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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



NIETZSCHE, FRIEDRICH - ETERNO RETORNO - MUERTE - PENSAMIENTO TRÁGICO - PENSAMIENTO DE LA VIDA - PENSAMIENTO DE LA MUERTE - SUICIDIO- EUTANASIA - AMOR FATI -

Nietzsche y el pensamiento de la muerte

Andrea Díaz Genis

Las tres palabras del ideal ascético, representado por el Camello en las Tres transformaciones, son la pobreza, la humildad y la castidad. Frente a ellas, el niño representa la riqueza, en el sentido de abundancia de vida; el orgullo, en el sentido de fuerza y la capacidad de instaurar valores; y el goce, en el sentido de juego, creación, plenitud y placer. Pero el eterno retorno del niño no es la negación de la muerte y el sufrimiento

RESUMEN

Este artículo, implica un diálogo crítico con F. Nietzsche y su idea del eterno retorno, en lo que hace referencia a la idea de la muerte, y de la vida que supone. En el artículo, de una manera personal, la autora se deja interpelar por las grandes preguntas acerca del sentido de la vida, y la muerte, e  intenta llegar a las raíces profundas del denominado pensamiento trágico (de alguna manera representado por Nietzsche y los existencialistas tanto en la literatura como en la filosofía). Desde una manera particular de abordar los temas, a partir de afirmaciones y negaciones, se llega una síntesis, que supone entender que el eterno retorno como afirmación radical de la vida, es también la afirmación radical de la muerte y el sufrimiento.
 

¿Que el pasado se vuelva a repetir, quién lo quiere? Quizás en los momentos mejores. Los peores, sólo si habilitaron mejores tiempos. ¿Pero qué sabemos nosotros del sutil  encadenamiento de los acontecimientos, en qué medida unos inciden en los otros? Que el pasado no se repita, sin embargo es para los que han pasado por una situación límite, traumática, la mejor de las noticias, implica una especie de liberación. Escribe Frida Kalho en su diario antes de morir, "Espero alegre la salida y espero no volver jamás" . El que sufre ve a la muerte como una liberación, y no quiere volver jamás a repetir lo mismo; se desea repetir lo mismo si se trata de volver a repetir los momentos buenos, plenos, felices; si el "repetir" es entendido como recuperar lo perdido gratificante de la vida, abundante, generoso -como Kierkegaard relata en el caso de su “pensador privado” Job-, estamos hablando de otra cosa (Ver Kierkegaard, 1976). Pero Nietzsche habla de repetir lo mismo, y él era alguien que sufrió mucho, pero quería reprimir dentro de él todo sentimiento en  contra de la vida. Su querer volver a repetir lo mismo implicaba al amor fati (amor al destino), y a la voluntad de poder que crea al superhombre, en un momento preciso; después de la muerte de Dios, y más allá de un nihilismo pasivo imperante.

Ese "ya no puedo volver atrás", que tanto resentimiento causa en el ser humano según Nietzsche, es, para nosotros, tranquilizante
[1] Lo que pasó, pasó, para nuestro bien, para nuestro mal, ahora sólo tenemos que mirar hacia delante, hacia lo que no sabemos todavía, pero seguro que no es lo que ya pasó, es algo distinto, aunque pueda ser mejor o peor.  Lo que fue no se va a volver a repetir; no voy a sentir infinitas veces, el dolor que me causó el accidente diría Frida Kalho, ni el dolor que me causó Diego Rivera, etc; tampoco el placer que implicaba pintar o hacer el amor, etc: ante el dolor preferimos y elegimos que la vida sea una, en su originalidad, y heterogeneidad, en su irrepetibilidad e irreversibilidad.

Como lo que nos espera es incierto -no lo maneja la persona, aunque ésta puede tener la ilusión de que así lo hace, y puede actuar toda su vida como si las cosas que pasaran fueran consecuencias de sus actos, aunque en parte o en cierta medida puedan serlo-, esto constituye una cierta liberación. Nos puede esperar la buena o mala fortuna, pero no lo mismo. El devenir, el que todo pase, el  que seamos seres finitos, ¿cuál es el problema en esto? ¿Es que nos creemos tan importantes para querer perdurar?
[2] Inclusive, si hablamos de la humanidad, se ha predestinado una y otra vez su término como consecuencia de su propio modo de vida; debido a su propia manera de relacionarse con la naturaleza y los demás seres, o por obra del azar. No importa por lo que sea, ¿no es creernos muy importantes, eso de querer perdurar?

¿No es de igual manera una idea fuerte, -a modo de la idea del eterno retorno nietzscheano -, saber que vamos a pasar, que vamos a morir, que es, y  puede ser muy breve el tiempo que nos queda? Y que en términos de infinito (si es que podemos hablar así) somos una nada insignificante, aunque somos todo lo que tenemos. Saber que el pasado fue, y no se va a volver a repetir, implica un descanso, una buena nueva para los que han sufrido. Saber que la vida es finita, breve, también implica un acicate para vivirla a fondo, vivir como si fuéramos a morir mañana (cosa más que cierta e incluso más creíble que la idea del eterno retorno), pues no lo sabemos, no sabemos cuándo vamos morir (puede ser en cualquier instante y por cualquier motivo, desde el punto de partida de que somos mortales) y por otra parte estamos "muriendo" a cada segundo. Envejecemos, nos deterioramos. Desde que nacemos, nacemos para morir.

Pero todo es interpretación, según cómo entendamos esta dialéctica vida-muerte, vivimos, vamos a vivir. Lo cierto es que no podemos entenderlas separadas, vida y muerte forman parte de lo mismo: la vida humana.  Luego, nos podemos preguntar ¿por qué hemos de vivir cada segundo como si fuera el último? Quizás otros elijan, o ni siquiera lo elijan, ni siquiera lo piensen, que  sólo se trata de pasar, así como pasan las estaciones, los días, las horas. No hacer nada, no poner ninguna intensidad,  dejarse llevar. O más radical aún, como dice Schopenhauer, suspender la voluntad de vivir, ya no desear, no proyectar, vivir o tratar de vivir sin deseo. Dejar pasar, descubrir que la voluntad es una ilusión que nos lastima, nos hace infelices, nos causa sufrimiento. Pero hay de cualquier manera aquí un querer no sufrir. Cuando no hay que querer simplemente. Todo este tema tiene que ver con la libertad, y en eso coinciden tanto Nietzsche como Kierkegaard: está en juego la libertad. ¿Está en nuestras manos querer algo? Parece que no, si todo pasa sin nuestro consentimiento y es irreversible. Nosotros diríamos que lo que se puede cambiar, lo único que se puede cambiar es la mirada, no el mundo (y su finitud), como dice Wittgenstein al final de su Tractatus. Claro que cambiar la mirada acerca del mundo es cambiar el mundo; las ideas son sumamente poderosas, y no nos referimos solo a ideas como argumentaciones, sino como pensamientos que pueden tener un fundamento, si se quiere, por demás irracional. "Lo que no me mata me hace más fuerte" dice Nietzsche en su Ecce homo. Todo depende a través del cristal por el cuál se mire. Entonces, eso que queríamos que suceda, se transforma en otra cosa, en algo que fue, que pasó, pero forma parte de nuestro presente, que lo hacemos presente de tal manera que no nos lastime, que nos haga bien a pesar de todo su mal.

¿Y qué problema hay con el pasar, por qué esa ansia de lo eterno? Que todo pase, también nosotros, ¿pues, por qué habríamos de perdurar? ¿Por qué no aceptar que morimos, y damos paso a otras generaciones, y ellas a su vez a otras que se van perdiendo en el tiempo? Que nuestra vida sea efímera, depende de qué punto de vista se vea, nosotros creemos que no es efímera, o puede no serlo, pues es lo más importante para nosotros, el punto o la condición a partir de lo cual todo nos es dado, incluyendo la muerte. ¿Por qué ese miedo a morir o esa angustia a la nada de la que habla Kierkegaard en El concepto de la Angustia? Si la muerte es nada,  no hay nada de qué temer. Podría ser entendida dicha nada como que toda muerte es descanso, es el término de una experiencia y ya.  Recordemos aquellas disquisiciones que hace Sócrates  acerca de la muerte en la Apología de Sócrates y en el "Fedón" (donde aparece una postura menos dubitativa acerca de la muerte donde se puede entrever una mayor participación de las propias ideas de Platón). ¿Por qué tanto miedo a acabar? ¿Será ese famoso apego del que tanto  hablan los budistas, el que queramos perdurar, ese no querer "soltarse" de la vida?

También Platón, a través de su maestro Sócrates, habla en cierta forma de ese desapego, cuando dice que la filosofía es un aprendizaje acerca de la muerte, es decir, una aprendizaje que permite que el alma vaya separándose del cuerpo, en cierta forma, desprendernos también de la dimensión material de la vida. Pues es el alma la que perdura. Y queramos aprender o no a morir, igual morimos, morimos a cada segundo. Serrat dice en alguna de sus canciones, que le gustan el canto y el baile pues le hacen olvidarse de la muerte. Sin embargo, esa conciencia, no teórica, no lógica, sino existencial y vivencial de la propia muerte ¿nos aporta algo que no sea sólo sufrimiento? Depende de cómo veamos a la muerte; la muerte puede tener el mismo peso o más aún que la idea del eterno retorno en Nietzsche. No necesitamos vivir como si la vida se volviese a repetir, pues tenemos la muerte. ¿Y si nos hacemos amigos de nuestra muerte, si la vemos como un acicate que nos habla de nuestra precariedad, de nuestra brevedad, de que nadie sabe la hora ni el momento, pues puede llegar en cualquier instante? Si sabemos eso, y repetimos (no como un saber que nos aplasta e inmoviliza), ¡vive ahora!, pues mañana no se sabe si no estarás muerto. Y eso no implica necesariamente que cumplamos o queramos llevar a cabo todos nuestros deseos, sino que simplemente cortemos ese pan, bebamos ese vino, o que vivamos todo aquello que vivimos hoy, en este instante, no como quien quiere que pase, sino como quien sólo tiene eso, y ése es el mejor de sus mundos, o tiene que lograr que sea el mejor de sus mundos, pues mañana no se sabe.

Estaríamos de acuerdo con Nietzsche en que la idea de la trascendencia, entorpece, no ayuda, no fortifica los músculos de la vida. Pero es, claramente, la idea más influyente de todas. La mayoría de los seres humanos creen en un Dios (no son ateos) y, por lo tanto, en la mayoría de los casos creen en algún tipo de trascendencia, sean cristianos, musulmanes, o afroumbandistas. La idea de la trascendencia es una idea sumamente poderosa. No sólo porque la mayoría cree en ella, sino porque ayuda a vivir, ayuda de alguna manera a soportar el temor a la muerte, a hacer frente al sufrimiento y la desesperación. No queremos aniquilar esta idea, o ayudar a su aniquilación (auque esto fuera posible, no es nuestra intención), y menos, si luego no tenemos la fuerza de sostener los resultados que puede tener esta desaparición; es decir, si no nos podemos hacer cargo de las consecuencias. Quizás se trata de dar una alternativa, incluso, que raramente puede ser sostenida aun al lado de la idea de trascendencia, aun si no creemos o no estamos seguros de "trascender", de que hay un "más allá" de esta vida; la idea de que la vida es breve y de que morimos a cada segundo (sin eterno retorno, aun sin eternidad, esta vida breve, pero significativa para nosotros), la idea de la muerte lejos de consumirnos y desesperarnos, puede darnos esperanza.

Nosotros creemos que lo que mata pero con muerte para nosotros indeseable -una muerte que no elegimos, una muerte que no mata del todo, que nos mantiene vivos en un sufrimiento sin salida-, esa muerte que no deja descansar, es la pérdida de esperanza, entendiendo la esperanza como posibilidad a secas, o como posibilidad de otro horizonte posible. Es la ausencia de otro horizonte posible, dentro del horizonte de la vida, que es al menos nuestro límite. Pero siempre hay posibilidad de otra mirada. Para Funes el memorioso,
(personaje de un cuento de J. L. Borges, que aparece en Ficciones) su accidente en el caballo que lo dejó, además de tullido, sin capacidad de pensar (es decir de generalizar, nos dice Borges) era para el personaje, "lo mejor que le había pasado en su vida". Todas las cosas que recordaba Funes, todas las que podía ver (aunque este personaje sea strictu sensu imposible) le dieron una vida vertiginosa, consideraba que su anterior vida era pobre al lado de la de ahora: una impresionante capacidad de "mirar" y recordar la "realidad".

Claro que hay un límite, pero ese límite también lo podemos dar nosotros. Si llegamos a esa muerte que no queremos, la muerte que no nos deja descansar, que no nos da horizontes, a esa muerte en vida, siempre podemos optar por esa automuerte
[3] (que las religiones que creen en la trascendencia no permiten), que nos lleva a la otra muerte, que vista desde la desesperación, es una fuente de liberación y descanso. Hasta en ese momento, dentro del horizonte de la vida, existe una chance, existe una esperanza, podemos acabar con todo, podemos morir. Y esto está bien lejos de ser una posición pesimista, es un defensa de la vida, hasta donde ésta sea tolerable para el existente, que es, en definitiva, quien más importa, pues esta decisión de vida o muerte, que implica un modo de respuesta radical a la pregunta de si la vida vale la pena ser vivida, como decía Camus, en su  Mito de Sísifo, nadie nos la puede quitar. Nadie es propietario de nuestra propia vida, ni el Estado, ni la pareja, ni los hijos, ni Dios.

Por eso nosotros somos partidarios de la eutanasia, y no ya del suicidio, pues es una palabra con connotaciones negativas, sino de una "automuerte" (realizada por uno mismo o con ayuda de otros, pero a partir de una decisión propia, de una persona  en situación de poder elegir[4]). La persona tiene que poder determinar para sí, qué es vida, y qué ya no lo es. Para nosotros, por ejemplo, cuando no hay esperanza, no hay vida. Cuando el sufrimiento es grande, y la balanza se inclina casi toda para ese lado y, cunado no hay esperanza de salir de esa situación, no hay vida.  En fin, esta defensa irracional de la vida que ha hecho Occidente (cuando por otro lado se fomenta la guerra y la destrucción), asentado en bases judeocristianas, a como de lugar, nos parece nefasta y lo más irracional de todo. El ser humano tiene derecho a anticipar su muerte natural cuando ya no soporta su vida. Habría que poder distinguir este tema como un problema filosófico o como la decisión más radical que puede tomar el ser humano, del tema psicológico, o de la enfermedad mental. Es un asunto delicado y no queremos extendernos aquí sobre el mismo, pero la muerte es también un derecho, no sólo es una condición natural que llega por sí sola.  Hay sufrimientos de los que se salen airosos, pero otros que aniquilan si aniquilar del todo (nos referimos tanto al plano físico como al psicológico o espiritual), y nadie tiene derecho a pedirle a otro que sostenga esta situación cuando ni él mismo lo haría, o cuando ni siquiera puede imaginarse esa situación, o ponerse en el lugar del otro. Cuando es mejor estar muerto que vivo, el ser humano puede por su propia voluntad decir que sí a la muerte, como lo más esperanzador que tiene, como lo único que le queda, si es que no queda nada, o si es que lo que queda no lo soporta.

Y el pensamiento de la vida

Que vuestro morir no sea una blasfemia contra el hombre y contra la tierra, amigos míos: esto es lo que yo pido a la miel de vuestra alma
Así habló Zaratustra
 
Creemos que el texto anterior debe ser respondido de alguna manera por Nietzsche, o dicho de otra manera, por nuestra interpretación de Nietzsche. Lo que antecede aparece como un intento, aproximado al menos, de una "refutación" de la idea del eterno retorno nietzscheana en su sentido ético-existencial, tal como la venimos tratando hasta ahora. En el aforismo 278 de La gaya ciencia, Nietzsche trabaja sobre nuestro tema bajo el título: "El pensamiento de la muerte". No podemos tratar aquí la idea de muerte en Nietzsche, porque sería ahora mismo imposible. Pero este texto es sumamente interesante que lo analicemos, porque allí creemos que está la clave de por qué no le basta a nuestro autor con la idea de la muerte para vivir en el sentido que plantea el eterno retorno. Vamos a citar este aforismo que no tiene desperdicio y que muestra, en todo su esplendor, la capacidad literaria de nuestro autor:
 
El pensamiento de la muerte. Siento una melancólica felicidad al vivir en medio de esta maraña de callejuelas, de necesidades, de voces: ¡cuánta fruición, impaciencia y apetito, cuánta vida sedienta y embriaguez de vida sale a la luz en cada instante! Y, sin embargo, ¡qué gran silencio reinará pronto alrededor de todos esos hombre ruidosos, vivos y sedientos de vida! ¡Cada uno de ellos lleva tras de sí su sombra, su oscuro compañero de camino! Es siempre como en el último instante previo a la partida de un barco de emigrantes: tienen más que decirse unos a otros que nunca, el tiempo apremia, el océano y su vacío silencio esperan impacientes detrás de todo ese ruido, tan ávidos, tan seguros de su botín. Y todos, todos piensan que lo que han tenido hasta ese momento no es nada, o es poco, y que el futuro cercano lo es todo: ¡y de ahí esa premura, ese griterío, ese ensordecerse unos a otros y aprovecharse unos de otros. Todos quieren ser los primeros en este futuro, ¡y sin embargo la muerte y el silencio de los muertos es, de ese futuro, lo único seguro y lo común a todos¡ ¡Qué raro que esta única seguridad y comunidad no tenga casi poder alguno sobre las personas, y que de nada estén más lejos que de sentirse como la cofradía de la muerte! ¡Me hace feliz ver que los hombres no quieren en modo alguno pensar el pensamiento de la muerte! Me gustaría emprender algo que les hiciese cien veces más digno de ser pensado el pensamiento de la vida (:268, las cursivas no son nuestras).
 

Hermoso texto que presenta en forma condensada, lo que es para nosotros la esencia del pensamiento del retorno: justamente esa idea que se le aparece a Nietzsche como cien veces más digna de ser pensada que el pensamiento de la muerte; el pensamiento de la vida. La vida del instante, el del aquí y ahora. Precisamente en este texto también se muestra la relatividad del tiempo, la voracidad del pasaje y el transcurso, esa insatisfacción, también descripta por su maestro Schopenhauer, del deseo que se consume a sí mismo en su querer siempre más y nunca contentarse con lo que tiene. Lo mejor está mañana, está por venir, pero el futuro no existe, y el pasado ya no es, y el presente es sólo un pretexto que espera por algo mejor y que tampoco vale por sí mismo. Lo único seguro es la destrucción, el desgaste y la muerte. Todos llevamos tras de nosotros la amenazante sombra de la muerte, pero vivimos gracias al olvido (el olvido es lo más sano, siempre va en sentido de la fuerza) de esa compañera segura. Podemos escuchar ese bullicio y ese griterío, ese entusiasmo de los emigrantes previos a la partida (imagen tan perfecta y bella, por otra parte, de lo que quiere significar nuestro filósofo), gracias al olvido. Griterío de la vida, frente a su opuesto, el silencio de la muerte. Luz de la vida, frente a la oscuridad de la muerte. La muerte no alcanza a tener poder alguno sobre los vivos, siendo en realidad la única que tiene seguramente poder sobre ellos, entendida como muerte final, límite total sobre nuestra vida, acabamiento.

Lo más digno de ser pensado, es precisamente lo que aparece en el aforismo 341 de La gaya ciencia, el eterno retorno como posibilidad. La vida que se afirma a sí mismo en el olvido de la muerte próxima. Incluso frente a la muerte, como recomienda... el hijo de Kenztaburo Oé[5] a su abuela, "que tengas una buena muerte". Quizás lo mismo recomendaría Nietzsche aunque  por distintas razones. Que tengas una buena muerte, como parte de la vida, que llegues lo mejor posible a tu muerte, como si esta se fuera a repetir. Pues aun en este instante se trata de afirmar la vida, y no de negarla, aunque se vaya a acabar, pues mientras no se acaba es vida, y así la quiero como dice en el Zaratustra.  Nuestra posición es que la muerte nos permitiría vivir con la intensidad que promueve la idea del eterno retorno, pero Nietzsche difiere de esta idea. Parecería que hay que olvidar la idea de la muerte, porque inmoviliza, porque frente a ella todo pierde sentido. Forma parte de la salud también el olvido de la muerte, pues lo que hay que afirmar es la vida, aunque la vida no es tal sin el trasfondo de la muerte. El bullicio sin el silencio, la luz sin la oscuridad. La voluntad de poder se paraliza frente a la muerte, entendida como pasado en el Zaratustra, comprendida como un determinismo sin libertad. El eterno retorno quiere poner el acento en la reversibilidad de la irreversibilidad, aunque parezca un juego de palabras contradictorio. Así fue, peor así lo quise, como dice Nietzsche en De la redención del Zaratustra. Aun frente a lo que no puedo cambiar, lo que puedo hacer es elegirlo, como si se fuera a repetir. El eterno retorno nos pide responsabilidades. La muerte no nos deja espacio para la responsabilidad, sólo para la aceptación, resignación, algo que  quiere rechazar el superhombre. El acento está en el puedo, no en el ya no puedo, o ya no voy a poder más, de la muerte. La muerte es una voluntad de no poder, cuando de lo que se trata es de afirmar la voluntad de poder. Dentro de las ideas posibles del tiempo, o de las formas posibles de relacionarnos con el tiempo, es sin lugar a dudas la idea del eterno retorno, la más consustancial a la idea de la voluntad de poder. Es en ese sentido que a Nietzsche no le interesa poner el acento en el pensamiento de la muerte, sino en el pensamiento de la vida. ¡Que se repita!, incluso la muerte, porque si se repite no es muerte del todo, es vida, entonces puede.

Por una muerte libre

La idea de la “muerte libre”, es un interesante concepto que aparece en el pensamiento nietzscheano, y sobre el que queremos abundar un poco. Hay dos textos en los que nos vamos a apoyar, uno es el “De la muerte libre” de Así hablo Zaratrustra
(pp.118-121), y el otro es “Moral para médicos” de El crepúsculo de los ídolos (pp.116-117). En éste último texto dice Nietzsche: “Morir con orgullo cuando ya no es posible vivir con orgullo. La muerte elegida libremente, la muerte realizada a tiempo con lucidez y alegría, entre hijos y testigos: de modo que aún resulte posible una despedida real, a la que asista todavía aquel que se despide(:116). En este sentido, el filósofo que pide atención a la vida, está de acuerdo con la muerte elegida, una muerte digna; aquella muerte que no constituya una objeción contra la vida. Es partidario también, en este sentido, de una “automuerte”, una muerte libre, y no una muerte a “destiempo”, esto es, una muerte no elegida, y esto es por amor a la vida y no a la muerte. En esta dirección, estaría habilitando el suicidio como una forma más bien de eutanasia: “No está en nuestras manos impedir haber nacido: pero este error -pues a veces es un error-, podemos enmendarlo. Cuando uno se suprime a sí mismo hace la cosa más estimable que existe: con ello casi merece vivir…(:117). En este caso, el suicidio consituye una defensa de la vida a ultranza, hasta donde ésta vale la pena ser vivida, es esto a lo que se refiere Zaratustra cuando habla de morir a tiempo:  “Muchos mueren demasiado tarde, y algunos mueren demasiado pronto. Todavía suena extraña esta doctrina:“¡Muere a tiempo¡”(:118). Morir a tiempo es lo que Zaratustra enseña, nos dice Nietzsche. El eterno retorno necesitó a un maestro, necesitó a Zaratustra, quien a su vez necesitó una muerte que afirme la vida, un vivir la muerte tal y como “si se fuese a repetir”, una muerte que nos permita afirmarnos a nosotros en la vida. Tratar de que “no se malogre el morir”, de eso se trata. Estamos convencidos, junto a Zaratrusta, de esto. Termina diciendo:

Que vuestro morir no sea una blasfemia contra el hombre y contra la tierra, amigos míos: esto es lo que yo le pido a la miel de vuestra alma. En vuestro morir deben seguir brillando vuestro espíritu y vuestra virtud, cual luz vespertina en torno a la tierra: de lo contrario, se os hará malogrado el morir. Así quiero morir yo también, para que vosotros, amigos, améis más la tierra, por amor a mí; y quiero volver a ser tierra, para reposar en aquella luz que me dio a la luz.

El pensamiento de la vida y el pensamiento de la muerte

Nietzsche no quiere que el centro de nuestra vida gire alrededor del pensamiento de la muerte, quiere evitar lo “reactivo” de este pensamiento; lo inmovilizante de sus consecuencias. Sin embargo, él tuvo que pensar el pensamiento de la muerte, dado que, por un lado, no puede existir el pensamiento de la vida sin el pensamiento de la muerte y, por otro, el somos cuerpo de Nietzsche implica también una conciencia de nuestra finitud y nuestra precariedad -por otra parte, el dolor y la muerte lo rodearon desde muy pequeño. Queremos volver otra vez hacia aquellos que sufren, aquellos que pasan por una situación límite de enfermedad y de dolor en sus vidas, y que pierden la inocencia de los “sanos”, esa ingenuidad, existencial y no lógica, acerca de la seguridad de que lo que nos espera mañana es la vida y no la muerte, aunque, de hecho, todos en algún momento de nuestras vida perdemos esa inocencia. Se nos ocurre pensar en aquellos que deben vivir a partir de la conciencia de que no hay futuro, a partir de que lo único que les queda es el aquí y ahora; hay que pensar en cómo se puede seguir viviendo después de haber perdido esa confianza en la salud y la vida. Repetimos, Nietzsche quiere pensar un pensamiento cien veces más digno de ser pensado que el pensamiento de la muerte, pero él estuvo a atravesado por este pensamiento. Creemos que Nietzsche quiere afirmarse en el pensamiento de la vida a pesar de toda su muerte. Tenemos que pensar, y Nietzsche nos puede ayudar en eso, en cómo desde el dolor y la extrema vulnerabilidad se puede continuar pensando en el pensamiento de la vida: ése es, sin lugar a dudas, un acto de heroísmo. Es un acto de heroísmo pensar el pensamiento del eterno retorno, que es el pensamiento más horrible de ser pensado para alguien que sufre y es conciente de la vulnerabilidad de lo humano, pues no hay pensamiento más vital que el pensamiento del “sobreviviente”, ni vida más intensa que la del que tiene conciencia de la muerte y, con ella, de la precariedad de la existencia humana. Si este pensamiento no lo aplasta o lo inmoviliza, claro está, puede constituirse en un motor para una vida más intenso. Frente a la muerte hay que buscar las fuentes de la vida, frente al dolor las fuentes del placer. La concomitancia de existencia  y significado que nos exige el eterno retorno nos recuerda que para vivir necesitamos, la risa, la danza, el arte, pero también la amistad, el amor, la solidaridad, la compasión (esto último va más bien por nuestra cuenta).  Solo el niño es capaz del santo decir si, y del olvido que requiere una vida a partir del eterno retorno. Pero el trasfondo de valoración de la figura del niño surge de la superación de la vida del camello y del león
[6]; solo se llega a ser niño tras haber superado la idea de la muerte como carga, y después de haber sido capaz de comenzar a crear un sitio y una actitud desde donde sea posible crear nuevos valores (y esto es lo que pretende el eterno retorno, como idea ético- transformadora).

Podríamos seguir hablando del niño como aquel que no carga con el pasado, como aquel que es capaz de mirar la vida dejando de lado la mala conciencia y el resentimiento. El niño es el que también es capaz de olvidar, pensemos en los niños que aun rodeados de la muerte, la violencia y el hambre, son capaces de seguir siendo niños, de mostrar despreocupación y alegría de vivir. Las tres palabras del ideal ascético, representado por el Camello en las Tres transformaciones, son la pobreza, la humildad y la castidad. Frente a ellas, el niño representa la riqueza, en el sentido de abundancia de vida; el orgullo, en el sentido de fuerza y la capacidad de instaurar valores; y el goce, en el sentido de juego, creación, plenitud y placer. Pero el eterno retorno del niño no es la negación de la muerte y el sufrimiento, sino la negación de lo reactivo que puede generar esos pensamientos si se piensan de una manera nihilista. El pensamiento del eterno retorno debe ser pensado en Nietzsche -para ser justos con la radicalidad de su pensamiento-, como el sí quiero a la vida desde el trasfondo de la muerte. Por eso hay que vivir una vida en la que no sea necesario el suicido, hay que vivir una vida capaz de pensar la eternidad para cada cosa, hay que vivir una vida…, la cosa más difícil.  Y el pensamiento del eterno retorno también debe pasar por las tres transformaciones y debe ser capaz de decir sí a la vida con todo su dolor, y ser capaz de decir sí al placer con todo su displacer, o sea, ha de poder llegar a ser niño para ser querido. Pues si se ha dicho sí a un placer, se ha dicho sí a un  dolor, ya que todo está trabado, enamorado como se dice en el Zaratustra.  

Así como el placer está trabado al dolor, la muerte a la vida,  cuando le digo sí a la vida, le digo sí a la muerte. Sin embargo, el peso de la existencia debe estar orientado en obtener una mejor vida, una vida ascendente, una vida a partir del sentimiento de la fuerza, a pesar de toda su debilidad. Lo que nos pide Nietzsche, a través de la idea del eterno retorno, es lo más difícil del mundo y refleja el pensamiento trágico en toda su profundidad. Por esto debemos pensar el pensamiento del eterno retorno en su extremo más abismal, recordar siempre el eterno retorno de los que sufren de los que se enferman, de los que pasar por una situación límite, de los que están en medio de la muerte y el dolor. ¿Cómo decir da capo, otra vez a todo, como dice Nietzsche en Más allá del bien y del mal (sección "El ser religioso", volver)
[7] después de esto? En esto creo que se nos presenta uno de los retos más importantes que podemos pensar a partir de Nietzsche: pensar el pensamiento de la vida, ligado al pensamiento de la muerte, pensar el pensamiento del placer ligado al del dolor; pasar la prueba del eterno retorno implica afirmar la vida con todo lo que tiene. El reto más difícil es para quienes sufren y tienen, a veces, como última esperanza la misma muerte.  Aquí es donde nos parece está la piedad del filósofo o de la filósofa trágica y, a la vez, su mayor acto de heroísmo: en tratar de continuar pensando el pensamiento de la vida en su más extrema negación, como fue la vida de Nietzsche, sin recurrir al  mundo de la trascendencia. Es éste el  gran reto que nos deja Nietzsche: pensar la salud sin negar la enfermedad, el placer sin negar el dolor, la alegría sin negar la tristeza. Cómo pensar la vida, cómo afirmarla, ya que eso implica afirmar también la muerte y el dolor.

No hemos de sufrir por el dolor y la muerte, por las grandes batallas que nos dejan como legado el ser que somos, la vida que tenemos: esto implica ingresar la tragedia a nuestra vida, conciliar los opuestos en el sentido que lo propone Heráclito. La idea del eterno retorno supone una idea de sabiduría,  precisamente la sabiduría trágica
(ver, Ecce Homo: 78). Volvemos entonces a considerar a la filosofía como el amor a la sabiduría, pero también como sabiduría del amor. Amor (philein), como aquello que concilia y une, aquello que no separa sino que integra. También amor como deseo de lo que no se posee, de una sabiduría (sophia) que debemos conquistar continuamente, porque nuevamente la tenemos que perder, ¿qué debemos conquistar?: la sabiduría de la aceptación, la del querer lo que somos en todo su espectro, querer el querer pues ése es el motor de toda existencia. Aceptar la vida y afirmarla en todas sus circunstancias, no solo aceptarla sino amarla (amor fati)El filósofo trágico ha de enseñar a amar la tierra, a no negar el dolor y la enfermedad, a saber que la salud es algo que se conquista y no que se tiene (ver Ecce Homo: 106), pues una y otra vez ha de entregarse la salud para obtener una nueva y más poderosa que no supone, para nada, la ausencia de enfermedad.

Dice Nehamas:
..si nuestra vida requiere una salvación, debe encontrarla ahora, no en un más allá concreto. El “otro” mundo constituye para Nietzsche tanto una imposibilidad conceptual como una engañosa falsedad(:190)

La idea del eterno retorno está muy ligada a la idea de la sabiduría trágica. Nos remonta a la filosofía de los antiguos griegos, en donde no se veía a la filosofía solo como teoría, sino como el acuerdo entre el pensamiento y la vida. Nietzsche accede a la filosofía, no por la puerta de las “especulaciones metafísicas” sino a través de una concepción profunda de la vida filosófica. La voluntad del filósofo es una voluntad de crear, es una voluntad de poder. Este filósofo-creador es un filósofo artista; la filosofía como un modo de vida trágico, al servicio de la afirmación y la voluntad de poder. Algunos pondrían como objeción a su filosofía, la locura de Nietzsche[8], más bien queremos hacer notar que, si bien tuvo que soportar los más terribles sufrimientos, desde muy joven, llegó a elaborar una filosofía que se permite pensar como acto supremo de afirmación de la vida la idea del retorno. 

De esta manera, transformó, a través de su obra, una “biografía de sufrimiento” (Lou Andreas Salomé), en un “himno a la vida”, pues hay que poder pensar en la posibilidad del eterno retorno en su extremo más terrible: el eterno retorno del sufrimiento, la enfermedad y la desdicha. Creemos que la idea del eterno retorno como posibilidad y, como filosofía de vida y hacia la vida -como ética práctica-, ayudaría a mejorar la vida. Nos daría un argumento fuerte, no cristiano, para evitar el suicidio, para vivir plenamente, para responsabilizarnos totalmente de lo que somos. Pero también un argumento fuerte en favor de la eutanasia, para suspender la vida, cuando ya no es vida.

El eterno retorno de todas las cosas implica, según Salomé, la divinización del filósofo creador:

Solamente la voluntad redentora del superhombre le confiere al universo un fin y un “sentido”; el circuito que es el eje en torno al cual gravita el universo todo; por él la idea del Eterno Retorno deja de ser un hipótesis y se transforma en realidad.
(2000:146).
           
Sólo el superhombre, que podemos ser cualquier de nosotros, es capaz de vivir esta filosofía del eterno retorno de lo mismo, dar fin y sentido, plenitud a la vida, porque en definitiva  vivir, vivir a fondo, en un acto supremo de afirmación de la voluntad creadora. En este contexto, pensamos que no somos originales al decir que la tarea fundamental de la filosofía, a través de la idea del eterno retorno, se presenta como el problema o el tema de nuestra humana condición; el sentido de la vida, y de la muerte, desde nuestras condiciones actuales y particulares de vida. No podemos dejar de posicionarnos, filosóficamente hablando, frente a las grandes interrogantes del ser humano de todas las épocas. Las preguntas que abre este texto del filósofo jonio, Anaximandro, citado por Nietzsche, tienen más de 2500 años:

¿Qué hay de valor en vuestra existencia? (...) ¿para qué existís? (…) ¿Quién será capaz de liberarnos de la maldición del devenir?
(Nietzsche cita a Anaximandro, 2001: 54)

¿Cómo queremos vivir, entendiendo y partiendo de que la muerte está presente de diversas maneras en nuestra vida?  ¿Cómo entender nuestra finitud y la de nuestros semejantes?, ¿cómo relacionarnos con el continuo devenir, desgaste, pero también novedad, de nosotros y de lo que nos rodea? ¿Cómo relacionarnos con la idea de que vamos a pasar, cómo entender la idea de perdurar, si es que tenemos necesidad de perdurar?  ¿Cómo relacionarnos con nuestros semejantes para tener una mejor vida? Las preguntas serán las mismas, pero cada época, cada ser, cada filosofía, deberá responderlas de su propia  manera, y a partir de su propia circunstancia. ¿Quién será capaz de liberarnos de la maldición del devenir?, un modo de enfrentarse a este problema, es y ha sido la idea como perspectiva del eterno retorno de lo mismo.

 

Notas:

[1] Véase en el Zaratustra, el capítulo titulado "De la Redención", donde Nietzsche trabaja el tema del resentimiento en relación al pasado.

[2] Y el no perdurar no implica que seamos efímeros.

[3] Y me refiero a "automuerte" como también se puede decir cuando se hace referencia a la muerte de Sócrates, para evitar las connotaciones negativas que puede tener el término suicidio.

[4] Somos conscientes que esta afirmación es muy amplia, y decidir los parámetros desde los cuales definir esta situación no es sencillo.

[5] Japón 1935, galardonado con el premio Nóbel en 1994.

[6] Ver el capítulo de las "Tres transformaciones" que aparece al comienzo del Zaratustra.

[7] Nos referimos a la tercera formulación del eterno retorno de lo mismo en Más allá del Bien y del Mal(: 87

[8] Sobre una  refutación contundente sobre la idea de que lo que explicaría la filosofía de Nietzsche sería su enfermedad, y de esa manera se vería invalidada, ver  Mazzino Montinari, 2003: 21.

 

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