Debido a la naturaleza altamente polémica de los estudios
sobre la pobreza, algunos de los problemas
planteados en mediciones internacionales son los mismos con los
que se enfrentan los países cuando establecen líneas
de pobreza nacionales. El Banco Mundial
ha propuesto realizar estas comparaciones con relación
al consumo o ingreso y, en particular, ha fijado un umbral de
un dólar diario por persona en paridad de poderes de compra
de 1985. Si bien puede ser útil recurrir a medidas basadas
en el ingreso, éstas resultan insuficientes en un contexto
en que los conceptos de pobreza se tornan más complejos
y menos unidimensionales. Actualmente existe amplio consenso con
respecto a que el acceso a la salud y la educación es tan importante como el
ingreso y que, en el futuro, estos consensos probablemente involucrarán
y potenciarán la participación en la vida ciudadana.
Introducción
El objetivo
de este artículo es poner de relieve algunos problemas
que se plantean a la hora de comparar tasas de pobreza entre países
y en especial al tratar de fijar una base común en torno
a la cual realizar estas comparaciones. Debe advertirse que muchos
de estos problemas han sido tratados extensamente por los estudiosos
del tema. Se examina en particular si la línea de pobreza
internacional más difundida en el presente, el umbral de
un dólar en paridad de poderes de compra de 1985, propuesto
por el Banco
Mundial,
es un indicador adecuado de pobreza en los diversos países.
La discusión
se ordena en cuatro secciones. En la sección I se discute
la pertinencia de fijar una línea de pobreza internacional.
En la sección II se analiza el contexto en el cual es conveniente
realizar comparaciones de bienestar entre países y se repasa
la discusión sobre las múltiples dimensiones de
la pobreza. En la sección III se discute en qué
medida es posible aproximarse a través de una medida única
al nivel de pobreza de una sociedad y se cuestionan los límites
del espacio del ingreso para evaluar el bienestar de la población. Dado que diversos
trabajos comparativos entre países así como estudios
nacionales ponen de manifiesto que no es éste el caso,
la sección IV sugiere que los esfuerzos deberían
dirigirse a la elección de un conjunto de indicadores que
permita ordenar a los países en múltiples y diversos
criterios, abandonando por tanto la idea de unidimensionalidad.
En particular, los indicadores que recoge Social Watch permitirían
reforzar los esfuerzos ya realizados en ese sentido.
I.
Por qué fijar una línea de pobreza internacional
La fijación
de líneas de pobreza nacionales tiene un papel importante
en la formulación de políticas
económicas y sociales. En ese sentido, Atkinson (1993) propuso considerar
la existencia de líneas de pobreza como instituciones y
da cuenta del relevante rol de las mismas en la evaluación
del desempeño social de un país a lo largo del tiempo.
Cabe entonces plantearse si es válido extender este razonamiento
a escala internacional y en consecuencia, preguntarse si el establecer
una línea de pobreza mundial puede coadyuvar a evaluar
los esfuerzos realizados en materia de su reducción, tal
como se propone por ejemplo, en los Objetivos de Desarrollo
para el Milenio. Sin discutir aquí la pertinencia de
una meta en particular en materia de reducción de la pobreza,
se repasarán los problemas que presenta establecer una
línea única de pobreza internacional. Debido a la
naturaleza altamente polémica de los estudios sobre la
pobreza, algunos de los problemas planteados son los mismos con
los que se enfrentan los países cuando establecen líneas
de pobreza nacionales.
Las
comparaciones de pobreza entre países persiguen diversos
objetivos, como por ejemplo, la evaluación comparativa
de las condiciones de vida de la población en distintas
regiones o países o la asignación de recursos de
ayuda financiera internacional. Sin embargo, muchas veces se
encuentra que la concentración de esfuerzos por identificar
a los pobres se da sin mucha discusión acerca de los conceptos
implícitos en las comparaciones de bienestar entre personas,
dado que la mayor parte de los estudios hace contribuciones a
las controversias sobre políticas o se refiere al propio
diseño de políticas.
Sin
embargo, explícito o no, el hecho de realizar comparaciones
internacionales de privación entre países requiere
establecer varios criterios como puntos de partida. En particular,
requiere resolver si es necesario, y también posible,
establecer una línea de pobreza común contra la
cual comparar a todos los países así como determinar
las características de la misma.
Kanbur
(2001) ha argumentado
en forma muy convincente que esta idea de contar a los pobres
del mundo en base a una línea común se enmarca en
lo que ha llamado "el enfoque del ministerio de finanzas" y refleja
la preocupación de muchas instituciones por diseñar
políticas de lucha contra la pobreza. Sin embargo, estas
preocupaciones no son percibidas de la misma forma por la sociedad
civil y ello acarrea enfrentamientos, pues las perspectivas y
los horizontes temporales de comparación difieren. Desde
el punto de vista de los organismos internacionales y, en particular,
de las instituciones
financieras internacionales, resulta relevante confeccionar ordenamientos
de países. Sin embargo, esos ordenamientos hechos sobre
la base de un único umbral, simplifican necesariamente
la realidad y dejan de lado muchos aspectos que resultan importantes
desde la perspectiva nacional o de la sociedad civil.
En este
sentido, el Banco Mundial (BM) ha planteado la conveniencia de
realizar estas comparaciones con relación al consumo o
ingreso y, en particular, ha fijado un umbral de un dólar
diario por persona en paridad de poderes de compra de 1985. En
defensa de esa posición, Ravallion (2002) argumenta que el uso de líneas nacionales
para realizar comparaciones internacionales lleva a tratar distinto
a personas u hogares cuyos niveles de consumo real son similares.
También reconoce que esta línea de pobreza extrema
del BM es conservadora, en tanto de acuerdo
a este criterio personas que son consideradas pobres por estándares
nacionales, no lo son al usar esta línea. Aún cuando
se esté de acuerdo en el uso de líneas de pobreza
comparativas entre países, debe determinarse en qué
medida éstas deben ser absolutas o relativas. En ese sentido,
cabe preguntarse si debería una medida internacional de
pobreza considerar falta de ingreso absoluta o también
debería considerar la desigualdad de ingresos. Ravallion
proporciona evidencia de que el BM ha preparado líneas
de pobreza relativas que aun se basan en una línea de pobreza
internacional común.
Por
otro lado, Ravallion también indica que al analizar regiones
o países, los expertos del BM no usan estas estimaciones
internacionales sino que se basan en las líneas de pobreza
nacionales, hecho que se pone de manifiesto, por ejemplo, en
los informes de países elaborados por dicha institución.
Uno
de los cuestionamientos a esta línea de pobreza del BM
es el hecho de que no se deriva de un criterio de capacidades
o canasta de necesidades básicas, aspecto que ha sido
criticado por diversos autores, entre otros Pogge y Reddy (2002). Difícilmente una línea
de consumo básica mundial podría fijarse de esa
forma cuando existe una enorme diversidad en las formas de lograr
los requerimientos básicos calóricos y nutricionales
en las diferentes partes del mundo o aún dentro de regiones.
Cualquier criterio de este tipo llevaría seguramente a
establecer canastas cuyos valores monetarios diferirían
entre países. A su vez, el pasaje de la canasta alimenticia
a una línea de pobreza también generaría
nuevos problemas pues los precios relativos de los bienes no
alimenticios difieren significativamente entre países.
En América
Latina,
la Comisión Económica para América Latina
(CEPAL) ha elegido un camino
intermedio pues sus estimaciones de pobreza se realizan en base
a canastas básicas alimenticias nacionales, las que surgen
a partir de encuestas de gasto o provienen de canastas normativas
según el país, y luego se multiplican por un coeficiente
de Orshansky común para obtener las líneas de pobreza
regionales (CEPAL, 2000). Esta metodología que pretende
armonizar hábitos nacionales con criterios de comparabilidad
internacional también ha sido cuestionada en el contexto
regional debido a la arbitrariedad de fijar en 0,5 el coeficiente
de Engel, si bien este valor proviene de estimaciones previas
realizadas por dicho organismo.
El umbral
del BM probablemente resulte bajo en regiones donde si bien los
ingresos son medianos, la incidencia de la pobreza es alta y la
desigualdad es muy elevada,
como es el caso de América Latina, subcontinente
que ha sido catalogado como la región más desigual
del mundo, especialmente en relación a su PBI per cápita.
Si bien es probable que la proporción de personas que está
por debajo de este umbral en América Latina sea menor que
la correspondiente a vastas zonas de Asia y África, en la región
hay severos problemas de desnutrición y las canastas básicas
alimenticias fijadas por muchos países superan el límite
del BM. Un umbral excesivamente bajo, si bien tendrá la
virtud de poner de relieve regiones donde las condiciones de vida
son muy extremas, dejará de lado, al ser considerado aisladamente,
otras realidades no tan agudas pero igualmente problemáticas
en términos de equidad regional. Para que situaciones no
tan extremas sean visibles será necesario recurrir a otras
medidas o indicadores adicionales.
Por otro
lado, el establecimiento de un umbral común en términos
de ingreso o gasto deja de lado las grandes diferencias que existen
entre los países en cuanto a costo y al acceso a los servicios.
Así, si el acceso a servicios públicos de salud,
vivienda y educación, difiere entre países, la insatisfacción
de necesidades en cada uno de ellos será considerablemente
distinta. En su estudio comparativo de países relativamente
similares como son los miembros de la Unión
Europea,
en especial el Reino Unido y Francia, Gardiner et al. (1995) ponen de manifiesto
los serios problemas de comparabilidad que se presentan al querer
obtener series de ingresos compatibles y analizan los impactos
de los distintos sistemas de salud y de vivienda en estas comparaciones.
También señalan las dificultades que se presentan
al querer fijar criterios que permitan compatibilizar la información. Sus resultados
muestran que incluir una correcta imputación de las diferencias
en acceso a la vivienda y diferencias en los sistemas de salud
entre los países miembros de la Unión Europea lleva
ordenamientos distintos de los países.
Las evaluaciones
de pobreza de muchos países han evolucionado hacia concepciones
más amplias que la mera carencia de ingresos, orientándose
hacia la idea más comprehensiva -aunque a veces más
vaga- de exclusión social. Los esfuerzos
del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD) que se cristalizan
en el Índice de Desarrollo Humano, también
apuntan en el sentido de ampliar las dimensiones en las que evaluar
el desempeño de los diferentes países (véase, por ejemplo,
PNUD, 2002).
Podría entonces preguntarse por qué, si el concepto
de pobreza cada vez se plantea como algo más amplio y complejo,
se busca simplificar tanto los índices y los ordenamientos.
Si bien es cierto que existe un vínculo relevante entre
exclusión social y pobreza, el fenómeno de la exclusión
social puede darse entre grupos que no difieran demasiado en lo
económico.
Quizá
para que las comparaciones se vuelvan más fructíferas
sea necesario considerar conjuntamente los ordenamientos de pobreza
entre países y la evolución de la pobreza en relación
al umbral que cada país se fija. De hecho, los criterios
de medición de la pobreza varían entre regiones.
Mientras en todos los países del continente americano
se usan líneas de pobreza absolutas, en la mayor parte
de los países de la Unión Europea se prefieren
líneas relativas debido a que se considera que, pasado
cierto umbral de necesidades básicas, se vuelve más
importante la distancia entre los individuos en el acceso a los
recursos de la sociedad que sus niveles de satisfacción
de necesidades en términos absolutos.
Por
otro lado, el ingreso y el consumo son variables cuya medición
resulta problemática especialmente en el contexto de los
países subdesarrollados y en ese sentido el BM ha contribuido
al desarrollo de mediciones y metodologías de corrección.
El ingreso es una variable particularmente difícil de
captar y medir y probablemente la calidad de los datos varíe
significativamente entre países pues las encuestas de
hogares usan criterios diferentes, cubren áreas diferentes,
recogen distintas fuentes de ingreso y las poblaciones de los
distintos países tienen distintas propensiones a la subdeclaración.
Además,
usar sólo el ingreso en un momento dado es una fuente
de error muy importante especialmente entre los pobres quienes
tienen un ingreso muy errático y en muchos países
todo o buena parte de su ingreso es en especie. Si bien se recomienda
la utilización del consumo como indicador debido a que
el ingreso es más fluctuante, en la práctica muchos
países utilizan el ingreso pues no disponen de series
periódicas de consumo.
Por otro
lado, existen cuestionamientos específicos sobre la exactitud
de la metodología del BM para determinar estándares
internacionales de pobreza. Pogge y Reddy (2002) cuestionan diversos aspectos de
estas estimaciones y, en particular, cuestionan la forma de utilización
de los indicadores de paridad de poderes de compra (PPP). Estos autores
critican el hecho que en la construcción de estos índices,
el BM utiliza los precios de todos los bienes de consumo y no
sólo los que son consumidos por los pobres. Esto se deriva
del hecho de que los precios relativos entre países varían
considerablemente entre bienes, especialmente entre bienes transables
y no transables. Mientras que los primeros no varían significativamente
entre países, los segundos experimentan cambios importantes.
De acuerdo a Pogge y Reddy (2002), los PPP se estiman
mediante la ponderación de los precios incorporados en
el índice por el consumo promedio del rubro respectivo.
Así, las comparaciones internacionales deberían
basarse en los bienes y servicios consumidos por los pobres y no
en otro tipo de bienes. Como resultado de esta opción metodológica
y también debido a cambios recientes en los procedimientos
de cálculo, las tasas de pobreza están significativamente
subestimadas y las tendencias de la pobreza son equívocas.
Estos autores consideran que sería posible hacer comparaciones
internacionales de pobreza corrigiendo la estimación de
PPP. Se necesitaría realizar un mayor esfuerzo en esta
dirección.
En
su respuesta a Pogge y Reddy, Ravallion (2002) reconoce que las estimaciones de PPP
tienen problemas serios y que deberían tender a reflejar
el consumo de los hogares de menos ingresos en la distribución
pero, pese a ello, no considera que las propuestas metodológicas
de Reddy y Pogge conduzcan a producir mejores estimaciones de
pobreza. En especial, argumenta que la metodología de
cálculo de PPP que Reddy y Pogge proponen tiene serios
problemas.
II. Las
múltiples
dimensiones de la pobreza
Kanbur
(2001) señala que
en contraste con lo que sucedía hace veinticinco años,
en el presente existe un amplio consenso con respecto a que el
acceso a la salud y la educación es tan importante
como el ingreso y que en el futuro
estos consensos probablemente involucrarán y potenciarán
la participación en la vida ciudadana.
Por
esa razón, el método del ingreso requiere complementarse
con otras dimensiones que den cuenta de la calidad de vida de
los hogares o individuos dado que no todos los individuos presentan
la misma tasa de conversión de ingresos en lo que Sen
(1992) ha llamado
funcionamientos. Este concepto refiere a la insuficiencia de
igualdad de oportunidades solamente, como mecanismo de evaluación
de la equidad y la pobreza. Así, los funcionamientos serían
la capacidad de aprovechar estas oportunidades en diferentes
dimensiones (lograr
alimentarse, el acceso a los servicios de salud, la vivienda,
etc.).
De este
enfoque resulta que la relación entre ingreso y capacidades
es paramétricamente variable entre comunidades, familias
y aún entre individuos dentro de una misma familia. Esto
se origina en dos elementos. En primer lugar, se debe a diferencias
de edades, género, roles sociales,
localización
geográfica
del hogar y otras variables sobre las cuales los individuos pueden
o no tener control. En segundo lugar, pueden existir dificultades
individuales para convertir ingresos en funcionamientos: es probable
que personas con distintas necesidades y talentos necesiten distintos
montos de ingreso para alcanzar los mismos resultados y la desigualdad
puede llegar a ser más intensa de lo que se percibe en
el espacio de los ingresos.
Estas
consideraciones apuntan a que la identificación de los
pobres centrada exclusivamente
en el método del ingreso deja fuera dimensiones que pueden
ser muy relevantes a la hora de definir el acceso de un individuo
a los recursos con los que cuenta la sociedad y en particular
cuando se intenta hacer comparaciones internacionales.
"Si pasamos ahora al análisis
de la pobreza, la identificación de la combinación
mínima de capacidades básicas puede ser una buena
forma de plantear el problema del diagnóstico y la medición
de la pobreza. Puede llevar a resultados muy diferentes de los
obtenidos al concentrarse en lo inadecuado del ingreso como criterio
para identificar a los pobres. La conversión del ingreso
en capacidades básicas puede variar mucho entre los individuos
y también entre distintas sociedades, de modo que la posibilidad
de alcanzar niveles mínimamente aceptables de las capacidades
básicas puede estar asociada con diferentes niveles de
ingresos mínimamente adecuados. El punto de vista de la
pobreza que se concentra en el ingreso, basado en la especificación
del ingreso en una 'línea de pobreza' que no varíe
entre las personas, puede ser muy equivocado para identificar
y evaluar pobreza." (Sen, 1996, p. 68)
Sin
embargo, ello no equivale a descartar la idea de fijar un umbral
de ingresos. En efecto:
"Como no se desea un ingreso
por sí mismo, cualquier noción de la pobreza basada
en el ingreso debe referirse directa o indirectamente a esos
fines básicos que promueve el ingreso en su función
de medio para un fin. De hecho, en los estudios acerca de la
pobreza que se refieren a los países en desarrollo, el
ingreso de la 'línea de la pobreza' frecuentemente se
deriva de manera explícita al hacer referencias a normas
de nutrición. Una vez que se reconoce que la relación
entre el ingreso y las capacidades varía entre las comunidades
y entre personas de la misma comunidad, se considerará
que el nivel de capacidad mínimamente aceptable es variable:
dependerá de características personales y sociales.
No obstante, mientras se puedan lograr las capacidades mínimas
por medio del fortalecimiento del nivel de ingreso (dadas las
demás características personales y sociales de
las que dependen las capacidades) será posible (para las
características sociales y personales especificadas) identificar
un ingreso mínimo adecuado para llegar a los niveles de
capacidad mínimamente aceptables. Una vez que se establezca
esta correspondencia, ya no importará si se define a la
pobreza en términos de una falla de la capacidad básica
o como el fracaso para obtener el correspondiente ingreso mínimamente
adecuado."
(Sen,
1995, p. 69)
Por otra
parte, en su trabajo comparativo entre India y China, Sen pone
de manifiesto como dos países cuyos PBI son muy similares,
tienen grandes diferencias en términos de capacidades básicas
de sobrevivencia y educación, hecho que alerta también
sobre las limitaciones de las comparaciones unidimensionales.
III.
¿Por qué utilizar el ingreso?
El análisis
de la pobreza y la desigualdad realizado por economistas
se ha interesado principalmente en el espacio del ingreso y el
consumo y ha prestado poca atención a otras conceptualizaciones
hasta muy avanzado el siglo XX. En su análisis de los orígenes
de los estudios de pobreza, Ruggeri-Laderchi (2000) sugiere que esta
falta de conceptualización es típica de los estudios
de pobreza producidos por economistas desde el nacimiento de este
campo de estudio en la Gran Bretaña del siglo XIX. Según
su interpretación, la falta de interés en definiciones
alternativas de pobreza se relaciona a la visión positivista
predominante en los primeros análisis de pobreza, en particular
en los estudios de Rowntree y Booth, donde la preocupación
principal consistía más en la estimación
de la pobreza y los mecanismos a seguir para su reducción
que en cuestionar ideas acerca de la naturaleza de la misma.
Para muchos
usuarios y productores de estudios de pobreza, el ingreso incorpora
otras dimensiones del bienestar o al menos se considera que la
insuficiencia de ingresos estará suficientemente correlacionada
con la privación en otras dimensiones para servir como
una buena medida de resumen. Además, en las regiones
en las que la pobreza y desigualdad se ubican en niveles extremos y empeorando, puede
ser comprensible que aproximaciones imperfectas como líneas
de pobreza basadas en el consumo y comparaciones de bienestar
basadas en el ingreso sean consideradas por muchos como atajos
suficientemente buenos para llegar a los problemas más
agudos.
Sin
embargo, estudios empíricos realizados por Ruggeri-Laderchi
para Perú y Chile ponen de manifiesto que no en todos
los casos las otras dimensiones de la pobreza son consistentes
con el ingreso. Lo mismo puede deducirse de la miríada
de estudios que analizan la incidencia de las necesidades básicas
insatisfechas y pobreza de ingresos o aun con los propios ordenamientos
de países del Índice de Desarrollo Humano
realizados por el PNUD.
También
debe tomarse en cuenta que el ingreso es una variable sumamente
atractiva para los economistas porque es conceptualmente más
fácil de unir con el análisis estándar del
cambio económico y permite ligar la evolución de
la pobreza y la desigualdad con el resto de la economía, en particular
con la evolución del mercado de trabajo. Esta posibilidad
facilita que de estos análisis de pobreza puedan derivarse
implicaciones y medidas en términos de políticas
(Rius y Vigorito,
2000).
Además,
el ingreso satisface los imperativos disciplinarios de cuantificabilidad
que puede ser tratada como una variable continua. Esta diferencia
entre el ingreso y otras variables que pueden ser utilizadas
para cuantificar pobreza es muy importante. La sofisticación
de técnicas disponibles para aplicar a indicadores basados
en el ingreso también ayuda a dar la impresión
de objetividad que parece tan crucial para la legitimación
del análisis económico en muchas áreas (Rius y Vigorito, 2000).
IV.
Hacia evaluaciones de pobreza multidimensionales
Los
párrafos anteriores apuntan a resaltar una vez más
la necesidad de considerar la multiplicidad de los espacios donde
se manifiestan las necesidades de la población mundial.
Así, si bien puede ser útil recurrir a medidas
basadas en el ingreso, éstas por sí mismas resultan
insuficientes en un contexto en que los conceptos de pobreza
se tornan más complejos y menos unidimensionales, como
sostiene Kanbur (2001). A su vez,
los estudios que ponen de manifiesto que los ordenamientos de
países considerando los distintos tipos de necesidades
medidos difieren, argumenta también a favor del uso de
una multiplicidad de indicadores para evaluar el desempeño
comparativo. Estos resultados muchas veces se enfrentan con los
deseos de los hacedores de políticas, para quienes los
ordenamientos unidimensionales resultan más sencillos
y por ende más atractivos.
En síntesis,
aunque el intento de realizar comparaciones internacionales en
el espacio del ingreso no debe ser dejado de lado, los ordenamientos
de países no pueden considerarse exclusivamente en este
ámbito e incluir otros indicadores resulta más veraz
que una única medida universal de pobreza absoluta. El
esfuerzo de recolección y producción de información
de Social Watch debería ser aprovechado en conjunción
con otras fuentes de información internacional para generar
clasificaciones más ricas avanzando en la sistematización
y producción de nuevos y más valiosos indicadores.
Así, las dimensiones de acceso a agua potable y saneamiento, desnutrición, esperanza
de vida al nacer
y distribución del ingreso probablemente ofrecerán,
consideradas en su conjunto, un buen punto de partida para avanzar
en la descripción de la evolución y el nivel actual
de las condiciones
de vida en los países en desarrollo.
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*Publicado
originalmente en Social
Watch
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