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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ESCRITURA - EUGENESIA - EDICIÓN - LIBRO -

Eugenesia, olvido*

Amir Hamed
La tarea de editar (también la de auotoeditarse) parte de una premisa: demasiadas palabras han nacido, algunas deformes. Se trata, en gran medida, de practicar la eugenesia y seleccionar cuáles, entre tantas, tendrán una vida más provechosa

La tarea del editor consiste, en buena medida, en el exterminio de palabras. Tomando de la jardinería, se suele llamar "poda" a esta tarea, tal vez un eufemismo para no dar cuenta del duelo que se da con cada uno de estos cortes. En efecto, dentro de nuestra "cadena del ser", una interpelación botánica pareciera menos traumática que un envío hacia la probablemente más precisa categoría del control demográfico.

En realidad, la tarea de editar (también la de auotoeditarse) parte de una premisa: demasiadas palabras han nacido, algunas deformes. Se trata, en gran medida, de practicar la eugenesia y seleccionar cuáles, entre tantas, tendrán una vida más provechosa. Allí, sin más, se aplican ciertos recetarios (el adjetivo "mata", la concisión "da vida" etc.).

Según esta premisa, el texto no ha nacido sino que permanece en estado fetal. Hay que apresurarse a matar para producir vida. En la misma persona, claro está, puede convivir el pergeñador del feto (digamos, el escritor), y el implacable partero (quien edita). Para ambos, igualmente, se da el duelo. Cuando el argumento que justifica el homicidio es (la falta de) espacio, el escocimiento suele ser más prolongado, ya que las coartadas eugenésicas, las interpelaciones a la selección natural, ahora no valen y sólo se trata de una elección malthusiana. Hay pocos centímetros para tantas letras.

El editor o editora, en última instancia, por añadidura, produce un cambio radical. Cuando una obra no ha sido aún editada, permanece como una flora bacteriana, o una película que eriza cada poro de quien la ha escrito: puede ser una novela, por ejemplo, puede contar con un millón de caracteres, puede haber sido alimentada por años. Más aún, puede haber quedado inédita por lustros. Todo ese tiempo ha estado viviendo en el organismo de quien la ha escrito, que recuerda cada adjetivo, que se cuestiona si un adverbio (la palabra 704.318 del texto) sigue siendo la mejor elección, si lo que corresponde después de aquella frase tajante es un punto y coma o son dos puntos.

Todas esas palabrejas inéditas son un organismo parasitario, foruncular, en otro organismo que las alimenta. Editadas, finalmente, arrancadas del cuajo, son un ente autónomo. Quien escribe -el organismo de quien escribe- puede olvidarse de eso que le ha estado succionando cada molécula. Cualquier libro -que será pasto de archivos, de lectura, de memoria- es una bendición para quien lo ha escrito. Porque para quien ha escrito, finalmente, es olvido.

* Publicado originalmente en Insomnia

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