Míster
Marshall McLuhan nunca dejó de sorprenderse del poco interés
general que suscitan los medios de comunicación en cuanto medios.
La polémica gira siempre en torno a los contenidos, al
efecto beneficioso o manipulador de éstos sobre los ciudadanos.
La opinión más extendida es la de que un medio no es bueno ni
malo en sí, sólo lo será dependiendo del
uso que se haga de él. Buen cine o mal cine, buena televisión o mala televisión...
McLuhan se preguntaba si un pastel de manzana podía ser
bueno o malo dependiendo del uso que se hiciera de él.
Vio muy claro que la irrupción de un medio nuevo de comunicación,
por el simple hecho de serlo, y al margen de los contenidos que
pueda difundir, provoca un cambio en nuestra manera de percibir,
y por lo tanto de vivir el mundo: imprentas, trenes, teléfonos, radio, televisión,
Internet... todos los medios,
sean del tipo que sea, han generado nuevos paradigmas vitales.
La historia
del actor es también
la historia de lo mediático. El actor es en sí mismo
un medio humano, y su técnica ha evolucionado pareja a
la de los medios técnicos. El contador de cuentos saltó
al escenario, del escenario a la radio, de la radio a la gran
pantalla, y de la grande a la pantalla pequeña. Esta evolución,
a diferencia de otras, ha sido acumulativa, y en la actualidad
conviven el teatro, el cine y la televisión.
Cada medio aporta cosas distintas, insustituíbles: la proximidad
al público, la inmediatez, el primer plano, el directo...
Y el arte de la actuación
se amolda a las exigencias de cada medio concreto, a veces hasta
el extremo de la especialización: algunos actores de teatro
no se desenvuelven con la misma soltura ante una cámara
de cine, y viceversa.
La
novedad siempre ha sido recibida con una mezcla de entusiasmo
y escepticismo. Cuando se inventó el cine, los actores
de teatro mostraron una cierta reticencia a trabajar en un medio
que consideraban menor. La posterior llegada de la televisión
fue valorada con el mismo recelo. Pero el tiempo acaba limando
asperezas: la televisión, que en sus inicios venía
a ser un retiro de actores cinematográficos en decadencia,
ha acabado ejerciendo el papel inverso: trampolín hacia
la gran pantalla. Ahí tenemos a Bruce Willis, entre muchos
otros. De lo que se trata es de actuar.
Internet: el último
medio -de momento-. Un paso más. ¿Tienen cabida
en él los actores?... Ciertamente, circulan muchas películas
a través de la red. Pero no me refiero a esto. Me pregunto
si la mencionada evolución histórica del actor se
acaba en la televisión, o tiene reservado un lugar específico,
diferenciado, en el ciberespacio. Podría
objetarse que Internet no es más
que un cajón de sastre, un medio de medios. Sin embargo la televisión
también lo era, y cuando se emprendió la producción
de espacios dramáticos, enseguida cuajó una forma
específica de realización, determinada por las especificidades
del canal: la baja resolución, el formato 3x4 en pantalla
de tamaño reducido, el inevitable corte publicitario, la
planificación multicámara, la escasa latitud de
luminancia... Por no hablar de las limitaciones originales del
formato vídeo, que prácticamente impedían
la edición de los contenidos y forzaban la emisión
en directo de la actuación en vivo.
El uso del formato cinematográfico -ya sea de 16 ó
35 mm- en producciones televisivas asimiló también
esta forma de hacer, rápida, concisa, directa, mecánica,
cercana. Plano general, plano contraplano en primer plano y vuelta
a empezar. Esto es lo que hace que, aún hoy, sea relativamente
sencillo distinguir un telefilme al uso de una película
«de cine» convencional, aunque sólo sea por
el tamaño de las letras de los títulos de crédito.
La televisión reinstauró la luz «de plató»
y la inmediatez del escenario, entronizó definitivamente
el primer plano. Y dividió la tarea directiva en dos,
separando al realizador del director, escindiendo también,
por lo tanto, la mise en scène en cámaras
y escena.
En el teatro -en el teatro «a la italiana»- actor
y espectador se sitúan en dos cajas separadas, abiertas
la una a la otra. En otros tipos de teatro, actor y espectador
comparten el mismo espacio, la misma caja. En el cine, el espectador
está dentro de una caja, y el actor le envuelve. En la
televisión, el espacio del espectador es lo que envuelve
a la caja que encierra al actor. ¿Qué tipo de interacción
espacial se establece en Internet?...
En Internet, cada uno está
dentro de su propia cajita. Con el culo fuera y la cabeza
dentro, por decirlo rápido. Acercamos las narices y metemos
la mano. En esto es muy diferente de la televisión, de
la que nos alejamos lo suficiente como para tener que recurrir
al mando a distancia y no distinguir un píxel del contiguo.
Si chateamos, metemos la mano en la pantalla y palpamos la cara de un desconocido,
a ciegas. Si leemos el texto de un sitio web, intuimos que la
extensión de la página es superior a la de la pantalla,
y eso nos hace mover el cursor hacia abajo o hacia arriba. Las
dimensiones de la superficie del texto exceden el marco
de lo que se nos permite ver, y además tiene profundidad.
Hay más páginas detrás de la que vemos, miles,
infinitas. Infinidad de páginas de grosor infinitesimal,
como las de los libros alineados en los anaqueles de la
Biblioteca de Babel de Borges. El televisor es un pequeño
teatrillo, y lo que vemos está dentro, se nos sirve dentro,
como la bandeja de comida caliente que desciende en el montacargas
de un restaurante; por el contrario, el monitor a través
del cual oteamos Internet es un periscopio
en el ciberespacio, pero por el hecho
de usarlo, nosotros mismos nos convertimos en sustancia del ciberespacio también,
porque podemos ser escrutados por periscopios ajenos.
El tipo
de vínculo espacial que el actor establece con el espectador
es fundamental, porque es lo que determina su forma de actuar.
¿Tengo que gritar para que se me oiga, o me está
usted viendo las legañas?... ¿Viene usted a mí,
o voy yo a usted?... ¿Nos encontramos dentro del mismo
sitio, o tengo que teletransportarme hasta su casa y empequeñecerme
hasta caber dentro de su cajita mágica?... Yo, el actor,
respecto a usted, espectador, ¿me presento como un superhombre, en tamaño
y fuerza, o como un homúnculo
pintado con tres colores?...
Si el actor
va a obtener su lugar en el nuevo medio, antes o después
encontrará cómo lidiar con las ventajas y con los
inconvenientes de éste. Inevitablemente surgirá
el actor de Internet, como surgió el de cine
o el de televisión -y no estoy hablando ahora del actor
como persona individual, sino del actor como acto de actuar encarnado-.
Interactividad, ubicuidad, fragmentariedad, son conceptos que
enseguida acuden al sobrecejo en cuanto metemos un manual de arte
dramático dentro de la caja de un ordenador y la agitamos.
Pero por favor, no hagamos descarrilar el tren de las prometedoras
nuevas usando raíles corroídos por el óxido.
No estrechemos las miras: las posibilidades son infinitas, y no
se agotan en la actuación a la carta, o sea, con un actor
obedeciendo las peticiones que le envían por e-mail doce
millones de internautas con web-cam, como hacen las chicas de
sexo-en-vivo.
Hoy, nuestros
teatros escupen sin parar espectáculos que a duras penas
merecerían estar en televisión -pero que en cualquier
caso son intrínsecamente televisivos- y nuestras televisiones
programas que mejor estarían sepultados bajo los excrementos
de una fosa séptica. A menudo topamos incluso con regurgitamientos
del estilo «televisivo» en grandes superproducciones
cinematográficas -un ejemplo: fíjese, si es que
consigue mantenerse despierto/a, en cómo está realizada
El Señor de los Anillos-. No quiero condenar ahora
lo inter-multi-mediático. No está mal que de vez
en cuando diferentes medios se crucen, hibriden y retocen durante
un rato. Pero si la gran aportación de la televisión,
la ultra-fragmentariedad, esa condena, ese cáncer, tiene
que estar salpicando constantemente, contaminando sin piedad,
pudriendo todo lo que toca y lo que deja de tocar, será
mejor apuntarse al club de los puristas hasta que lleguen tiempos
mejores. Obra Abierta de Umberto
Eco
es un libro muy interesante, y está muy bien que se ocupase
en escribirlo; Duchamp también se comportó de una
forma bastante simpática al firmar un urinario; mezclar
teatro con cabaret y chascarrillo, zapping televisivo con improvisación
escénica, karaoke con psico-drama... son burbujas animadas
por el chup-chup del puchero mediático. Va con los tiempos.
Pero quizá sea conveniente conservar un pequeño
espacio protegido donde los autores de obras puedan subsistir.
Donde puedan hacer sus cosas sin temor a ser descuartizados por
la sierra post-posmoderna.
Todo esto
lo digo porque creo que es interesante plantearse esta cuestión:
¿qué nos ofrece Internet que no nos ofrezca
otro medio?... ¿dónde radica
su encanto si es que lo tiene?... ¿Vale la pena hacer algo
con / de / por Internet? -esta pregunta debe formulársela
uno después de haber respondido afirmativamente a la de
si vale la pena hacer algo, en / por lo general-. Y, ¿puede
un actor servirse de Internet como un espacio en el que actuar
de forma sustancialmente distinta a como lo haría en otro
medio, pudiendo confiar
razonablemente en que este atrevimiento vaya a aportar algo nuevo
y -sobre todo- interesante al mundo en general y al mundo del
espectáculo en especial?... ¿Se corresponderá
con hiperactuación a la actuación, así como
se correspondió al texto con hipertexto?... ¿Habrá
ciberactores?... ¿Y cómo serán?... ¿Serán
de carne y hueso, de bits, de caramelo?... -estad alerta, actores
formados por moléculas orgánicas, que como diría
la niña de Poltergeist, los actores virtuales ya
están aquí, y más vale ser titiritero que
títere, así que id pensando en actualizar vuestras
nociones de informática-. La respuesta no es fácil,
pero seguro que existe una, porque de igual forma que salen a
pasear por el bosque los caracoles después de la lluvia,
allá donde se despliegue un nuevo campo de comunicación
entre seres humanos, aparecerán los comediantes. Y porque
si no hay dos sin tres, menos va a haber tres sin cuatro. Y porque
si non è vero, è ben trovatto.
Barcelona,
enero de 2004
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