Modelo económico
e ideológico lanzado al mundo en 1776 por el libro de
Adam Smith "La riqueza de las naciones", el liberalismo,
ha tenido épocas de mayor y menor éxito en los
últimos dos siglos. "Cadáver ambulante",
según el vaticinio de Carlos Marx y sus seguidores; una
"máquina de generar injusticias", según
otros detractores. Pero también, según sus defensores,
"la ideología más exitosa de la historia de
la humanidad", además de una visión coherente,
sistemática y, por sobre todo, "realista".
Desde
el surgimiento del movimiento antiglobalización en Seattle,
en diciembre de 1999 -un movimiento alentado por la crisis de
1997 que afectó la economía global-, cada vez se
alzan más voces contra del modelo económico neoliberal,
nieto genéticamente modificado de aquel liberalismo de
Smith. Parte de las acusaciones que se le comenzaron a hacer
consistían en señalarlo como "pensamiento
único" (es
decir, excluyente y, por derivación, totalitario), además
de "ilegítimo" (en la medida en que su única
legitimidad consiste proclamarse como el "único") y estrecho
de miras. Según estos críticos era imprescindible
buscar una "cara más humana a la globalización".
Si bien se intentó a su vez deslegitimar al movimiento
surgido en Seattle, acusándolo de estar integrado por
"alborotadores", la figura de Joseph Stiglitz, ex vicepresidente
del Banco Mundial, comenzó a brindar legitimación
a esos críticos. El profesor Stiglitz, quien desde la
vicepresidencia del Banco Mundial cuestionaba las prácticas
de su propia institución y, por sobre todo, la del Fondo
Monetario Internacional, recibió en 2001 el Premio Nobel
de Economía, y en su discurso de aceptación llamó
a una mayor regulación por parte de los estados, lo que
reafirma las objeciones respecto al programa neoliberal que,
desde el Consenso de Washington, alimentó la globalización económica.
Para muchos, las reiteradas crisis que afectaron a la mayoría
de los países del Sur, especialmente en Asia y América
Latina, son prueba de que todas las críticas que ha recibido
el neoliberalismo son fundadas y, más aún, de que
el modelo ha fracasado. Es evidente que un fracaso puntual, o
cientos, no implican de por sí el fracaso del modelo;
tampoco la mala implementación de políticas implica
su fracaso (varias
de las críticas, por ejemplo, que realizara Stiglitz se
centran en aspectos burocráticos o de aplicación
y, de por sí, no anulan la eficacia del modelo). Por otra
parte, pedirle un "rostro más humano" equivale
a exigir otro modelo, aunque no se tenga certeza de cuál
sea éste: el neoliberalismo no puede, por definición,
tener rostro humano.
Realismo versus utopía
Durante el siglo XX, los defensores del liberalismo lo consideraron
una ideología "realista", en oposición
a los modelos utopistas de socialistas y marxistas, estuvieran
éstos en el poder tras la Cortina de hierro o promoviendo
cambios políticos desde la oposición, en cualquier
parte del mundo. Con el desmoronamiento del bloque socialista,
consumado a inicios de la década de 1990, los liberales
proclamaron que se verificaba su antiquísima acusación
de que los modelos utópicos (es decir, aquellos que no son de este
mundo)
ceden terreno frente a aquellos que tienen "los pies en
la tierra". En la última década del siglo
XX, el neoliberalismo -es decir, la versión anglosajona
y corporativista del liberalismo- se alzó como la única
interpretación apta y, por ende, la única capaz
de dirigir política y económicamente el destino
planetario. No vendía utopías, aunque sí
pretendía contar con herramientas adecuadas para manejar
la economía planetaria en su coyuntura actual, trasnacionalizada.
Aquí conviene señalar que, en última instancia,
el neoliberalismo no buscó legitimidad. Sólo se
reivindicó como herramienta "adecuada", que
no pretendía traer ningún bien superior (como pretendía
el socialismo, promoviendo normas trascendentes como la solidaridad,
la felicidad, la igualdad) sino prosperidad económica. Es
preciso recordar que, en cuanto modelo teórico y "científico",
el neoliberalismo económico está desvinculado de
cualquier condicionamiento ético o filosófico:
si bien en un comienzo el capitalismo sufrió diversas
lecturas desde el pensamiento cristiano europeo, planteándose
entonces cuestiones en las que aún se vinculaban la economía
y la moral, finalmente -lo mismo que la Filosofía y la Ciencia-, la economía
se separó de la ética. A fin de cuentas, como señalara
Adam Smith, la doctrina liberal establece que "no es
la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la
que nos procura el alimento, sino la consideración de
su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios
sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades,
sino de sus ventajas".
Ética versus Economía
Como
el neoliberalismo es una máquina y, por lo tanto, amoral,
no hay contradicciones en que, desde su aplicación hegemónica
a escala planetaria, la brecha entre pobres
y ricos
se haya ampliado en medida tal que, actualmente, la fortuna sumada
de las 10 personas más ricas del mundo equivalga a una
vez y media los ingresos de todos los países menos desarrollados
juntos. Tampoco es contradictorio con el modelo que el 4% de
los ingresos de 360 personas -que acumula tanta riqueza como
la mitad de la población mundial- sea suficiente para
resolver los problemas de todos los pobres; ni que la fortuna
de tres de esas personas sea igual al PBI de los 48 países
más pobres del planeta.
Pero sin embargo, para la mayoría de las instituciones,
tanto religiosas como espirituales e incluso "humanitarias",
estas discrepancias sí comportan una contradicción
moral que las ha llevado a pedir revisión de lo que está
generando el modelo económico. Se trata de una respuesta
ética, que busca devolver sentido al mundo. Y la reacción
de Stiglitz, y su condecoración con el Nobel, son respuesta
un temor tan remoto como las culturas: el de despertar en un
mundo gobernado por máquinas.
*Publicado
en La Guía del Mundo
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