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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



URUGUAY - AMÉRICA LATINA - ESTADO - ESTADO DE EXCEPCIÓN - MEGAPROYECTOS - PROYECTOS EXTRACTIVISTAS - BIOPODER - BIOPOLÍTICA - ARATIRÍ - MASS MEDIA - EDUCACIÓN - PROGRESO -


Megaproyectos, III: cráteres de lo simbólico. Cartografías del no-lugar[1]*

María Olivera Mazzini y Nicolás Pereira

Las voluntades de saber y poder que se imponen de manera naturalizada mediante las prácticas discursivas del desarrollo y el progreso tienen sus impactos en las diversas instituciones y representaciones simbólicas de la sociedad. La educación se ve también fuertemente modificada por la implementación de los megaproyectos.


Al fin de cuentas, pobreza y crisis ecológica van de la mano. Así como hay sinergia entre las diferentes crisis ecológicas, hay sinergia entre la crisis ecológica global y la crisis social: una es el eco de la otra,
ambas se influencian mutuamente, se agravan correlativamente.

Hervé Kemp,
Cómo los ricos destruyen el planeta



I
 

Con este tercer texto se cierra el tríptico vinculado a repensar las secuelas, los impactos, y las consecuencias de la implantación de megaproyectos en Uruguay. Como se ha venido expresando en los trabajos anteriores se cree importante enfocar, analizar y visibilizar hechos que el discurso hegemónico de los actores dominantes pretende aislar. Bajo la bandera del desarrollo y del progreso se genera un modelo biopolítico a partir de la confraternización Inversión-Estado que busca, además de neutralizar y estigmatizar las voces disidentes, preparar un escenario en consonancia con las pretensiones del modelo inversor megaminero. Este escenario, que se está reproduciendo a modo de franquicia en diversas regiones de América Latina, tiene varias características que, análogamente a un modelo taylorista, se encadenan hasta lograr el producto terminado, es decir la explotación y extracción de los recursos naturales. Para resaltar este punto hacemos referencia a las palabras de Maurizio Lazzarato quien dice que el capitalismo contemporáneo no llega primero con las fábricas (hacemos analogía con los megaproyectos), sino con las palabras, con los signos, con las imágenes.

Un pilar fundamental en la consolidación de este modelo es el “estado de derecho”, desde la creación y promulgación de leyes, modificaciones de los códigos mineros, generación de figuras como el “eco-terrorista”, hasta la reformulación de viejas figuras jurídicas como la “sedición”. Este compendio legalista  asegura, facilita, respeta y entrega el territorio a las inversiones transnacionales. Luego de ese paso inicial, lo que lo sigue es la creación, alimentación y difusión del discurso hegemónico en pos del desarrollo al que tanto hacemos referencia. Dicho discurso oculta premeditadamente un sinfín de voces, sujetos, actores sociales que son parte y defensa de esos otros mundos posibles que la homogenización de voces mediáticas no da lugar. El despliegue de ese poder semiótico asociado a conceptos que se han absorbido de manera positiva en un imaginario social, excluyen la multiplicidad y la heterogeneidad de voces involucradas en pos de lo que M. Bajtín llama monolingüismo. La construcción del discurso no solo se hace a través de los medios de comunicación masiva, sino también a través de formas variadas como el patrocinio de Universidades, la publicidad en lugares asociados al sentimiento colectivo o de pertenencia y, de una forma inteligente, llegar a determinados actores sociales que poseen determinadas influencias.

Un ejemplo de esto es lo sucedido hace poco en la junta de ediles de Montevideo donde la empresa Zamin Ferrous proporcionó los materiales informativos que se utilizarían en la sala –material que también fue anexado como encartado en algunos medios de prensa y se encuentra en la página web de la empresa-, hecho que fue denunciado por ediles de la oposición al gobierno. Allí se hace énfasis en varios aspectos del proyecto, que van desde lo estructural y medioambiental, hasta lo social. Esta estrategia pone de manifiesto que la idea predominante es distribuir información que asegure el conocimiento a la hora de la toma de posición pública, sin embargo, es justamente su opuesto, hace gala más bien de lo que Noam Chomsky denominara “fabricación del consenso” (los argumentos que se manejan son los que los propios interesados elaboran).[1]

Otro ejemplo es la configuración de think tanks que pretenden legitimar el modelo megaminero mediante charlas e información, generalmente integrando ex funcionarios estatales. En Aratirí se da el caso de Fernando Puntigliano, ex director de ANP (Administración Nacional de Puertos), y Cyro Croce, ex director de la DINAMA (Dirección Nacional de Medio Ambiente), ambos integrantes del cuerpo técnico especializado que mediante la práctica discursiva técnico-científica han legitimado el modelo. Aquí el concepto de dispositivo de Foucault adquiere su potencia: “…un conjunto resueltamente heterogéneo que incluye discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas, brevemente, lo dicho y también lo no-dicho, estos son los elementos del dispositivo.”.[.2]

De esta forma, (re) pensando y (re) cuestionando los conceptos en los que se apoyan este tipo de discursos se hace manifiesta la necesidad de  una resemantización de los mismos, es decir, desarrollo, progreso, crecimiento económico, interés público etc., al problematizar sus consecuencias. El eje principal del discurso hegemónico se genera usando los conceptos estrella anteriormente mencionados, para destacar las grandes cifras económicas involucradas y minimizar los impactos ambientales. Los impactos sociales nunca son nombrados ni discutidos, es más, quienes se oponen a este tipo de megaproyectos, además de ser oponentes al “desarrollo” del país, son peyorativamente denominados “ambientalistas”. Premeditadamente se crea un antagonismo que podría denominarse desarrollo/medioambiente. Así se puede favorecer a uno y atacar al otro escondiendo las consecuencias sociales que además de ser tan importantes como las ambientales, van de la mano.
 

II
 

La tradición de los oprimidos nos enseña que el ‘estado de excepción’ en el cual vivimos es la regla.
Walter Benjamin


Giorgio Agamben ha referido a través de su obra el concepto de “estado de excepción”. Este estado de suspensión de los derechos constitucionales se daba, como su nombre lo indica, en casos excepcionales -guerras, crisis, fenómenos climáticos extremos- para después retornar al estado normal. La problemática, según Agamben, es que actualmente los gobiernos han tomado como paradigma un “estado de excepción” continuo en el que "l
a declaración del estado de excepción ha sido sustituida de forma progresiva por una generalización sin precedentes del paradigma de la seguridad como técnica habitual de gobierno".[3]

Estos Estados se caracterizan por "[una] tierra de nadie entre el derecho público y el hecho político, y entre el orden jurídico y la vida".[4] Esta aporía se resume como sigue: "si los procedimientos excepcionales son fruto de los períodos de crisis política y, como tales, han de ser comprendidos no en el terreno jurídico sino en el político-constitucional, acaban por encontrarse en la situación paradójica de procedimientos jurídicos que no pueden comprenderse en el ámbito del derecho mientras que el estado de excepción se presenta como la forma legal de lo que no puede tener forma legal.".[5]

Esta situación paradojal, en la que desde la constitucionalidad se pone de manifiesto la inconstitucionalidad, se hace visible mediante los representantes del propio Estado.[6] Bajo este marco se producen formas variadas que apelan a la reminiscencia del origen pragmático del concepto. Es decir que el ideologema “estado de excepción”, que surge a partir de situaciones extremas como la guerra, y pretende explicar situaciones actuales, realmente conserva trazos de su concepción. Por eso la implantación de los proyectos megamineros son acompañados de delimitación, apropiación, desplazamiento y militarización de territorios donde las violaciones a los derechos humanos, la estigmatización y la persecución de opositores y generadores de resistencia, son hechos inevitables. A partir del descubrimiento de la existencia de yacimientos en un territorio dado se despliega todo un aparato biopolítico para apropiarse del mismo. De ahí es que surgen las figuras de “desplazables” o “reubicables” para los habitantes del territorio con respuestas limitadas por parte de éstos, que carecen premeditadamente de la información necesaria para generarlas. Empezando con los permisos de prospección hasta finalizar con cedulones de desalojo, se genera la desterritorialización. Acompañando este tipo de prácticas llega a ser necesaria la intervención de la justicia para que el Estado dé a conocer los tratados de inversión que negocia junto con las empresas, dado que son recurrentes las cláusulas de confidencialidad.

Los discursos legitimadores y promotores de los proyectos megamineros manejan datos numéricos, amparados en estudios de corte científico, respecto a los posibles impactos ambientales. Sin embargo, la noción de territorio se encuentra allí acotada a la idea de “tierra” como mera plataforma natural desde la cual accionar y no en tanto concepto que se vincula necesariamente con los individuos, su vida social y sus representaciones simbólicas. El concepto de territorio implica connotaciones que van mucho más allá del reduccionismo geopolítico hegemónico, tiene que ver con un topos que configura y reconfigura a las subjetividades que lo habitan: "La noción de territorio aquí  es entendida en sentido muy amplio, que traspasa el uso que hacen de él la etología y la etnología. Los seres existentes se organizan según territorios que ellos delimitan y articulan con otros existentes y con flujos cósmicos. El territorio puede ser relativo tanto a un espacio vivido como a un sistema percibido dentro del cual un sujeto se siente ‘una cosa’. El territorio es sinónimo de apropiación, de subjetivación fichada sobre sí misma. Él es un conjunto de representaciones las cuales van a desembocar, pragmáticamente, en una serie de comportamientos, inversiones, en tiempos y espacios sociales, culturales, estéticos, cognitivos.".[7]

Es en el territorio real y simbólico donde los sujetos configuran su identidad y sus relaciones interpersonales, es allí donde convergen las relaciones sociales que representan significación y sentido. Los proyectos extractivistas transnacionales tienen como correlato no solamente la ocupación territorial (y con ella los semas reiterados desde el logos inversionista: empleo, progreso, bienestar social) sino también múltiples impactos de desterritorialización y re-territorialización. Estos impactos, que abarcan desde reconfiguraciones simbólicas del espacio, pérdida de identidades de producción local, descentración del sujeto en tanto parte maquínica de un todo  exportador inefable, trascienden a la simplificación hegemónica de “impactos ambientales”. Las experiencias regionales son buena muestra de esto, poblaciones indígenas desplazadas, sectores marginalizados luego de una oferta laboral precaria, jóvenes que al priorizar el trabajo se apartaron del sistema educativo, por citar solamente algunos ejemplos. La tierra y su expresión semiótica, el territorio, se convierten con las inversiones primario-extractivistas en mero tablero sin historia, sin cultura y sin política, donde las reglas y el juego son llevados a cabo por el mercado global. De acuerdo a esto, los impactos sociales que prefiguran este tipo de proyectos no pueden medirse en términos numéricos de corto y mediano plazo, la imposición de un nuevo orden simbólico dentro del espacio tendrá consecuencias significantes de largo plazo. Desconocer esto es desconocer que el ejercicio biopolítico se caracteriza justamente por el ingreso naturalizado de sus prácticas discursivas en esferas que se suponen “independientes” o “privadas”.  Sumado a que los capitales se “fugan” circulando hacia destinos económicamente poderosos,  los recursos naturales son privatizados, el trabajo se vuelve una cadena distribuida mundialmente, y a los referidos desplazamientos y militarizaciones,  la desterritorialización le suma, además, la desarticulación del referente clave de las subjetividades: el territorio, espacio común donde se materializan las prácticas identitarias singulares y colectivas.
 

III
 

Las voluntades de saber y poder que se imponen de manera naturalizada mediante las prácticas discursivas del desarrollo y el progreso tienen sus impactos en las diversas instituciones y representaciones simbólicas de la sociedad. La educación, en tanto complejo constructo configurador de subjetividades, identidades, reproductor y al mismo tiempo productor, se ve también fuertemente modificada por la implementación de los megaproyectos. Esta consecuencia se encuentra ausente del debate que podría/debería provocar su implementación, sin embargo, la educación es parte de la agenda política constantemente y foco de los medios de comunicación de manera sistemática.  Estos impactos no son exclusividad de una reformulación local de los planes educativos, sino que acompañan la tendencia de racionalización general y dominante.  Por un lado, la educación técnica adquiere un nuevo cariz, reformulándose la concepción dicotómica moderna “educación universitario-intelectual/educación-técnico-manual”, pero claro, no de acuerdo a la tradición crítica, también moderna. Las empresas transnacionales necesitan trabajadores “formados” y minúsculamente especializados. El debate, antaño vigente, es sustituido por las urgencias y beneficios que brinda la especificidad, en su mayoría técnica y, en un proceso visible, los sistemas educativos son reformados en función de la demanda mercantil. Por otro lado, dada esta “necesidad”, las instituciones privadas adquieren una gran importancia a la hora de ofrecer formación corta y útil, lo que provoca múltiples consecuencias sociales que van desde el acceso a esa enseñanza, con su  consecuente diferenciación-fragmentación social, hasta la reformulación del rol del Estado en relación a la educación. La proclamada universalidad de estas demandas formativas se materializa en su opuesto: la producción de especialistas. "Dentro del actual capitalismo global, la reducción de la educación superior a la tarea de producir especialistas socialmente útiles es la forma paradigmática del «uso privado de la razón» de Kant, es decir, constreñida por las presunciones contingentes y dogmáticas (…) Resulta crucial vincular el empuje hacia la racionalización de la educación superior -no solo en el aspecto de la privatización directa o de los vínculos con las empresas, sino también en el aspecto más general de orientar la educación hacia la producción de especialistas- con el proceso de encerrar el procomún de los productos intelectuales, de privatización del intelecto general.".[8]

Estas reformulaciones educativas se encuentran legitimadas nuevamente por la creación del “consenso” que supone la “opinión pública”, no hace falta más que revisar las referencias respecto a la educación actual en Uruguay. Tanto desde las voces oficiales como desde las opositoras, se suele remarcar la importancia de una formación que “acompase los nuevos tiempos”, como correlato, desde los pretendidos “debates” de opinión se reafirma dicha tendencia, reproducida por los medios de comunicación que subrayan las carencias y los “problemas” educativos. Nuevamente la tendencia monocorde es asumida como “posible”, reduciendo así la problematización y la  complejización crítica respecto a la educación, al diseño y a la reformulación de un currículo paralelo que atienda las demandas de los inversionistas. Las consecuencias son aún mayores: se desdibujan los posibles debates con actores fundantes del sistema educativo, se estigmatiza la figura del docente, se califica de anacrónica la labor intelectual, se impulsa el incentivo por “logros” de los educadores, se instala la idea pública del “desastre educativo actual”, se demonizan los centros medios de enseñanza públicos y se jerarquizan políticas “parche” de formación “ya” para la demanda “ahora”. Sería si no honesto al menos interesante, reflexionar respecto a las futuras consecuencias de estas prácticas.


Bienvenidos al cráter de lo simbólico
 

En una fase del capitalismo global que Harvey llama “acumulación por desposesión”, se vuelve a reificar aquella acumulación originaria dada a principios del descubrimiento-colonización del continente americano que citábamos en la primera parte en palabras de Mariátegui. En la actualidad América Latina es territorio estratégico para un sinfín de emprendimientos capitalistas basados en la extracción de los bienes naturales. Este modelo extractivista se propaga por la región teniendo como marco  un entramado para la aceleración y disminución de los costos de dicha extracción, el plan IIRSA ( Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana). Megaproyectos es la denominación genérica que los sostiene dada la dimensión de sus explotaciones. Uruguay no es ajeno a este tipo de emprendimientos extractivos, la forestación, las pasteras, el monocultivo sojero se han establecido en el territorio desde ya hace un tiempo, mientras tanto un modelo ajeno al imaginario productivo del país intenta establecerse, la megaminería a cielo abierto. Aratirí es el nombre elegido para este país, Zamin Ferrous la sociedad anónima que la respalda.

Estos modelos primario-exportadores pueden ser entendidos, debatidos, criticados, dentro del marco de referencia biopolítico desarrollado. La sociedad de control se realiza a través de dispositivos y tecnologías que se materializan en prácticas discursivas y su correlato extradiscursivo. En estos discursos subyace una voluntad de saber y poder que se presenta como incuestionable y naturalizada. Ideas como “desarrollo” y “progreso” son reproducidas a través de las mediatizaciones que encuentra el poder, ya sean los medios de comunicación, la selección de la “información” pública y las estrategias específicas de los equipos de marketing y comunicación de las empresas. La tríada Estado-inversionistas-medios logra así imponer, mediante la circulación y naturalización, un statu quo que se presenta como incuestionable. Es entonces cuando las voces disidentes son rápidamente modeladas, moduladas y subyugadas, independientemente de las formas que éstas encuentren para manifestarse. Los puntos de vista críticos son relegados a su literalidad mediante la estigmatización, la subestimación y el ejercicio concreto del poder. Así, la resistencia es rápidamente desvestida de su carácter simbólico, banalizándola, subyugándola a través de justificaciones científicas respecto a las mediciones de “impacto ambiental”, y amenazándola a través de operaciones que parecen simples –como por ejemplo calificar despectivamente de “ecologista” o de “radical” a un activista– pero que connotan las complejas formas de operación biopolíticas. Las voces son uniformizadas, condenadas a repetir representaciones impuestas que se vuelven monocordes, hay una sola configuración posible en nos/otros: o se está a favor del “progreso” o se está en contra. Este reduccionismo no es espontáneo, desconocer que responde a una construcción discursiva compleja es ignorar las prácticas que desde la hegemonía de los intereses del capitalismo extremo se ejerce de manera sistemática.

Al mismo tiempo, comprender que la literalidad, la anulación simbólica y la creación de la “opinión pública” tienen sus propios impactos sociales resulta imprescindible a la hora de comenzar a debatir seriamente respecto a la implementación de este tipo de proyectos. El territorio no es únicamente el suelo desde donde generar rentas bajo el lema falaz y consensuado de “progreso”; el territorio es el topos articulador y creador de identidades, es el espacio en el que cada sujeto encuentra significados y construye su futuro.
 

Llegó al final. Solo el puro cielo, cenizo, medio quemado por la nublazón de la noche. La tierra se había caído para el otro lado”.

Juan Rulfo (El Llano en Llamas: “El Hombre”)


Notas:

 

[2] Foucault, Michel. Saber y Verdad. La piqueta. Madrid 1985.

[3] Agamben, Giorgio. Estado de Excepción. Pre-textos. Valencia, octubre 2004. Pg.27.

[4] Ídem. Pg. 9-10

[5] Ídem. Pg. 9-10

[6] Un ejemplo de esta situación paradojal puede verse en la figura del fiscal Viana. http://www.diarioeleste.com/archivo/27-08-12/noticias.shtml

[7] Guattari, Felix, Rolnick, Suely. “Micropolitica. Cartografías del deseo”. Editorial Traficantes de sueños. Madrid 2006. Pág. 372

[8] Zizek Slavoj “Un permanente estado de excepción económica”  en New Left Review. Nº 64 octubre 2010.

 

[1]
* Publicado originalmente en Tiempo de Crítica. Año I, N° 31, 19 de octubre de 2012, publicación semanal de la revista Caras y Caretas.
 

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