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ISSN 1688-1672

 



INTERNET - INDUSTRIA DE LO REPRODUCIBLE - PIRATIZACIÓN DE LAS ARTES -

Candilejas del futuro

Carlos Atanes
La fortuna multimillonaria de George Lucas no proviene de la taquilla generada por Star Wars, sino de la comercialización de pósters, muñecos articulados, juegos, cómics y otras bagatelas inspiradas en la película. Pero entre el videocreador independiente y Sunset Boulevard se extiende una amplia gama de grises que pueden sufrir las consecuencias de la no-rentabilidad

La industria discográfica está inquieta, porque ve lo que se le viene encima. La gente se baja canciones gratis de internet, o compra discos pirata en la calle, y cada vez más autores autogestionan la venta de su obra a través de páginas web, luego de haberla grabado y producido en su estudio casero. La industria cinematográfica tampoco tiene un porvenir muy claro: por las autopistas de la información circula libremente un número creciente de producciones audiovisuales que va a parar directamente a la pantalla del usuario, incluso antes de su estreno en salas comerciales. Se ha abierto una puerta trasera en el tenderete de las grandes compañías, y el público acude en tropel a llevarse lo que más le gusta, sin hurgarse en el bolsillo.

Las invocaciones a la conciencia del consumidor son, en última instancia, fútiles. Bajar el precio de los discos sólo pone en entredicho la justificación de su precio anterior. Las llamadas al orden, la condena de las
redes de comercio ilegal, las advertencias del advenimiento de una inminente catástrofe -el fin de la música, el fin del cine, el fin de la creatividad- sólo sirven para poner al descubierto los dos hilos de los que pende la actual polémica: en primer lugar, el intenso miedo de los dueños de los medios de producción a perder sus ganancias y privilegios; en segundo lugar, la profunda ceguera que les impide vislumbrar lo que está pasando. O no lo ven, o no lo quieren ver. Es buen momento para invitarles a revisitar la secuencia -de no sé qué capítulo de Star Trek: The Next Generation- en la que los amenazadores Borj ordenan al capitán del Enterprise, Jean-Luc Picard: «Rendíos. La resistencia es inútil».

Esta batalla perdida de antemano adquiere tintes patéticos cuando algunos miembros de la cadena de producción aúnan sus esfuerzos con los patrones, lamentando el fin del viejo mundo: en España, por ejemplo, tuvimos al cantante Ramoncín, El Rey del Pollo Frito, proponiendo en un debate televisivo infectar los CD's de música con virus que reventaran el ordenador del incauto comprador de una copia pirata. Afortunadamente se alzan otras voces recordándonos que no es éste, el de la reproducibilidad, un mundo tan viejo, y que en realidad sólo ha servido para enriquecer a unos pocos industriales y a algún artista privilegiado. Sólo hay que ver qué porcentaje de la venta de un disco va a parar a la cartilla de ahorros de un intérprete o compositor corriente.
Michaeles Jacksons y Madonnas aparte, la principal fuente de ingresos de un vocalista mediano continúa siendo el concierto a pie de escenario, no los royalties gramofónicos. Vender discos -como también
libros- no da de comer a casi nadie.

Así, quien sale perdiendo con este abordaje al
galeón mediático es el armador, y con él, su forma de construir. Los piratas del Caribe no acabaron con el arte de la navegación, y el pirateo informático no acabará con la música ni con el cine. Mas los cambiará. De hecho, ya los está cambiando. A la música la empuja a volver a sus orígenes, recuperando una forma de realizarse y de llegar al público desnuda del gran aparato sobrevenido de la industria discográfica. Un cantautor que posea una guitarra en propiedad, esté conectado a internet y/o cuente con una audiencia suficiente en sus recitales públicos, no necesita a Sony para nada. El cine, un quehacer algo más complejo, se ha visto, sin embargo, también sujeto a una suerte de hipertrofia alentada por la gran industria. La producción independiente, de bajo coste, y reproducible domésticamente, no tiene por qué verse perjudicada por el cambio de sistema. La superproducción hollywoodiense tampoco, habida cuenta que siempre podrá contar con apoyos externos en forma de esponsorización. Tampoco perdamos de vista un dato importante: la fortuna multimillonaria de George Lucas no proviene de la taquilla generada por Star Wars, sino de la comercialización de pósters, muñecos articulados, juegos, cómics y otras bagatelas inspiradas en la película. Eso que los americanos llaman el merchandising. Pero entre el videocreador independiente y Sunset Boulevard se extiende una amplia gama de grises que pueden sufrir las consecuencias de la no-rentabilidad.

Lo que está claro es que la espiral de la reproducibilidad ha llegado a un grado tal en que ya no hay nadie que posea una llave mágica que pueda cerrar la puerta en medio del proceso. Todo el mundo puede reproducir en su casa y, eventualmente, revender. Los caminos económicos por los que nos conducirá este saqueo virtual son inescrutables. De hecho, no debe minusvalorarse la capacidad del sistema para dar un cerrojazo, con la ayuda de los
satélites de vigilancia del programa Carnivore, y la confiscación de nuestros aparatos reproductores. Pero imaginemos por un momento su total colapso, el que conllevaría la incapacidad fáctica de rentabilizar la producción artística. En este caso, nos encontraremos -ya que la desaparición, por este motivo, de la inquietud creadora en el ser humano es impensable- con una re-estructuración organizada espontáneamente en tres niveles, bien delimitados:

1- La Muy Alta Industria de lo Reproducible, que podrá asumir la sangría del pirateo contrarrestándola, como hemos dicho, con otras fuentes de ingresos: esponsorización, merchandising, lo que sea. Ellos sabrán, y si no lo saben «ahí me las den todas».
2- El Que Reproduce por Amor al Arte. Nunca faltará -ya abundan- quien grabe una canción o un vídeo con cuatro amigos y cuelgue el resultado en la Red. La indigencia -como bien sabemos algunos- no está reñida, en absoluto, con la creatividad. Casi al contrario. Putrefactos sepulcros blanqueados son aquellos que anuncian el fin de la música o de la
literatura asociándolo a una crisis comercial o al uso de la fotocopiadora.
3- Y la más importante: el redescubirmiento de lo No-Reproducible. El concierto o el recital en público, el
teatro, el circo, los toros, el cabaret, la competición deportiva, las artes plásticas, nunca fueron concebidas para ser disfrutadas en su versión plastificada, o televisada. Son expresiones vivas que a duras penas resisten la trascripción ferromagnética. Ahí radica su fuerza, la que les ha mantenido vivas hasta ahora y la que les permitirá sobrevivir en el futuro.

Todo lo dicho sólo sirve hasta que nos trepanen colectivamente y nos inyecten realidad virtual vía fibra óptica directamente en el
encéfalo. Cuando el taurómano pueda oler la sangre del cornúpeto recostado en el sofá de casa, a lo mejor ya no necesita ir al tendido. Pero de momento, las cosas no son así, y está por ver que les dé tiempo a serlo. La realidad virtual es todavía una metáfora, una forma de calificar el estado de trance en el que se sumerge el cibernauta mientras rastrea la Red, a la caza y captura de los vídeos más acordes con su perversión sexual particular. ¡Y por qué negarlo, realmente es toda una realidad, y bien virtual!... pero no es la del casco y los guantes táctiles que nos vendieron a principios de los años noventa.

En cualquier caso, es interesante -y alentadora- la posibilidad de que esta batalla entre la industria de lo reproducible y el
deseo desenfrenado de re-reproducir gratis y sin parar, se resuelva con un desprendimiento de las artes no reproducibles, que vaya acompañado, aun temporalmente, con una revalorización de éstas y, acaso, de un nuevo renacimiento de lo auténtico, entendido en el sentido más romántico del término. ¿Habrá espectáculos de varietés en las colonias de Marte?... ¿También los astronautas -ataviados con escafandra, por supuesto- arrojarán tomates a los malos cantores o comediantes, como la audiencia zarabutera de los teatros isabelinos?...

 

Barcelona, mayo 2003

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