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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



CULTURA NEOLIBERAL - OLIGOPOLIO CULTURAL -

Fantomas contra los vampiros multinacionales (o la batalla por la esfera pública)(*)(II)*

Gustavo Remedi
Las corporaciones deben controlar no sólo la producción de películas y programas sino que deben asegurarse el control de las estaciones de televisión, las companías de cable, las productoras y distribuidoras de videos, periódicos, editoriales, jugueterías, y en fin, de todos los canales, grifos, vitrinas y terminales que permitan difundir, hacer circular, exhibir y vender sus productos

El mundo (es) de Disney

Desde el punto de vista de la evolución de la estructura de propiedad y del poder, la competencia entre imperios económicos ha ido forzando a dos tipos de operaciones que se repiten a lo largo del siglo: la integración horizontal y vertical. La primera supone avanzar en el espacio (desplazando, afiliando o asociándose con sus rivales). Esto explica las recientes fusiones entre General Electric, RCA y NBC; Time, Warner, Turner, CNN y ahora American on Line; o Paramount, Gulf + Western, Simon & Schuster y Prentice Hall.

La segunda supone obtener el control total de todas y cada una de las fases del ciclo de producción, distribución, regulación, comercialización y consumo cultural, así como de diferentes actividades de apoyo o suplementarias, tales como publicidad, venta de juguetes, lobbying, etc. En efecto, estas grandes compañías persiguen no sólo asegurarse el control de los contenidos sino también del conjunto de los elementos implicados en una determinada área de actividad cultural: soportes materiales, artefactos electrónicos, materias primas, estudios y laboratorios de producción, plantas de transmisión, tecnologías de distribución.

Esta misma lógica competitiva deriva, a su vez, en la conformación no ya de empresas transnacionales especializadas en un determinado campo de producción cultural, sino en la formación de imperios multi-mediáticos y sinérgicos altamente diversificados.

Esto significa el control simultáneo por parte de una sola firma de decenas de estudios de televisión, estaciones de radio, compañías de telecomunicaciones, satélites, cadenas de periódicos, revistas y casas editoriales, productoras cinematográficas, distribuidoras de video y TV por cable, sellos discográficos, parques de diversiones, cadenas de hoteles, líneas aéreas, etc. El resultado es el surgimiento de conglomerados tipo Disney.

Luego de la adquisición de Capital Cities-ABC, Disney pasó a controlar varias productoras y distribuidoras cinematográficas (Disney, Touchstone, Hollywood, Miramax), varias redes, canales y estaciones de televisión (ABC, Disney Channel, ESPN-The Sports Network, Arts & Entertainment, Lifetime), informativos (ABC), parques de recreación (Disneyland (Anaheim, California), Disney World (Orlando, Flo.), Disneyland-París, Disneyland-Tokio), empresas de publicidad, companías y cadenas de tiendas de juguetes (Disney Stores) en los shopping malls, companías productoras y distribuidoras de video (direct-to-video) articuladas a la distribuidora Buena Vista, empresas editoriales (Fairchild), cadenas de periódicos y revistas, empresas de programación de videos y servicios interactivos, algunas companías telefónicas y de comunicación (desprendimientos de la Bell Telephone Company conocidas como Baby Bells).

"En la actual lucha por la dominación"
(1), explica el Wall Street Journal, "las corporaciones deben controlar no sólo la producción de películas y programas sino que deben asegurarse el control de las estaciones de televisión, las companías de cable, las productoras y distribuidoras de videos, periódicos, editoriales, jugueterías, y en fin, de todos los canales, grifos, vitrinas y terminales que permitan difundir, hacer circular, exhibir y vender sus productos"(2). Se busca así evitar ser rehenes o víctimas de sabotajes y bloqueos por parte de poderes y corporaciones rivales que controlen los circuitos y terminales de distribución, los cuales son, en definitiva, los vínculos con el mercado y con el capital.

Además de formar una «red de servicio total»
(full service network) y «autosuficiente» (en control de la producción, la promoción y salida de sus productos) resulta también imperativo que estas redes adquieran rápidamente una «modalidad interactiva», donde los consumidores puedan comprar, jugar a juegos, hacer llamadas telefónicas, etc., todo por vía directa, es decir, por el sistema de redes de información (Internet), terminales de computadora, teléfonos y televisión por cable.

En concordancia con "la simplificación de los imperios"
(…) "una red (network) debe operar como una máquina de una sola pieza", como "una muy bien sincronizada máquina de comunicación (media machine) que combine propiedades de producción y distribución"(3).

A mediados de 1995, a dos días de haberse convertido en el rey de la mayor superindustria
cultural global, Michael Eisner, gerente de Disney, anunció sus planes para reorganizar los dibujitos animados que verán los niños de EEUU, los sábados por la mañana, y quizás, unas semanas después, todos los niños del mundo.

El Club de Fantomas contra la Casa Colgada

Pese a proyectar una imagen de omnipotencia, y aun pese al verdadero poder que respalda -que comandan estas grandes corporaciones (capaces de derrocar gobiernos y bombardear ciudades)- la actual configuración del campo de producción cultural nacional y global sigue siendo posible, sobre todo, gracias a una combinación de participación, desinterés y pasividad de nuestra parte. Todo edificio cultural -toda hegemonía cultural- siempre es un producto histórico, social, resultado del trabajo cotidiano de muchas personas, de las decisiones que, en tanto agentes culturales, tomamos a diario.

Del mismo modo "la
máquina cultural neoliberal", ese vasto y difuso conglomerado nacional-transnacional, que respira y crece al abrigo del estado neoliberal y también de la sociedad civil, también es producto de la labor de un conjunto de equipos de agentes culturales intermedios, que son los creativos, los que median, los que repiten, los que bloquean, los que toman las decisiones: los que seleccionan las películas, los que construyen las noticias, los que conectan redes; los que tiran un edificio y ponen otro en su lugar. El edificio de la cultura neoliberal es -como todo edificio- obra de arquitectos, albañiles, plomeros, ascensoristas, porteros.

La hegemonía cultural de estos cuadros de
agentes culturales, que en parte son favorecidos por la cantidad de recursos a su disposición, descansa principalmente sobre nuestra propia incapacidad o falta de disposición a la hora de actuar sobre el campo de producción cultural. Ni el dinero ni la tecnología han conquistado todavía el poder de tomar decisiones a tanta distancia y con tan poco conocimiento del lugar. Es por eso que, asegurando una dosis relativamente mínima de conocimiento, de recursos financieros y tecnológicos, es verdaderamente en el plano práctico y en el ámbito local (el de la intermediación y ejecución) donde residen los márgenes de libertad y de poder disponibles para una efectiva intervención en el campo de producción cultural.

No se trata, vamos a dejar bien claro, de perseguir una política cultural nacionalista ni aislacionista; ni de un afán por afirmar una diferencia esencial o el folklore nacional. Se trata de mejorar los mecanismos por los cuales accedemos e intervenimos en la cultura global, en lo que está pasando en el mundo y que, por cierto, es bastante más y bastante mejor de lo que se suele importar y distribuir via CNN, Canal 4 o 20th Century Fox. Se trata de democratizar la
cultura (no de bloquear el acceso), de abrir horizontes (no de reforzar actitudes provincianas, vulgares estereotipos de uno y otro). De caer en la cuenta acerca del papel fundamental que juega la cultura como apoyatura del modelo neoliberal, de la necesidad de construir otra cultura que sirva de apoyatura a otro modelo de sociedad, y de la importancia de la agencia cultural, de la intermediación y de nuestra condición de local.

Notas:

(*) Ver "Fantomas contra los vampiros multinacionales, Julio Cortázar. Tribunal Russell, 1977.
(1)The Wall Street Journal, 1º de agosto de 1995.
(2)Laura Ladro, The Wall Street Journal, 2 de agosto de 1995.
(3)The Wall Street Journal, 2 de agosto de 1995.


* Una versión de este artículo fue publicada en Escenario2

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