Si usted alberga ciertas dudas acerca de la bondad de nuestra
bonanza o sobre la tersura de lo que ya es nuestro futuro,
Sandino Núñez lo ayudará a abonarlas, a cultivarlas.
La vieja hembra engañadora acomete dos tareas. En una, vuelve a
pensar algunas nociones que identificamos con la modernidad
(“
lenguaje”, “
sujeto”, “
crítica”, “emancipación”, “
escritura”)
luego de haber sido relativizadas y/o deconstruidas por ese
formidable esfuerzo intelectual que mayoritariamente
Uruguay
supo ignorar, conformándose con desdeñarlo (“posmoderno”) o con
ingerirlo enlatado para consumo inmediato (estudios culturales).
Fino conocedor de los autores que más pugnaron por criticar los
cimientos conceptuales de la
modernidad, Sandino Núñez vuelve a
pensar esos fundamentos, sin hacer oídos sordos a los
cimbronazos que sufrieron, sino atendiendo y respondiendo a esos
embates. Y las respuestas son poderosas: para el autor no se
trata de restaurar o de reparar unas verdades atropelladas por
unos loquillos enardecidos, sino que se trata de pensar cómo
seguir pensando luego de esa
crítica, de esa crisis. Cómo seguir
revolucionando -dándole vueltas- al pensamiento. Cómo producir
el pliegue que da existencia al
sujeto y a eso de lo que se
separa, al referirlo.
Para esto, Núñez cuenta con un aliado fundamental en lo
freudiano-lacaniano, que le permite concebir un sujeto que es
algo más que un mero replicador de discurso -algo más que un
mero reproductor involuntario de un sistema de dominación-, y
algo menos que el origen y la fuente última de los asertos que
profiere. En este camino, Núñez encuentra otro aliado en
Alain Badiou, filósofo que no renuncia a pensar las categorías
platónicas más asentadas por la tradición escolar (“Idea”,
“Verdad”, “Poesía” versus “Filosofía”, “Democracia” versus
“Aristocracia”) al tiempo que concibe un sujeto que, sin
coincidir plenamente ni con el individuo ni con el grupo ni con
la masa, es capaz de integrar una
Verdad que va más allá de él,
una Verdad que no es un enunciado que se profiere sino un
proceso que se integra.
Igualmente, la teoría lingüística de Émile Benveniste, que
muestra la intimidad indisoluble entre “
lenguaje” y “sujeto de
la enunciación” -la imposibilidad de concebir uno sin el otro-
así como la asimetría del par “
yo/tú” da sustento a la empresa
del autor. Algo tan elemental como difícil de asumir se juega
ahí: no hay
lenguaje sin sujeto de enunciación, como tampoco hay
sujeto capaz de constituirse como sujeto fuera del
lenguaje que
lo alberga, dándole lugar. Este discurrir de Sandino Núñez no
elude, sino que vuelve a
leer, y no para restaurar la doctrina
contra la que se elevaron, algunos aforismos de
Nietzsche,
particularmente radicales en su crítica de las ilusiones
positivistas, particularmente corrosivos de la distinción entre
lenguaje y sujeto o de la posibilidad de “la verdad”. (De paso,
sepamos que “la vieja hembra engañadora” es “la “razón” en el
lenguaje”, según exclamó Nietzsche y según Núñez cita:
“La “razón” en el
lenguaje: ¡oh qué vieja hembra engañadora!”)
Así, la célebre sentencia “no hay hechos sino interpretaciones”
-pasible de ser entendida como un “para qué te vas a molestar en
distinguir si todo es lo mismo”- es leída por Sandino Núñez con
enjundia: lanzando esta máxima nietzscheana contra sus propios
presupuestos y construyéndole luego otro régimen de
comprensión, que la salva y la condena.
De este modo, en tan excelente compañía, Núñez vuelve a
poner la obra en el telar, vuelve a relanzar el diálogo sin fin,
vuelve a mostrar que su carácter acabado solo es efecto del
despotismo o del candor (del cansancio o de la superstición,
quizás hubiera apuntado Borges). Por eso, su libro predica con
el ejemplo, da lo que pide: no aflojar en el esfuerzo de
reflexión, de pensar el pensamiento, de ahondar la brecha, de
construir el
lenguaje que socavando y distinguiendo nos da lugar
como sujetos. Porque la otra tarea, no consecutiva sino
entrelazada, consiste en reflexionar sobre nuestra actualidad,
en un “nuestro” que ahora incluye ya no solamente los grandes
marcos teóricos modernos y posmodernos dentro de los que
discurrimos, sino ciertos emergentes que forman parte de una
familiaridad, por decirlo cándidamente. Estas ejemplaridades
-estos síntomas- incluyen a Julian Assange, a una pareja de
bailarines de cumbia villera folklorizada por el MEC, a su
contraparte cristalizada en el
Auditorio del Sodre, a un grupo
de umbandistas que decide tomar por objeto de sus reflexiones a
la subcultura universitaria humanística de Montevideo, etc.:
todos ellos son analizadas con el brío y la agudeza
característicos en Sandino Núñez.
También abundan en esta obra los análisis y los comentarios de
brevísimos fragmentos literarios; sin embargo, descuella, a
juicio de esta reseñadora, la
reflexión sobre Rodó, sobre el tan ileído Rodó. Su lectura se ubica en las antípodas de cualquier
operación de “rescate” o de reparación de una injusticia: a
Núñez no le importa, o no le importa en primer lugar,
restablecer una verdad vilipendiada por la generación crítica
del 45 o por la generación de la postdictadura. Sí le importa
analizar de qué son síntomas -qué revelan- las sucesivas
lecturas que se hicieron de un autor celebrado con entusiasmo
por sus contemporáneos, defenestrado y luego redimido en
trabajos recientes. En estos últimos, a unos, Sandino Núñez
critica una visión de la filosofía como gestión técnica de la
verdad, que habría llevado a rescatar del fárrago modernista una
doctrina práctica y así habría obtenido un
Rodó finalmente
presentable; a otros, critica una voluntad de ignorar las
fronteras que separan estética y política, o retórica y lógica,
o cosmética y musculatura, ignorancia cuyo premio es un
Rodó
deshuesado. De ambas lecturas surge un
Rodó despolenizado, sin
política.
Claro que si Núñez no se propone ninguna operación de
rescate rodoniano, de hecho, su análisis muestra la actualidad
del escritor modernista, lo que su palabra revela de nuestra
orfandad intelectual.
(A mucho de lo que se aleja en sus planteos teóricos, en
especial en sus aspectos declarativos, a veces Sandino Núñez
vuelve a acercarse cuando se entrega a los análisis.
Enhorabuena, según parecer de esta reseñadora. Sin embargo, en
su reflexión sobre las lecturas retóricas que se hicieron de
Rodó, es enfática su condena porque es enfática su denuncia -más
a la Badiou que a la Platón- de “los sofistas” y de “la
retórica”.)
Como en otras oportunidades, el punto de vista adoptado por
Núñez juguetea con la desolada profecía borgeseana: “el
mundo será Tlön”. La pluma aguda de Núñez anota con bríos la
gravedad de los síntomas y la inoperancia de las medicinas
administradas, por lo que nuestro apetito apocaliptoso encuentra
satisfacción. La vieja ansia de “ojalá pase algo” se exalta ante
la abundancia de signos avisadores de que podrá no haber habido
revolución (“lucha final”), pero seguramente habrá alguna forma
de luz cegadora, de final de fiesta, de borrón y cuenta nueva.
Sin embargo, como en otras oportunidades, Sandino Núñez incita a
oponer resistencia a esa fuerza subyugadora en la que anhelamos
fundirnos. La ilustración de la tapa de este libro recuerda la
máscara antigases con la que Juan Salvo y sus amigos oponen
resistencia a las fuerzas invasoras contra las que luchan en
El Eternauta, la legendaria –premonitoria- historieta de Oesterheld
y Solano López; en ese sentido, resistir es organizarse para
sobrevivir en un mundo vuelto asfixiante, propiamente
irrespirable por la putrefacción de su aire y por la clausura de
sus vías de comprensión. Un mundo que solo puede ser padecido,
con su aire corrupto y con sus análisis ausentes.
El subtítulo de
La vieja hembra engañadora precisa la índole de
la organización de resistencia: “Ensayos resistentes sobre el
lenguaje y el sujeto”. Por un lado, solo se tratará de
“ensayos”: no hay garantías de resultado; por otro, la
resistencia se desarrollará en el dominio sin territorio del
lenguaje y del sujeto, en el esfuerzo por producir vías de
comprensión, caminos de inteligibilidad, procesos de reflexión:
análisis que nos constituyan como sujetos de algo que no será
exclusivamente propio, pero que tampoco será enteramente ajeno.
De la dificultad del asunto -de la dificultad de ser sujeto y de
habitar el
lenguaje- da cuenta, quizás, la variación sufrida por
la máscara antigases. La imaginada por Oesterheld y Solano López
en 1957 dejaba ver límpidamente el rostro del enmascarado,
expuesta su mirada a la transparencia que lo protegía; la hoy
presentada por el diseñador Raúl Burguez a duras penas permite
ver que hay alguien detrás de la máscara.
En estos días, el Instituto Crandon luce un enorme cartel
publicitario, en donde aparece la foto de un niñito que escribe,
con un lápiz, en una hoja de papel. Detrás de él, otros
compañeros también escriben, absortos ante sus hojas. En un
costado del cartel, se inscribe un versículo: “Y conoceréis la
verdad y la verdad os hará libres”. Puede colegirse entonces que
este instituto privado ofrece, a precio de oro, enseñar a
leer y escribir: ofrece conocimiento de la
escritura, conocimiento
del logos y de sus formas de organización imprescindibles para
no quedar atrapado en la circunstancia inmediata que nos tocó en
suerte.
Compárese esta promesa que realiza una institución privada con
la celebración perpetua, en que vive la enseñanza pública
uruguaya, de lo que considera su proyecto pedagógico más
logrado: repartir computadoras. Resistiendo los
fetichismos
tecnocráticos, este libro de Sandino Núñez vuelve a ubicarse y a
ubicarnos en la labor propiamente política y educativa
-civilizatoria, socializante- que realiza el
lenguaje, que se
realiza en el lenguaje.
Nota:
Sandino Núñez, Montevideo: Hum, noviembre de 2012, 157 páginas.