Nadie habrá dejado de observar que la siguiente pregunta
no tiene respuesta: ¿por qué, si hay un espejo
en la pantalla del televisor, no te ves en el espejo? Pregunta
formulada por una niña
de nueve años, que comienza a abordar el tema de los medios
de comunicación desde un ángulo bastante más
interesante que los filósofos.
La niña está absorta en la contemplación,
y cuestiona la magia cuando no funciona. Algo anda mal: ese espejo
no me refleja.
La niña ha comprendido de inmediato y para siempre que
la imagen televisiva es representación. Que lo que ella
creía realidad no es más que ilusión. Pero
esta conciencia no le crea desconfianza hacia el medio -desconfianza
que tienen los Filósofos- sino certeza: la certeza de estar
frente a un objeto tan mediatizador como una pintura
o un cuento de hadas.
Los Filósofos se confunden con las apariencias, la niña
no. Que la imagen televisiva "se parezca" a la imagen
real, mientras un angelito de Giotto "se parece menos"
-problema que los analistas de la imagen suelen considerar central-
es irrelevante para la niña de nueve años: basta
que el espejo no la refleje para que la imagen pierda toda consistencia,
y a la vez adquiera capacidad de fascinar.
Si el comienzo del estudio del medio televisión adolece
de graves problemas de definición -páginas y páginas
dedicadas a la iconicidad,
la representación, la mimesis, sin llegar a un acuerdo
razonable- el análisis de su impacto en el público
no podrá ser llevado adelante con éxito. Si la gente
mira mucha televisión, y eso es considerado un problema,
entonces se está frente a un diagnóstico de adicción
a una sustancia peligrosa para la salud. Pero ¿cuáles
son los perjuicios para la salud? A veces uno sospecha que la
crítica proviene de quienes se sienten molestos porque
ellos mismos ven demasiada televisión, a pesar de considerarla
de mala calidad. Un problema común entre censores e inquisidores.
Es cierto que la mayor parte de la programación es horriblemente
estúpida; por tanto, la abrumadora mayoría de la
gente se siente conforme consumiendo estupideces. O concluimos
que la gente es mayoritariamente estúpida, o intentamos
descubrir qué hay de interesante detrás de las
estupideces.
Si las personas aceptan pasar el tiempo mirando representaciones
de la realidad, será porque las encuentran más
interesantes que la realidad. De lo contrario, se miraría
más la realidad. La situación en la que el espejo
es mostrado en la televisión puede ser estúpida,
pero la niña no presta atención a esa estupidez,
sino al hecho de que el espejo no la refleja, que es un hecho
enormemente complejo. Es muchísimo más interesante
que un espejo sea incapaz de reflejarla, porque los espejos reales,
al fin de cuentas, son de una banalidad alarmante.
* Publicado originalmente en Insomnia, Nº 45
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