Cómo el
«mundo
verdadero»
acabó convirtiéndose en una fábula
Historia de un error
1. El «mundo
verdadero»,
asequible al sabio, al piadoso, al virtuoso, -él vive en ese mundo,
es ese mundo. (La forma más antigua de la
Idea,
relativamente inteligente, simple, convincente. Transcripción de la
tesis «yo, Platón, soy la verdad»).
2. El «mundo verdadero» , inasequible por ahora, pero prometido al
sabio, al piadoso, al virtuoso («al pecador que hace penitencia»).
(Progreso de la Idea: ésta se
vuelve más sutil, más capciosa, más inaprensible, -se convierte en
una mujer, se hace cristiana...).
3. El «mundo verdadero», inasequible, indemostrable, imprometible,
pero ya en cuanto pensado, un consuelo, una obligación, un
imperativo. (En el fondo, el
viejo sol, pero visto a través de la niebla y el escepticismo; la
Idea, sublimizada, pálida, nórdica, königsburguense).
4. El «mundo verdadero», -¿inasequible? En todo caso, inalcanzado. Y
en cuanto inalcanzado, también desconocido. Por consiguiente,
tampoco consolador, redentor, obligante: ¿a qué podría obligarnos
algo desconocido? (Mañana gris.
Primer bostezo de la razón. Canto del gallo del positivismo.).
5. El «mundo verdadero» -una Idea que ya no sirve para nada, que ya
ni siquiera obliga, -una Idea que se ha vuelto inútil, superflua,
por consiguiente una Idea refutada: ¡eliminémosla!
(Día claro; desayuno; retorno
del bon sens y de la jovialidad; rubor avergonzado de Platón;
ruido endiablado de todos los espíritus libres).
6. Hemos eliminado el «mundo verdadero»: ¿qué mundo ha quedado?,
¿Acaso el aparente?... ¡No!, ¡al eliminar el mundo verdadero hemos
eliminado también el aparente!
(Mediodía; instante de la sombra
más corta; final del error más largo; punto culminante de la
humanidad; INCIPIT ZARATHUSTRA).
“La razón en la filosofía”
1.
¿Me pregunta usted qué cosas son idiosincrasia en los filósofos? Por
ejemplo, su falta de sentido histórico, su odio a la noción misma de
devenir, su egipticismo. Ellos creen otorgar un honor a una cosa
cuando la deshistorizan, sub specie aeterni (desde la
perspectiva de lo eterno), -cuando hacen de ella una momia. Todo lo
que los filósofos han venido manejando desde hace milenios fueron
momias conceptuales; de sus manos nada real no salió vivo. Matan,
rellenan de paja, esos señores idólatras de los conceptos, cuando
adoran, -se vuelven mortalmente peligrosos para todo. La muerte, el
cambio, la vejez, así como la procreación y el crecimiento son para
ellos objeciones, -incluso refutaciones. Lo que es no deviene; lo
que deviene no es... Ahora bien, todos ellos creen, incluso con
desesperación, en lo que es. Mas como no pueden apoderarse de ello,
buscan razones de por qué se les retiene. «Tiene que haber una
ilusión, un engaño en el hecho de que no percibamos lo que es:
¿dónde se esconde el engañador? -«Lo tenemos -gritan dichosos- ¡es
la sensibilidad!» Estos sentidos, que también en otros aspectos son
tan inmorales, nos engañan acerca del mundo verdadero. Moraleja:
deshacerse del engaño de los sentidos, del devenir, de la Historia (Historie),
de la mentira, -la Historia no es más que fe en los sentidos, fe en
la mentira. Moraleja: decir no a todo lo que otorga fe a los
sentidos, a todo el resto de la humanidad: todo él es «pueblo». ¡Ser
filósofo, ser momia, representar el monótono-teísmo con una mímica
de sepulturero! ¡Y, sobre todo, fuera el cuerpo, esa lamentable
idée fixe (idea fija) de los sentidos!, ¡sujeto a todos los
errores de la lógica que existen, refutado, incluso imposible, aun
cuando es lo bastante insolente para comportarse como si fuera real!
2
Pongo a un lado, con gran reverencia, el nombre de Heráclito.
Mientras que el resto del pueblo de los filósofos rechazaba el
testimonio de los sentidos porque éstos mostraban pluralidad y
modificación, él rechazó su testimonio porque mostraban las cosas
como si tuviesen duración y unidad. También Heráclito fue injusto
con los sentidos. Estos no mienten ni del modo como creen los
eleatas ni del modo como creía él, -no mienten de ninguna manera. Lo
que nosotros hacemos de su testimonio, eso es lo que introduce la
mentira, por ejemplo la mentira de la unidad, la mentira de la
coseidad, de la sustancia, de la duración. La «razón» es la causa de
que nosotros falseemos el testimonio de los sentidos. Mostrando el
devenir, el perecer, el cambio, los sentidos no mienten... Pero
Heráclito tendrá eternamente razón al decir que el ser es una
ficción vacía. El mundo «aparente» es el único: el «mundo verdadero»
no es más que un añadido mentiroso.
3
¡Y qué sutiles instrumentos de observación tenemos en nuestros
sentidos! Esa nariz, por ejemplo, de la que ningún filósofo ha
hablado todavía con veneración y gratitud, es hasta este momento
incluso el más delicado de los instrumentos que están a nuestra
disposición: es capaz de registrar incluso diferencias nimias de
movimiento que ni siquiera el espectroscopio registra. Hoy nosotros
poseemos ciencia exactamente en la medida en que nos hemos decidido
a aceptar el testimonio de los sentidos, -en que hemos aprendido a
seguir aguzándolos, armándolos, pensándolos hasta el final. El resto
es un aborto y todavía-no-ciencia: quiero decir, metafísica,
teología, psicología, teoría del conocimiento. O ciencia formal,
teoría de los signos: como la lógica, y esa lógica aplicada,
la
matemática. En ellas la realidad no llega a aparecer, ni
siquiera como problema; y tampoco como la cuestión de qué valor
tiene, en general, ese convencionalismo de signos que es la lógica.
4
La otra idiosincrasia de los filósofos no es menos peligrosa:
consiste en confundir lo último y lo primero. Ponen al comienzo,
como comienzo, lo que viene al final -¡por desgracia!, ¡pues no
debería siquiera venir!- los conceptos supremos, es decir, los
conceptos más generales, los más vacíos, el último humo de la
realidad que se evapora. Esto es, una vez más, solo expresión de su
modo de venerar: a lo superior no le es lícito provenir de lo
inferior, no le es lícito provenir de nada... Moraleja: todo lo que
es de primer rango tiene que ser causa sui (causa de sí
mismo). El proceder de algo distinto es considerado como una
objeción, como algo que pone en entredicho el valor. Todos los
valores supremos son de primer rango, ninguno de los conceptos
supremos, -lo existente, lo incondicionado, lo bueno, lo verdadero,
lo perfecto- ninguno de ellos puede haber devenido, por consiguiente
tiene que ser causa sui. Mas ninguna de esas cosas puede ser
tampoco desigual una de otra, no puede estar en contradicción
consigo misma... Con esto tienen los filósofos su estupendo concepto
«Dios»... Lo último,
lo más tenue, lo más vacío es puesto como lo primero, como causa en
sí, como ens realissimum (ente realísimo)... ¡Que la
humanidad haya tenido que tomar en serio las dolencias cerebrales de
unos enfermos tejedores de telarañas! -¡Y lo ha pagado caro!
5
Contrapongamos a esto, por fin, el modo tan distinto como nosotros
(digo nosotros por cortesía) vemos el problema del error y de la
apariencia. En otro tiempo se tomaba la modificación, el cambio, el
devenir en general, como prueba de apariencia, como signo de que ahí
tiene que haber algo que nos induce a error. Hoy, a la inversa, en
la exacta medida en que el prejuicio de la razón nos fuerza a
asignar unidad, identidad, duración, sustancia, causa, coseidad,
ser, nos vemos en cierto modo cogidos en el error, necesitados del
error; aun cuando, basándonos en una verificación rigurosa, dentro
de nosotros estemos muy seguros de que es ahí donde está el error.
Ocurre con esto lo mismo que con los movimientos de una gran
constelación: en éstos el error tiene como abogado permanente a
nuestro ojo, allí a nuestro lenguaje.
Por su génesis el
lenguaje
pertenece a la época de la forma más rudimentaria de psicología:
penetramos en un fetichismo grosero cuando adquirimos consciencia de
los presupuestos básicos de la metafísica del
lenguaje, dicho con
claridad: de la razón. Ese fetichismo ve en todas partes agentes y
acciones: cree que la voluntad es la causa en general, cree en el «yo»,
cree que el yo es un ser, que el
yo es una sustancia, y
produzca sobre todas las cosas la creencia en la sustancia-yo -así
es como crea el concepto «cosa».
El ser es añadido con el
pensamiento, es introducido subrepticiamente en todas partes como
causa; del concepto «yo» es del que sigue, como derivado, el
concepto «ser»... Al comienzo está ese grande y funesto error de que
la voluntad es algo que produce efectos, -de que la voluntad es una
facultad... Hoy sabemos que no es más que una palabra... Mucho más
tarde, en un mundo mil
veces más ilustrado, llegó a la consciencia de los filósofos,
para su sorpresa, la seguridad, la certeza subjetiva en el manejo de
las categorías de la razón: ellos sacaron la conclusión de que esas
categorías no podían proceder de la empiria, -la empiria entera,
decían, está, en efecto, en contradicción con ellas. ¿De dónde
proceden, pues? -Y tanto en India como en Grecia se cometió el mismo
error: «nosotros tenemos que haber habitado ya alguna vez en un
mundo más alto (-en lugar de en un mundo mucho mas bajo: ¡lo cual
habría sido la verdad! ), nosotros tenemos que haber sido divinos,
¡pues poseemos la razón!» «De hecho, hasta ahora nada ha tenido una
fuerza persuasiva más ingenua que el error acerca del ser, tal como
fue formulado, por ejemplo, por los eleatas: ¡ese error tiene en
favor suyo, en efecto, cada palabra, cada frase que nosotros
pronunciamos!» También los adversarios de los eleatas sucumbieron a
la seducción de su concepto de ser: entre otros Demócrito, cuando
inventó su átomo... La «razón» en el
lenguaje: ¡oh, qué vieja hembra engañadora! Temo que no vamos a
desembarazarnos de
Dios porque continuamos creyendo en la gramática...
6
Se me estará agradecido si condenso un conocimiento tan esencial,
tan nuevo, en cuatro tesis: así facilito la comprensión, así provoco
la contradicción. Primera tesis. Las razones por las que «este»
mundo ha sido calificado de aparente fundamentan, antes bien, su
realidad, -otra especie distinta de realidad es absolutamente
indemostrable. Segunda tesis. Los signos distintivos que han sido
asignados al «ser verdadero» de las cosas son los signos distintivos
del no-ser, de la nada, -a base de ponerlo en contradicción con el
mundo real es como se ha construido el «mundo verdadero»: un mundo
aparente de hecho, en cuanto es meramente una ilusión óptico-moral.
Tercera tesis. Inventar fábulas acerca de «otro» mundo distinto de
éste no tiene sentido, presuponiendo que no domine en nosotros un
instinto de calumnia, de empequeñecimiento, de recelo frente a la
vida: en este último caso tomamos venganza de la vida con la
fantasmagoría de «otra» vida distinta de ésta, «mejor» que ésta.
Cuarta tesis. Dividir el mundo en un mundo
«verdadero» y en un mundo «aparente», ya sea al modo del
cristianismo, ya sea al modo de Kant (en última instancia, un
cristiano alevoso) , es únicamente una sugestión de la décadence,
-un síntoma de vida descendente... El hecho de que el
artista estime
más la apariencia que la realidad no constituye una objeción contra
esta tesis. Pues «la apariencia» significa aquí una vez más la realidad, solo que seleccionada, reforzada, corregida... El
artista
trágico no es un pesimista, -dice precisamente sí incluso a todo lo
problemático y terrible, es dionisíaco...
(Trad. Sánchez Pascual)
(sigue)
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Título original:
Götzen-Dämmerung oder: Wie man mit dem Hammer philosophirt
(El crepúsculo de los ídolos, o cómo se filosofa con el martillo);
1887.
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