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ISSN 1688-1672

 



PASOLINI, PIER PAOLO - CUERPO - CUERPO PORNOGRÁFICO - SEXO -

De paraísos e infiernos*

Ercole Lissardi

La tremebunda respuesta de Pasolini al nuevo estado de cosas es Saló, o Las 120 jornadas de Sodoma, adaptación del texto de Sade a los tiempos finales de la Italia fascista. La adaptación es pertinente. Poderosos abusando de inocentes siempre los hubo

Como intelectual Pasolini fue una especie de barómetro del tiempo que le tocó vivir. Intervino en las crisis y  contradicciones de su tiempo por medio de sus cotidianos artículos de prensa, pero también, en otra perspectiva, a través de su cine, su poesía, sus novelas y su teatro.    

A saber por medio de qué magia su cine, que se originaba como respuesta a coyunturas socioculturales muy concretas, décadas después de realizado no muestra en absoluto los signos y las marcas de su momento de origen sino el perfil inequívoco de la intemporalidad. Cosa difícil de lograr, porque no hay arte que envejezca más rápido que el cine.

Consideremos sus últimas cuatro películas, o sea, la Trilogía de la vida (El decamerón, 1971; Los cuentos de Canterbury, 1972; Las mil y una noches, 1974) más Saló, o Las 120 jornadas de Sodoma (1975). La Trilogía de la vida nace de la adhesión de Pasolini al movimiento de liberación sexual que nace en los años sesenta y que luego será conocido como la Revolución Sexual.
 
He hecho estas películas”, dice Pasolini “para oponer al presente consumista un pasado recientísimo donde el cuerpo humano y las relaciones humanas eran todavía reales”. “Prefiero moverme en el pasado porque considero que la única fuerza contestataria del presente es el pasado. Es aberrante, pero todos los valores en los que nos hemos formado, con todas sus atrocidades y lados negativos, son los que pueden poner en crisis el presente”.

En 1972 la total liberalización de la exhibición cinematográfica no había llegado aún a Europa y sobre sus películas llueven las prohibiciones y los procesos judiciales. La posición de Pasolini es de clara militancia: “¿Que cómo he llegado a la exasperada libertad de representación de gestos y de actos sexuales, a la representación en detalle y en primer plano del sexo? En un momento de profunda crisis cultural, que ha llevado incluso a pensar en el final de la cultura –que de hecho se ha reducido en concreto al enfrentamiento, a su modo grandioso, de dos subculturas, la de la burguesía y la de la protesta contra ella- me ha parecido que la única realidad preservada era la del cuerpo. De este modo la protagonista de mis películas ha sido la corporalidad popular. No podía –muy precisamente por razones estilísticas- no llegar a las últimas conclusiones en este asunto. De hecho el símbolo de la realidad corporal es el cuerpo desnudo, y, de modo aún más sintético, el sexo. Además: para mí las relaciones sexuales son fuentes de inspiración en sí mismas, porque en ellas veo una fascinación incomparable, y su importancia en la vida me parece tan grande que vale la pena dedicarle mucho más que una película. Mis últimas películas son también una confesión de esto, debo decirlo claramente. Y puesto que toda confesión es un reto, mi último cine es también una provocación. Provocación al público burgués y bienpensante, provocación a los críticos, que al separar de mis películas el sexo han separado su verdadero contenido y por consiguiente las han encontrado vacías, sin comprender que en ellas había una ideología ¡y de qué forma! y que estaba justo allí, en la enorme polla sobre la pantalla, sobre sus cabezas, que no querían entender”. Y también, consciente del efecto que causó El decamerón: “Estoy orgullosísimo de haber sido el creador de una escuela (como dicen) de películas pornográficas: siempre es mejor una película pornográfica que un programa de televisión; materialmente hay más realidad en una película pornográfica fea que en todos los programas de todo un año de televisión. La realidad es que he abierto camino a películas como las de Bertolucci y Ferreri”.

Pero el advenimiento de la permisividad resultó muy diferente a lo que Pasolini había imaginado. La banalización de la sexualidad a la que entiende conduce la omnipresencia del cuerpo pornográfico lo disgusta profundamente, al punto que poco después del estreno de Las mil y una noches hace público un documento que titula “Abjuración de la Trilogía de la vida”.
 
Entiende que “la lucha por la liberación sexual ha sido brutalmente superada y desvirtuada por la decisión del poder consumista de conceder una tan amplia como falsa tolerancia. La realidad de los cuerpos “inocentes” ha sido violada, manipulada, ofendida y puesta al servicio del poder consumista. Las vidas sexuales privadas han sufrido el trauma tanto de la tolerancia como de la degradación corporal, y lo que en las fantasías sexuales era dolor y alegría se ha convertido en suicida desilusión, en informe desidia”. “La tolerancia ha convertido en muy poco tiempo al sexo en algo triste y obsesivo. La represión del poder tolerante es de todas las represiones la más atroz. Ya no hay nada alegre en el sexo. Los jóvenes son feos o están desesperados, son malos o están derrotados”.

La tremebunda respuesta de Pasolini al nuevo estado de cosas es Saló, o Las 120 jornadas de Sodoma, adaptación del texto de Sade a los tiempos finales de la Italia fascista. La adaptación es pertinente. Poderosos abusando de inocentes siempre los hubo. Más allá de la reflexión sobre el poder y la sexualidad en abstracto, Saló –la más obscena representación de la libertad sexual (de los poderosos) imaginable- habla de la decepción en que lo ha dejado la lucha por la liberación sexual, que ha terminado en la pornografización de la sociedad, o, en sus propias palabras, en “los cuerpos inocentes violados y manipulados por el poder consumista”. Comparándola con la Trilogía dice Pasolini que en Salóel sexo es todavía utilizado, pero en vez de ser utilizado como algo bello, alegre y perdido, es utilizado como algo terrible, se ha convertido en lo que Marx llama la mercantilización del cuerpo, la alienación del cuerpo. Lo que Hitler hizo brutalmente, es decir, matando, destruyendo los cuerpos, la civilización consumista lo ha hecho en el plano cultural, pero en realidad, es lo mismo”.

Así el cine de Pier Paolo Pasolini responde, en dos momentos diferentes –de exaltación y luego de decepción- al advenimiento del cuerpo pornográfico. Enarbolando sus convicciones más profundas y sin temor al escándalo. “Pienso que escandalizar es un derecho, decía, ser escandalizados, un placer, y quien rechaza ser escandalizado es un moralista”.

(Las declaraciones y documentos citados están tomados de Nico Naldini, Pier Paolo Pasolini, Circe, Barcelona, 2001).   
 

* Publicado originalmente en www.montevideo.com.uy en octubre de 2008.

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