RESUMEN
Este artículo, implica un diálogo
crítico con F. Nietzsche y su idea del eterno retorno, en lo que
hace referencia a la idea de la muerte, y de la vida que supone. En
el artículo, de una manera personal, la autora se deja interpelar
por las grandes preguntas acerca del sentido de la vida, y la
muerte, e intenta llegar a las raíces profundas del denominado
pensamiento trágico
(de alguna manera representado por
Nietzsche
y los existencialistas tanto en la
literatura como en la
filosofía).
Desde una manera particular de abordar los temas, a partir de
afirmaciones y negaciones, se llega una síntesis, que supone
entender que el eterno retorno como afirmación radical de la vida,
es también la afirmación radical de la
muerte y el sufrimiento.
¿Que el pasado se vuelva a repetir, quién lo
quiere? Quizás en los momentos mejores. Los peores, sólo si
habilitaron mejores tiempos. ¿Pero qué sabemos nosotros del sutil
encadenamiento de los acontecimientos, en qué medida unos inciden en
los otros? Que el pasado no se repita, sin embargo es para los que
han pasado por una situación límite, traumática, la mejor de las
noticias, implica una especie de liberación. Escribe
Frida Kalho en
su diario antes de morir, "Espero alegre la salida y espero no
volver jamás" . El que sufre ve a la
muerte como una liberación, y no
quiere volver jamás a repetir lo mismo; se desea repetir lo mismo si se
trata de volver a repetir los momentos buenos, plenos, felices;
si el "repetir" es entendido como recuperar lo perdido gratificante
de la vida, abundante, generoso -como Kierkegaard relata en el caso
de su “pensador privado” Job-, estamos hablando de otra cosa (Ver Kierkegaard, 1976). Pero
Nietzsche habla de repetir lo mismo, y
él era alguien que sufrió mucho, pero quería reprimir dentro de él todo
sentimiento en contra de la vida. Su querer volver a repetir lo
mismo implicaba al amor fati
(amor al destino), y a la voluntad de poder que crea al
superhombre, en un momento preciso; después de la muerte de Dios, y
más allá de un nihilismo pasivo imperante.
Ese "ya no puedo volver atrás", que tanto resentimiento causa en el
ser humano según Nietzsche, es, para nosotros, tranquilizante[1] Lo
que pasó, pasó, para nuestro bien, para nuestro mal, ahora sólo
tenemos que mirar hacia delante, hacia lo que no sabemos todavía, pero
seguro que no es lo que ya pasó, es algo distinto, aunque pueda ser
mejor o peor. Lo que fue no se va a volver a repetir; no voy a
sentir infinitas veces, el dolor que me causó el accidente diría
Frida Kalho, ni el dolor que me causó Diego Rivera, etc; tampoco el
placer que implicaba pintar o hacer el amor, etc: ante el
dolor preferimos y elegimos que la vida sea una, en su
originalidad, y heterogeneidad, en su irrepetibilidad e
irreversibilidad.
Como lo que nos espera es incierto -no lo maneja la persona, aunque
ésta puede tener la ilusión de que así lo hace, y puede actuar toda su
vida como si las cosas que pasaran fueran consecuencias de sus
actos, aunque en parte o en cierta medida puedan serlo-, esto
constituye una cierta liberación. Nos puede esperar la buena o mala
fortuna, pero no lo mismo. El devenir, el que todo pase, el que
seamos seres finitos, ¿cuál es el problema en esto? ¿Es que nos
creemos tan importantes para querer perdurar?[2]
Inclusive, si
hablamos de la humanidad, se ha predestinado una y otra vez su
término como consecuencia de su propio modo de vida; debido a su
propia manera de relacionarse con la naturaleza y los demás seres, o
por obra del azar. No importa por lo que sea, ¿no es creernos muy
importantes, eso de querer perdurar?
¿No es de igual manera una idea fuerte, -a modo de la idea del
eterno retorno nietzscheano -, saber que vamos a pasar, que vamos a
morir, que es, y puede ser muy breve el tiempo que nos queda? Y que
en términos de infinito (si es que podemos hablar así) somos una
nada insignificante, aunque somos todo lo que tenemos. Saber que el pasado fue, y no se va a
volver a repetir, implica un descanso, una buena nueva para los que
han sufrido. Saber que la vida es finita, breve, también implica un
acicate para vivirla a fondo, vivir como si fuéramos a morir mañana
(cosa más que cierta e incluso más creíble que la idea del eterno
retorno), pues no lo sabemos, no sabemos cuándo vamos morir (puede
ser en cualquier instante y por cualquier motivo, desde el punto de
partida de que somos mortales) y por otra parte estamos "muriendo" a
cada segundo. Envejecemos, nos deterioramos. Desde que nacemos,
nacemos para morir.
Pero todo es interpretación, según cómo entendamos esta dialéctica
vida-muerte, vivimos, vamos a vivir. Lo cierto es que no podemos
entenderlas separadas, vida y muerte forman parte de lo mismo: la
vida humana. Luego, nos podemos preguntar ¿por qué hemos de vivir
cada segundo como si fuera el último? Quizás otros elijan, o ni
siquiera lo elijan, ni siquiera lo piensen, que sólo se trata de
pasar, así como pasan las estaciones, los días, las horas. No hacer
nada, no poner ninguna intensidad, dejarse llevar. O más radical
aún, como dice Schopenhauer, suspender la voluntad de vivir, ya no
desear, no proyectar, vivir o tratar de vivir sin
deseo. Dejar
pasar, descubrir que la voluntad es una ilusión que nos lastima, nos
hace infelices, nos causa sufrimiento. Pero hay de cualquier manera
aquí un querer no sufrir. Cuando no hay que querer simplemente. Todo este tema tiene que ver con la libertad, y en eso coinciden
tanto Nietzsche como Kierkegaard: está en juego la libertad. ¿Está
en nuestras manos querer algo? Parece que no, si todo pasa sin
nuestro consentimiento y es irreversible. Nosotros diríamos que lo
que se puede cambiar, lo único que se puede cambiar es la mirada, no
el mundo (y su finitud), como dice
Wittgenstein al final de su
Tractatus. Claro que cambiar la mirada acerca del mundo es cambiar
el mundo; las ideas son sumamente poderosas, y no nos referimos solo a
ideas como argumentaciones, sino como pensamientos que pueden tener
un fundamento, si se quiere, por demás irracional. "Lo que no me mata me
hace más fuerte" dice Nietzsche en su
Ecce homo. Todo depende a
través del cristal por el cuál se mire. Entonces, eso que
queríamos que suceda, se transforma en otra cosa, en algo que fue, que
pasó, pero forma parte de nuestro presente, que lo hacemos presente
de tal manera que no nos lastime, que nos haga bien a pesar
de todo su mal.
¿Y qué problema hay con el pasar, por qué esa ansia de lo eterno? Que
todo pase, también nosotros, ¿pues, por qué habríamos de perdurar?
¿Por qué no aceptar que morimos, y damos paso a otras generaciones,
y ellas a su vez a otras que se van perdiendo en el tiempo? Que
nuestra vida sea efímera, depende de qué punto de vista se vea,
nosotros creemos que no es efímera, o puede no serlo, pues es lo más
importante para nosotros, el punto o la condición a partir de lo
cual todo nos es dado, incluyendo la muerte. ¿Por qué ese miedo a
morir o esa angustia a la nada de la que habla Kierkegaard en El
concepto de la Angustia? Si la muerte es
nada, no hay nada de qué
temer. Podría ser entendida dicha nada como que toda muerte es
descanso, es el término de una experiencia y ya. Recordemos aquellas
disquisiciones que hace Sócrates acerca de la muerte en la Apología
de Sócrates y en el "Fedón" (donde aparece una postura menos dubitativa acerca de
la muerte donde se puede entrever una mayor participación de las
propias ideas de Platón). ¿Por qué tanto miedo a acabar? ¿Será ese
famoso apego del que tanto hablan los budistas, el que queramos
perdurar, ese no querer "soltarse" de la vida?
También Platón, a través de su maestro Sócrates, habla en cierta
forma de ese desapego, cuando dice que la
filosofía es un
aprendizaje acerca de la
muerte, es decir, una aprendizaje que
permite que el alma vaya separándose del cuerpo, en cierta forma, desprendernos
también de la dimensión material de la vida. Pues es
el alma la que perdura. Y queramos aprender o no a morir, igual
morimos, morimos a cada segundo. Serrat dice en alguna de sus
canciones, que le gustan el canto y el baile pues le hacen olvidarse
de la muerte. Sin embargo, esa conciencia, no teórica, no lógica,
sino existencial y vivencial de la propia muerte ¿nos aporta algo
que no sea sólo sufrimiento? Depende de cómo veamos a la
muerte; la muerte puede tener el mismo peso o más aún que
la idea del eterno retorno en Nietzsche. No necesitamos vivir como
si la vida se volviese a repetir, pues tenemos la muerte. ¿Y si nos
hacemos amigos de nuestra muerte, si la vemos como un acicate que
nos habla de nuestra precariedad, de nuestra brevedad, de que nadie
sabe la hora ni el momento, pues puede llegar en cualquier instante?
Si sabemos eso, y repetimos (no como un saber que nos aplasta e
inmoviliza), ¡vive ahora!, pues mañana no se sabe si no estarás
muerto. Y eso no implica necesariamente que cumplamos o queramos
llevar a cabo todos nuestros deseos, sino que simplemente cortemos
ese pan, bebamos ese vino, o que vivamos todo aquello que vivimos
hoy, en este instante, no como quien quiere que pase, sino como
quien sólo tiene eso, y ése es el mejor de sus mundos, o tiene que
lograr que sea el mejor de sus mundos, pues mañana no se sabe.
Estaríamos de acuerdo con Nietzsche en que la idea de la
trascendencia, entorpece, no ayuda, no fortifica los músculos de la
vida. Pero es, claramente, la idea más influyente de
todas. La mayoría de los seres humanos creen en un Dios (no
son ateos) y, por lo tanto, en la mayoría de los casos creen en algún
tipo de trascendencia, sean cristianos, musulmanes, o afroumbandistas. La idea de la trascendencia es una idea
sumamente poderosa.
No sólo porque la mayoría cree en ella, sino porque ayuda
a vivir, ayuda de alguna manera a soportar el temor a la muerte, a
hacer frente al sufrimiento y la desesperación. No queremos
aniquilar esta idea, o ayudar a su aniquilación (auque esto fuera
posible, no es nuestra intención), y menos, si luego no tenemos la
fuerza de sostener los resultados que puede tener esta desaparición;
es decir, si no nos podemos hacer cargo de las consecuencias. Quizás
se trata de dar una alternativa, incluso, que raramente puede ser
sostenida aun al lado de la idea de trascendencia, aun si
no creemos o no estamos seguros de "trascender", de que hay un
"más
allá" de esta vida; la idea de que la vida es breve y de que morimos
a cada segundo (sin eterno retorno, aun sin eternidad, esta vida
breve, pero significativa para nosotros), la idea de la muerte lejos
de consumirnos y desesperarnos, puede darnos esperanza.
Nosotros creemos que lo que mata pero con muerte para nosotros
indeseable -una muerte que no elegimos, una muerte que no mata del
todo, que nos mantiene vivos en un sufrimiento sin salida-, esa
muerte que no deja descansar, es la pérdida de esperanza,
entendiendo la esperanza como posibilidad a secas, o como posibilidad de otro horizonte posible. Es la ausencia de otro
horizonte posible, dentro del horizonte de la vida, que es al menos
nuestro límite. Pero siempre hay posibilidad de otra mirada. Para Funes el memorioso, (personaje de un cuento de
J. L. Borges, que
aparece en Ficciones) su accidente en el caballo que lo dejó, además
de tullido, sin capacidad de pensar (es decir de generalizar, nos
dice Borges) era para el personaje, "lo mejor que le había pasado en
su vida". Todas las cosas que recordaba Funes, todas las que podía
ver (aunque este personaje sea strictu sensu imposible) le dieron
una vida vertiginosa, consideraba que su anterior vida era pobre al
lado de la de ahora: una impresionante capacidad de "mirar" y
recordar la "realidad".
Claro que hay un límite, pero ese límite también lo podemos dar
nosotros. Si llegamos a esa muerte que no queremos, la
muerte que no nos deja descansar, que no nos da horizontes, a esa
muerte en vida, siempre podemos optar por esa automuerte[3] (que las
religiones que creen en la trascendencia no permiten), que nos lleva
a la otra muerte, que vista desde la desesperación, es una fuente de
liberación y descanso. Hasta en ese momento, dentro del horizonte de
la vida, existe una chance, existe una esperanza, podemos acabar con todo,
podemos morir. Y esto está bien lejos de ser una posición pesimista,
es un defensa de la vida, hasta donde ésta sea tolerable para el
existente, que es, en definitiva, quien más importa, pues esta
decisión de vida o muerte, que implica un modo de respuesta radical
a la pregunta de si la vida vale la pena ser vivida, como decía Camus,
en su Mito de Sísifo, nadie nos la puede quitar. Nadie es
propietario de nuestra propia vida, ni el Estado, ni la pareja, ni
los hijos, ni Dios.
Por eso nosotros somos partidarios de la
eutanasia, y no ya del suicidio, pues es una palabra con
connotaciones negativas, sino de una "automuerte" (realizada por uno
mismo o con ayuda de otros, pero a partir de una decisión propia, de
una persona en situación de poder elegir[4]). La persona tiene que
poder determinar para sí, qué es vida, y qué ya no lo es. Para
nosotros, por ejemplo, cuando no hay esperanza, no hay vida.
Cuando el sufrimiento es grande, y la balanza se inclina casi toda
para ese
lado y, cunado no hay esperanza de salir de esa situación, no hay vida.
En fin, esta defensa irracional de la vida que ha hecho Occidente
(cuando por otro lado se fomenta la guerra y la destrucción),
asentado en bases judeocristianas, a como de lugar, nos parece
nefasta y lo más irracional de todo. El ser humano tiene derecho a
anticipar su muerte natural cuando ya no soporta su vida. Habría que
poder distinguir este tema como un problema filosófico o como la
decisión más radical que puede tomar el ser humano, del tema
psicológico, o de la enfermedad mental. Es un asunto delicado y no queremos extendernos aquí
sobre el mismo, pero la muerte es también un
derecho, no sólo es una condición natural que llega por sí sola. Hay
sufrimientos de los que se salen airosos, pero otros que aniquilan
si aniquilar del todo (nos referimos tanto al plano físico como al
psicológico o espiritual), y nadie tiene derecho a pedirle a otro
que sostenga esta situación cuando ni él mismo lo haría, o cuando ni
siquiera puede imaginarse esa situación, o ponerse en el lugar del
otro.
Cuando es mejor estar muerto que vivo, el ser humano puede por su
propia voluntad decir que sí a la muerte, como lo más esperanzador
que tiene, como lo único que le queda, si es que no queda nada, o si
es que lo que queda no lo soporta.
Y el pensamiento de la vida
“Que vuestro morir no sea una blasfemia contra el hombre y contra la
tierra, amigos míos: esto es lo que yo pido a la miel de vuestra
alma”
Así habló Zaratustra
Creemos que el texto anterior debe ser respondido de alguna manera
por Nietzsche, o dicho de otra manera, por nuestra interpretación de
Nietzsche. Lo que antecede aparece como un intento, aproximado al
menos, de una "refutación" de la idea del eterno retorno
nietzscheana en su sentido ético-existencial, tal como la venimos
tratando hasta ahora. En el aforismo 278 de La gaya ciencia,
Nietzsche trabaja sobre nuestro tema bajo el título: "El pensamiento
de la muerte". No podemos tratar aquí la idea de muerte en Nietzsche,
porque sería ahora mismo imposible. Pero este texto es sumamente
interesante que lo analicemos, porque allí creemos que está la clave
de por qué no le basta a nuestro autor con la idea de la muerte para
vivir en el sentido que plantea el eterno retorno. Vamos a citar
este aforismo que no tiene desperdicio y que muestra, en todo su
esplendor, la capacidad literaria de nuestro autor:
El pensamiento de la muerte. Siento una melancólica felicidad al
vivir en medio de esta maraña de callejuelas, de necesidades, de
voces: ¡cuánta fruición, impaciencia y apetito, cuánta vida sedienta
y embriaguez de vida sale a la luz en cada instante! Y, sin embargo,
¡qué gran silencio reinará pronto alrededor de todos esos hombre
ruidosos, vivos y sedientos de vida! ¡Cada uno de ellos lleva tras
de sí su sombra, su oscuro compañero de camino! Es siempre como en
el último instante previo a la partida de un barco de emigrantes:
tienen más que decirse unos a otros que nunca, el tiempo apremia, el
océano y su vacío silencio esperan impacientes detrás de todo ese
ruido, tan ávidos, tan seguros de su botín. Y todos, todos piensan
que lo que han tenido hasta ese momento no es nada, o es poco, y que
el futuro cercano lo es todo: ¡y de ahí esa premura, ese griterío,
ese ensordecerse unos a otros y aprovecharse unos de otros. Todos
quieren ser los primeros en este futuro, ¡y sin embargo la muerte y
el silencio de los muertos es, de ese futuro, lo único seguro y lo
común a todos¡ ¡Qué raro que esta única seguridad y comunidad no
tenga casi poder alguno sobre las personas, y que de nada estén más
lejos que de sentirse como la cofradía de la muerte! ¡Me hace feliz
ver que los hombres no quieren en modo alguno pensar el pensamiento
de la muerte! Me gustaría emprender algo que les hiciese cien veces
más digno de ser pensado el pensamiento de la vida (:268, las
cursivas no son nuestras).
Hermoso texto que presenta en forma condensada, lo que es para
nosotros la esencia del pensamiento del retorno: justamente esa idea
que se le aparece a Nietzsche como cien veces más digna de ser
pensada que el pensamiento de la muerte; el pensamiento de la vida.
La vida del instante, el del aquí y ahora. Precisamente en este
texto también se muestra la relatividad del tiempo, la voracidad del
pasaje y el transcurso, esa insatisfacción, también descripta por su
maestro Schopenhauer, del deseo que se consume a sí mismo en su
querer siempre más y nunca contentarse con lo que tiene. Lo mejor
está mañana, está por venir, pero el futuro no existe, y el pasado
ya no es, y el presente es sólo un pretexto que espera por algo
mejor y que tampoco vale por sí mismo. Lo único seguro es la
destrucción, el desgaste y la muerte. Todos llevamos tras de
nosotros la amenazante sombra de la muerte, pero vivimos gracias al
olvido (el olvido es lo más sano, siempre va en sentido de la
fuerza) de esa compañera segura. Podemos escuchar ese bullicio y ese
griterío, ese entusiasmo de los emigrantes previos a la partida
(imagen tan perfecta y bella, por otra parte, de lo que quiere
significar nuestro filósofo), gracias al olvido. Griterío de la
vida, frente a su opuesto, el silencio de la muerte. Luz de la vida,
frente a la oscuridad de la muerte. La muerte no alcanza a tener
poder alguno sobre los vivos, siendo en realidad la única que tiene
seguramente poder sobre ellos, entendida como muerte final, límite
total sobre nuestra vida, acabamiento.
Lo más digno de ser pensado,
es precisamente lo que aparece en el aforismo 341 de La gaya
ciencia, el eterno retorno como posibilidad. La vida que se afirma a
sí mismo en el olvido de la muerte próxima. Incluso frente a la
muerte, como recomienda... el hijo de Kenztaburo Oé[5] a su abuela,
"que tengas una buena muerte". Quizás lo mismo recomendaría Nietzsche aunque por distintas razones. Que tengas una buena
muerte, como parte de la vida, que llegues lo mejor posible a tu
muerte, como si esta se fuera a repetir. Pues aun en este instante
se trata de afirmar la vida, y no de negarla, aunque se vaya a
acabar, pues mientras no se acaba es vida, y así la quiero como dice
en el Zaratustra. Nuestra posición es que la muerte nos permitiría
vivir con la intensidad que promueve la idea del eterno retorno,
pero Nietzsche difiere de esta idea. Parecería que hay que olvidar
la idea de la muerte, porque inmoviliza, porque frente a ella todo
pierde sentido. Forma parte de la salud también el olvido de la
muerte, pues lo que hay que afirmar es la vida, aunque la vida no es
tal sin el trasfondo de la muerte. El bullicio sin el silencio, la luz
sin la oscuridad. La voluntad de poder se paraliza frente a la
muerte, entendida como pasado en el Zaratustra, comprendida
como un determinismo sin libertad. El eterno retorno quiere poner el acento en la
reversibilidad de la irreversibilidad, aunque parezca un juego de
palabras contradictorio. Así fue, peor así lo quise, como dice Nietzsche en
De la redención del Zaratustra. Aun frente a lo que no
puedo cambiar, lo que puedo hacer es elegirlo, como si se fuera a
repetir. El eterno retorno nos pide responsabilidades. La muerte no
nos deja espacio para la responsabilidad, sólo para la aceptación,
resignación, algo que quiere rechazar el superhombre. El acento
está en el puedo, no en el ya no puedo, o ya no voy a poder más, de
la muerte. La muerte es una voluntad de no poder, cuando de lo que se
trata es de afirmar la voluntad de poder. Dentro de las ideas
posibles del tiempo, o de las formas posibles de relacionarnos con
el tiempo, es sin lugar a dudas la idea del eterno retorno, la más
consustancial a la idea de la voluntad de poder. Es en ese sentido
que a Nietzsche no le interesa poner el acento en el pensamiento de
la muerte, sino en el pensamiento de la vida. ¡Que se repita!,
incluso la muerte, porque si se repite no es muerte del todo, es
vida, entonces puede.
Por una muerte libre
La idea de la “muerte libre”, es un interesante concepto que
aparece en el pensamiento nietzscheano, y sobre el que queremos
abundar un poco. Hay dos textos en los que nos vamos a apoyar, uno
es el “De la muerte libre” de Así hablo Zaratrustra
(pp.118-121),
y
el otro es “Moral para médicos” de El crepúsculo de los ídolos
(pp.116-117). En éste último texto dice Nietzsche: “Morir
con orgullo cuando ya no es posible vivir con orgullo. La muerte
elegida libremente, la muerte realizada a tiempo con lucidez y
alegría, entre hijos y testigos: de modo que aún resulte posible una
despedida real, a la que asista todavía aquel que se despide”(:116). En este sentido, el filósofo que pide atención a la
vida, está de acuerdo con la muerte elegida, una muerte digna;
aquella muerte que no constituya una objeción contra la vida. Es
partidario también, en este sentido, de una “automuerte”, una muerte
libre, y no una muerte a “destiempo”, esto es, una muerte no
elegida, y esto es por amor a la vida y no a la muerte. En esta
dirección, estaría habilitando el suicidio como una forma más bien de
eutanasia: “No está en nuestras manos impedir haber nacido: pero
este error -pues a veces es un error-, podemos enmendarlo. Cuando uno
se suprime a sí mismo hace la cosa más estimable que existe: con
ello casi merece vivir…”(:117).
En este caso,
el suicidio consituye una defensa de la vida a ultranza, hasta donde ésta vale la pena
ser vivida, es esto a lo que se refiere Zaratustra cuando habla de
morir a tiempo: “Muchos mueren demasiado tarde, y algunos mueren
demasiado pronto. Todavía suena extraña esta doctrina:“¡Muere a
tiempo¡””(:118). Morir a tiempo es lo que Zaratustra enseña, nos
dice Nietzsche. El eterno retorno necesitó a un maestro, necesitó a
Zaratustra, quien a su vez necesitó una muerte que afirme la vida, un
vivir la muerte tal y como “si se fuese a repetir”, una muerte que
nos permita afirmarnos a nosotros en la vida. Tratar de que “no se
malogre el morir”, de eso se trata. Estamos convencidos, junto a Zaratrusta, de
esto. Termina diciendo:
Que vuestro morir no sea una blasfemia contra el hombre y contra la
tierra, amigos míos: esto es lo que yo le pido a la miel de vuestra
alma. En vuestro morir deben seguir brillando vuestro espíritu y vuestra
virtud, cual luz vespertina en torno a la tierra: de lo contrario,
se os hará malogrado el morir.
Así quiero morir yo también, para que vosotros, amigos, améis más la
tierra, por amor a mí; y quiero volver a ser tierra, para reposar
en aquella luz que me dio a la luz.
El pensamiento de la vida y el pensamiento de la muerte
Nietzsche no quiere que el centro de nuestra vida gire alrededor del
pensamiento de la muerte, quiere evitar lo “reactivo” de este
pensamiento; lo inmovilizante de sus consecuencias. Sin embargo, él
tuvo que pensar el pensamiento de la muerte, dado que, por un lado, no
puede existir el pensamiento de la vida sin el pensamiento de la
muerte y, por otro, el somos cuerpo de Nietzsche implica también una
conciencia de nuestra finitud y nuestra precariedad -por otra parte,
el dolor y la muerte lo rodearon desde muy pequeño. Queremos volver
otra vez hacia aquellos que sufren, aquellos que pasan por una
situación límite de enfermedad y de dolor en sus vidas, y que pierden
la inocencia de los “sanos”, esa ingenuidad, existencial y no lógica,
acerca de la seguridad de que lo que nos espera mañana es la vida y no
la muerte, aunque, de hecho, todos en algún momento de nuestras vida
perdemos esa inocencia. Se nos ocurre pensar en aquellos que deben
vivir a partir de la conciencia de que no hay futuro, a partir de que lo único
que les queda es el aquí y ahora; hay que pensar en cómo se puede
seguir viviendo después de haber perdido esa confianza en la salud y
la vida. Repetimos, Nietzsche quiere pensar un pensamiento
cien
veces más digno de ser pensado que el pensamiento de la muerte, pero
él estuvo a atravesado por este pensamiento. Creemos que Nietzsche
quiere afirmarse en el pensamiento de la vida a pesar
de toda su muerte. Tenemos que pensar, y Nietzsche nos puede ayudar
en eso, en cómo desde el dolor y la extrema vulnerabilidad se puede
continuar pensando en el pensamiento de la vida: ése es, sin lugar a
dudas, un acto de heroísmo. Es un acto de heroísmo pensar el
pensamiento del eterno retorno, que es el pensamiento más horrible
de ser pensado para alguien que sufre y es conciente de la
vulnerabilidad de lo humano, pues no hay pensamiento más vital que el pensamiento del
“sobreviviente”, ni vida más intensa que la del que tiene conciencia
de la muerte y, con ella, de la precariedad de la existencia humana.
Si este pensamiento no lo aplasta o lo inmoviliza, claro está, puede
constituirse en un motor para una vida más intenso. Frente a la muerte hay que buscar las fuentes de la vida,
frente al dolor las fuentes del placer. La concomitancia de
existencia y significado que nos exige el eterno retorno nos
recuerda que para vivir necesitamos, la risa, la danza, el
arte, pero también la amistad, el amor, la solidaridad, la
compasión (esto último va más bien por nuestra cuenta). Solo el
niño es capaz del santo decir si, y del olvido que requiere una vida
a partir del eterno retorno. Pero el trasfondo de valoración de la
figura del niño surge de la superación de la vida del camello y del
león[6]; solo se llega a ser niño tras haber superado la idea
de la muerte como carga, y después de haber sido capaz de comenzar a
crear un sitio y una actitud desde donde sea posible crear nuevos
valores (y esto es lo que pretende el eterno retorno, como idea
ético- transformadora).
Podríamos seguir hablando del
niño como aquel que no carga con el pasado, como aquel que es capaz
de mirar la vida dejando de lado la mala conciencia y el
resentimiento. El niño es el que también es capaz de olvidar,
pensemos en los niños que aun rodeados de la muerte, la
violencia y el hambre, son capaces de seguir siendo niños, de
mostrar despreocupación y alegría de vivir. Las tres palabras
del ideal ascético, representado por el Camello en las Tres
transformaciones, son la pobreza, la humildad y la castidad. Frente
a ellas, el niño representa la riqueza, en el sentido de abundancia
de vida; el orgullo, en el sentido de fuerza y la capacidad de
instaurar valores; y el goce, en el sentido de juego, creación, plenitud y placer.
Pero el eterno retorno del niño no es la negación de la muerte y el
sufrimiento, sino la negación de lo reactivo que puede generar esos
pensamientos si se piensan de una manera nihilista. El
pensamiento del eterno retorno debe ser pensado en Nietzsche -para
ser justos con la radicalidad de su pensamiento-, como el sí quiero a
la vida desde el trasfondo de la muerte. Por eso hay que vivir una
vida en la que no sea necesario el suicido, hay que vivir una vida
capaz de pensar la eternidad para cada cosa, hay que vivir una
vida…, la cosa más difícil. Y el pensamiento del eterno retorno
también debe pasar por las tres transformaciones y debe ser capaz de
decir sí a la vida con todo su dolor, y ser capaz de decir sí al
placer con todo su displacer, o sea, ha de poder llegar a ser
niño para ser querido. Pues si se ha dicho sí a un placer, se ha
dicho sí a un dolor, ya que todo está trabado, enamorado como se dice en
el Zaratustra.
Así como el placer está trabado al dolor, la muerte
a la vida, cuando le digo sí a la vida, le digo sí a la muerte. Sin
embargo, el peso de la existencia debe estar orientado en obtener una
mejor vida, una vida ascendente, una vida a partir del sentimiento
de la fuerza, a pesar de toda su debilidad. Lo que nos pide Nietzsche, a través de la idea del eterno retorno, es
lo más
difícil del mundo y refleja el pensamiento trágico en toda su
profundidad. Por esto debemos pensar el pensamiento del eterno
retorno en su extremo más abismal, recordar siempre el eterno
retorno de los que sufren de los que se enferman, de los que pasar
por una situación límite, de los que están en medio de la muerte y el
dolor. ¿Cómo decir da capo, otra vez a todo, como dice Nietzsche en
Más allá del bien y del mal (sección "El ser religioso",
volver)[7]
después de esto? En esto creo que se
nos presenta uno de los retos más importantes que podemos pensar a
partir de Nietzsche: pensar el pensamiento de la vida, ligado al
pensamiento de la muerte, pensar el pensamiento del placer ligado al
del dolor; pasar la prueba del eterno retorno implica afirmar la
vida con todo lo que tiene. El reto más difícil es para quienes
sufren y tienen, a veces, como última esperanza la misma muerte.
Aquí es donde nos parece está la piedad del filósofo o de la
filósofa trágica y, a la vez, su mayor acto de heroísmo: en tratar de
continuar pensando el pensamiento de la vida en su más extrema
negación, como fue la vida de Nietzsche, sin recurrir al mundo de
la trascendencia. Es éste el gran reto que nos deja Nietzsche: pensar la salud sin negar la enfermedad, el placer sin negar el
dolor, la alegría sin negar la tristeza. Cómo pensar la
vida, cómo afirmarla, ya que eso implica afirmar también la
muerte y el dolor.
No hemos de sufrir por el dolor y la muerte, por las grandes
batallas que nos dejan como legado el ser que somos, la vida
que tenemos: esto implica ingresar la tragedia a nuestra vida,
conciliar los opuestos en el sentido que lo propone Heráclito. La idea del eterno retorno supone una idea de
sabiduría, precisamente la sabiduría trágica (ver, Ecce Homo: 78).
Volvemos entonces a considerar a la filosofía como el amor a la
sabiduría, pero también como sabiduría del amor. Amor (philein),
como aquello que concilia y une, aquello que no separa sino que integra. También amor
como deseo de lo que no se posee, de una sabiduría (sophia)
que debemos conquistar continuamente, porque nuevamente la tenemos
que perder, ¿qué debemos conquistar?: la sabiduría de la
aceptación, la del querer lo que somos en todo su espectro, querer
el querer pues ése es el motor de toda existencia. Aceptar la
vida y afirmarla en todas sus circunstancias, no solo aceptarla
sino amarla (amor fati). El filósofo trágico ha de enseñar a amar
la tierra, a no negar el dolor y la enfermedad, a saber que la salud
es algo que se conquista y no que se tiene (ver Ecce Homo: 106),
pues una y otra vez ha de entregarse la salud para obtener una
nueva y más poderosa que no supone, para nada, la ausencia de
enfermedad.
Dice Nehamas:
..si nuestra vida requiere una salvación, debe encontrarla ahora, no
en un más allá concreto. El “otro” mundo constituye para Nietzsche
tanto una imposibilidad conceptual como una engañosa falsedad(:190)
La idea del eterno retorno está muy ligada a la idea de
la sabiduría trágica. Nos remonta a la filosofía de los antiguos
griegos, en donde no se veía a la filosofía solo como teoría, sino
como el acuerdo entre el pensamiento y la vida. Nietzsche accede a la
filosofía, no por la puerta de las “especulaciones metafísicas”
sino a través de una concepción profunda de la vida filosófica. La
voluntad del filósofo es una voluntad de crear, es una voluntad de
poder. Este filósofo-creador es un filósofo artista; la filosofía
como un modo de vida trágico, al servicio de la afirmación y la
voluntad de poder. Algunos pondrían como objeción a su filosofía, la
locura de Nietzsche[8], más bien queremos hacer notar que, si bien
tuvo que soportar los más terribles sufrimientos, desde muy joven,
llegó a elaborar una filosofía que se permite pensar como acto
supremo de afirmación de la vida la idea del retorno.
De esta
manera, transformó, a través de su obra, una “biografía de sufrimiento”
(Lou Andreas Salomé), en un “himno a la vida”, pues hay que poder
pensar en la posibilidad del eterno retorno en su extremo más
terrible: el eterno retorno del sufrimiento, la enfermedad y la
desdicha. Creemos que la idea del eterno retorno como posibilidad y,
como filosofía de vida y hacia la vida -como ética práctica-, ayudaría a mejorar
la vida. Nos daría un argumento fuerte, no cristiano, para evitar el
suicidio, para vivir plenamente, para responsabilizarnos totalmente
de lo que somos. Pero también un argumento fuerte en favor de la
eutanasia, para suspender la vida, cuando ya no es vida.
El eterno retorno de todas las cosas implica, según Salomé, la
divinización del filósofo creador:
Solamente la voluntad redentora del superhombre le confiere al
universo un fin y un “sentido”; el circuito que es el eje en torno
al cual gravita el universo todo; por él la idea del Eterno Retorno
deja de ser un hipótesis y se transforma en realidad.
(2000:146).
Sólo el superhombre, que podemos ser cualquier de
nosotros, es capaz de vivir esta filosofía del eterno retorno de lo
mismo, dar fin y sentido, plenitud a la vida, porque en definitiva
vivir, vivir a fondo, en un acto supremo de afirmación de la
voluntad creadora.
En este contexto, pensamos que no somos originales al decir que la
tarea fundamental de la filosofía, a través de la idea del eterno
retorno, se presenta como el problema o el tema de nuestra humana
condición; el sentido de la vida, y de la muerte, desde nuestras
condiciones actuales y particulares de vida. No podemos dejar de
posicionarnos, filosóficamente hablando, frente a las grandes
interrogantes del ser humano de todas las épocas. Las preguntas que
abre este texto del filósofo jonio, Anaximandro, citado por Nietzsche, tienen más de
2500 años:
¿Qué hay de valor en vuestra existencia? (...) ¿para qué existís?
(…) ¿Quién será capaz de liberarnos de la maldición del devenir? (Nietzsche
cita a Anaximandro, 2001: 54)
¿Cómo queremos vivir, entendiendo y partiendo de que la muerte está
presente de diversas maneras en nuestra vida? ¿Cómo entender
nuestra finitud y la de nuestros semejantes?, ¿cómo relacionarnos
con el continuo devenir, desgaste, pero también novedad, de nosotros
y de lo que nos rodea? ¿Cómo relacionarnos con la idea de que
vamos a pasar, cómo entender la idea de perdurar, si es que tenemos
necesidad de perdurar? ¿Cómo relacionarnos con nuestros semejantes
para tener una mejor vida? Las preguntas serán las mismas, pero cada
época, cada ser, cada filosofía, deberá responderlas de su propia
manera, y a partir de su propia circunstancia.
¿Quién será capaz de liberarnos de la maldición del devenir?, un
modo de enfrentarse a este problema, es y ha sido la idea como
perspectiva del eterno retorno de lo mismo.
|
|