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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



YOURCENAR, MARGUERITE - MEMORIAS DE ADRIANO - DEICIDIO - NIETZSCHE, FRIEDRICH -


Dioses pasados, escritura permanente*

Amir Hamed
Su situación particular hace de ésta la única novela verdaderamente buena de Yourcenar. En este caso el estilo marmóreo y suntuario de la escritora se contrapesa con una situación tan conmovedora como la autobiografía que acompaña, paso a paso, los estertores de lo que fuera un semidiós y ahora, menos que un hombre, es un alma abandonada por su cuerpo

Para toda una tradición filosófica que comenzó en el siglo pasado y que ha construido el nuestro, la angustia contemporánea proviene de cierta retirada de Dios. Si Dios se ha retirado o ha dejado de hacerlo es un problema metafísico, que puede encontrar las más disímiles respuestas, pero es indudable que, en términos culturales, alguien se ha retirado (tal vez no la divinidad, tal vez los humanos). De esto se trataba la famosa muerte de Dios, preconizada por Nietzsche hace más de un siglo: no tanto del fallecimiento de lo divino como de un concepto de 'humanidad' que, indudablemente, ha caducado. Ante esta gran ausencia y alejamiento, Nietzsche intentó ensanchar los límites de lo humano, llevándolo hasta la medida, todavía inimaginable para nosotros, del superhombre.

Nietzsche declaró haber fracasado en su deicidio porque no pudo vencer a la gramática; Marguerite Yourcenar, por su parte, no siendo filósofa y sí novelista, se inspiró en una frase del epistolario de Flaubert, que establece que 'hubo un momento único en la historia, justo cuando los dioses habían dejado de existir y Cristo no había llegado ... en que el hombre estuvo solo'. Esta frase pudo haber inspirado al mismo Nietzsche, a Kierkegaard o a Heidegger. Podría usársela para corroborar que en Occidente nos venimos pensando solos y desligados de la trascendencia. Lo indiscutible es que generó, mediante la inspiración de Yourcenar, Memorias de Adriano, una novela con un temple único.

La vida de Adriano, a quien Yourcenar consideró uno de los pocos hombres sabios, transcurre en ese momento histórico marcado por Flaubert. Fue un emperador romano del siglo II de nuestra era, un individuo ilustrado que también supo escribir y filosofar. Como emperador, Adriano en poco coincidía con nuestro concepto de lo humano. Como imperator, era considerado por encima del resto de los mortales, un ser semidivino que fue uno de los grandes edificadores del esplendor de Roma. Sin embargo, en su novela, Yourcenar desde la primera página lo muestra muriendo, y todo ese gran repaso de su vida y de su Roma son un ajuste de cuentas de quien se prepara para su última jornada.

No contamos ya con ese tipo de serenidad, del individuo que se sabe solo y que ha usurpado, probablemente a su pesar, el lugar de los viejos y revenidos dioses. A sus sesenta años, hinchado por la hidropesía -o por los confines interminables sobre los que ha imperado-, ya incapaz de sostenerse sobre las piernas que otrora fueran las del guerrero, Adriano medita y recuerda. Su escritura está prácticamente desprendida de su cuerpo y flota en el umbral de esa 'desconocida región' que canta su famoso poema. Pero en vez de agonía hay serenidad, una calma de hombre a solas.

Su situación particular hace de ésta la única novela verdaderamente buena de Yourcenar. En este caso el estilo marmóreo y suntuario de la escritora se contrapesa con una situación tan conmovedora como la autobiografía que acompaña, paso a paso, los estertores de lo que fuera un semidiós y ahora, menos que un hombre, es un alma abandonada por su cuerpo. Un alma haciendo sus balances y rumiando su legado. Y una prosa impasible nos va llevando, memoria a memoria, a ese ineludible punto final que la autora tuvo el buen tino de entretejer con el poema del mismo Adriano. “Almita gentil, fugaz, errante, amiga y compañera de este cuerpo que fuera tu huésped, vas a descender a esos lugares pálidos, duros y desnudos”. Y con este viaje último hacia lo desconocido, Yourcenar nos muestra uno de los más tenaces y sosegados combates de la escritura contra el olvido.


* Publicado originalmente en Insomnia, Nº 7

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