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Schwarzenegger encinta. Un oxímoron más. Esta figura literaria, el oxímoron,
parece haber sido la clave de buena parte de su composición
actoral. Si fue gemelo de Danny de Vito y luego maestro de preescolares,
finalmente era de esperar que terminara embarazado. Lo cómico
aparece aquí como una especie de virus antimimético
después del terminator. Este cómico no es
pariente del travestismo de Dustin Hoffman o Robin Williams, himnos
al desempeño actoral, juegos de verosimilitud, juegos miméticos: sabemos que son ellos, (y por eso) nos sorprendemos
por lo bien que están ellas.
Acá,
la descorporeización es una despersonalización:
es el strip tease de un cuerpo que parece funcionar como una vestimenta.
Pero este strip es conceptual, como el cartel de Magritte
(ceci n'est
pas une pipe). Una fatigosa y prolongada estética
de aparatos de musculación, hipertrofia desplazada de la
virilidad, es barrida de un plumazo (pero solamente para hacerla volver con más
fuerza)
por un gemelo enano y gordito, por una profesión femenina, y finalmente,
triste y esperable final, por una biología femenina. Ceci
n'est pas Schwarzenegger. Juego de lo inverosímil, juego grotesco o barroco.
Un crescendo
adjetival desdice, cada vez con más énfasis, la
identidad del grandote musculado,
es decir su cuerpo.
2
Una estética
militar, maciza, de carro blindado, especie de realismo socialista
de show business, cambia rápidamente. Cameron, el
director de los dos Terminator, sacrifica a la severa máquina blindada que había
usado en la primera versión (un tanque) por una máquina más fina,
proteica y ligera (un
Porsche).
Entonces, Schwarzenegger, el viejo tanque, se recicla, se biodegrada:
en Terminator II se ha vuelto bueno. Primer paso
de una metamorfosis, de una mutación silenciosa que,
de hecho, no modificará nada.
El cuerpo
de Schwarzenegger empieza a dejar de funcionar como totalidad
estético-funcional. Ya no es más aquella máquina, helada y deslumbrante,
de exterminar. El cuerpo (más que nunca, curiosamente, un artefacto
musculado) empieza a funcionar como una verdadera prótesis, o mejor, como
fortaleza, como bunker, como escondite -algo distinto,
y, en rigor, opuesto a aquello que "lleva adentro".
El ingeniero
acorazado esconde, y también disimula, a un alma buena,
a un enano feo, a una maestra de jardinera, a una madre, a un
bebé (el
último monstruo, el de Junior, es
complejo: el cuerpo de Schwarzenegger lleva adentro a una madre que lleva adentro un bebé).
En algo
se parece esta peripecia ilusoria al célebre delirio del
presidente Schreber. Burócrata notarial con poder o prestigio
en la Alemania finisecular, Schreber
debe (desea) aparearse con Dios y parir una nueva
raza, schereberizada, que lavará los pecados y las
culpas del mundo. Pero antes debe (desea) convertirse en mujer.
Este proceso cabe en una palabra inquietante: emasculación
(más
que la simple castración).
La
emasculación, para Schreber, es, ciertamente, humillante,
es una caída, un deterioro, un envilecimiento. Solamente
su noble propósito hace tolerable su carga de sufrimiento
moral y físico.
Es
un Cristo: la humillación y el dolor son precios que deben
pagarse para cumplir la misión sagrada encargada por el
padre (aunque,
en medio de la tormenta dolorosa, el desconcierto y la duda están
autorizados: ¿por qué me has abandonado?).
3
Schreber, al igual que Schwarzenegger, es también hijo
de una estética militar: disciplina, rigor, resistencia,
armonía anatómica. El padre de Schreber se ha hecho
famoso por inventar métodos severos de disciplinamiento
para niños, con fines educativos,
donde la abstinencia y el castigo son usados como condicionadores
simples y terribles: ha diseñado y hasta construído
con metal y madera, algunas prótesis de corrección
postural.
Para esta
estética, el cuerpo torcido es el cuerpo desnudo: la perfección anatómica
y postural debe entenderse, rigurosamente, como una especie de
vestimenta -una prótesis. la desnudez suele exponer a Schreber a la forma
misma de lo desviante: voluptuosidad, nervios femeninos, senos,
mutación, tránsito inevitable y
desesperante hacia la mujer que su propio cuerpo contiene y esconde.
La emasculación
es, precisamente, el proceso que transforma al robot Terminator
(cuyo cuerpo
imponente se apoya en un esqueleto metálico: la prótesis
correccional del padre de Schreber) en un hombre embarazado.
Va de la máquina anatómica al monstruo fecundado, al panzón.
Del cuerpo macizo, cerrado y concluído, al cuerpo abierto,
hueco y tomado por otros cuerpos.
Desde
Terminator empieza el deterioro y la caída de Schwarzenegger.
Los hombrecitos del cine (directores, guionistas, maquilladores, vestuaristas) le hacen maldades
al grandote, así como rayos, nervios y pájaros bromean
con Schreber, mientras preparan su cuerpo -pequeñas y crueles
casamenteras- para entregárselo a Dios. La estética
militar (el
padre)
lo abandona. Solamente conserva el cuerpo, pero como una cáscara.
Un itinerario sacrificial: la vieja máquina de exterminar
se convierte en una máquina de hacer reír.
4
La metamorfosis delirante tiene,
probablemente, una causa: la implasticidad. Allí donde
no puede ocurrir un proceso opera un delirio.
Robert
De Niro, Dustin Hoffman o John Malkovich son puro y voluble physique
du rôle: se hacen altos, bajos, gordos, flacos, rubios,
morochos, negros. Trasmiten la sensación de poder gobernar
el cuerpo, manipularlo y someterlo a su antojo.
Schwarzenegger,
en cambio, en el otro extremo, parece estar ahí, clavado,
monumental y antiguo como las pirámides. Su cuerpo, armazón
metálica correctiva o aparato musculado, es inmodificable.
La emasculación, violenta mutación que lo
arrastra hacia la condición biológica del otro
sexo, no toca su cuerpo, excepto al final, y solamente para enfatizarlo.
Una máquina está embarazada: el asunto es cómico,
o por lo menos curioso, solamente a condición de que la
máquina sea inequívoca, rotunda, inocultable.
La desviación anatómica (el vientre crecido) no desmiente ni arruina el trabajo
ortopédico de militarización del cuerpo, sino que
se le agrega, se le adhiere -y lo subraya. Pues ese trabajo ha
sido tan importante, tan intenso, tan disciplinado, que ya no
hay forma de negarlo, de olvidarlo o de tacharlo. La metamorfosis entonces, es, obviamente,
imaginaria. Schwarzenegger, el último gran héroe del eleatismo,
seguirá resistiendo (idéntico,
inmodificable, monumental) ante los embates humillantes de los hombrecitos
del merchandising cinematográfico.
* Publicado
originalmente en la República de Platón
Nº 72
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