BLANCHOT, Maurice. Foucault tal y como yo lo imagino. Traducción de Manuel Arranz. Valencia, Pre-Textos, 1993. p. 51.

(6)
DERRIDA, Jacques. A corazón abierto. En: ¡Palabra! Traducción de Cristina de Peretti y Paco Vidarte. Madrid, Trotta, 2001. pp. 14-15.

(7)
GARAVITO, Edgar. La imagen del pensamiento. En: Escritos escogidos. Medellín, Universidad Nacional de Colombia, 1999. pp. 100, 101 y 112.  

(8)
ROSERO DIAGO, José Evelio. El Incendiado. Bogotá, Planeta, 1998. p. 15. 
(9)
 GALEANO, Eduardo. Los indios/2. En: El libro de los abrazos. México, Siglo XXI, 1989. p. 120.

(10)
DELEUZE, Gilles. GUATTARI, Félix. 20 de noviembre 1923. Postulados de la lingüística. En: Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Traducción de José Vázquez Pérez con la colaboración de Umbelina Larraceleta. Valencia, Pre-Textos, 1997. p. 81.  

(11)
 DELEUZE, Gilles. Boulez, Proust y el tiempo: ocupar sin contar. En: Archipiélago. Cuadernos de Crítica de la Cultura. Nº 32. Madrid, Editorial Archipiélago, 1998. p. 21.

VOLVER AL AUTOR

             

Google


web

H enciclopedia