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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ARTAUD, ANTONIN - TEATRO DE LA CRUELDAD -

La esperanza de la crueldad*

Carlos Rehermann

Hablando del cine, Artaud dice: "A la cruda visualización de lo que es, opone el teatro, por medio de la poesía, imágenes de lo que no es"

 

En marzo de 1933, Antonin Artaud dio una conferencia en la Sorbona, dentro de un ciclo a cargo del psicoanalista René Allendy. El tema de la conferencia era "El Teatro y la Peste".

Anaïs Nin, que estuvo entre los asistentes, dejó un relato del acontecimiento: "¿Trata de recordarnos -escribe- que fue durante la Peste cuando llegaron a producirse tantas obras maravillosas de arte y de teatro, porque el hombre, frustrado por el miedo a la muerte, persigue la inmortalidad, la evasión, superarse a sí mismo? Pero luego, casi imperceptiblemente, abandonó el hilo que seguíamos y comenzó a actuar como alguien que se estuviera muriendo de la peste. (...) Para ilustrar la conferencia, Artaud representaba una agonía (...) Al principio la gente contenía la respiración. Después se puso a reír. ¡Todo el mundo reía! Silbaban. Luego, de uno en uno, empezaron a irse ruidosamente, protestando, hablando. Al salir, daban un portazo."

Al terminar la conferencia, Nin y Artaud salieron juntos. "Siempre quieren oír hablar de; quieren escuchar una conferencia objetiva sobre "El Teatro y la Peste", y lo que yo quiero es darles la experiencia misma de ello, la peste misma, para que se aterroricen y despierten", dijo Artaud con amargura.

Su primer manifiesto de El Teatro de la Crueldad (escrito un año antes que su conferencia sobre la peste) comienza así: "No podemos seguir prostituyendo la idea del teatro, que tiene un único valor: su relación atroz y mágica con la realidad y el peligro". El manifiesto pide nuevos sonidos musicales, ruidos insoportables, desgarradores; luces opacas, densas, tenues; pide suprimir la escena y la sala, el decorado y las piezas escritas. Reclama un espectáculo integral. Hablando del cine, dice: "A la cruda visualización de lo que es, opone el teatro, por medio de la poesía, imágenes de lo que no es".

Numerosos artistas intentaron continuar la revolución de Artaud. Pero este siglo ha sido cínico con las revoluciones. La pureza del idealismo de Hegel, para quien el arte tiene por objeto la representación del ideal, sigue siendo el refugio de una mayoría que comercia con el éxito, particularmente a través de un periodismo que no puede ser otra cosa que publicidad encubierta.

La poesía (dentro de la que coloca el arte dramático) es, según el sistema hegeliano, el verdadero arte del espíritu, no constreñido por elementos materiales. Para un vendedor, ninguna filosofía es más adecuada que el idealismo.

Porque esa "relación atroz y mágica con la realidad y el peligro" es cada día más palpable, más peligrosa, más atroz y mágica, aún en su ausencia. El teatro sigue siendo el único arte donde el público voluntariamente habilita un tiempo otro, se trate de ficción o de ritual. Es el público el que decide, en la sala, no interrumpir a los actores, permitir el desarrollo de las acciones. En la medida en que comprende que forma parte de un hecho real que está ocurriendo, asume el riesgo de caer, aunque no sea más que por un instante, en la representación de sí mismo, es decir, en la toma de consciencia del carácter ficticio de su realidad.

Una realidad con la que tomamos contacto cada día con mayor dependencia de medios opacos, tecnologías de la versión aceptable: televisión, prensa, medios informáticos, pero también escuela, universidad, instituciones que se tornan progresivamente más espesas entre el sujeto y el mundo.

El teatro es peligroso: rompe la mediación, pone en contacto, produce chispas, quema. Es cruel.
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* Publicado originalmente en Insomnia Nº 87

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