Se nos ha martillado la cabeza
que existe un fenómeno completamente nuevo, una economía
globalizante a la que debemos obedecer. Una máquina
sin operador ensambla mil partes diferentes provenientes de una
docena de países para hacer un motor de automóvil,
o procesa las reservas para las aerolíneas europeas en
Bangalore. Un nuevo y revolucionario combustible - llamado "fuerzas
del mercado" - repentinamente parecería capaz de
llevarnos al borde del movimiento perpetuo.
La diversificacion
de las economías
La evidencia en la que descansa toda esta fiebre es superficialmente
convincente. El comercio
mundial ha crecido, de manera consistente, más rápido
que su rendimiento económico -más del doble de
rápido entre 1985 y 1994. Esto significa que una proporción
creciente de lo que consumimos es producido en un país
distinto del nuestro. El presupuesto es que cualquier tipo de
crecimiento es bueno y que cuanto más baratas se vuelven
las cosas más eficientemente son producidas. Por lo tanto,
una máquina industrial que recorre el mundo procurando
las vías más baratas para hacer cosas es el mayor
de los bienes. La única alternativa sería revertir
el proteccionismo del tipo "arruina a tu vecino"
que profundizara la Gran Depresión de la década
de 1930 y llevara a la guerra.
¿Qué
es lo que salió mal, entonces? La evidencia es muy engañosa.
La nueva economía
"global" está creciendo más lentamente
que lo que lo hiciera la economía "dorada" entre
1945 y 1973 -cuando en todas partes se intentó proteger
las economías nacionales y promover la industrialización
a través de "substitutos de importación".
Al final esto no funcionó demasiado bien. Pero la economía globalizante,
"orientada hacia la exportación", no funciona
nada mejor. Una vez desgastado el efecto inicial de la eliminación
de barreras comerciales durante la década de 1980, el
comercio mundial comenzó a enlentecerse. Entonces, los
beneficios de estar globalizado parecieron, en el mejor de los
casos, efímeros. Y los economistas ya saben que la globalización
nunca resolverá los problemas del desempleo en el Norte,
de la pobreza en Sur o de la división
económica entre Norte y Sur (si
no es incluso responsable de agravarlos).
La máquina
sin operador es el capitalismo industrial. El misterioso conductor
es la urgencia por maximizar las ganancias y minimizar los costos.
El mayor de estos costos son los trabajadores, a los cuales el
capitalismo llama "mano de obra". Por eso rastrea dónde
puede encontrar la mano de obra más barata -que en estos
tiempos reside en el Sur. Lo irónico es que cuanto más
baratas resultan las cosas, más son producidas, pero los
bajos salarios y el desempleo hacen cada vez menos probable que
podamos solventarlas. El capitalismo, asistido por la tecnología
moderna, tiene predilección por lo que es llamado "crisis
de sobreproducción" -es decir, desechos. La economía
global empeora esto. Ni qué decir de la locura de
la "sobreproducción" a partir de fuentes no
renovables en ecosistemas vulnerables.
En términos
estrictamente económicos, la brecha
entre los ricos y los pobres se agranda, y el capital se
acumula al punto que ya no sabe qué hacer consigo mismo.
Los individuos ricos gastan valientemente lo que pueden en objetos
suntuarios, pero los ricos son demasiado pocos para solucionar
la crisis de sobreproducción y los objetos suntuarios
son inútiles para la mayor parte de la población
mundial. El resto de este capital excedente se agolpa en "casas
financieras" y bancos,
a la espera de algo más lucrativo para hacer. Eso significa,
usualmente, apostar; la "especulación" en lo
primero que venga a mano: mercancías, moneda
extranjera, acciones, bonos, un sinfín de 'instrumentos'
creados específicamente para este propósito. En
estos días, los volátiles "mercados emergentes"
del Sur y del ex bloque soviético se han convertido en
salas de juego para la especulación. Las transacciones
en divisa extranjera alcanzan, en la actualidad, más de
un billón de dólares por día, y sólo
una pequeña proporción de este monto está
vinculado a alguna actividad productiva.
Dos son los tipos de
instituciones económicas que juegan un papel clave en
este juego extraño. El primero es la Corporación
Transnacional (CT). Las CT controlan dos tercios
del comercio mundial, y casi la mitad se mueve entre partes diferentes
de la misma CT.(2) Así, y de forma muy
lógica, las CT son las primeras defensoras del "comercio
libre" y de la globalización.
Como muchas de ellas son más ricas y poderosas que los
meros gobiernos nacionales, las CT logran casi siempre lo que
quieren. Un estudio detallado de la Unión
Europea, por ejemplo, muestra cómo muchas de sus políticas
han sido diseñadas por el lobby transnacional.
Tanto es el surplus
que chapotea en las casas financieras y bancos, que ha vuelto
a estos más ricos y poderosas que las CT, haciéndolos
capaces de traer la catástrofe, en una sola noche, a todo
un país, como sucediera en México en 1995, o a
la mayoría de la población mundial a través
de la "deuda del Tercer
Mundo". Incluso pueden borrar la sonrisa del rostro de los
tigres surasiáticos.
El sistema
financiero mundial no funcionaría si no fuera que
los estados rinden tributo a estos bancos y casas financieras.
Son los pueblos, como sucediera en México luego del "derrumbe"
de 1995, o en Estados Unidos luego del
fiasco de Préstamos y Ahorros a inicios de la década
de 1990, quienes terminan pagando el precio de la especulación.
Debido a que estas
instituciones han crecido desproporcionadamente, y a que en la
globalización
se trata por sobre todo de no pagar ningún impuesto, los
estados están quedando virtualmente en bancarrota. La
evidencia histórica sugiere que, cuando el "capital
financiero" gana la baza, el juego está casi terminado.
Las alternativas son
simples y obvias (sólo
que los globalizadores se oponen a todas y cada una de ellas): la más simple sería
imponer un impuesto a las transacciones en los mercados de divisa
extranjera, lo que podría generar unos tres billones de
dólares por año. Tal "impuesto a la transacción"
no sería difícil de recaudar, y tendrían
el efecto beneficioso de calmar la afiebrada especulación
y de forzar a los gobiernos a trabajar juntos en lo internacional.
Pero la parálisis
internacional está a la orden del día. Naciones
Unidas está desesperantemente débil y en bancarrota.
Tenemos un Banco Mundial
y un Fondo Monetario Internacional
dirigidos como las CT, por una jerarquía de estados ricos.
Tenemos además una flamante Organización
Mundial del Comercio (OMC) acusada de arbitrar el juego
de la globalización.
Pequeños grupos de "expertos", contra los cuales
no puede haber apelaciones, son los que realizan las adjudicaciones
en las disputas comerciales. Estos proclaman, por ejemplo, que
el derecho está del lado de las grandes plantas químicas
como Chiquita y Dole en América Central, y falla
en contra de naciones isleñas enteras que proveen bananas
bajo términos preferenciales a la Unión
Europea. Las "distorsiones" al libre comercio pueden
incluir eventualmente casi cualquier cosa, desde la salud pública
hasta la educación y los servicios
de transporte.
Aquellas cosas que
son "públicas" (es
decir, por las que no se paga directamente) son juzgadas menos legítimas
que las "privadas" (es
decir, aquellas por las que se paga).
Otros asuntos no privados, como tener aire puro para respirar
o condiciones de trabajo razonables, son consideradas irrelevantes
para el comercio. La preocupación actual de la OMC son
los acuerdos de inversión multilateral (AIM) para imponer los intereses
de los inversores globales.
La verdad es que nuestro
régimen "multilateral" está todo revuelto
y deficientemente equipado para confrontar los desafíos
del nuevo siglo (ni qué
decir del milenio).
El gobierno mundial
debe ser reordenado, o acaso establecido por primera vez. En
tanto esto acontezca, debemos recordarnos que el gobierno democrático
no es lo mismo que la burocracia estatal. Esta última
se ha alineado a todo la ancho con la globalización,
en contra de los pueblos, y ha perdido toda credibilidad política.
El primero debe reperesentar la voluntad de los pueblos, o no
tendrá ningún valor.
Dados estos recursos,
¿qué debe hacerse y por quién? Tómese
un pequeño ejemplo. Sabemos, por Naciones Unidas, que
se necesitan 50.000 millones de dólares para abatir el
espectro de la pobreza
absoluta de la faz de la tierra. Los distintos gobiernos se han
comprometido a abatirla en la Cumbre Social
de Naciones Unidas en Copenhage, pero todavía no lo
han hecho.
La pobreza
absoluta no puede ser "erradicada" a través
de la aplicación juiciosa de una sabiduría superior
y cierta cantidad de efectivo. Las "raíces profundas"
de la pobreza están
en la deprivación de su tierra a los desposeídos,
de sus hogares a los sin hogar, de sus empleos a los desocupados.
El remedio está en que los pueblos reclamen el poder y
la dignidad que, en primer lugar, nunca debió habérsele
sustraído.
Así, la erradicación
de la pobreza absoluta
significa que las comunidades donde viven los más pobres
tengan poder político. En las comunidades rurales esto
siempre involucra reforma agraria, la restauración de
la producción local
de alimentos, la restricción del poder de las élites
terratenientes y cerrar las puertas al "agronegocio".
En las comunidades urbanas significa formar sindicatos, cooperativas,
grupos cívicos y redefinir la naturaleza del trabajo.
En ambos significa un activo control democrático local.
Las "raíces
profundas" de la pobreza no difieren de las "raíces
profundas" de la economía mayor. Las comunidades
locales saben bien que los poderosos intereses nacionales e internacionales
están alineados en su contra. Por eso deben trabajar juntas
y procurar ser parte de comunidades más grandes, ciudades,
regiones, naciones -y de una humanidad más grande.
Algunas cosas son comunes
a todos nosotros y por tanto, en cierto sentido, unviersales:
nuestro ecosistema, nuestras
necesidades básicas, nuestras responsabilidades. Estas
cosas están emparentadas a nuestra común humandidad
y no cambian demasiado a través del tiempo y el espacio.
Virtualmente todo lo demás es único para nosotros,
para la gente que conocemos, para nuestros lenguajes, creencias,
culturas. Esas cosas cambian todo
el tiempo y pertenencen a las diversas comunidades locales en
las que vivimos.
Propiamente entendida,
una economía es local y no global. Lo mismo que el medio
ambiente, una economía debe ser lo más diversa
posible para servir a las necesidades humanas. Sin embargo, no
podemos tener lo uno sin lo otro. Las economías diversas,
locales, no pueden prosperar a menos que satisfagan las necesidades
básicas y universalmente humanas -hogares
decentes y seguros, alimento suficiente y libertad de expresión
cultural para todos. La globalización
económica ha tomado, precisamente, por el rumbo opuesto.
Impone la uniformidad allí donde lo que existe es la diversidad
y propone el pragmatismo allí donde deben aplicarse principios
unversales. He aquí la razón por la cual la "economía"
nunca puede residir en las "fuerzas del mercado", las
cuales no son "libres" sino presididas
por una minoría cuya riqueza, poder y arrogancia les
impide todo entendimiento común.
Notas:
(2) Human Development Report
1997, UN Development Programme (UNDP), OUP, New York and Oxford,
1997.
Fuente: David Ransom, New Internationalist.
*Publicado
en La Guía del Mundo
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