|   Buscando un punto de
            partida de los relatos
            eróticos de Marosa
            di Giorgio, que comenzaron con el libro
            Misales (Cal y Canto,1993) y prosiguen en Camino de
            las pedrerías (Planeta,
            1997), es posible
            remitir como antecedente al poemario La Falena (1987),
            donde se dice: "pasaban platos con todas las escenas
            del amor erótico".(1) Si en tamaña (es)cena
            se exponían los platos de la orgía sobre la mesa,
            como en una puesta escenográfico-pictórica que
            haría las delicias de Peter Greenaway, en los relatos
            del presente a lo que el lector asiste es a la acción
            dramática de sus protagonistas, los amantes-comensales.
            Por supuesto que los lectores también estamos invitados
            a sentarnos en la mesa donde, sin paraguas negro, asistimos a
            la belleza
            de tales disecciones eróticas.
 
 Previamente intentaré resituar la escritura
            de la autora ajustando la clasificación de "apólogos
            fantásticos", planteada por Ángel
            Rama. Según J.A. Cuddon (2), "apólogo"
            es sinónimo de "fábula" que se define
            como "una breve pieza narrativa, en prosa o en verso,
            que señala un aspecto moral, donde criaturas no-humanas
            o inanimadas son sus protagonistas".
 
 El primer punto a señalar es que siendo la escritura de
            di Giorgio de naturaleza eminentemente "activa" y no
            "reflexiva", no puede identificarse con la aspiración
            finalista de la moraleja a la que apunta el género "fábula".
            Puede tomar de ésta el protagonismo de seres divinos,
            mitológicos, vegetales y animales, personificados, pero
            sus breves argumentos, lejos de remitir a un referente moral,
            se instalan o fugan hacia un territorio que anula todo juicio
            moral.
 
 En El arte de lo fantástico, Roger Callois distingue
            lo féerico y lo fantástico como dos especies de
            lo Maravilloso. Mientras lo féerico se coloca en un mundo
            donde lo imposible no existe, lo fantástico se nutre de
            los conflictos entre lo real y lo posible. Si partimos de que
            en el mundo de Los Papeles Salvajes(3)
            nada es imposible,
            esa misma libertad impide juzgar cualquier situación que
            allí acontece con el estigma de lo escandaloso. Cualquier
            mecanismo de censura racionalista, y su vicaria moral, se halla,
            por tanto, desactivado.
 
 Esta poesía (que aunque
            relato aun mantiene el impacto imprevisible de lo poético)
            entonces, no cabría
            en la definición de lo fantástico en tanto conflicto
            entre lo real y lo posible, sino que está más cerca
            de una singular transfiguración de lo real.
 Una clave del arte de esta escritura
            consiste en introducir visiones, terrores, alucinaciones, en
            un mundo donde las condicionantes reales pasan definitivamente
            a un segundo plano. En la conjunción de lo féerico
            y lo fantástico se produce un cruce que el propio Callois
            reconoce, y que a nuestro entender es el que le calza más
            ajustadamente: lo maravilloso negro. En esa subcategoría
            del género -donde transitan sin ataduras lo horrible,
            lo exótico-erótico y lo sobrenatural- las figuras
            mitológicas (el Diablo,
            Dios, los ángeles, las santas) no son fantásticas por sí
            mismas sino porque encarnan con plenitud pagana, lo salvaje y
            sus instintos.
 
 En lo maravilloso negro de di Giorgio lo "monstruoso"
            representa, o pone en juego, la dicotomía del inconsciente,
            haciendo real el deseo
            oculto (inefable), activándose así
            una poderosa carga de horror y atracción simultáneas.
            Esta escritura, como la autora
            lo ha señalado más de una vez, es la plasmación
            lúcida y atenta del hilo de los sueños, donde la
            velocidad de transfiguración de los personajes se halla
            liberada de los marcos espacio-temporales que la vigilante conciencia
            impone.
 
 El tópico
            de la devoración
 Recalemos en
            este tópico característico de lo maravilloso negro,
            uno de los más relevantes en el discurso marosiano. El
            mismo se vincula a una estética cara a románticos
            y surrealistas, donde comparecen variantes tales como: el vampirismo, la antropofagia
            y el sacrificio ritual. Tales variantes, entre otras, aparecen
            en di Giorgio estrechamente asociadas al juego erótico
            y a la copulación, provocando una tensión entre
            los extremos de placer
            y muerte.
 
 A modo de ejemplo, el éxtasis del orgasmo se superpone,
            en reiteradas ocasiones, a la tajante decapitación. En
            el texto número 4 (Camino
            de las pedrerías, página 13) el león, amante de la mujer --de
            quien ella ha parido doce señoritas de caras ambiguas,
            "de fémina a leoncitas"-- transfórmase
            hacia el final del episodio en verdugo. Mientras la mujer-madre
            pregunta por sus crías, el león no parece interesado
            en ellas, que ya se acercan a otros varones-machos.
 
 Esta diferente actitud paterna y materna frente a las crías
            parecería ser la causa por la cual el león-macho
            termina distanciándose de la leona-hembra. El desenlace
            se describe así: "el pensamiento de él
            (el león) se hizo espeso. Como una mancha de aceite grueso".
            Luego "la arrastró al lugar más hondo de
            la cueva. Le lamió la cara. Ella se sonrió. Le
            hizo los mimos íntimos muy adentro. La médula de
            ella dijo ¡ay!...¡aaaay!.. Cantó cual mandolina,
            se la oyó en el aire. Ahí le comió la cabeza.
            De golpe y a pedacitos. Luego, le durmió un rato sobre
            el corazón."
 
 El valor de la interjección ay, en principio como
            placer del orgasmo, adelanta la variante del dolor o el asombro,
            la del cuerpo decapitado. El aaaay que queda flotando
            en el aire cual canto de mandolina, contrasta con la inmediata
            devoración de la cabeza y su imposible voz.
 
 En esa suerte de lirismo cruel se resuelve la tensión
            planteada. La imagen final "le durmió un rato
            sobre el corazón" reafirma que a la violencia
            del acto (sexual y homicida) sucede la mansedumbre de una
            siesta por parte del macho, en quien la digestión se asocia
            a la placidez del postcoito.
 Lo que va de casa a caza
 En varios relatos se
            repite una ecuación: el sujeto-hembra (en
            este libro la virgen de 13 años parece ser el personaje
            más reiterado) es
            presa de la cacería del sujeto- masculino. El macho siempre
            aparece más experiente, posee y luego desecha, agarra,
            desgarra, mutila o devora, y luego sigue su camino. La caza aparece
            así como una variante argumental del tópico de
            la devoración.
 Este asunto queda explícito, con una variante más
            compleja, en el texto 8 (páginas
            18 a 21) cuyos
            protagonistas son la niña y dos lobos, Naré y Cruz.
            Allí se dice que todas las niñas del pueblo eran
            las pretendientes de ambos lobos. Naré interviene primero:
            "De un zarpazo sacó mi blusa y dijo: - Y, bueno,
            de tu pecho sale agua, un poquito de agua rosa. Nada más".
            Ella agrega "que él bebió ligero, y otra
            vez, nos casamos presto". Mientras copulan ella dice
            "aquí mismo pariré un lobito",
            y él contesta "No, eso no". Luego de
            gozar, Naré se retira a la sombra, a reposar un poco,
            como antes el león. Luego aparece el lobo Cruz. Cuando
            en igual circunstancia ella dice "soy yo la que va a
            parir a tus lobitos", el macho responde con desgano
            "Va" y con fanfarronería agrega "ya
            están hechas todas las mujeres de este pueblo. Faltabas
            tú. Pero ya estás".
 
 Luego Naré y Cruz luchan ferozmente por la presa-hembra.
            Mientras tanto alrededor de ella ya "andaban muchos pequeños
            seres, gimiendo". De pronto los machos dejan de disputarse
            a la hembra, mientras desde la perspectiva de la niña
            el texto cierra diciendo: "Y sin ninguno mirar siquiera
            hacia mi lado, dijeron al unísono: _ Hala...! Nos vamos
            a cazar".
 
 En el sutil morfema diferencial de la s y la z, entre casar y
            cazar, aparece el rasgo identificatorio de los universos genéricos
            de lo femenino y lo masculino.
 
 "Casar", unir en matrimonio, y aquí unión
            carnal, deriva del más antiguo "casa", por lo
            que el significado primitivo de "casarse" proviene
            (según Corominas (4)) de "poner casa aparte".
            A su vez los místicos consideran la "casa" como
            el elemento femenino del universo por excelencia. La casa remite
            también al cuerpo, y según Artemidoro Daldi (5)
            concierne a las "aberturas", lo que nos remite otra
            vez al sexo femenino, incluso al útero. En cuanto a "la
            caza", Lao-Tse nos da una clave de interés: "La
            carrera y la caza enloquecen el corazón del hombre",
            lo que sugiere que la presa a quien persigue insaciablemente
            el macho es su propio deseo.
 
 No es casual que en los relatos eróticos de di Giorgio
            las protagonistas femeninas, en sus múltiples variantes,
            aparezcan como perseguidas presas codiciadas, y a veces violadas,
            por lobos, perros, leones, cazadores, etc. Es cierto que ellas
            también desean y no son inocentes víctimas de esa
            posesión. La diferencia podría radicar en que el
            deseo femenino remite al interior de su propio cuerpo, a parir,
            dar leche, a poner huevos
            (que tanto aparecen en estos relatos)
            a reencontrar en su propio cuerpo el fruto posterior al deseo.
            Mientras tanto el deseo del macho es siempre otra presa, algo
            que está fuera de su cuerpo,
            sujeto del deseo del que suelen apropiarse los machos al devorar.
 Las nupcias exquisitas
 Bajo el rótulo
            "nupcias exquisitas", o su variante "bodas tremendas",
            lo maravilloso negro aparece en varios textos (números
            3, 34, 46, entre otros)
            confirmando que en lo orgiástico marosiano las figuras
            mitológicas de Tánato y Eros
            se alternan, inseparables. En ambos casos estamos ante "genios"
            considerados hijos de la Noche (6). 
 Eros, intermediario entre dioses y mortales, asegura la continuidad
            de las especies naciendo de un huevo que, engendrado por la Noche,
            forma al romperse en dos mitades, la Tierra y el Cielo. Imagen
            ésta que puede asociarse a la reiterada aparición
            de "huevos" en toda la obra de di Giorgio. Por su parte
            Tánato, alado y netamente masculino, personifica la Muerte,
            siendo hermano de Hipnos, el Sueño.
 
 Como puede apreciarse en la etología del mundo marosiano
            es común que el "sueño alado" (imagen de referencia homérica) conduzca en su vertiente erótica
            a la proliferación de esos huevos (de
            texturas y colores disímiles)
            en distintas partes del cuerpo de las hembras. Por otra parte
            el desenlace de muchos argumentos coincide a su vez con actos
            de vampirismo, recurrentes
            en sus personajes. Ambos comportamientos confirman la presencia
            de estructuras cíclicas de lo erótico-tanático
            en su discurso.
 
 Hay una variante de tono más bien lúdico en el
            texto 26 (páginas
            64 a 66) donde
            convergen varios de los elementos planteados: los deseos de la
            hembra ("la desovadora") y el macho ("el
            de traje negro"),
            la sensualidad (bailan tango) y la necrofilia (penetración fálica asociada
            a la del cuchillo en la carne). El episodio acontece así:
            "Lejos, se oían cantares, un cántico solo,
            lejano, como de nupcias exquisitas. Nunca vistas. (...) (Él)
            Dijo: - Vamos al panteón. Se habría equivocado.
            Seguíamos bailando. Dijo:- O a la cocina. ¿Dónde
            es en esta casa? Yo estaba asombrada pero lo conduje allí.
            Buscó entre los cubiertos un punzón; decía:-
            Trabajo así. Tendrás que entender. No, éste
            más grueso. Este, éste más espeso ¿Te
            vendría bien éste? Yo miré y contesté:
            - Creo que sí".
 
 Finalmente en el texto18 (páginas
            38 a 43) la doble
            lectura de la penetración (el
            arma, el falo)
            produce una escena homoerótica entre los personajes Pablo
            y Roderick, que como antes Nalé y Cruz, parecen disputarse
            una misma mujer. Pablo narra así su triunfo ante su adversario
            masculino: "Ya maté un animal. Con un cuchillo
            le levantaba las gruesas tapas. Eso también son bodas.
            (...) Fue un asunto, largo, de amor. Al ser asesinado daba temblores
            lúbricos. Parecía que pecábamos juntos;
            jadeábamos, nos mirábamos. Sus ojos no se apartaban
            de mí. Él tuvo un terrible sacudón en la
            entraña antes de morir".
 
 No recuerdo otro texto de di Giorgio que aluda a la relación
            homosexual con tanta evidencia y donde pueda confirmarse de manera
            tan explícita el tópico referido, en tanto la libido
            desborda hasta el sacrificio del cuerpo del otro.
 Max Ernst y el collage onírico
 Quienes cultivaron,
            como una profesión de fe artística, lo maravilloso
            negro en nuestro siglo, fueron los surrealistas. Si hemos buscado
            referencias de la escritura
            marosiana en la relectura de algunos mitos antiguos es para confirmar
            que su ascendencia estética tiene larga data a nivel de
            la literatura universal, pero también de la pintura..
            En ocasión del artículo mencionado en torno a La
            Falena, ya había aventurado un par de vinculaciones
            de este imaginario con la plástica. 
 En principio con el alemán Hieronymus Bosch, El Bosco,
            en una estética bizarra donde se conjugan imágenes
            sacras, cristianas y paganas, y referencias de relatos folclóricos
            y leyendas. Detalles de la obra El jardín de las Delicias
            pueden vincularse con la descripción de escenas como la
            ya citada: "pasaban platos con todas las escenas del
            amor erótico".
            El pintor medioeval instala a sus personajes en trance del acto
            sexual sobre grandes discos o platos marrones, y conjuga, mediante
            máscaras, lo animal, lo humano y lo divino, como suele
            aparecer en la obra marosiana.
 
 Otra vertiente de la que parece nutrirse esta obra son las leyendas
            célticas, el lenguaje de las runas y sus misterios. En
            tal sentido cabe señalar que la autora también
            toma de los relatos criollos de fogón al personaje del
            lobizón, así como, apropiándose de otros
            rasgos de los relatos de hechicería, maneja una flora
            autóctona cuyos poderes suelen ser mágicos.
 
 En base a otros elementos puede apreciarse un vínculo
            con la pintura del ruso-francés Marc Chagall. Por ejemplo
            en la interrelación de objetos de la vida rural con reminiscencias
            de una atmósfera infantil, que da como resultado momentos
            líricos. En ambos, pintor y poeta, lo figurativo adquiere
            una aparente sencillez, que remite a una iconografía trascendente
            resuelta sin falsa solemnidad. El cromatismo de azules y rosados
            también los emparenta, así como "el vuelo"
            de los personajes, que reúne con total naturalidad, el
            plano simultáneo de lo invisible y lo cotidiano.
 
 En este libro puede rastrearse una vinculación, extraordinaria
            por su nitidez, con la gran novela gráfica del surrealista
            alemán Max Ernst, titulada Una semana de bondad
            o Los siete elementos capitales (Francia,
            1934) donde la
            figura del león-macho que seduce y castiga a la hembra-mujer,
            así como la presencia de huevos en las protagonistas femeninas,
            son motivos pictóricos reiterados. A partir de un singular
            manejo de la técnica del collage, utilizando imágenes
            de las novelas folletinescas de finales del siglo XIX, Ernst
            publica en cinco fascículos esta obra visual a la que
            llama "novela".
 
 Recordemos, de paso, que hay quienes se han preguntado si la
            obra conjunta de di Giorgio no es acaso una "larga novela
            inconclusa", o fragmentaria, concebida como un gran
            espectáculo del lenguaje poético.
 
 En la "novela muda" de Ernst, la atmósfera es
            sutil y ambigua, mezcla de humor, crueldad y erotismo, rasgos
            compatibles con Camino de las pedrerías. En la
            obra de Ernst es protagónica la simbiosis de lo animal
            y lo humano, donde las figuras masculinas con cabezas de león,
            pájaros, gallos y rostros de piedra, someten a bellas
            doncellas, o gozan con ellas, en escenas de corte sadomasoquista.
 
 Son varios los textos de di Giorgio donde los personajes comparten
            esa doble naturaleza, humana y animal, en sus cuerpos
            y en la forma en que se relacionan sexualmente entre sí.
            Puede afirmarse que los rasgos de lo maravilloso negro aparecen
            con impacto dramático en este nuevo libro de Marosa di
            Giorgio, así como en el impacto visual de los collages
            de Ernst. En cuanto a la técnica del collage el ensamble
            de personajes, personificaciones, situaciones o anécdotas,
            construido por la autora tomando como matriz elementos del caudal
            de su propia escritura poética
            es que da vida a estos relatos. Y por otra parte la imperceptible
            conjugación entre el mundo mágico del delirio,
            y el sueño, con lo cotidiano, es también una forma
            de collage, cuyo resultado es lo maravilloso.
 
 Esta mirada sobre el universo
            literario de la autora incita a considerar que ese "imaginario
            del inconsciente", que los surrealistas prodigaron e hicieron
            visible tanto en la literatura como en la pintura del siglo XX,
            aparece con toda su singularidad en el discurso poético
            uruguayo - de fuerte raigambre reflexiva y racionalista -brillando
            como piedra angular de lo distinto.
 
 Fuerza y estilo acaso
            sólo comparables a la estirpe poética de un Lautréamont (por tanto tiempo acallada o soterrada
            en nuestras letras);
            estirpe que la obra de Marosa di Giorgio representa hoy con singular
            maestría en el discurso rioplatense, y en la literatura
            de lengua castellana de todo el mundo.
 Notas:
 
 Texto preparado para
            la presentación de Camino de las pedrerias, de
            Marosa di Giorgio, en Librería Mosca, Montevideo, 26/7/1997.
 Una primera versión de este artículo, ahora corregido
            para H Enciclopedia. fue publicada en Cuadernos de
            Marcha (AñoXII, Nº129, Julio 1997).
 
 (1) En pie de vuelo (Brecha, Montevideo 17/6/1988). Reseña
            de L. B. sobre La Falena (1987)
 (2) A Dictionary of Literary Terms and Literary Theory,
            de J.A. Cuddon (Blackwell References, Gran Bretaña, 1977)
 (3) Obras Completas de Marosa di Giorgio (Arca, Dos Tomos,
            1989/1991)
 (4) Diccionario etimológico de la lengua castellana,
            de Joan Corominas (Gredos, España, 7ª ed.1996)
 (5) Il simbolismo dei sogni, Ania Teillard (Milán, 1950)
 (6) Diccionario de mitología griega y romana, de
            Pierre Grimal (Paidós, 3ª ed, Argentina, 1990)
 
 
 Texto expresamente
            corregido para H enciclopedia
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