La implantación de un megaproyecto minero dentro de un marco
regional definido integra lógicas de las cuales algunas se pretenden analizar en
esta segunda parte del texto. Más allá de una actividad económica o un proceso
extractivo, el advenimiento de un megaproyecto minero es parte de un modelo a
reproducir en diferentes puntos de la región como si de una franquicia se
tratara. Las lógicas que reproducen este tipo de modelos, como el discurso
hegemónico, la conformación de determinadas subjetividades, la exaltación del
concepto desarrollo etc., pueden configurarse como parte de un modelo
biopolítico. Mirta Antonelli ha analizado algunas de estas lógicas y según sus
palabras podemos comprender la megaminería como un modelo biopolítico: "En
su funcionamiento persuasivo y seductor, el de los cantos de sirena
desarrollista, se amparan enunciados y actores con capacidad de legitimar el
modelo. En su funcionamiento disuasivo y patémico, el de las gradientes del
miedo y del avergonzamiento, que se efectivizan con los rumores inhibitorios, la
criminalización, la judicialización y las variadas modalidades de
estigmatización social, epistémica e ideológica, respectivamente, se procuran
desactivar las energías vitales, cívicas y políticas, también las afecciones que
se sustraigan del poder semiótico del capital, o aquellas que pongan en crisis
la maquinaría sígnica y sus dispositivos físicos, materiales y simbólicos de
captura de sensibilidades, emociones y pasiones, incluidas la desafiliación del
Estado y la desobediencia civil. Un imperio biopolítico transfronterizo se
disemina, tras la aparente concesión de “yacimientos”, como meras unidades de
explotación.”[i].
Más allá del brillante análisis de Antonelli, es interesante tamizar el modelo
propuesto para profundizar en lo que entendemos por creación de subjetividades,
tema que ocupa esta segunda entrega.
Tanto las disciplinas como el biopoder son configuradores de
subjetividad, pero es interesante pensar en un paso más de la creación de
subjetividades que escapa al modelo biopolítico: la creación de un “público” u “opinión
pública”, concepto que se puede remontar a los análisis de Gabriel Tarde
allá por principios del siglo XIX. Según Tarde, “el público es una masa
dispersa donde la influencia de los espíritus de unos sobre otros se convierte
en una acción a distancia”. En la configuración de este “público” o
la modulación de las subjetividades aparece una nueva figura que se acerca a lo
que Michel Foucault llama “técnicas de seguridad” o Deleuze “sociedades de
control”. Estas nuevas figuras, que exceden al modelo biopolítico no lo
sustituyen, sino que sumado a las técnicas disciplinarias dan forma en conjunto
a la sociedad de control. Resignificando las ideas de Leibniz, Mauricio
Lazzarato plantea la generación de “posibles” -que tienen mucho que ver con los
“virtuales” de Deleuze- a partir de un acontecimiento dado. La reducción de
estos “posibles” a un “posible” es lo que pretenden las sociedades de control
mediante la manipulación-modulación de las subjetividades en juego, y el
principal actor en esta manipulación-modulación son los
medios de comunicación y sus
multiplicadores.
El despliegue del aparato mediático en complicidad con la
Inversión-Estado tiene como objetivo, a través de ese poder semiótico, unificar
esos “posibles” o nivelar las diferencias, lo que tiene como consecuencia
convertir esa multiplicidad en lo que Deleuze-Guattari llaman “mayoría”. Es
decir, “producen un modelo que sirve de patrón, cuyo prototipo en acción se
puede ver en la construcción y en la medida de la audiencia televisiva o de la
opinión a través de las encuestas”[ii].
Así se revelan y determinan premeditadamente la
reducción de los antagonismos doxa/episteme, comunicación-información/expresión,
monolingüismo/plurilingüismo, posible/posibles, virtual/virtuales.
El par comunicación-información pretende el allanamiento y homogeinización de
las múltiples subjetividades, es decir apunta a la unificación, a la
centralización, a la destrucción de la multiplicidad y de la heterogeneidad de las
palabras, de las lenguas, de las semióticas, en lo que M. Bajtin llama
monolingüismo.
Continuando con Lazzarato, “Tanto la explotación como la acumulación del
capital son simplemente imposibles sin la transformación de la multiplicidad
lingüística en modelo mayoritario (monolingüismo), sin la imposición de un
régimen de expresión monolingüe, sin la constitución de un poder semiótico del
capital”[iii].
La des-in-formación
“…en
toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada
y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función
conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio
y esquivar
su pesada y temible materialidad.”
Michel Foucault[iv]
“¿No te das cuenta que el propósito total de la Neolengua
es reducir el rango del pensamiento?”
George Orwell, 1984
I
Enmarcado el contexto socio-político regional establecido en la primera parte de
este texto, Aratirí es un ejemplo de megaproyecto con posibilidades concretas
de establecerse en el territorio uruguayo. A través de diversas y heterogéneas
formas y lugares de enunciación, se ha solicitado al gobierno mayor información
al respecto, al tiempo que, como correlato, también a los medios. Dichos pedidos
se fundamentan en la necesidad de conocer más a propósito, no del proyecto en sí
mismo, sino de las consecuencias e impactos socio-ambientales que supone su
implementación. Representantes políticos han vertido opiniones sobre el
proyecto, y sus derivados estructurales, a través de los distintos medios de
comunicación. Desde las voces oficiales se sostienen las virtudes del
emprendimiento transnacional que son reproducidas a través de la prensa con la
pretendida voluntad de “informar”. En principio, esta demanda da cuenta de una
situación paradojal si entendemos que es justamente “información”, en el sentido
más simple del término, lo que uno y otro transmite. Si se realiza un trabajo de
revisión de archivo son muy pocos los casos (sobre todo en televisión), en los
que se investiga, profundiza y analiza críticamente el tema, situación que suele
entenderse como una obviedad incluso desde posturas teóricas “anti-medios”. Vale
aquí la pena recordar la pregunta que P. Bourdieu se realizaba al comenzar sus
conferencias respecto a la televisión –emitidas a su vez en ella, en 1996– “Pero
entonces, si es cierto que no se puede decir nada en la televisión, ¿no debemos
concluir, junto con un buen número de intelectuales, de artistas, de escritores,
y de los más destacados, que sería mejor abstenerse de utilizarla como medio de
expresión? Me parece que no se puede aceptar esta alternativa tajante en
términos de todo o nada.”[v]
Siguiendo el planteo teórico foucaultiano las relaciones de poder
subyacen tanto en las prácticas discursivas como en las extradiscursivas,
configurando lo que se entiende como saber y verdad (voluntad de
saber/voluntad de poder). La crítica y el pedido de información –paradójico sí, pero no por ello menos importante– conlleva al cuestionamiento
respecto a la voluntad de verdad que detenten aquellas relaciones de poder.
Ignorar que los medios de comunicación operan como instrumentos legitimadores mediante sus prácticas discursivas es aceptar pasivamente la naturalización de
los discursos simbólicos que a través de y con ellos se impone. Estos pedidos de
información pueden ser diferenciados en función de los destinatarios: a los
medios, al gobierno y a la empresa. Al mismo tiempo, las acciones no se agotan
en esto sino que se materializan a través de vías legales y acciones directas.
Veamos dos ejemplos que parten de posturas disímiles, no para igualarlos o
marcar sus diferencias sino para visibilizar sus implicancias.
En el marco de las manifestaciones públicas contrarias a los
megaproyectos, que se vienen realizando desde el año pasado, se llevó a cabo una
marcha en Montevideo el jueves 13 de setiembre de 2012, convocada por la Coordinación contra
los megaproyectos. Dicha marcha tenía como antecedente varias
manifestaciones previas realizadas también en el interior del Uruguay. En el volante se
explicita que “Los medios desinforman, manipulan y mienten. ¡Contra Aratirí y
todos los megaproyectos!”. La marcha, -convocada específicamente bajo la
citada consigna-, tuvo consecuencias en los propios medios referidos en la convocatoria.
El Observador manifiesta: “marcharon
hasta la puerta del Canal 4 para protestar contra el proyecto megaminero Aratirí,
acusando a los medios de 'tergiversar' la información sobre el tema, e informar
'banalidades'. Con pancartas como 'Sí a Aratirí, no al futuro de mis hijos', la
marcha pasó también por la puerta de El Observador, en la esquina de Guatemala y Cuareim, donde algunos militantes encapuchados arrojaron bombas de pintura.”[vi]
Luego se agregó una segunda nota titulada “Policía
tiene la orden de tratar de procesar a todos los radicales violentos”.
Posteriormente, otros medios se sumaron a “informar” sobre lo sucedido: “Fuentes
de Canal 4 dijeron a Búsqueda que tampoco se hicieron denuncias.
'Esto que nos pasó a nosotros hoy, les va a pasar a ustedes mañana', dijo un
informante (…) También se resolvió 'no darle difusión' por lo que el mismo no se
cubrió y no fue informado por Telenoche en ninguna de sus entregas."[vii]
Está claro que este suceso y sus derivaciones,
interpretaciones y sobreinterpretaciones podrían dar lugar a múltiples debates.
De hecho, sobre todo a nivel de internet y de sus multiplicadores satélites -las
redes sociales-, se han volcado infinidad de opiniones (los ya sinsentido a
favor y en contra). En los días que siguieron a este acontecimiento la atención
se centró en los “actos de violencia”, dando cuenta de que
lo que importa no es
conocer el sustento de la convocatoria, reflexionarlo y discutirlo, sino la espectacularidad del hecho. Sumando
los títulos de la prensa y
las manifestaciones de apoyo o rechazo en internet (reiteramos, centradas no en
el rol de los medios de comunicación sino en el “sí o no” a las capuchas y las
bombas de alquitrán), se configura un intercambio de opiniones que mantienen y
avalan un concepto específico de “información” – justamente el que se intenta
hacer visible y criticar-, que se ve fuertemente asemejado al manejo de los datos
numéricos y científicos que se esgrimen en pos de un concepto consensuado de desarrollo
incuestionable. Si esta marcha fue convocada a partir de una idea de manipulación,
pues entonces sería necesario preguntarse respecto a sus paradójicas
consecuencias antropofágicas: la estigmatización y la relativización, dos estrategias
de manipulación del dispositivo discursivo dominante. La
violencia concreta está
naturalizada, pero únicamente en tanto se imparta del
Estado, como excepción, para
minimizar las manifestaciones anómalas. En cambio, si parte de la resistencia
y de sus manifestaciones disidentes es condenada en pos del orden y del
statu quo
aplicándose, en su carácter performativo, la
violencia a través del
estigma.
“Entre las modalidades en que las resistencias socio-ambientales
son violentadas, la estigmatización – que supone marcar, discriminar y en último
término, segregar o separar sujetos de las construcciones de colectivos de
identificación –nosotros/otros– se ejerce de modo sistemático a múltiples
niveles y escalas como instrumentalización (…). La infamación –
'fundamentalistas', 'ignorantes', 'demonizadores', etc., y las prácticas de
maltrato y destrato que con ellas actúan– es, en el proceso que abordamos aquí,
una función de cinismo.”[viii]
Este procedimiento, que opera a través de la construcción del mote despectivo “ambientalistas”,
o creando figuras del terror como “ecoterroristas”,
establece una circulación simbólica de verdades que logran incluso enfrentar a
quienes, más allá de los modos concretos de llevarla a cabo, tienen como
objetivo a corto plazo detener la implementación del proyecto
Aratirí
en Uruguay.
Los medios de comunicación y sus multiformas actuales han sido objeto de estudio
en numerosas perspectivas y teorías (Análisis de discurso, Teorías de la
información, Teorías de la comunicación, Teorías de
lenguaje, etc.). Esto da
cuenta de su relevancia pragmática y conceptual, que ha llevado incluso a
considerar a los medios de comunicación
-durante mucho tiempo- como el “cuarto
poder”. Sin embargo, aceptar esta afirmación implica considerar que dichos
medios son independientes de cualquier otro poder. La proclamada objetividad,
transparencia, independencia y voluntad de información que se presenta en las
posturas de este tipo (ya sea para reafirmarlas o criticarlas), supone
desconocer algunos aspectos fundamentales de la materialización actual del biopoder.
Ya Noam Chomsky[ix]
desestimaba la idea del cuarto poder,
definiendo a los medios como instrumentos
de control que mediatizan a través de prácticas discursivas, la voluntad de
poder institucional. Así, incluso cuando los
medios se manifiestan como
opositores explícitos a determinado gobierno o institución, las prácticas
discursivas que proponen suelen estar en franca consonancia con las modos de
ejercicio biopolítico ya que delimitan el campo desde donde informar; en otros
términos, la disidencia mediática es también una forma de demarcar los
discursos, de trazar las fronteras desde las cuales “informar” siempre dentro
del statu quo, que no se ve más que interpelado por sus propias tecnologías.
II
El 16 de marzo el semanario Brecha informaba que: “Por
otra parte, el juez de lo contencioso administrativo Alejandro Martínez condenó
a la
Presidencia de la República y al
Ministerio de Transporte (MTOP) a informar
sobre las negociaciones que el
Estado lleva adelante con
Aratirí y con la
Compañía Oriental de Desarrollo de Inversiones. De esta manera hizo lugar a una
solicitud de acceso a la información pública presentada el 10 de noviembre de
2011 por el periodista Víctor Bacchetta[x],
quien solicitó el acceso al
expediente de las negociaciones del Estado por el contrato de inversión
de la empresa Aratirí en torno al proyecto Valentines de extracción de hierro,
mineroducto, y terminal portuaria[xi]”
En este caso -y en varias instancias que
se haría largo enumerar- han habido
solicitudes de información al gobierno de manera “pacífica” y desde marcos
legales que respetan la institucionalidad democrática. A través de cartas[xii],
recolección de firmas, charlas con carácter de debate, se busca desarticular el
mecanismo de la aceptación pasiva generando espacios de construcción y
cuestionamiento. Ocurre que, a pesar de los esfuerzos –legítimos en sí mismos–,
el debate y las iniciativas suelen rápidamente transformarse en “gestos”
privados, en acontecimientos particulares subestimados al rango de la excepción
a través del silenciamiento que marca la agenda político-mediática.
La
competencia periodística es clave en este sentido, la “primicia” y la noticia
impactante y espectacular que garantiza los niveles de audiencia ocupan espacios
centrales: “Los periodistas -habría que decir el campo
periodístico– deben su importancia en el mundo social a que ostentan, de hecho, el
monopolio de los medios de producción y difusión de la información a gran escala,
mediante los cuales regulan el acceso de los ciudadanos de a pie, así como de
los demás productores culturales -científicos, escritores-, a lo que
a veces se denomina 'espacio público', es decir a la difusión a gran escala. Con
este monopolio se topa uno, como individuo o como miembro de un colectivo
cualquiera, cuando intenta dar una amplia difusión a una información.”[xiii].
En este caso, que se continúa hasta estos días a nivel judicial, la resonancia
es menor a nivel de titulares que en el anterior, justamente porque respetando
la legalidad es menos espectacular y por lo tanto menos funcional a los
intereses mediáticos. Sin embargo opera el mismo mecanismo de silenciamiento e
invisibilización.
Más allá de estos dos ejemplos puntuales, en la imposición de su discurso
la pragmática mercantil construye mecanismos de segmentación
desembocando en el enfrentamiento de colectivos y portavoces de la disidencia
(por ejemplo los primeros y los detractores de “actos de violencia”), que se ven
subsumidos a disputas respecto a los modos de materializar la oposición.
Entonces el poder del discurso hegemónico gana, enfrentando anomalías,
degradándolas en el discurso y en las formas de representación social, llegando
incluso a que voces disidentes acepten y reproduzcan los estigmas creados por el
propio poder al cual se enfrentan.
III
La demanda de información por parte de los diferentes actores y
colectivos, y su anverso, la acusación de desinformar, son entonces tanto hacia
el gobierno como hacia sus portavoces y hacia los
medios de comunicación. Sería por lo
pronto interesante entender que estos pedidos y manifestaciones –
independientemente de sus formas particulares- explicitan que hay una
condición no manifiesta: la falta. Cierta pasividad ideológica –semantizada
bajo planteos como el de la desideologización y su opuesto complementario para
el caso periodístico: la autonomía- parece ser la respuesta. “El interés
público”, teñido del discurso de progreso, se presenta como objetivo e
inobjetable, uniformizando la tríada medios-transnacional-Estado. Desinformar/informar, no son entonces sino sinónimos compartidos
por el gobierno de turno
y las multinacionales. Los medios,
apenas eso, mediatizaciones en prácticas
discursivas de la voluntad del poder. Sin embargo, sería ingenuo ignorar que son
esos mismos medios los que actúan como agentes de disciplinamiento en
consonancia hoy, no tanto con los gobiernos específicos de turno, sino más bien
con la economía como ideología (Zizek). La importancia de los
medios no radica
tanto en su rol de “informar” sino más bien en lo que significan en tanto
productores de subjetividad, y por ende transmisores de verdades simbólicas, en
la sociedad de control.
Por último, es también notorio que cuando se informa respecto al
proyecto Aratirí se suele jerarquizar el costado numérico: planteos
comparativos, encuestas de opinión pública, márgenes económicos positivos para
el país, por ejemplo. La falta de investigación –consecuencia de la falta de
transparencia- y la jerarquización de la "opinión” por sobre la
crítica, operan
como garantías del funcionamiento sin anomalías y son parte del mecanismo que
registran las tecnologías de legitimación. “Pues la necia utopía democrática
directa de la cultura global, en la cual la mayoría gobierna sin intermediarios
desde la opinión expresada libremente, tiene como contrapeso no solamente el
testimonio definitivo del biopoder más mecánico y real, sino el operador único
de los medios y las encuestas que apoyan siempre un gobierno a
'libre demanda'.
Los medios son los que gobiernan.”[xiv]
La forma en la cual determinados
medios de comunicación informan
respecto a los megaproyectos posibles en Uruguay, así como el
Estado, no es
autónoma ni independiente de la pragmática de mercado más general. La
jerarquización respecto al esquema “costos –beneficios” que domina buena parte
de las referencias en la prensa respecto a Aratirí (y sus derivados
infraestructurales visibles e invisibles) es parte de la lógica funcional de un
estado de cosas: el progreso económico como proyecto de país que se hace eco en
las prácticas discursivas del “interés colectivo”. Según Bajtin podemos ver que
la multiplicidad de los lenguajes, de las formas de enunciación, de las
semióticas, en el seno del mundo precapitalista (plurilingüismo) es reprimida y
subordinada a una lengua que, al imponerse como mayoritaria, se convierte en la
codificación normativa de la expresión (monolingüismo).
Así, la voluntad de
verdad /poder continúa imponiéndose bajo el
halo de la opinión pública, forma de control en la sociedad del control y el
simulacro. La información/desinformación deberían conjugarse en una formación de
lenguajes que permitan explicitar críticamente los mecanismos de legitimación,
cuestionando las verdades consensuadas, evidenciando la vidriosidad; enunciar
debiera ser, dar sentido.
Notas:
[i]
Antonelli, Mirta. “Megaminería, desterritorialización del Estado y biopolítica” en Revista
Astrolabio. CONICET/UNC. N° 7, 2011
[ii]
Lazzarato, Maurizio. Políticas del acontecimiento. En
Tinta Limón, Buenos Aires. 2006
[iv]
Foucault, Michel. El orden del discurso. Buenos Aires, Tusquets.
1992. Pg. 11
[v]
Bourdieu, Pierre. Sobre la televisión. Barcelona. Anagrama.
2007. Pg. 15.
[vii]
Búsqueda, “Bombas de alquitrán contra la prensa”. 20 de setiembre de
2012.
[viii]
Antonelli, Mirta. “Megaminería, desterritorialización del Estado y biopolítica” en Revista Astrolabio. CONICET/UNC. N° 7, 2011
[ix]
Chomsky Noam.
Ilusiones necesarias.
Control del pensamiento en las sociedades democráticas, Libertarias,
Madrid. 1992.
[x]
Miembro activo de MOVUS (Movimiento por un Uruguay sustentable).
[xi]
W.P. “Intimaciones a Presidencia, MTOP y ANEP. Un “claro deber” de
informar”” en semanario Brecha. 16 de marzo de 2012.
[xiii]
Bourdieu, Pierre. 2007 Pg. 67.
[xiv]
Núñez Sandino “El estado es mi pediatra” en Tiempo de Crítica. Año 1 N°
18.
(sigue)
* Publicado originalmente en Tiempo
de Crítica. Año I, N° 30, 12 de octubre de 2012, publicación semanal de la
revista Caras y Caretas.