... la realidad es la transformación progresiva
de los sueños; no hay más mundo que el onírico [1].
A veces lo que sueño creo que es verdad, y lo
que me pasa me parece que lo he soñado antes... Además, lo que ha
pasado no está escrito en ninguna parte y al fin se olvida. En
cambio, lo que está escrito es como
si hubiera pasado siempre [2].
El pasado no vuelve a la conciencia más que en la medida en que
puede ayudar a comprender el presente y a prever el futuro: es un
esclarecedor de la acción [3]
Lo que más admiro es lo que he llamado la
cantidad hechizada, con la que se logra la sobrenaturaleza, por
ejemplo, la visita de Don Quijote a la casa de los duques. Lo que me
gusta y sorprende son las inauditas tangencias del mundo de los
sentidos, lo que he llamado
la vivencia oblicua... [4].
... el lenguaje oculta o difumina sus significados y se resiste a
toda descodificación y en última instancia a toda comprensión, pues
toda comprensión posible está
viciada de lenguaje [5].
... el sentido se impone a través de un
pastiche,
un artificio enigmático [6].
Camino (Flâneur interior, huasipungo dandy,
cotero bibliográfico), mientras en el iPod
suenan algunos temas de Mika, de XXX: MUSIC FROM THINKING
XXX, y además piezas de D.J. Spooky en That subliminal kid...
y en la maleta, Johann Ludwig Tieck acompañado de Biófilo Panclasta...
Por
aquel entonces era recurrente una fantasía que me llevaba horas
elaborarla. La situación consistía en lo siguiente: había una
compañera de curso, en grado décimo, que me gustaba, y aunque
presentía que yo no le era del todo indiferente, jamás le expresé
mis sentimientos. Por el contrario, en una clara actitud de
estupidez y soberbia, me alejé, demostrándome, y sobre todo
“demostrándole”, que ella me era indiferente. Al igual que en la
fábula de La zorra y las uvas, “asumí” que “las uvas” estaban
verdes; como no pude enfrentar el reto que implicaba hablarle, ni
pude concentrarme en el estudio, lo único que intenté fue escapar de
ella, del colegio y de todo aquel
miedo y miseria que
me embargaba. Algunas noches acostumbraba deleitarme escuchando
rock; no eran muchos los discos que tenía, pero con esos pocos
elaboraba la banda sonora de mi
película que podría haberse titulado El desertor,
escrita, dirigida, protagonizada y producida por mí. En realidad,
más que una película, era un cortometraje de unos diez minutos en el
que yo entraba al salón 10-A, interrumpía la clase, saludaba, por
supuesto, al profesor y a todos mis compañeros, y les decía que
venía a despedirme, ya que esa misma tarde viajaría a Bogotá, para
luego radicarme en Helsinki. En ese preciso momento tendría que
sonar un piano sugestivo para la ocasión; entonces, mis compañeros,
en especial ella, recordarían los momentos estelares que yo les
había legado y por los cuales nunca me olvidarían... esa era la
manera (in)consciente y, por sobre todo, hiperbólicamente estúpida
de procurarme una salida digna de un año escolar que ya lo tenía
perdido. A mis catorce años, consideraba que irme a Finlandia era la
solución a todos mis problemas.
En aquellos años salíamos a
caminar con Ernesto Ágreda por entre calles y memorias. Una de las
rutas más acostumbrada era ir hasta la Plaza de Nariño para tomarse
algún café en el restaurante Punto Rojo. Ese sitio se
constituía en el puerto de casi todas nuestras caminatas. De allí se
podía ir hasta la Avenida Idema, pasando por el Zaguán de las
Medias, La Biblioteca Leopoldo López Álvarez, el Colegio San Juan
Bosco, para luego pasar por un extremo del
barrio Navarrete y llegar
al Terminal de Transportes. Esos lugares son, y seguirán siendo para
mí, senderos que conducen a diferentes tiempos y circunstancias.
Uno de mis recorridos preferidos
era caminar por la carrera dieciséis hasta llegar a la esquina de la
casa donde vivió el poeta Luis Felipe de la Rosa, para luego subir
hacia la iglesia de Santiago. Desde dicho escenario, precisaba
imágenes y recuerdos. Aunque también la luz de la Luna y de neón
hacía que los transeúntes y las calles de Pasto adquirieran un
cierto tono espectral, como si se estuviera ensoñando.
El colegio San Juan Bosco fue la
institución donde Ernesto, Myriam y Jairo Rodríguez cursaron la
primaria. Pasar cerca de La Biblioteca Leopoldo López y hablar de
ella, eran acciones inmanentes y consustanciales. En dicho Centro
Cultural se han formado cerca de tres generaciones. Desde mediados
hasta finales de los ochenta muchos tuvimos la oportunidad de
escuchar solistas y agrupaciones musicales reconocidas
internacionalmente. A principios de los noventa, el ciclo de
seminarios, conferencias y recitales inscritos bajo el nombre de
Expedición al sur de la poesía fue un propicio escenario para
reafirmar el trabajo literario de gente joven que escribía en y
desde la intimidad. Allí se dieron cita: Francisco de Atriz, Ernesto
Ágreda, Freddy Puentes, Javier Rodrizales, Alberto Bolaños Palacios,
Marisol Reyes, Adriana Rosero, Jairo Rodríguez, Nubia Castillo,
Arturo Bolaños y algunos integrantes del taller de escritores Awasca.
En esas conversaciones se invocaba a Bachelard, Octavio Paz,
Blanchot, Bataille, Derrida, Heidegger, Hölderlin,
Borges,
Mazzoldi,
Lautréamont, Edmond Jabès,
Artaud, Arguedas, Nietzsche,
Deleuze... discutiendo a estos autores, se comprobaba aquello que
alguna vez dijo Patricio Peñalver, por Pasto pasan todos los
caminos.
Vuelvo a verme con Andrés Guerrero Montezuma (mi compañero de
grados décimo y once, aquel que supo motivarme a recorrer mis
propios caminos). Iba a su casa para que me
acompañara al barrio Agualongo a ver a otro ex compañero: Jorge Luis
Argoty. Tanto Andrés como Jorge, fueron intercesores en épocas en
que yo atravesaba la necesidad de experimentar con otros espacios.
Al ingresar a estos, como el del
rock, me descuidaba en vainas como los famosos aldehídos.
Era allí donde Jorge y Andrés me ayudaban para que no cayera. En el
año 89 lo que menos me interesaba era el estudio. Estaba más
preocupado por si el América de Cali iba a ganar el torneo
colombiano. Hubo gente que quiso ayudarme, como el profesor Miguel
Ángel Paz, un agudo psicólogo y un buen hombre, pero no hay peor
sordo que el que no quiere oír. En 1991 conocí a Ernesto Ágreda,
un viernes ocho de marzo, en una conferencia de un profesor de la
Universidad Pedagógica Nacional, sobre ironía y paradoja en
matemática y
literatura. Con Ernesto surgió una perspectiva-otra de
relacionarse con el mundo, quizá más lúdica, menos aburrida, menos
angustiante, aunque, a veces, bastante absurda.
Acabo
de leer algunas páginas de La revolución de Bel-cebú. No
tengo donde moverme, sino en los sueños, en las páginas o en
la música. Andrés Guerrero
estaba enrollando una cinta magnetofónica y yo le pedía el favor de
que me acompañara a la casa de Jorge. Tomábamos una buseta, la ruta
9 que nos deja a menos de una cuadra. Cuando decidí bajarme, ya
estábamos perdidos. Aquel lugar era desconocido. Intuía que la casa
de Jorge quedaba más abajo. El descenso era difícil por lo
pantanoso. Desde la cima observaba la ciudad y quedaba maravillado
con la iglesia de Cristo Rey, bella e imponente, protegiendo a la
ciudad de Pasto, incluyendo, por supuesto, a 1) Carlos Torres, mi
padre, quien juega ajedrez con El Macetas (Luis
Fernando Botina Córdoba). 2) Ernesto, quien se solaza con
An Introduction Non-Classical Logic.
3) mi sobrino Juan Pablo encerrado en la cocina, muy bravo,
porque afuera Camilo está peleando con Margarita... jaque al peón.
Lejos del
equilibrio, el papel constructivo de la irreversibilidad se torna
aún más sorprendente. Crea nuevas formas de coherencia (...).
Retengamos por ahora que hoy podemos aseverar que la naturaleza
realiza sus estructuras más delicadas y complejas gracias a los
procesos irreversibles asociados a la flecha del tiempo. La vida
sólo es posible en un universo alejado del equilibrio [7].
Fue
muy alentador caminar con Anita Brus por el barrio de La Candelaria.
El baño de diana, en eso se ha convertido, para mí, esta
dirección,
http://elgatoquepesca.blogspot.com/. No quiero hacer nada. Ni
siquiera leer. Pero, deseo
trenzar relatos de mi vida cotidiana con citas bibliográficas como
lo hace Carlos Regazzoni con el hierro y la poesía... busco explorar
los sueños como lo practicaba Käthe Kollwitz desde un lienzo o
habitar las formas con la sutil delicadeza con que lo hace
Jacqueline Schnabel. Hace quince días conseguí gran parte de la
colección de las revistas de Kalimán.
Tengo
una serie de deudas conmigo mismo, no sé conducir un carro, no he
hecho el doctorado, lo del inglés está en proceso, y tengo unos
cuantos cuentos que quisiera que se publicaran, pero la perspectiva
de que eso pase la veo remota. En la universidad no tengo con quién
hablar, ni con quién tomarme una cerveza. Cómo extraño a mis amigos
Orlando Espinosa, Fernando Duque y Diana Ángel. Afortunadamente he
hecho buenas migas con Jorge Aristizábal Gáfaro, quien ha sido una
persona atenta y generosa. Hoy le despaché dos libros fotocopiados
de Derrida a Freddy Puentes, quien vive en Puerto Limón (Putumayo).
Esta tarde Freddy llamó para preguntarme cómo estaba. La llamada se
cortó y luego me dejó dos mensajes de texto… fue curioso leer a
Freddy en el celular, porque me pareció estar leyendo a
Mazzoldi. Ayer, jueves 4,
precisamente, soñé con la
escritura de este
señor. Observaba una persiana de madera muy fina que no dejaba
entrar la luz solar, y esa persiana eran los textos de Bruno. En la
escritura de Mazzoldi se puede ensoñar o se puede experimentar
con dimensiones que están en la claroscuridad, bueno, eso es lo que
yo creo.
Sueño
con William Torres Carvajal (Kajuyali Tsamani
Wikantasna Wakan). Estoy con mi familia en Chachagüí y nos
dirigimos hacia la maloca que construyó William, pero antes de
llegar a ella tenemos que entrar por un castillo de corte gótico.
Pienso, dentro del sueño, en la novela de Horace Walpole.
Con los trabajos de mis estudiantes de las universidades
Cooperativa, Distrital, Salle, Javeriana abrí un Blog (http://libroselva.blogspot.com/)
dedicado a ciertos autores colombianos como Carolina Sanín, Julio
César Goyes Narváez, Luis Fernando Charry, entre otros. Quería
anotar algo sobre la profesión docente, pero me he dispersado con
esto de las clases y los sueños.
Las señoritas Dulce eran dos
ancianas que tenían su escuela al frente del Parque de Bomboná. Allí
llegué un día del mes de febrero en 1979. Mi mamá me compró un
cuaderno, un lápiz y unas láminas postales con las
imágenes de unos apacibles
gatos. Mi entrada al mundo académico fue brutal. Primero, empecé a
llorar tan pronto como ella me dejó en el salón. Segundo, un gordo
rompió las fotografías de
mis gatos. Las clases eran en la jornada de la tarde. Antes de
entrar a la escuela, mamá o papá me daban algunas monedas...
El Gordo comenzó a chantajearme; dijo que si
no le daba la plata, me golpearía. Durante una o dos semanas no
volví a tener mi dinero.
Un día, a mí papá se le olvidó darme las consabidas monedas, y El
Gordo cobró su vacuna. Señor (aún me acuerdo que le dije),
hoy tiene que golpearme. El Gordo no dijo nada. Luego se fue.
Ese día le perdí el miedo.
Referencia a una nota periodística: William Ramos hace años trabaja
como cajero de Bancolombia (Pasto). Desde hace mucho tiempo lo
presentía, declaró a la prensa. Eran las dos y veinte de la
tarde. Hombres fuertemente armados irrumpieron en las instalaciones
del Banco. No voy a detenerme en detalles que se pueden consultar en
El Diario del Sur. Lo importante aquí es que William logró
quitarle el arma a uno de los delincuentes y abrió el fuego que
acabó con la vida de dos de los asaltantes. Al día siguiente, la
prensa reveló los nombres de los caídos en el atraco. Uno de ellos
era el de El Gordo. Cuando leí la noticia no pude evitar decirme:
al fin alguien hizo justicia por esos gatos.
Allí estoy, entonces, como cualquier lector desocupado,
atado a un descontrol remoto con el que se salta de lo importante
no es ir muy rápido, sino ir en la dirección adecuada [8], a
Ich fuhr zum Museum of Modern Art und sah einige meiner
Lieblingsbilder an, die ich mir schon hundertmal angesehn habe
[9]. Escucho hablar de los logros del segundo periodo, mientras
afuera llueve. Pienso en el almuerzo y en mis no logros. Una
biblioteca en la memoria. Mañana no quisiera ir. Andar corriendo
detrás de nada. Todo se conecta con todo. Sé amorfo como el agua.
La sangre fluye directamente a su toalla. Ella, tan autosuficiente,
continúa hablándole a la clase acerca de la colación del círculo
hermenéutico en un texto de José Emilio Pacheco. Los siglos de
civilización occidental no han podido opacar a la hembra primigenia
que se esconde bajo sus ropas. Su voz húmeda y anhelante inunda el
aire nocturno del salón. La sintaxis púrpura de sus labios evapora
la referencialidad de las palabras. La
vagina engulle al tímpano con el silencio líquido de su boca.
Soy parte del paisaje crepuscular de su cuerpo
donde la hermenéutica reposa en la cripta blanda, que dentro de un
rato saldrá a cambiar.
La bicicleta,
con su cadena y sus marchas, es la esencia de la técnica: envuelve y
desarrolla, efectúa el gran Giro de la tierra. La bicicleta es
cuadro, marco, como el “cuadripartido” de
Heidegger.
Pero si el
problema es complejo se debe a que, tanto en Jarry como en Heidegger,
la técnica y la ciencia tecnificada no se limitan a acarrear el
retraimiento o el olvido del ser: el ser también se muestra en la
técnica por el hecho de retraerse, en tanto que se retrae de ella.
Pero eso sólo puede comprenderse patafísicamente (ontológicamente),
no metafísicamente. Por eso inventa Ubu la patafísica al mismo
tiempo que promociona la técnica planetaria: comprende la esencia de
la técnica, esa comprensión que Heidegger imprudentemente asienta en
el haber del nacionalsocialismo. Lo que Heidegger encuentra en el
nazismo (tendencia populista), Jarry lo encuentra en el anarquismo
(tendencia derechista). Diríase, en ambos autores, que la técnica es
la sede de un combate en el que ora se pierde el ser en el
olvido, en el
retraimiento, ora se produce lo contrario y se muestra y se desvela
[10].
La
mujer está escribiendo
un hechizo o una terrible maldición a aquellos que la persiguen. Los
hombres así lo intuyen y presas de terror olvidan su propósito.
Tengo conciencia de que estoy soñando y, en el sueño, me pregunto si
lo habré leído. Parece un cuento infantil, pero quién nos niega que
alguna vez los cuentos infantiles no acaecieron en lo que se llama
realidad. Andrés Burbano va a visitarme a una casa antigua. Ahora
más que nunca puedo apreciar su fuerza y seguridad; no ha cambiado
casi nada en su aspecto físico. Tenía razón Alexandra Correa al
decir que parece un niño. Andrés revisa mi biblioteca, la cual se
reduce a ocho libros apilados en un rincón del patio. Todos son
libros voluminosos cuyos títulos no recuerdo. Mientras Andrés los
ojea, entreveo el título de dos de ellos: Las novelas ejemplares,
de Cervantes, y Berlín Alexanderplatz. Este duende de la
infancia se acercaba para
saludarme. Se interesaba poco por aquellos libros, e iba hasta una
cama para acostarse... Andrés Eduardo Burbano hace parte de una
casta de gente donde está Diana Ospina Obando, Hans Ulrich Gumbrecht
o Julio César Falcioni. Mientras Andrés dormía o dormitaba, mi
sobrina, la escorpiona, se había disfrazado de anciana. Su
aspecto era cómico y a la vez terrorífico. Camila le pedía el favor
a mi mamá de que la acompañara a la entrega de informes académicos.
Mi mamá le decía que claro, que solamente la esperara un rato.
Camila me observaba y yo veía en su pequeño
cuerpo a la poderosa
bruja que ya era, y que va a ser. Era hora de despedirse de Andrés;
nadie pronunciaba la palabra “adiós”, pero sabía que la visita había
terminado. Me pregunto de qué texto hace parte aquel sueño de la
bruja, si es que hace parte de alguno. Es posible que hoy vaya a la
Universidad de los Andes para ver qué pasa, o mejor, para ver quién
pasa. Los caminos se alejan, pero hay puntos de intersección...
noche de jueves, en Pasto, hace veintiún años: iba a hacer algún
mandado a la tienda, y, poco antes de llegar, me encontré con Andrés
Burbano, allí en el almacén Deportes al día. Por aquel
tiempo, Andrés andaba con discos de Yes, Pink Floyd, Can.
Reunión de
colegio. Caminar construyendo una ruta de fuga. Me mimetizo con el
contexto en el cual, por supuesto, no están ni Victoria Abril, ni
Miguel Bosè. Bueno, no se trataría de que ellos estuvieran aquí, me
conformaría con que no estuvieran aquellos que precisamente están
ahora. Por lo pronto, continuar con la farsa, con la comedia barata,
con el sainete de baja estofa. Rara vez hace irrupción la
aventura en una vida vulgar. Mas cuando tiene ese capricho,
lo hace las más de las veces, de un modo repentino e insospechado...
[11]. Esto, señoras y señores, es una reunión de crápulas. Desde mi
ingenuidad, pensaba que los crápulas eran gente como el Viejo Richi,
pero... ¡No!, los crápulas son estas joyas de nuestro sistema
educativo colombiano. Ale najwiekszym bogactwem na koncie palki
jest zmeczenie palowanych [12].
La
relación entre la perversidad (no entendida desde un código cultural
judeocristiano, sino desde
Deleuze [13]
o el cuerpo sin órganos en Artaud), y la práctica ritual del
Leng-tch’é en la novela de Salvador Elizondo Farabeuf o la
crónica de un instante (1965) [14], y los capítulos 14 y 15 de
Rayuela, en diálogo con, por una parte, Ante el dolor de
los demás [*], de Susan Sontag, y, por la otra, con el caso de
Issei Sagawa, estudiante de literatura japonés quien medía un metro
cincuenta y se dedicaba a elaborar su tesis doctoral sobre las
similitudes entre el premio Nobel Japonés Yasunari Kawabata y el
surrealismo francés en La Sorbona [15]; en junio 11 de 1989 mató a
una joven holandesa llamada Rennee Harvtevelt, y comió parte de su
cuerpo. Otra historia es la que estudia y narra Julio Ramón Ribeyro
en Al pie de la letra [16], aunque en este texto el
protagonista no se llama Issei, sino Akito Kamura, las similitudes
son bastante cercanas; Akito (medía un metro cuarenta), era
estudiante de Literatura Comparada en La Sorbona y se dedicaba a
escribir una tesis erudita sobre las figuras de retórica en la
literatura amorosa. Un día invita a su apartamento a Elke, una
compañera holandesa, quien es asesinada y devorada parcialmente por
Kamura. Ribeyro, finaliza su texto con estas palabras: En Akito
el decir y el hacer recobraron su unidad original. Su delito
consistió en haber tomado una metáfora al pie de la letra.
Esta mañana, al
borde de la fiebre, he recordado la mezquindad de la gran María
Isabel. La estupidez y la maldad hacían de sus gestos pequeños
monstruos tiránicos. Cómo olvidar aquella vez que le regalé un disco
de Pat Metheny y en el transcurso de la mañana me doy cuenta de que
ella, a su vez, lo ha feriado. Sus actitudes de inhospitalidad
fueron muchas y de índole variada. Pero no me detendré en esos
obstáculos de ridiculez que es mejor saltar. Ahora, lo interesante
de todo esto es que ella, siendo la gran anfitriona de la
hostilidad, fue a dar hasta Tokio para que le dieran una cucharada
de su propia medicina. Todo este episodio se resume de la siguiente
manera: M.I. comienza a cacarear por todo Bogotá de su viaje al
Japón. Efectivamente se va, pero no sé por qué la gente de la aduana
no la admite y la regresa; como dice Kimberly: no es que me
alegre, pero me da una risita... A afirmaçao da identidade
supunha demarcar suas fronteiras e implicava numa disputa quanto às
formas de representá-la [17]. Neuromante, El Golem,
Small Wonder: articulaciones de una misma fractura. Juan
Pablo, que nunca llama. K., que siempre le coge la tarde. Un man
que es todo bacano me dijo unas cosas todas fules, me dice K. Y
bueno, entonces, ¿ya le pusiste los cachos? Sí. ¿Pero fue con
Cristian? Pues sí. Y ¿qué te propone ese loco? Él me dijo
que me cuadrara. Pero es que ese mancito es como todo intenso. Yo le
dije que no, que paila, que él ya sabía por qué. Y ¿te has visto
con Pacho “Pintuco”? No, desde el sábado. ¿Están peleando?
Un resto...
Esto tiene que ver, quizá, con la necesidad de ir atando cabos en
una larga cadena de envíos y reenvíos que apuntan, posiblemente,
hacia la canción Aqualung, de Jethro Tull, en Amor
amarillo (1993), aunque tal vez no sea así, pero de algo tengo
que sostenerme para poder avanzar. Este texto es el referente de
posibilidad para intentar entablar un diálogo con lo invisible, con
la epifanía de lo invisible. Por su parte, Borges, interesado
por estos fenómenos, escribió El Sueño de Coleridge,
en el que se anota:
El fragmento lírico Kublai Kan (...) fue soñado
por el poeta inglés Samuel Taylor Coleridge, en uno de los días del
verano de 1797 (...) publicó su relación del sueño en 1816, a manera
de glosa o justificación del poema inconcluso. Veinte años después,
apareció en París, fragmentariamente, la primera versión occidental
de una de esas historias universales en que la literatura persa es
tan rica, el Compendio de Historia, de Rashid ed-Din, que
data del siglo XIV. En una página se lee: “al Este del Shang-tu,
Kublai Khan erigió un palacio, según un plano que había visto en un
sueño y que guarda en la memoria”, quien esto escribió era visir de
Ghazan Mahmud, que descendía de Kublai [18].
Ustedes ven cuántos eslabones hay en esa cadena (...).
Bueno, podemos pensar, en Whitehead, su idea de los arquetipos
eternos que entran en el tiempo. Aquí tendríamos un caso: habría ese
palacio que quiere existir, que logra que un emperador chino, que
hospedó a Marco Polo, lo construya; luego, ese palacio es destruido,
como son destruidas todas las cosas y luego, en los primeros años
del siglo XIX ese palacio vuelve a los sueños de un poeta inglés que
escribe el poema Kublai Khan. En que se habla del palacio, de
la música que edifica el palacio, y en el cual él oye las palabras
que escribió después [19].
Escribe encima de
un cuaderno de fórmulas que no entiende. Vuelve a sentir la
impotencia que padecía en el bachillerato. Comenzar el día con el
miedo de que le fueran a preguntar, le pidieran el cuaderno, lo
llamaran a pasar al tablero. Es recurrente esa herida que lo hace
volver a esa cárcel. Lo tenaz era cuando llegaban los exámenes y no
se sabía qué hacer. La mano se dedicaba a trazar, a raspar la hoja.
No se detenía a pensar, sino a expulsar palabras dictaminadas por el
momento. No sabía qué hacer. Los números se constituían en un
símbolo que apuntaba hacia aquello que había de absurdo. Un absurdo
que le costó más de una década; repitiendo levantadas a las 5:25
a.m. para ir a surcar una derrota. No hay nada de qué
arrepentirse. Como si pudiéramos permanecer en esta luz. Como si
pudiéramos permanecer en el silencio de este solo instante de luz
[20]. El mundo continuaba su marcha mientras ese
cuerpo
andaba y desandaba sobre sus pasos. Y los cuadernos atestados de
palabras-cicatrices, palabras que nacían de batallas invisibles.
A MAD IS A MAD IS A MAD IS [21]... Ellos están ahora en la pieza
201 del Hospedaje de los Leones (carrera octava con calle 2ª,
barrio Las Cruces, Bogotá). Cae una tormenta. Suena así de duro
porque el niño Dios está jugando tejo con sus ángeles, dice
ella. Los cielos hablan, pero nadie escucha su mensaje,
afirma él. Eso es cierto, sólo tú lo escuchas y lo entiendes,
le responde ella. Le orbite sarebbero circoi perfetti, se la
distanza da esse fosse tanto piccola, da cui i pianeti raccolgono
gli elementi per la loro formazione e quindi la differenza dei moti
questi elementi fosse minima [22].
Había leído tanto a
Carlos Castaneda que se le había vuelto una rutina. Los vidrios se
rompen. El sueño se cae a la calle. Salgo de Héroes de Ray
Loriga a Peñas arriba, lectura de interminable ascenso,
página tras página. No es fácil inventarse un día, cuando tienes
obligaciones por hacer, y no tienes ganas de hacerlas. Si estuviera
aquí Diana, le diría que estuve en un cementerio de París. Hay
sueños de los que uno sale enfermo. No tienen que ser pesadillas, es
suficiente que tengan alguna imagen que sepa golpear en el lugar
adecuado. Hoy he sentido frío y he viajado a lugares inhóspitos. El
único mensaje: huir. Ellos no sabían qué hacer. Se podía apelar a un
amigo anciano, o a un libro, pero la decisión había que tomarla
solo. It can share such chores with the rest [23].
Después de perder todas las batallas, llegó a sentarse al lado de un
cubo de basura y no pensó en nada. Se sentía indigesto de recuerdos
mal digeridos. Agotado de tanta neurosis. Una puta peligrosa lo
perseguía con su ternura en aquel sueño.
Aquí sigo
escribiendo una historia ajena, una guerra ajena, un diálogo
inconcluso, una ecografía interrumpida y poniendo en escena el
absurdo desde el absurdo. Se necesita ser un loco y además un bruto
para establecer ese tipo de comparaciones. Pensar, por ejemplo, en
la infancia de Laura y en la de Sandra, la del 2603. Eran un
divertimento ese tipo de conjeturas que servían para volver a
relacionarse con un pasado que no le había sido fácil. El narrador
implícito reconocía su pensamiento dialéctico, jerárquico,
arribista. Desde pequeño le gustaba hacerse unos videos en la cabeza
donde convocaba en un mismo escenario luchadores de Muay Thai, Hai–Kido,
Full–Contac, para pensar en quién ganaría. Con los años ya no eran
peleadores sino pensadores que se “disputaban” en una mesa redonda
"el poder del conocimiento" (por decirlo de esta forma); le hubiese
gustado ver a Hans Enzensberger, Raúl Antelo, Bruno Mazzoldi, Sylvia
Molloy, Josefina Ludmer, Paco Ignacio Taibo II, en un seminario que
podría llamarse Pensamientos polirrítmicos, en el que también
participaran músicos como Jhon Zorn, Jaap Blonk, Sainkho Namtchylak.
Another level of
implicit comparison further complicates this interior/exterior
dichotomy
[24].
Habría que plantear o replantear eso de una manera-otra.
Habría que comenzar otra vez, siempre otra vez. Hay demasiadas
lacras para creer en el futuro. Los niños son la “natural”
prolongación de una caterva de padres enfermos y cansados de
espíritu. Cuando la vida es una estafa, el voyerismo es un escape.
La ventana era importante porque desde ella podía observar sin ser
observado. No me interesaban el zapatero y su mujer, sino una niña
de trece años. La ventana desde la que me asomé sirvió para verla,
pero no para encontrarla. El zapatero se atravesó en esa historia.
Lo triste de todo esto (incluyendo estas palabras) es que no deja de
ser un ejercicio de narcisismo. Una reflexión “heroica” mientras se
contempla el ombligo. La ventana era lo que descentraba mi mismidad,
pero al otro lado, ella no estaba. La vacuidad palpitaba en la
transparencia del vidrio. Por lo pronto, meditar en unas cortas
palabras: que mandó a decir el Max Enríquez que ya se hizo sacar
la vesícula y no le pasó nada. Ánimo de
vaca asustada caminando
en la noche sobre un tejado. Y yo creo que hasta cierto punto, y
si no, de todos modos, porque usted sabe que, al cabo y que, y como
quiera que la mejor de todas mis interpretación racional y exacta
del universo conforme al artículo tercero... ¿Qué? ¿Eso no?...
Bueno, pues usted de qué habla [25].
He regresado a estas calles, que no sé si me vieron crecer,
pero, en todo caso, en ellas crecí. En la mañana el teléfono me sacó
del sueño en el que una mujer me escondía de mis perseguidores. La
voz de Tulio se mezcla con el terror de saberme atrapado y
posiblemente sin salida... ¿Qué más, hola?... ve, Cartas a
Julieta ya está grabado, no sé si puedas pasar ahora o si no,
para que te quede más fácil, te lo puedo llevar a mi oficina, vos
verás. Quedamos en que lo recogía a mediodía en su casa. En la
noche había estado con Ernesto donde Julián Santacruz, discutiendo
su anteproyecto titulado Aproximación psicoanalítica al complejo
de culpa en Antígona de Sófocles. Al final de la reunión, Julián
se defendió de mis palabras, que señalaban que su lectura de
Antígona estaba aferrada al pene-Freud, mejor dicho, a “su” erección
falogocéntrica. No era un ataque, por lo demás. Ernesto permaneció
todo el tiempo callado, pero poco antes de despedirnos, y ya en la
puerta, habló de Lucien Freud. Las imágenes del sueño (del que acabo
de despertar) estaban atravesadas por la ausencia de Olga. Ella
estaba en tanto que yo estaba lejos de su presencia. Al final de la
secuencia onírica aparece Tulio como una suerte de viñeta, llevando
en su voz The Juliet Letters. Se hace necesario
escribir con
hilos y a la vez escribir hilos. No me extraña que esta
escritura
sea una introducción en extenso. En el sentido que Joyce daba al
término “epifanía”, manifestación de lo memorable en lo trivial, en
la ordinariez, por ejemplo, del reloj de la Aduana de Dublín o de
una efímera conversación callejera [26]... Presiento que he
llegado a una situación similar a la que me aconteció en séptimo
grado, a saber: los del curso me comisionaron para tapar en el
compromiso de fútbol que se disputaría esa tarde con los del 7-04. A
las tres en punto (como se había acordado) estuve en el estadio del
colegio. Aparte de celadores y aseadoras no había nadie más. Esperé.
No me quedó otra sino regresar a la casa. Esa, hasta ahora, ha sido
mi única participación como arquero. No fue fácil, en todo caso,
atajar la vacuidad y el absurdo.
Gabriela,
personaje de Chambú, estudió en
Nueva York, un año de su
bachillerato (p. 68) [27]. Ella, que se movía siempre en un aire
estremecido; su boca angustiada de ansiedad (p. 74); que
aceptaba con ardor las imposiciones de la moda. Exhibirse en
una playa o en una piscina le parecía, a pesar de su recato, un acto
de sencilla vanidad y de bello snobismo (p.78); de la cual diría
Ernesto: es como una potranca sobre un pastizal... (p. 116);
de la que Ernesto imaginaba de la siguiente manera: estaría
leyendo o bordando a los pies de su madre enferma (p. 164), y,
Mary Alice, protagonista de Shooting Elvis, de la que Jerry
dice:
... creciste en
un pueblo aburrido de California. Tu papá trabajaba en una fábrica o
en un aserrío, es lo mismo. Tu mamá tiene un trabajo en una
cafetería, una placa en su teta izquierda dice Marge o Betty. El
tipo de pueblo donde todos los muchachos van al parque local las
noches de fin de semana, para trabarse y joder porque no hay nada
más que hacer. Fuiste afortunada o inteligente o sencillamente
frígida al no quedar preñada a los dieciocho, cuando llegaste a la
edad necesaria para darte cuenta de que ya nada te retenía allí”.
Jerry lo sabía
todo sobre mí, me conocía como sólo puede conocernos otro muchacho
de pueblucho [28].
A pesar del
oxigeno metropolitano que Guillermo Edmundo Chaves le da a su
personaje, mandándolo durante un año a
New York, Gabriela, cual
provinciana, le jurará a Ernesto, en la página 118: ... y
usted no será para mí, se lo juro!... 58 páginas después,
sin mediar palabra, sin haberse acercado desde la página 118... Y
sin pensarlo siquiera, se besarían, haciendo que sus labios
anhelantes midieran la eternidad a un paso de la muerte (p.
176). Se dejarían de ver desde la página 178 hasta la página 215
(han pasado más de dos meses desde su último encuentro) y aquí viene
algo interesante: Gabriela miraba fijamente a Ernesto. En su
espíritu sucedía algo grave. Junto a ella estaban los dos hombres
que (el otro es Enrique), en diversas formas, podían
determinar el destino de su vida (p. 217). Ahora, después de
haber escuchado a Schubert en la página 219, viene algo mejor (esto
les va a encantar a las feministas): en una partida de ajedrez entre
Ernesto vs. Enrique, se “disputarían” tácita y tácticamente a
Gabriela. A pesar de que Ernesto pierde, la mujer disputada, piensa:
Medía a los hombres en su espíritu y en su corazón; cuando la
altura de él rebasó la suya se entregó para siempre (p. 233).
Finalmente, en la página 240, después de que Gabriela se desmayó por
ir buscar a su hombre (recordemos que estaba convaleciente), recobra
el sentido para decirle con su voz (...) de doncella, en
un íntimo dominio de sollozo (...): Te esperaré siempre!...
José María de Pereda me dice: ¡Cuántos paseos en corto!, ¡cuánta
indigestión de bazofia! [29] Sí, la realidad es una
interpretación, esto es una manifestación de logocentrismo
provinciano. Klaus Kinski, escribió:
Siento cómo la
selva se nos acerca, los animales, las plantas, que ya hace tiempo
que nos han visto, pero no se nos muestran. Por primera vez en mi
vida, no tengo pasado. El presente es tan intenso, que hace
desvanecerse al pasado. Sé que soy libre, verdaderamente libre. Soy
el pájaro que ha conseguido huir de la jaula, que extiende las alas
y se eleva hacia el cielo [30].
(sigue)
Bibliogrfía y Notas:
[18] BORGES, Jorge Luis. El Sueño de Coleridge. En: Nueva
Antología personal. Barcelona, Bruguera, 1980. pp. 207-212.
[19] BORGES, Jorge Luis. Los sueños y la poesía. Entrevista
realizada en septiembre 19 de 1980. En: Borges en la Escuela
Freudiana de Buenos Aires. Buenos Aires, Agalma, 1993. p. 19.
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