Me he encontrado en diferentes ocasiones, durante los últimos
días, discutiendo con Víctor, un amigo que se dedica
a la publicidad, acerca de la diferencia
entre el lenguaje de un spot y el
de una película. Mientras él afirma que
la realización de uno no tiene porqué tener nada
que ver con la realización de la otra, yo le digo que el
realizador que sepa realizar, deberá saber realizar ambos.
Esto no tendría nada de especial si no fuera porque, hace
unos meses, Laura, otra amiga, me comentó su intención
de entrar a trabajar en una productora de publicidad, y su esperanza
de que eso le reportara experiencia y conocimientos que luego
podría aplicar a sus futuros trabajos cinematográficos. Me apresuré
a desmentir el silogismo, negándole que una cosa tuviera
que ver con la otra.
¿Me he vuelto loco, soy un mentiroso, un polemizador compulsivo?...
Entre las fechas de ambos pronunciamientos, aparentemente contradictorios,
no ha mediado experiencia reveladora alguna. Es más, ni
siquiera me he dedicado a reflexionar sobre ello. Simplemente
he reaccionado ante dos sugerencias que juzgo equívocas.
¿Qué pensarían de mi Víctor y Laura
si les reuniera en un mismo lugar y sacásemos el tema
a colación?... Ellos, entre sí, no están
de acuerdo. Yo no estoy de acuerdo con ninguno de los dos.
Voy a esclarecer mi posición. Vayamos por puntos:
- Ante todo, definir el término «realizar».
Desde mi punto de vista (discutible
por supuesto) realizar
es menos que dirigir. Conviene puntualizarlo porque mucha gente
confunde los dos términos. Cuando alguien dirige una película, se supone que
supervisa el guión, el vestuario, la ambientación,
el montaje, dirige a los actores, y realiza. Realiza
cuando decide los emplazamientos de cámara, los desplazamientos
y panorámicas, las ópticas y angulaciones. Esto
y sólo esto es realizar. Dicho con otras palabras, dirigir
cine es escenificar,
poner en escena, y además,
realizar. Realizar es decidir cómo cinematografiar esa
escenificación.
- No creo que la experiencia en realización publicitaria
aporte una experiencia significativamente útil, aplicable
a una posterior incursión en el campo de batalla cinematográfico,
más allá de familiarizarse con los componentes
mecánicos del proceso (no
pisar las mangueras al caminar por el plató, averiguar
qué hacen los eléctricos dentro de su furgoneta,
en ocasiones tan misteriosa como un lavabo de señoras,
etc.)
- Este conocimiento «práctico» halla su límite
en la diferencia implícita, en términos de producción,
entre ambos campos. Ni los cargos jerárquicos tienen el
mismo nombre (el
cine carece de runners), ni la responsabilidad
creativa es la misma, ni se rinden cuentas ante las mismas personas,
ni se está sometido a las mismas injerencias, ni los parámetros
económicos en juego son, ni mucho menos, los mismos.
- A pesar de la compresión que sufre el soporte del mensaje
en un spot publicitario (toma
estos millones y cuéntalo en 20 segundos), un primer plano
y un plano general lo son en cine y en publicidad. Si quieres poner
los dos, sólo puedes hacerlo de tres maneras: uno antes
y otro después, al revés, o los dos al mismo tiempo.
Las ópticas, el material de iluminación y la maleta
de maquillaje son esencialmente los mismos en cine y en publicidad;
y lo más importante, sirven para lo mismo. Un spot puede
tener o carecer de continuidad. Una película también.
Un spot puede apretar más de cuarenta planos en veinte
segundos. Una secuencia de una película también.
Un spot puede ser perfectamente estúpido. Una película
también.
- Ambas formas de expresión pretenden, en principio, seducir al espectador.
El spot para que salga a comprar la más eficaz pomada anti-hemorroides.
La película para que convenza a sus amistades de que pasen
por taquilla. El realizador de publicidad está sometido
a las directrices impuestas por una agencia. El director de cine a la exigencias de una productora
o, en el mejor de los casos, a las exigencias intrínsecas
de la historia que cuenta.
- Conozco gente aconstumbrada a trabajar con presupuestos desahogados,
que después es incapaz de hacer nada con una simple cámara
digital y un actor. Es más, ocultan su incapacidad tras
una actitud de desprecio, sobrevalorando la forma de una película
por encima del contenido. Son individuos incapaces de improvisar
sobre el terreno, de re-planificar lo planificado, de trabajar
con pocos medios, de sacar provecho de las contrariedades. La
invasión de formas «publicitarias» que ha sufrido
el cine de los últimos
veinte años ha potenciado mucho la estilización
vacua de las producciones cinematográficas, y la exagerada
valoración de ésta por parte de los profesionales,
de los aspirantes a profesionales, e incluso por parte del público.
Pues bien, después de enumerar los apriorismos que, debido
a mi carácter vehemente, no me ocupé de aclarar
a mis amigos, paso a la exégesis de mi aparente contradicción.
El trabajo de un realizador es una doble actividad: una actividad
puramente técnica, de relación con el medio, y una
actividad comunicativa, de relación con el espectador.
Si admitimos que un penalista puede ocuparse de un asesinato múltiple
y también de una violación, no veo porqué
no admitir que un realizador pueda ajustar su estilo a duraciones, ritmos,
estéticas y presupuestos distintos, si así lo desea.
La realización es siempre un encargo. Su forma está siempre
supeditada a lo que se quiera comunicar. Quién quiera
comunicar eso es harina de
otro costal. Puede ser una multinacional, pero también
el propio realizador, que se encarga a sí mismo.
La actividad comunicativa, de relación con el espectador,
no puede, no debe, reducirse a la actividad técnica. Con
esto quiero decir que un director de cine tiene una mayor
responsabilidad, vamos a llamarla artística, que el realizador
publicitario, detalle que a menudo se olvida. Un spot es básicamente
un story-board. De hecho, a menudo el papel del realizador
de spots se limita a ejecutar el story-board (aclaremos
de inmediato una cosa: no hace falta trabajar con story-boards
físicos y palpables para pensar al estilo story-board,
adjudicando a cada cosa una forma «ideal», preestablecida,
de ser filmada).
Y aquí es donde no hay más remedio que pegar un
puñetazo en la mesa. A pesar de lo que enseñen en
las escuelas de cine, a pesar de lo que se venda en
las pantallas (es
muy fácil distinguir la película que se basa en
un story-board de la que no), a pesar de todo esto y de mucho
más, es necesario, es imperativo, es urgente aclarar que
UNA PELÍCULA
NO ES (NO DEBE SER) UN STORY-BOARD.
Recapitulando: un realizador que sepa realizar, puede realizar
cualquier cosa, con un mínimo de preparación en
las especificidades de cada medio. Pero aprender a ejecutar story-boards
no supone aprender a hacer películas, sólo a hacer
películas que sean como spots.
Bueno, la verdad es que todo esto es tan obvio como tener delante
un novelista y negarle su capacidad para escribir eslóganes.
Se puede tener una habilidad especial para crear eslóganes
geniales y destacar por ello, pero, por una parte, un escritor que se precie debe
ser capaz de concebir un eslógan por lo menos decente (así
como no tiene más remedio que pensar un título decente
para su novela); y por la otra, no por mucho escribir eslóganes
magníficos se aprende a escribir novelas. Y para quien lo dude,
vaya por delante la despatarrante, por impresentable (¿novela?) 13,99 Euros,
del prestigioso esloganista Frederic Beigbeder. Súper-ventas,
sí, pero eslovela o noveslogan más que novela.
Josep, otro amigo mío que sabe un poco de esto, dice que
los realizadores de spots sufren complejo de inferioridad. Yo
no lo sé. Que los publicistas llamen «películas»
a sus spots, o digan «realizar un largometraje» cuando
quieren decir «dirigir un largometraje», es ciertamente
sospechoso, pero ahora no me apetece jugar a psicoanalista. Sólo
quería deshacer un estúpido nudo gordiano en el
que yo mismo había quedado atrapado mientras contribuía
a enredarlo.
Barcelona,
abril 2003
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