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HIDALGO, BARTOLOMÉ - GAUCHESCA -


La patria y la pluma (II)*

Pablo Rocca
La apropiación de la voz del gaucho, según lo han estudiado Josefina Ludmer, implica una doble cadena para el paisano dueño de la enunciación en este texto y en todo el género gauchesco: el del nuevo orden jurídico que violenta la sociedad de vínculos "naturales" en que se mueve el paisano


Y en el tercer y último volumen, en la mencionada oda de Acuña de Figueroa en la que regala eternidades a los gobernantes y líderes convecinos, recuerda a quien él mismo había combatido desde el
Montevideo fiel a la corona española. Recuerda "Al que hoy yace en olvido/ En tierra esclava, y en dolor sumido". Se trata de la única referencia efectuada durante el exilio voluntario del "Señor D. José Artigas, primer General que tuvo la Patria, y el primer campeón de su libertad", como el mismo autor no vacila en aclarar (otra vez la necesaria aclaración), para lectores seguramente ajenos a esa historia de vida que entonces no se confundía con la historia patria.

El recuerdo del artiguismo pudo ser más agraciado, pero al parecer los intereses dominantes no lo estimaron dentro de la "historia de los sucesos más notables que han tenido lugar en este Estado". La frase anterior, escrita por Lira en el aviso promocional del primer tomo, apareció en la prensa el 19 de marzo de 1835 a modo de comentario de las piezas patrióticas derrochadas por las páginas de su obra.

Seguramente por eso
Hidalgo, el apologista de la "Patria Vieja", ingresó en el Parnaso con una mayoría de textos neoclásicos. Sus "cielitos" y "diálogos patrióticos" referidos al período revolucionario, fueron excluidos, con certeza, porque no se adaptaban al calendario político que regía.

En una obra con auspicios oficiales, tratar de "chanchos" a los "godos" o de cobarde a Fernando VII y concluir que "No se necesitan reyes/ Para gobernar los hombres/ Sino benéficas leyes"
("Un gaucho de la guardia del monte...", 1820), hubiera irritado al Imperio español con el que las relaciones eran muy delicadas. Hay una excepción en la memoria del artiguismo: en el unipersonal dramático de Hidalgo "Sentimientos de un patriota" se menta con unción la Batalla de Las Piedras. Otro "diálogo patriótico" de Hidalgo escapó de la poda, el que mantuvieron los personajes imaginarios Jacinto Chano y Ramón Contreras, texto que diera a conocer en 1821 y luego fuera recogido en La lira argentina, sin identificar a su autor. En este se propone un contrapunto lírico en el que campea una fuerte nostalgia de la causa emancipadora. Pero, en compensación agradable para los oídos patricios de 1835, también cunde el escepticismo sobre la turbulenta etapa previa a la formación de la República:

Cuando la primera patria
Al grito se presentó
Chano con todos sus hijos,
¡Ah tiempo aquel, ya pasó!
Si fue en la etapa del medio
Lo mismo me sucedió,
Pero amigo en esta patria...
Alcancemé un cimarrón.

La apropiación de la voz del gaucho, según lo han estudiado Josefina Ludmer, implica una doble cadena para el paisano dueño de la enunciación en este texto y en todo el género gauchesco: el del nuevo orden jurídico que violenta la sociedad de vínculos "naturales" en que se mueve el paisano y el ejército, que lo domestica y lo transforma en mano de obra útil para ese orden. Esto es claro cuando dos son los paisanos, como en el texto de Hidalgo, que discuten el caos político, con lo que se pone a punto la afirmación de las bases jurídicas indisociadas de un orden severo que las afirma y las justifica.

Pero, a su vez, la voz de ese "
otro" que se presenta desprendido de riquezas y sin ánimo de tenerlas, ese que nada tiene para perder, habla desviándose de la "línea aúrea" del castellano canónico e introduce, como en un movimiento simultáneo de enunciacón y de acto de habla, la ilusión de una perspectiva escéptica sobre los desvíos del orden y no sobre el sistema en sí, ya que al fin concluye por sostenerlo con sumisión plena:

Valerosos Jenerales
De nuestra revolución,
Gobierno á quien le tributo
Toda mi veneración,
Que en todas vuestras acciones
Os de su gracia el Señor,
Para que enmendéis la plana
Que tantos años se erró:
Que brille en vuestros decretos
La justifica y la razón [...]
Guerra eterna á la discordia,
Y entonces sí creo yo
Que seremos hombres libres


Desde este "margen de las políticas de la lengua y la
literatura" (Rosas, 1997), Hidalgo se hace de una voz y deja otra voz inconfundible.

Agonías y renacimientos

A su regreso de Europa, en 1830, Esteban Echeverría (1805-1851) trajo a Buenos Aires el credo romántico, antídoto letal contra el virus seudoclásico. Siete años después, un grupo de ilustres refugiados del régimen de Rosas junto al uruguayo Andrés Lamas, fundaron en Montevideo el periódico romántico El Iniciador. El tercer tomo del Parnaso, que salió en esa fecha, ya reflejaba una estética superada.

Hasta Bernardo P. Berro
(1803-1868), tímido neoclásico presente en la obra de Lira, claudicará unos meses después según confiesa en una carta del 30 de noviembre de 1838 a su pariente Miguel Errazquin: "El romantismo (sic), en cuanto a la literatura, propende a sustraernos del yugo de las autoridades, quita los grillos del clasicismo extremado y estacionario, [...] abre un vasto campo a la imaginación y el ingenio". En las únicas epístolas divulgadas por Berro a su hermano Adolfo, el primer poeta romántico uruguayo, más allá de su desconfianza frente a la novedad y a su temor de la desnacionalización de los temas y de los héroes, vuelve a extender un cierto crédito al "romantismo" (Berro, 1966).

Durante décadas la crítica vernácula consideró que en la antología inaugural casi todo era hojarasca. Sin una valoración tan esteticista, puede rescatarse bastante de ella como antecedente lejano de la poesía contemporánea. La defensa del "bello sexo" en el curioso poema La cotorra y los patos, de Petrona Rosende, puede ser adoptada como precursora de la
lírica femenina que, cada vez más, defiende la condición de la mujer y la certeza de un decir propio contra las restricciones impuestas por la hegemonía masculina, que ve a la mujer -así en el poema del "español constitucional" Pablo Delgado- como un objeto para solaz del hombre: "Mujer es un Ánjel/ Que formó natura/ Por quitar al hombre/ Su feroz bravura" (A la mujer, Tomo II, págs. 160-161). Otra dimensión, ya que se apropia de la voz y la mirada de la mujer esclava, aporta Acuña de Figueroa en su poema "La madre africana".

Justamente, con atractiva vigencia parece algún sector de la obra de este dúctil y caudaloso primer poeta institucional del país o, como lo llamara José Enrique Rodó, "el poeta de Montevideo: la encarnación del carácter de una
ciudad y de su crónica, animados por cierta poesía, risueña y apacible, que tenía algo del aspecto de esa misma ciudad" (Rodó, 1967).

En realidad, los textos de Acuña muestran una diversificación mucho mayor a la que le atribuye Rodó, a menudo nada apacible: desde la poesía de circunstancias a la traducción; desde el cielito al epigrama; desde las letrillas satíricas o picaronas a "La Malambrunada. Conjuración de las viejas contra las jóvenes", extenso poema jocoserio
(del que Lira entrega un fragmento) influido por obras similares de Quevedo, Lope de Vega y, quizá, de Espronceda; un poema osado para aquella prejuiciosa Aldea, cuyo "fondo moral" le pareció reprochable a Francisco Bauzá, el primer crítico uruguayo, el primer inventor del rígido canon nacional (Bauzá, 1953).

Esta línea tuvo una prolongación más radical en el poema
porno "Nomenclatura y apología del carajo", publicado por primera vez en 1922, lo que muestra que la ciudad "risueña y apacible" -de la que hablaba Rodó- escondía otras caras más revulsivas y también más reprimidas. Este sector de su obra fue reivindicado en los ochentas por las revistas underground que brotaron por muchos rincones del país y que republicaron el texto, así también por poetas como Gustavo Wojciechowski -Macachín-, Héctor Bardanca y Gustavo Escanlar (todos ellos partícipes de la revista La Oreja Cortada), quienes, antes que encontrarse en una tradición "seria" u oficialista -en la línea del "Himno" y de las odas referidas-, eligieron esa ruta más secreta y más acorde con la liberación sexual, el desenfado y el nihilismo muy 1990, muy posmoderno.

El veterano del "45" Sarandy Cabrera escribió el contrapunto de ese texto maldito en su "Apología de la concha", incluido en un pequeño volumen en el que se publica un facsímil de la exaltación de los genitales masculinos
(Montevideo, Vintén Ed., 1989). Además, Acuña es el iniciador autóctono de la poesía visual, que encontró un fuerte empuje en los años sesenta, sobre todo a instancias de Clemente Padín y de su revista Los Huevos del Plata.

En los últimos años dentro de los circuitos académicos se ha estudiado con esmero el lugar de los parnasos, el discurso patriarcal fundador, el relato de "los
héroes" y el concepto de nación, a la luz de los debates sobre la identidad y con la ayuda de los aportes teóricos de Benedict Anderson, Eric Hobsbawm, Edward Said o Doris Sommer. En Uruguay, Gustavo Verdesio y, por su lado, María Inés de Torres han reflexionado con inteligencia sobre el caso en más de una oportunidad, según puede verificarse ahora en el reciente Uruguay: Imaginarios culturales, desde las huellas indígenas a la modernidad (Montevideo, Trilce, 2000); un equipo de investigadores de la Facultad de Humanidades, bajo la dirección de Hugo Achugar, e integrado por Sonia D'Alessandro, María del Carmen Hernández y Susana Poch, ha publicado una verdadera puesta al día sobre estos problemas abandonados por muchos años (La fundación por la palabra. Letra y Nación en América Latina en el Siglo XIX, 1998).

La hoy extinta poesía rural arranca de algunas creaciones ubicadas en este volumen e impera durante un siglo y pico, por lo menos hasta el nativismo de los veintes. Lira no efectuó una recensión del canto gaucho, analfabeto y anónimo de la campaña, como no lo hizo nadie en todo el siglo anterior. Pero al menos introdujo el citado diálogo de Hidalgo, texto capital del padre del género gauchesco, ese "uso letrado de la cultura popular" (Ludmer, 1988). En los poetas mayores de esta corriente, en las dos orillas (Hilario Ascasubi, José Hernández, Antonio D. Lussich, Estanislao del Campo) y en sus herederos, los criollistas y nativistas de este primer medio siglo (Elías Regules, Pedro L. Ipuche, Serafín J. García, etcétera), se siguió oyendo "la voz de Hidalgo, inmortal, secreta y modesta" (Borges, 1950). Los cielitos continuaron desafiando el forzoso menosprecio del soldado que juntaba poemas, ya que su dicción levantisca y sus apelaciones insurreccionales revivieron en la canción de protesta, que prosperó en el Uruguay de los sesentas.


BIBLIOGRAFÍA

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*Publicado originalmente en Insomnia

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