6. Cosmogonías de comienzos de siglo
Allá
en pleno sol estaba la ciudad, aquella capital dispersa, anárquica,
sin estilo (3)
Respecto
a los aportes de la hibridez, algunos ya han sido apuntados. Por
lo pronto, se vuelve a poner de relieve el eclecticismo y la falta
de estilo "propios" de Montevideo
-y de tantas otras ciudades latinoamericanas-, como sedimentación,
en parte, de la influencia sucesiva y simultánea de diversas
culturas, corrientes y modas, y más recientemente, por
el impulso de un conjunto de innovaciones mediáticas (televisión, video,
computadora)
y arquitectónicas (suburbios
de clase media, grandes centros comerciales, playas de estacionamiento,
nuevas arterias comerciales, barrios privados, etc.) que se basan en una mayor presencia
del automóvil y la autopista.
Pero más allá de todo esto, que en definitiva no
sería otra cosa que la llegada retrasada del modelo norteamericano
de mitad de siglo, también aparece con mayor nitidez el
papel y la importancia de la imagen, del consumo, de la publicidad,
del "acceso generalizado e instantáneo"
a una serie de bienes culturales y a un conjunto de archivos de
información, y con ello, del modo en que estos nuevos fenómenos
socio-culturales generan todo un conjunto de estímulos,
dinámicas y preocupaciones que, convertidos en una segunda
naturaleza, han pasado a mediar y a jugar un papel crucial en
el funcionamiento de la sociedad actual, sobre todo en lo que
respecta a la formación de las subjetividades sociales.
Dicho papel tiene que ver tanto con la manera en que imaginamos
y nos relacionamos con el mundo (Appadurai), como con el propio estatus de
lo real, convertido de pronto en apenas un relato posible, una
aparición (mediática), un acto de magia,
una fe (Carpentier). Realidad que cuando intentamos
captar como una realidad exterior 'sólo podemos captar
desde dentro', y que cuando queremos captar desde dentro,
también desde allí se nos escapa, 'porque somos
una parte de lo que queremos percibir'.
En tal sentido, es difícil no reconocerse en este relato
de Montevideo; ni dejar de simpatizar y dejarse seducir por el
encanto de su lenguaje: por los descubrimientos -y las confirmaciones-
que facilitan sus ángulos, sus montajes, lo mismo que por
las promesas de vitalidad, de vértigo, de embriaguez extática
que parece haber de pronto impregnado a "la
aldea".
Ahora bien, al margen de todos estos aportes, tampoco es difícil
descubrir que una vez terminado el libro volvemos al Montevideo
de Siempre, aldeano y levemente pretensioso (que se deja entrever en el propio gesto
anacrónicamente moderno-vanguardista del texto). Que no está
claro sobre qué bases nos invita a entusiasmarnos y hacernos
ilusiones. Que tampoco queda claro cómo es que de pronto
hay solamente "este" presente/futuro que ya ha llegado
y que encima es "irreversible".
Es por esta razón, y porque toda lectura debe ser, necesariamente,
sospechosa, que voy a ensayar cuatro respuestas breves a algunas
de las ideas planteadas o ilusiones que organizan el texto, aludiendo
tanto a lo que la palabra ilusión tiene de esperanza, de
encantamiento, de fe, de energía movilizadora, como de
malentendido, de engaño, de espejismo.
a. La ilusión
subjetivista y el estilo oracular.
Montevideo 00 intenta aproximarse a la ciudad y captar el momento
actual desde el punto de vista de diversas subjetividades. "Es
la construcción de un relato posible a partir de la subjetividad
de sus autores." (Pliego de contratapa) Sin embargo, aunque se presenta
como un enfoque subjetivo, aparentemente -explícitamente-
"sin pretensiones", su modo enunciativo contradice tal
declaración de subjetividad y, en cambio, deja entrever
que tiene bastantes más pretensiones de las que sugiere
en un principio.
En efecto, en vez de adoptar, por ejemplo, un discurso perspectivista
o testimonial, recurre a un estilo declamatorio, categórico,
oracular. Tampoco termina de explicitar de dónde proviene
su "voz" (¿quién
habla?),
desde qué lugar y práctica social -aun cuando uno
se encuentre con una serie de pistas al respecto: postura filosófica
contemplativa, lectores de un canon peculiar de filósofos
de la contemporaneidad (McLuhan, Lipovestky, Baudrillard,
Deleuze),
conexión a internet, ojo detrás de la cámara
fotográfica, mano que manipula imágenes digitales
en un procesador, demasiada televisión.
La constante
referencia a un "nosotros" recién se aclara -o
se enturbia- hacia la mitad del libro: "somos adolescentes, casi sin pasado
(
) que buscamos asumir positivamente esta lógica
híbrida generadora de una cultura de referencias difusas".
En su estilo -en su manierismo-, Montevideo 00 termina
por producir una imagen demasiado homogénea de la realidad
actual (aun
cuando apunte una serie de disparidades y contradicciones), que tiene como
consecuencia borrar o sortear rápidamente todo aquello
que entre en cortocircuito, no coincida o no combine con el nuevo
discurso de la hibridez y la globalización, es decir, con
cómo deben lucir (el
look)
los nuevos tiempos híbrido-globales, con "la estética
joven".
La presentación
del caos y la multiplicidad parecen obedecer
a unas reglas particulares de selección, armonía
y estilo que terminan por dejar fuera lo que se concibe como anacrónico
o perteneciente a otros modelos culturales, cuando de lo que se
trata es, precisamente, de lo contrario, es decir, de ver el modo
en que "lo nuevo" cohabita, se entrelaza, entra en tensión
o choca frontalmente con "lo viejo", el deseo con su
imposibilidad, la utopía pospolítica
con una determinada estructura de poder, la política-económica
de la "revolución apolítica", la promesa
de inmaterialidad con la condición de materialidad, etc.
Y es así que seguramente sin proponérselo Montevideo
00 tiende a generar otro tipo de monólogo, de idealismo,
de uniformidad -otra narrativa fundacional- que parece no dejar
espacios para discursos fuera de tono o fuera de lugar respecto
a un Estilo Híbrido Internacional que termina contradiciendo
la estética fenomenológica, exteriorista y esquizofrénica
que promete.(4)
A la par del discurso subjetivo (el yo poético axiomático-oracular) se halla una renovada
fe en el poder de la fotografía (la mirada-oracular) para "documentar"
la nueva realidad, resultante de un excesivo reinado de la mirada
(estetizante)
y
de un registro estático y borroso de la imagen: más una
instantánea mistificadora que "la instantánea
reveladora" de Cortázar.
Y es por esto que, a pesar de cautivar nuestra imaginación
con sus referencias a los nuevos tiempos y -para qué negarlo-,
con su habilidad para poner en primer plano y hacer hincapié
en una nueva sensibilidad que, efectivamente, se halla entre nosotros,
Montevideo 00 deja la sensación de visión
demasiado sesgada -demasiado "definitiva" y categórica
para ser tan sesgada-, porque en el fondo, presentimos que las
cosas no han cambiado tanto (ni
tan poco),
sobre todo en lo sustancial. (Pero,
bueno, estas otras formas de saber y hablar provienen, en definitiva,
de otras posiciones, de otros espacios sociales, de otras vivencias, realidades,
enfoques y trincheras olvidadas por este texto).
Paradójicamente, este discurso/mirada subjetivista-oracular
que, por un lado, no distribuye la voz y la perspectiva, ni se
compromete con las particularidades concretas de la vida cotidiana
(el mundo
de la vida),
tampoco arriesga en la dirección contraria, es decir, en
la dirección de captar relaciones sociales y estructuras
fundamentales -a menos que consideremos la fábula de seducción
y del consumo como el motor que organiza la sociedad y que mueve
la historia actual.
Porque la cultura contemporánea es un producto que se gesta
"desde abajo", por la vía de todo un conjunto
de prácticas sociales, sensibilidades y mentalidades que
operan al nivel de la vida cotidiana (como es el caso del deseo, el consumo, la moda, la participación
en el espacio virtual o en la cultura de masas captadas en el
plano de lo concreto y particular) tanto como "desde arriba"
(Soja): modos de producción,
necesidades funcionales varias (financieras, militares, industriales,
comerciales), organización social de la producción,
división social del trabajo y del consumo a diversas escalas,
planes de diversa índole (estratégicos, de ordenamiento territorial,
de inversión, de crecimiento), nueva arquitectura financiera,
industrial y comercial transnacional, el conjunto de actores,
agencias e instituciones, tanto locales como transancionales,
que hacen el mundo.
Y sin embargo, a juzgar por los autores, parece que nada de esto
existiera, y que la situación contemporánea en
general, y en particular Montevideo, fuera resultado de la tendencia
natural al caos y a la locura, de un conjunto de procesos urbano-biológico-moleculares,
del flujo de información que circula, por cuenta propia,
por televisiones y computadoras, del poder
vertiginoso y "renovador" de las modas, de los shows
y simulacros de abundancia y cosmopolitismo que se montan en
los complejos comerciales, o la simple situación de "flotar
a la deriva" en los márgenes del espacio y el tiempo,
sin explicar realmente el paso de una esfera (la esfera imago-discursiva) a la esfera
cotidiana, o la cultura nacional o local.
b. La ilusión
de la inmaterialidad.
la
ciudad telemática no tiene materia(*)
se trata de conceptualizar
las redes virtuales que como capas ingrávidas
flotan con lógica autónoma liberadas de la ciudad
pesante(*)
Intriga ver cómo, y por qué, la ya clásica
frase "todo lo que es sólido se disuelve en el
aire" ha cautivado la imaginación posmoderna,
por razones que poco o nada tienen que ver con el sentido original
de la metáfora (el
modo en que la Revolución Burguesa transforma radicalmente
el mundo),
sino más bien, por la idea, para nada marxista, de "la
(supuesta) desmaterialización
del mundo".
En efecto, uno de los riesgos que se corren en la situación
cultural contemporánea se relaciona con el impacto de
los medios electrónicos de comunicación (televisión, teléfonos
celulares, computadoras), cuya centralidad en la vida
social y cultural contemporánea resulta indiscutible.
Dicho impacto es, ciertamente, algo diferente, según hablemos
de los teléfonos o la televisión abierta (que llega a casi todos) o las televisión
por cable o las computadoras, que llegan a un sector mucho más
reducido de la sociedad (sin
entrar aquí en el uso particular que cada uno hace de
estos medios).
A pesar de lo anterior se pueden aseverar dos cosas.
Pese a su papel central en la cultura contemporánea, y
a la mayor eficacia con que estos nuevos medios resuelven el "efecto
de realidad" y de "verosimilitud", los nuevos medios
son, ante todo, fábricas de representaciones (lo mismo que los libros o los frescos en las catedrales). Esto conlleva una extensión
de nuestro contacto con mundos representados e imaginados -proyectados
en parlantes y pantallas-, ya sea en sustitución o complemento
de otras epistemologías (las
humanidades, las artes plásticas,
las ciencias)
y de nuestra experiencia más directa y sensual del mundo.
El papel central de los medios de comunicación, entonces,
da como resultado un cambio estético fundamental, que afecta
nuestra manera de relacionarnos con "el mundo", y de
construir imaginaciones del mundo. Una consecuencia de ese cambio
estético es la sensación y la ilusión de
la inmaterialidad, y se apoya sobre la noción de la inmaterialidad
de la imagen y del mundo virtual. La ilusión de la inmaterialidad
contribuye, por extrapolación, a minar la diferenciación
entre realidad social y realidad virtual, entre realidad e hiper-realidad,
entre realidad y simulación (reedición
de la escisión cuerpo-alma, espíritu-materia, vida-sueño,
realidad-fantasía, temas tan antiguos como la religión
o los libros
de caballería).
Ahora bien, el efecto de inmaterialidad y de hiperrealidad que
producen estos nuevos sistemas de representación y que,
según Baudrillard, parecen haber parcialmente secuestrado
la conciencia posmoderna, no puede confundirse ni con la materialidad
de aquello que se quiere representar (Montevideo) ni con la materialidad de
"telépolis" (de
los medios, los aparatos culturales, las industrias culturales,
las prácticas culturales, etc.)
Es precisamente por su carácter material, sin embargo,
que estos medios son gobernados por principios, leyes y lógicas
materiales, económicas, sociales o políticas, y
no existen independientemente de actores y agencias sociales
específicas (igualmente
materiales),
a pesar de la inmaterialidad relativa de los contenidos propia
del modo de representación.
Tres consecuencias directas de lo anterior: primero, y puesto
que los medios existen como parte de un orden social y cultural,
va a existir una jerarquía de poderes, de modo que ciertos
actores y agencias que organizan y dirigen el campo cultural
(en términos
de producción, distribución, acceso). Segundo,
se va a producir un acceso diferencial a los medios de comunicación,
que va a resultar en una diferente situación cultural,
en un poder cultural diferente.
Tercero, el uso concreto de los medios también va a ser
diferente. En cualquier caso, no me da la impresión que
Montevideo 00 sea sensible ni al problema de la materialidad
de los medios y las representaciones -la materialidad del mundo
virtual-, lo cual implicaría un abordaje frontal y explícito
de la cultura de masas y de las nuevas tecnologías de
la información desde un abordaje sociológico, fenomenológico
o político, ni al problema de la materialidad de lo representado,
en la medida que el Montevideo representado parece existir al
margen de las leyes y lógicas -sociales, económicas,
políticas- que rigen el Montevideo real, y de las que
tampoco se hace ninguna mención.
No es casual, por lo tanto que los shoppings (los templos de la abundancia y el consumo
de las clases medias),
las
montañas de basura, los pibes de los cantegriles
o los bichicomes, aparezcan como parte de un mismo relato unidos
simplemente por una relación de perplejidad, de contrariedad
o contraste estético -y hasta de vergüenza moral y
justicia poética- pero en ningún momento como relación
económica, política o social (más allá de
una referencia al pasar, de carácter meramente estetizante,
al respecto de una mal entendida situación "posindustrial",
que es de todo menos el fin de la industria).
Del mismo modo, la informativización del paisaje y la consiguiente
posibilidad de "viajar" por el mundo" virtual (a
que tienen acceso algunas personas) no puede llevar a pensar en la
evaporación de los estados y las fronteras (nacionales, de clase, raciales,
de género, etc.); como la informativización
del dinero y los capitales (en
tanto soporte de la nueva arquitectura financiera global) tampoco puede hacernos
olvidar la materialidad de la producción de bienes y riquezas,
ni la materialidad de los circuitos y mecanismos de distribución,
ni la materialidad de la acumulación de las riquezas en
determinadas regiones, ciudades, barrios, clases sociales, grupos
étnicos, cuerpos, etc.
Y es por este camino de la (supuesta) desmaterialización
de la realidad social, operada en el terreno discursivo, de una
realidad social y material irreducibles a procesos meramente
representacionales, simbólicos o tecnológicos,
que Montevideo 00 se adentra peligrosamente en el territorio
del fetichismo de la mercancía, del consumo, de la publicidad,
del deseo, y toda una serie de mistificaciones. Por este camino
pronto se llega a otros dos tipos de ilusión: la ilusión
cosmopolita y la ilusión de la sociedad automática.
(*) Montevideo
00
Notas:
(3) Alejo Carpentier, Los pasos perdidos
(1953).
(4) Aquí
que uno no puede menos que recordar los esfuerzos vanguardistas
en Ecue-Yamba-ó, La muerte de Artemio Cruz,
El beso de la mujer araña, La casa verde,
Tres tristes tigres o El libro de Manuel, por dar
entrada y dar cabida a otros discursos prácticamente incompatibles,
aun a sabiendas -al costo- que estos iban a entrar en cortocircuito
y hasta hacer peligrar la integridad de sus texto.
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