Como
intelectual
Pasolini fue una
especie de barómetro del tiempo que le tocó vivir. Intervino en las
crisis y contradicciones de su tiempo por medio de sus
cotidianos artículos de prensa, pero también, en otra perspectiva, a
través de su cine, su poesía,
sus novelas y su teatro.
A saber por medio de qué magia
su cine, que se originaba como respuesta a coyunturas
socioculturales muy concretas, décadas después de realizado no
muestra en absoluto los signos y las marcas de su momento de
origen sino el perfil inequívoco de la intemporalidad. Cosa
difícil de lograr, porque no hay
arte que envejezca más rápido que el cine.
Consideremos sus últimas
cuatro películas, o sea, la Trilogía de la vida (El decamerón,
1971; Los cuentos de Canterbury, 1972; Las mil y una
noches, 1974) más Saló, o Las 120 jornadas de Sodoma
(1975). La Trilogía de la vida nace de la adhesión de Pasolini al
movimiento de liberación sexual que nace en los años sesenta y que
luego será conocido como la Revolución Sexual.
“He hecho estas películas”, dice Pasolini “para oponer
al presente consumista un pasado recientísimo donde el
cuerpo humano y las
relaciones humanas eran todavía reales”. “Prefiero moverme en el
pasado porque considero que la única fuerza contestataria del
presente es el pasado. Es aberrante, pero todos los valores en los
que nos hemos formado, con todas sus atrocidades y lados
negativos, son los que pueden poner en crisis el presente”.
En 1972 la total
liberalización de la exhibición cinematográfica no había llegado
aún a Europa y sobre sus películas llueven las prohibiciones y los
procesos judiciales. La posición de Pasolini es de clara
militancia: “¿Que cómo he llegado a la exasperada libertad de
representación de gestos y de actos sexuales, a la representación
en detalle y en primer plano del
sexo? En un momento de profunda crisis cultural, que ha
llevado incluso a pensar en el final de la cultura –que de hecho
se ha reducido en concreto al enfrentamiento, a su modo grandioso,
de dos subculturas, la de la burguesía y la de la protesta contra
ella- me ha parecido que la única realidad preservada era la del
cuerpo. De
este modo la protagonista de mis películas ha sido la corporalidad
popular. No podía –muy precisamente por razones estilísticas- no
llegar a las últimas conclusiones en este asunto. De hecho el
símbolo de la realidad corporal es el
cuerpo desnudo, y, de modo aún más sintético, el
sexo. Además: para
mí las relaciones sexuales son fuentes de inspiración en sí
mismas, porque en ellas veo una fascinación incomparable, y su
importancia en la vida me parece tan grande que vale la pena
dedicarle mucho más que una película. Mis últimas películas son
también una confesión de esto, debo decirlo claramente. Y puesto
que toda confesión es un reto, mi último cine es también una
provocación. Provocación al público burgués y bienpensante,
provocación a los críticos, que al separar de mis películas el
sexo han separado su
verdadero contenido y por consiguiente las han encontrado vacías,
sin comprender que en ellas había una ideología ¡y de qué forma! y
que estaba justo allí, en la enorme polla sobre la pantalla, sobre
sus cabezas, que no querían entender”. Y también, consciente
del efecto que causó El decamerón: “Estoy orgullosísimo de
haber sido el creador de una escuela (como dicen) de películas
pornográficas: siempre es mejor una película pornográfica que un
programa de televisión; materialmente hay más realidad en una
película pornográfica fea que en todos los programas de todo un
año de televisión. La realidad es que he abierto camino a
películas como las de Bertolucci y Ferreri”.
Pero el advenimiento de la
permisividad resultó muy diferente a lo que Pasolini había
imaginado. La banalización de la sexualidad a la que entiende
conduce la omnipresencia del cuerpo pornográfico lo disgusta
profundamente, al punto que poco después del estreno de Las mil
y una noches hace público un documento que titula “Abjuración
de la Trilogía de la vida”.
Entiende que “la lucha por la liberación sexual ha sido
brutalmente superada y desvirtuada por la decisión del poder
consumista de conceder una tan amplia como falsa tolerancia. La
realidad de los cuerpos “inocentes” ha sido violada, manipulada,
ofendida y puesta al servicio del poder consumista. Las vidas
sexuales privadas han sufrido el trauma tanto de la tolerancia
como de la degradación corporal, y lo que en las fantasías
sexuales era dolor y alegría se ha convertido en suicida
desilusión, en informe desidia”. “La tolerancia ha
convertido en muy poco tiempo al
sexo en algo triste y
obsesivo. La represión del poder tolerante es de todas las
represiones la más atroz. Ya no hay nada alegre en el
sexo. Los jóvenes son feos o
están desesperados, son malos o están derrotados”.
La tremebunda respuesta de
Pasolini al nuevo estado de cosas es Saló, o Las 120
jornadas de Sodoma, adaptación del texto de Sade a los tiempos
finales de la Italia fascista. La adaptación es pertinente.
Poderosos abusando de inocentes siempre los hubo. Más allá de la
reflexión sobre el poder y la sexualidad en abstracto, Saló
–la más obscena representación de la libertad sexual (de los
poderosos) imaginable- habla de la decepción en que lo ha dejado
la lucha por la liberación sexual, que ha terminado en la
pornografización de la sociedad, o, en sus propias palabras, en “los
cuerpos inocentes violados y manipulados por el poder consumista”.
Comparándola con la Trilogía dice Pasolini que en Saló “el
sexo es todavía utilizado,
pero en vez de ser utilizado como algo bello, alegre y perdido, es
utilizado como algo terrible, se ha convertido en lo que Marx
llama la mercantilización del
cuerpo, la
alienación del cuerpo.
Lo que Hitler hizo brutalmente, es decir, matando, destruyendo los
cuerpos, la civilización consumista lo ha hecho en el plano
cultural, pero en realidad, es lo mismo”.
Así el cine de Pier Paolo
Pasolini responde, en dos momentos diferentes –de exaltación y
luego de decepción- al advenimiento del cuerpo pornográfico.
Enarbolando sus convicciones más profundas y sin temor al
escándalo. “Pienso que escandalizar es un derecho”,
decía, “ser escandalizados, un placer, y quien rechaza
ser escandalizado es un moralista”.
(Las declaraciones y documentos citados están
tomados de Nico Naldini, Pier Paolo Pasolini, Circe, Barcelona,
2001).
* Publicado
originalmente en
www.montevideo.com.uy en octubre de 2008. |
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