Hace unas
décadas -es decir, allá por el siglo XX- se impuso
la noción de Marshall Mc Luhan de que vivíamos una edad
de "oralidad secundaria". Lo que hacía
entonces el teórico canadiense, pionero en estudiar el
impacto de los medios, era mostrar cómo determinadas innovaciones
tecnológicas generaban un antes y después en la
historia.
En
Mc Luhan se pueden distinguir dos momentos claves: la invención
de la imprenta y el advenimiento del televisor. El primero de
estos portentos imponía la letra impresa en culturas cuya
fórmula para percibir el mundo era fundamentalmente oral
hasta ese momento: un cambio cognitivo se produjo en lo que denominó
la Galaxia Gutemberg. El segundo, del siglo vigésimo,
implicó, según Mc Luhan, el pasaje a una nueva
oralidad, a la que determinó como secundaria, ya que no
podía darse de modo semejante a la previa.
Una
de las características fundamentales de esta oralidad,
como en toda oralidad, era la de sentirse como en la tribu. Cuando
leo un libro, -o esta revista- decía Mc Luhan, realizo
un acto a solas (y fue así que la imprenta desencadenó
un fuerte individualismo). Pero cuando estoy mirando una serie,
o la final del mundial, sé que en ese mismo momento hay
millones de personas en el resto del planeta que están
haciendo exactamente lo mismo que yo.
Esa
sensación, según bautizó Mc Luhan, era la
de pertenencia a la Aldea Global. Y de esos estudios de Mc Luhan
heredamos la globalización, el término más
manoseado por las últimas dos décadas del meniconado
siglo.
No
faltaron, por supuesto, los que dieron un recibimento tan triunfalista
como indiscriminado a la Aldea Global, ya que, como se ha demostrado,
la oralidad (es decir, la comunicación que prescinde de
la palabra escrita) desde los griegos ha sido considerada una
manera más "natural" (léase "pura")
de comunicación.
Sin embargo,
recién Mc Luhan había fallecido con una inscripción
en su tumba cuando se impuso un fenómeno que revirtió
para siempre la manida oralidad secundaria: el fax, la computadora,
y finalmente Internet han hecho que la
población planetaria lea y escriba mucho
más que en cualquier otra época.
Al monitor de televisión se le sobreimpuso el de la computadora
y ya son muchos -dentro de poco también los uruguayos-
los que en una sola pantalla comparten TV y ordenador. Este proceso
de recolonización de la pantalla, por parte de la letra,
es en realidad la verdadera revolución de las últimas
décadas.(*)
Por
un lado, la escritura, (un medio "caliente", según
Mc Luhan, cuyo mensaje se inscribe y memoriza con mayor intensidad
que el de los medios "fríos" como la televisión),
a través de Internet, se vuelve tanto o más instantánea
que la imagen televisiva, pero se pierde en gran medida la simultaneidad.
A través de la pantalla de la computadora, nos vemos
forzados a escribir (es decir, interactuar), algo que no realizamos
con el noticiero televisivo. Pero, a través de los mismos
satélites, quedamos, como los aldeanos globales, conectados
a un mismo medio. Esta nueva instancia en las comunicaciones
podría ser denominada Citadela Digital.
La
citadela digital no es siempre simultánea, como la aldea
en globo de Mc Luhan, aunque mantiene esa potestad través
de instancias como los chats. Acelera incluso más el mundo
que la televisión, porque a través de las redes
nuestro mensaje puede arribar a destino casi a la velocidad del
sonido y nos permite interactuar (comprar, emitir, recibir y
modificar contratos, cartearnos) de una manera muy superior a
los medios previos.
Eso
sí, la Citadela Digital es mucho más exigente para
con el individuo y las culturas que su precedente "oral".
En primer lugar, para acceder a esta nueva ciudadanía
planetaria, la alfabetización se vuelve más impostergable
que nunca; por más que se pueda decir que, por culpa del
televisor y el video, países como Estados Unidos cuentan
con un muy alto porcentaje de "analfabetos técnicos"
(que alguna vez fueran alfabetizados pero que en en la práctica
leen con gran dificultad) lo evidente es que, en estos tiempos,
es más difícil que nunca la supervivencia del iletrado:
se pierde incluso buena parte del mensaje televisivo, que en
los últimos tiempos se apoya en sobreimpresos.
En
segundo término, a partir de la explosión del computador
personal, quienes no estén alfabetizados para la digitalización,
es decir, logren adaptarse a la nueva tecnología, habrán
de ocupar el lugar de los iletrados de otrora. Y algo más: si la celebración
de la oralidad ha sido invariablemente realizada por quienes,
desde el prerromanticismo, encuentran en esta vía la expresión
-hipotéticamente- "genuina" del pueblo, del volk, es decir del folclore, lo cierto es que, como ya
ha sido señalado incluso por organismos de Naciones Unidas,
aquellas culturas que en el siglo que se abre no hayan sido digitalizadas,
corren serio riesgo de desaparecer por completo. Para el caso
uruguayo, esto equivaldría a señalar que, en el
futuro inminente, una milonga que no haya sido digitalizada,
en lugar de la expresión del volk uruguayo resultará
una creación tan fantasiosa, remota e increíble
como, cada cual para su época, terminaron resultando los
dragones, las sirenas, el reino de la Atlántida, el país
de nunca jamás o los perros de tres cabezas.
(*) Quien
esto escribe bautizó con un neologismo un libro de su
autoría y este proceso de recolonización: retroescritura
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