Nos permitimos como
última definición llamar autómatas a ciertas
construcciones que no tienen lo que llamamos un alma, gozan del
poder de moverse por si mismas, y como organismo artificial,
de modo fetichista y controlable no padecer la enfermedad y la
muerte.
Un autómata
antes que nada, es una máquina, un mecanismo artificial.
Pero también puede ser un instrumento musical que toca
con ayuda de un mecanismo oculto,
muy a menudo adoptando la forma de un instrumentista
que toca otro instrumento. A pesar de que a muchos lectores la
sospecha del interés que puedan ofrecer semejantes ingenios
les haga fruncir el ceño con desconfianza, la historia
y evolución de los autómatas desde mucho antes
de la civilización griega fatiga la mente del hombre y
recorre todas las épocas, hasta llegar a nuestros días,
arrastrando en su cauda incandescente muchos de los prodigios
de la técnica del siglo XX. Bajo formas siempre renovadas,
gozarán de buena vida aún en el siglo XXI.
Natural, artificial...
Los autómatas nacieron de remotísimos ancestros,
las máscaras animadas de Africa y Oceanía, a partir
de mecanismos ingeniosos y progresivamente complejos.
Desde el Príncipe hindú Bochum y los hermanos All-Jazari
-autores de tratados de construcción-, hasta Vaucansson
y los modernos Wiener y Ashby, estos ingenios fueron exigiendo
proyectos cada vez más rigurosos, para llegar hasta el
computador. El mundo automático arrastra una prole
farragosa, que incluye los juguetes mecánicos y los relojes,
los que, desde los más primitivos hasta los relojes astronómicos,
derivan todos de los mismos procedimientos técnicos.
La distinción entre objetos artificiales -el mecanismo
de un reloj o una paloma que está hecha de metal y tela,
o la pantalla de un televisor-, y los objetos naturales -una
planta o un pato, el trueno o la reacción que nos provoca
el sueño-, nos parece inmediata, aprehensible e indudable.
Pero meditar sobre ello arroja indefiniciones. Un artefacto es
un aparato construido, es decir producido con arte y/o técnica.
Se piensa así que la naturaleza no tiene una índole
derivada o proyectual como el artefacto, es decir, el propósito
de quien lo construyera con determinada intención de uso.
De lo contrario, deberíamos hablar como los creyentes
del plan de Dios, y no se nos escapa que estamos escribiendo
para lectores de respetable fe desconocida. Sin embargo,
las estructuras dotadas de proyecto de construcción no
se diferencian de aquellas que, aún sin obedecer a ninguno,
gozan de estructuras regulares y repetitivas, sean estas artificiales
o naturales.
Ciencia y autómatas
Si los autómatas se abrieron paso tan lentamente, es porque
debieron esperar el avance de las tecnologías más
diversas, acompañar la evolución de la filosofía
para no ser considerados una práctica sacrílega,
y aún seguir la historia del arte, requiriendo de la sensibilidad
el soplo para comunicarse con el hombre en cada momento histórico.
Cada época tuvo el autómata que mereció
y su autómata preferido, y si estrenamos un discurso más
fanático, lo tuvo según el límite gnoseológico
que le imponía una u otra determinada concepción
del mundo.
Veamos en qué se puede diferenciar al autómata
de otros entes dotados de movimiento. Lo que diferencia un organismo
de una máquina es, más que ninguna otra cosa, aquello
que no puede ser referido a las categorías de fuerza o
materia. Una magnitud independiente que no es ni energía
ni substancia, sino una tercera categoría, expresada por
la medida del orden de un sistema, o sea, su grado de organización.
Esto que ha sido establecido por Norbert Wiener en 1948 con claridad,
remonta al problema de la forma, tal como fuera concebido por
Platón y Aristóteles,
y ocupa el centro del museo imaginario o virtual de los autómatas
de todas las épocas.
Si en algo la historia de la ciencia ha sido ambigua, y negligente
con secretos que pertenecen por un lado a la historia de los
mitos y por otro a la anticipación pura, es con la dichosa
estación (ya que no depende de cambios climáticos)
de las criaturas artificiales a las que llamamos autómatas.
Sin embargo, éstos no existirían si la ciencia
no los hubiera amamantado con incansables y renovadas nodrizas.
Si no hubiese permitido explicar el movimiento retrógrado,
los motores, los principios y leyes de la física,
la mecánica e hidráulica, y tantos otros fenómenos
que no
es el momento de enumerar ahora.
Máquinas de borronear el deseo
En la Antigüedad recibían el nombre de autómatas
ciertas máquinas sin una aparente utilidad inmediata,
que tenían el aspecto de personajes o animales dotados
de movimiento, procurando de que externamente no se advirtiera
la causa
del mismo. El primer uso que tuvieron fue como artefactos inauditos
o instrumentos de magia en manos de poderosos sumos sacerdotes/dignatarios,
cuyos designios se descuentan inescrutables.
La caída de un peso, el escurrimiento de un fluído
(agua o mercurio en general) o el de un sólido reducido
a polvo, un chorro de agua, la presión del aire comprimido
o la del vapor de una substancia en ebullición, aportaban
a los autómatas pneumáticos e hidráulicos
-respectivamente-, la fuerza motriz que les daba vida
o etimológicamente los animaba, es decir, les prestaba
un alma. A lo largo de la historia estas máquinas de borronear
el deseo del hombre, de reconvertirlo en máquina con ingenio
demiúrgico, exigieron la operación de prestarles
un alma, y ello no se hizo sólo con mecanismos, sino también
con palabras secretas, pases de encantamiento y cálculo
del misterio de la vida misma.
A medida que las invenciones permitieron su evolución
desde el reloj-elefante-descrito en el célebre tratado
de Al-Jazari, y que estaba animado por una multitud de autómatas
que desplegaban significados simbólicos precisos, alrededor
de 1200 antes de Cristo- y la Paloma de Arquitas -una paloma
artificial que se movía y asombró a los más
incrédulos en la época de Carlomagno-, hasta los
actuales robots fabricados en serie para la fabricación
de torres en un programa aeroespacial, hay una servo-pista de
información continua.
Los autómatas y su relación con las artes del tiempo
y los jardines.
Por su naturaleza híbrida y la ambigüedad que les
es inherente, los autómatas mantienen plegadas sus raíces
mitológicas filosóficas y teatrales, técnicas
y materiales, para luego de cuarenta siglos de evolución
reclamar una visión global del/los saber(es) y del/los
poder(es).
Los autómatas se relacionaron con la evolución
de los jardines, primero, como consecuencia de la aplicación
a su diseño y construcción de los avances técnicos
y tecnológicos aunque, y ello es lo que nos parece más
importante, como una exploración -no siempre muy explícita-
de la dimensión sonora del paisaje, y su contribución
a la percepción, o sea, al por qué y al cómo
se produce el impacto emocional -y luego estético- con
el que los elementos y seres naturales
nos impresionan cerebralmente.
La ciencia sólo muy tardíamente estuvo dispuesta
a considerar al paisaje como un objeto unitario de estudio científico,
a partir de Humboldt, y abriéndose el paso a machetazo
limpio contra el funesto pero a sus comienzos esclarecedor positivismo,
hasta el desarrollo pleno de la geografía, ciencia madre
de todo lo que hoy es motivo del ufanismo ecológico y
de la nueva moral.
Un capítulo interesante de esta saga, aunque nos bifurcaría
aún más, es el de intentar aproximar la historia
de los jardines a la inaudita sucesión de los autómatas
construidos como golems
o juegos de ingenio superior. Lo antedicho podría parecer
insensato, si no se advirtiera la relación que tiene la
evolución de algunos instrumentos musicales primitivos
(órganos de agua y otros dispositivos semejantes, los que
a nadie le sorprenderá que se usaran en los jardines),
que luego tuvieran una larga descendencia a través de la
historia del sonido grabado. Ésto habilita a ciertos autómatas
como ancestros legítimos de la síntesis sonora y
el sonido digital, así como de todo aparato de medida del
tiempo y sus dimensiones. (*)
Por otra parte, el diseño de jardines y áreas verdes
no sólo debe ser considerado en cuanto a su condición
de espacios inventados, a partir siempre de un lugar anterior
y una imagen mental de lugares pre-existentes en el cerebro del
hombre sino, y sin recortes, como la experiencia de lo extraordinario.
Es decir, construir un jardín según un riguroso
proyecto de diseño no es simplemente colocar plantas buscando
analogías y estereotipos de gustos o modelos reconocidos
o fragmentos de jardines pretéritos. Bien por el contrario,
siempre que un lugar construido por el hombre mereció
propiamente el nombre de jardín, no consistió simplemente
en un arreglo más o menos efímero de plantas y
construcciones.
Antes que nada, fue la ocasión de una experiencia estética
intransferible, y para ello mal se podría copiar lo que
muda desde el clima a la mezcla de sensación y vivencias.
Se trata del mismo problema que el que plantea el intento de
copiar la relación entre un rostro y los gestos que lo
animan.
Una planta o un grupo de plantas rodeadas de pasto segado y relacionadas
de modo explícito al horizonte, todo ello calculado por
el sonido de una fuente, se convierten en algo más que
cada una de ellas por separado y sueltas como ganado ante su
límite más lejano, por señalar un tímido
ejemplo. Al ser compuestas por un esfuerzo de diseño cabal,
lo común y ordinario no serán la dimensión
característica.
Se nos revelarán rasgos espectaculares y hasta heroicos
de un lugar. Puede hasta ocurrir la resurrección de lo
original, de lo prístino del lugar o de un paisaje. Ello
prescribe muchas veces un trabajo ímprobo. Cada lugar
tiene trazas intransferibles, que trascienden su mero aspecto.
Determinadas operaciones, como la percepción precisa de
la naturaleza del límite, juegan como trampolín
para lanzarnos a un imaginario in progress, que pasa por
el lugar para ir y venir desde el afuera y el adentro del mismo.
Pero volvamos a los autómatas. El autómata asociado
al escenario del jardín, entre otras cosas, contribuyó
a formalizar la promesa de lo inaudito, la presentación
en cada sociedad en la que le tocó actuar de lo extraordinario
mismo. No poca cosa para un artefacto.
Conjunciones y bifurcaciones: ¿lo natural versus lo
artificial?
En realidad la de los autómatas es una historia de muchas
historias en las que entrelazan la historia de la cultura humana,
la historia de la técnica y la filosofía, la naturaleza
e historia de los jardines, y aún lo que excede todo ello,
su límite, es decir la idea que el hombre tiene de lo
divino.
Quizá se trate de historias incompletas, parciales, o
desplegadas en sentido retrógrado a partir del olvido
culpable en el que fueron sumergidas aunque no definitivamente
ahogadas, una vez que el hombre pudo desembarazarse de muchos
de los dilemas y obstáculos infranqueables que había
que superar técnica, mental y materialmente para construirlos.
¿Son los mitos formas de conocimiento anticipatorio? Probablemente.
¿Es la anticipación una extrapolación de
lo que si bien sabemos, no alcanzamos a utilizar plenamente?
Sin duda. Por eso, desde Aristóteles -en la Physica-
ya está todo embargado por la pre-ciencia/sencia, al mismo
tiempo sueño y perspectiva de un paisaje del espíritu:
si cada instrumento pudiera a partir de un cierto orden
dado o aún presentido, trabajar por si mismo como
las estatuas de Dédalo o los trípodes de Vulcano
que llegaban por sí mismos a las reuniones de los dioses,
si las lanzaderas trabajaran solas, si el plectro (el arco) tocara
solo la cítara, los constructores no necesitarían
de obreros y los maestros de esclavos
No insistiremos con Prometeo y su oscilante chispa de riesgo
vertiginoso atribuída a un dios. No hablaremos de falsos
Adanes para así jugar con la desesperada exhortación
de quien los juzga indignos de su criatura -tal como lo hace
Cutie, el robot positrónico, que Isaac Asimov imaginó.
La creación genética de un hombre por otro a través
de su pareja sexuada es tan angustiosa cuanto ansiada porque,
entre otras cosas, es incomprensible a fuer de natural.
Lo que en ella se confía a los mecanismos biológicos
es mucho más de lo que podemos o creemos saber.
Los llamados bebés de probeta que asombran a algunos reticentes,
no consisten sino en la aplicación sencilla de algunos
mecanismos biológicos controlados parcialmente,
y no hacen sino separar el acto de la concepción biológica
del proceso de la gestación. La construcción del
inconsciente actúa sobre el feto poblándolo de
un océano de razones desconocidas. ¿Es acaso el
autómata menos natural que un hombre como nosotros, al
que la sociedad ha domesticado
o servilizado el instinto hasta convertirlo en determinado
animal de reflejos y comportamientos previsibles?
Digamos que en el caso de los autómatas se trata tan sólo
de máquinas. De máquinas arrogantes, pero sin pretensiones
de humanidad vencida. Aunque afortunadamente, se trata de máquinas
dotadas de mecanismos de autorregulación, lo que las hace
de cierto modo independientes, y ello, a partir de la esencia
de la técnica(Hegel) que formaliza todos los fondos
-quien quiera saber el exacto significado de tal dichtum sutil
hará bien en referirse a los expertos en Hegel- en los
que aparece a la luz. Nos permitimos como última definición
llamar autómatas a ciertas construcciones que no tienen
lo que llamamos un alma, gozan del poder de moverse por si mismas,
y como organismo artificial, de modo fetichista y controlable
no padecer la enfermedad y la muerte.
* Para una
información cabal sobre esto puede revisarse la Historia
del Sonido Grabado y algunos Instrumentos Musicales,
de Hugh Davies, con ayuda de la cual y de muchas consultas y
fuentes bibliográficas que una beca Fullbright en California
Berkeley nos permitiera hacer, se presentan de manera reducida
en el Gráfico No 2, lo que aparecerá inextenso
en un ensayo, cuyo título probable es Autómatas
Sonidos y Paisajes)
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