Confieso que he encontrado cierta dificultad al proponerme trasladar
la famosa frase de Clemenceau “La guerra es un asunto demasiado
serio para dejarlo en manos de los militares.” al contexto
actual de la educación. Sin
embargo, tras muchos intentos destinados a alcanzar una expresión
acorde al propósito, he terminado por reconocer que la dificultad no
estriba en la denegación de seriedad a los militares, puesto que una
descalificación similar podría justificarse contra la
política partidaria, sino que el
obstáculo proviene del propio contexto que debiera corroborar la
expresión.
En efecto, la “seriedad” a
la que se refería Clemenceau suponía una profundidad de
determinaciones relativas a la
guerra, que anclaban en
condiciones cuya complejidad superaba en mucho la mera contienda
bélica. Por vía de consecuencia, se podría leer la misma frase como
el comentario contextualizado de otra formulación célebre, de
significación propiamente militar “La
guerra es la
continuación de la política por otros medios.” (Clausewitz).
En efecto, si la
guerra continúa a la política,
esta última inspira y determina su prolongación bélica, por lo
tanto, la condición primigenia que se le asigna a la
política antes que a la
guerra, arraiga en
condiciones más amplias, básicas y gravitantes. Tal temperamento
indicaría que la “seriedad” que Clemenceau atribuye al asunto bélico
va de par con la condición básica que Clausewitz asocia a la
política, sesgo de vinculación que une lo serio a lo básico,
conjuntamente, en una profundidad cuya complejidad alimenta por
igual, tanto la prolongación de la política en la
guerra, como la
proyección política que alcanza la propia
guerra.
En los dos casos, lo
político nutre con la savia de su sabiduría lo propio a la
guerra, que a su vez expresa,
a través de una figura simplificadora y ramificada, la fuente
subyacente que la sostiene y explica[2].
Tanto la frase de
Clemenceau como la de Clausewitz corresponden a una concepción
organicista y en consecuencia evolutiva de los procesos,
constitutiva de la episteme moderna. Un principio originario
contiene en sí propio, para esa sensibilidad intelectual, las
instrucciones suficientes para el desarrollo pleno, que en un
proceso germinal, lleva de la simiente al cumplimiento del ser vivo.
Este paradigma organicista revierte, a su vez, una instrucción
creadora de índole espiritual que infunde, en una materia destinada
a revestir esplendor sobrenatural, una consigna primordial y
edificante. La noción de naturaleza expresa secularmente, una vez
que se apropia de los derechos de interpretación del origen de la
vida, la misma tradición espiritualista ligada a una emanación
creacionista, revirtiéndola sin embargo en un origen terrenal. Pero
tanto en el contexto epistémico espiritualista como en el
secularizado, un principio primigenio y rector inspira
provisoriamente el desarrollo ulterior de una forma plenamente
desarrollada, a través de un proceso básico que sostiene una
expresión seria, es decir, edificada desde su propia profundidad.
Esta profundidad que
Clemenceau denegaba a los militares y que Clausewitz adjudicaba a la
política antes que a la guerra,
por razones básicamente fundadas, constituye en nuestra memoria
cultural la política como arte de lo posible, que emana de la
profundidad social. En la misma perspectiva epistémica, la
educación proviene de
las propias bases de desarrollo de la sociedad y del individuo,
irrumpiendo en cada quién por la vía de una vocación que proviene de
una profundidad personal.
La imposibilidad en que me
encuentro de traducir esa heurística orgánico-espiritualista, propia
de una profundidad tan germinal como seria en términos de mi frase “La
educación es
un asunto demasiado político para dejarlo en manos de la política
partidaria.”, que me sigue pareciendo insistentemente verosímil
pese a la dificultad anamnésica, que me impide olvidar la versión
evolutiva consagrada por la modernidad, me lleva a pensar que la
profundidad ya no es lo que era, ni en la sociedad ni en el
individuo. En aras de justificar mi obstinado enunciado en términos
de verosimilitud descriptiva, bastaría referirlo a la actualidad
mundial de la guerra, de la
política y de la
educación,
para dejar de paso, bastante mal parados a Clausewitz y a
Clemenceau. Sorteando esa tentación de verosimilitud contextual, en
particular para no ser injusto con quienes pensaron bajo otras
condiciones y lograron inspirarnos reflexivamente hasta hoy
día, quisiera asimismo ser generoso con la enunciación que me llevó
a esa frase, obsesiva en desmedro de la paciencia ajena, en este
caso de ustedes a quienes me dirijo. Abuso solicitando comprensión
de cada uno, apelo a la generosidad de la asistencia con la escucha
de “La educación es un asunto demasiado político para dejarlo en
manos de la política partidaria.”, reiteración que obedece por
mi lado, a un principio de piedad del pensamiento que me obliga,
según Vattimo, a dar oídos a
mis propias propensiones elocuentes con cierta caridad[3].
Suponiendo que mi
inclinación enunciativa carece de profundidad, ya que me parece ante
todo opuesta a una seriedad arraigada y germinal, entiendo que la
verosimilitud que reviste no se sustenta en un descaecimiento moral
de los protagonistas partidarios de la política, ya que esa
descalificación de la probidad de las personas me llevaría a una
percepción que divide el bien del mal,
antes de llegar a entender la incumbencia relativa de tales
calificaciones con relación a casos, circunstancias y trayectorias.
Tampoco aunque me esforzara, lograría entender cómo las estructuras
partidarias generan una suerte de perversión que desvirtúa a sus
personeros, si no las refiero a una profundidad explicativa de la
naturaleza pública que, como decía anteriormente, mi frase
inspiradora me impide endosar.
Decidido, sin embargo, a
perseverar en el esfuerzo por entender fundadamente lo que me parece
incontrovertible en su formulación, cedo a la tentación enunciativa
de promulgar una convicción relativa a la índole política,
estipulando provisoriamente que esa calidad corresponde a una
actividad propia de los particulares. En tanto cunde entre un gran
número, la política se manifiesta como suma de actividades
protagonizadas por particulares que añaden cada uno su cuota de
singularidad, de manera que ese conjunto heterogéneo y diverso de
inclinaciones registradas configura “lo político”, en tanto se
entiende por tal la actuación colectiva de los miembros de una
población.
La asignación de una
condición política singular a cada miembro de la población,
concuerda con el régimen bio-político propio de la modernidad, tal
como la desarrolla Foucault
a partir del
bio-poder,
en cuanto la vida propia de los “hombres infames” se consigna en los
discursos que registran sus actuaciones[4].
Por consiguiente, la condición de particular y la inscripción
discursiva de una trayectoria individual constituyen una unidad
significativa, tanto en el sentido enunciativo como en la existencia
pública. Por contraposición a esa comparecencia discursiva de los
cuerpos particulares en el conjunto público, los partidos políticos
suponen la delegación de potestades enunciativas desde los miembros
asociados hacia una corporación rectora (comité central, poderes
públicos, organismos de dirección, etc.). Desde el centralismo
democrático leninista hasta la democracia de opinión pública del
presente, organizada esta última en la comunicación masiva a través
de la reversibilidad entre medición (de la opinión) y mediación (a
distancia), la consistencia social exige una transferencia
discursiva desde los particulares hacia el lugar que dirime la
hegemonía ideológica.
Sin embargo, tal
pretensión a una jerarquía sustentada en la articulación social
profunda de una condición biológica -es decir corporal- de la
sociedad, se encuentra coartada por la actualidad pública que se
interpone por -al menos- dos vertientes, en el camino a la
comunicación masiva que ha tomado el organicismo, a partir de la
segunda mitad del siglo pasado. Las
redes
mediáticas tienden, en efecto, a articular el conjunto social en
función de los propios
medios
masivos de comunicación, orquestados mundial y empresarialmente
a partir de las nuevas tecnologías de la comunicación y la
información, pero también a partir de la apropiación de estas mismas
tecnologías por asociaciones políticas, sociales y educativas entre
otras. Por esas dos vías, se genera una condición de la vinculación
colectiva que no se subordina verticalmente al modelo
ideológico-institucional, impugnado incluso por el auge de los
movimientos sociales entre los años 1970 y 1980, sino que induce,
tanto por la vía empresarial como por la vinculación comunitaria,
una mutación de la identidad pública con efectos económicos,
políticos y educativos.
Asimismo, el desarrollo
tecnológico tiende a una convergencia de medios que introduce el
teléfono en el computador y el computador en la televisión,
propendiendo a una sinergia mediática que favorece la interactividad
entre los particulares, de forma que las llamadas “redes sociales”
configuran, en paralelo, una asociación de particulares que se
vinculan a distancia. Esta asociación sin lugar ni lapso no sólo
opone, remitida a una lectura foucaldiana, la singularidad
enunciativa de los discursos particulares a la regimentación
ideológica de los conglomerados dirigentes, sino que además
configura una vinculación por eslabonamiento en redes, que prospera
a partir de la discontinuidad del artificio y desdeña apoyarse en la
continuidad de la naturaleza. De ahí que la superficie eslabonada de
las redes artificiales escape a la seria y básica profundidad
natural de los procesos orgánicos, en cuyo registro moderno el
término “organización” vale tanto para los conjuntos biológicos como
para las entidades públicas. Este paso desde la organización natural
a la red artificial determina que lo político de la vinculación, por
decisión de los particulares, escape de forma creciente y
desbordante al control de las organizaciones partidarias, que
pretenden conservar el control bio-político de una población
organizada con criterio de masa biológica.
Por consiguiente, la
noción de una desistencia político-partidaria de la
educación desde el
punto de vista de una colectividad de redes, se vincula ante todo al
desvanecimiento creciente de la configuración
ideológico-institucional propia de los partidos políticos, como
consecuencia del surgimiento de formas de asociación colectiva que
minan su autoridad y su prestigio, tanto a nivel de los principios
de actuación como en el plano de la costumbres de las mayorías.
Por otro lado, la propia
noción de educación sufre
una torsión conceptual como efecto de su inscripción en un
habitus radicalmente alternativo. Así como la articulación de la
educación con todos los
planos de la vida asociativa corresponde al criterio de “lo
político”, que ya surge de la clave de lectura bio-política como el
conjunto de las actividades colectivas de los particulares, la
sinergia de una colectividad configurada en red, por eslabonamiento
mediático, supone condiciones radicalmente diferentes de acceso a la
cultura y
el saber. La índole diferenciada de este acceso se expresa
elocuentemente en el doble sentido que presenta el término
“mediatización”, en tanto la ambivalencia que encierra no es
equívoca por indiferenciación, en cuyo caso bastaría con despejar la
confusión distinguiendo, como lo hacía Aristóteles, los parónimos
que reviste una misma palabra. Por el contrario, este equívoco
prodiga semánticamente una comprensión única con dos vertientes de
sentido articuladas entre sí. En efecto, el eslabonamiento en red de
la vinculación artificial es “mediatizada” en el sentido
dieciochesco de “encarcelada”, ante todo porque también se encuentra
“mediatizada” en el sentido de la tecnología mediática, en cuanto lo
que nos vincula a distancia presenta, como condición de posibilidad,
el ingreso en la clausura de un código cifrado[5].
La franquía de la
contraseña en tanto marca idiosincrática no sólo precipita la
singularidad en la universalidad de un código, sino que por sobre
todo articula el código sobre la invariabilidad de la cifra. A las
antípodas de la descalificación saussuriana del código como
equivalente de
la lengua,
el vínculo cifrado es el efecto propio del artefacto programado,
cuya eficiencia vinculante -a través de la provisión de la clásica
imagen acústica en particular, estriba en la invariabilidad de la
cifra, en tanto su rigor formal admite incluso la expresión
numérica. El número constituía para Kant, dentro de la categoría de
la relación, el “invariante relacional”[6],
término que deja en claro la índole de relación encadenada que nos
encontramos obligados a mantener para incorporarnos a las “redes
sociales”.
La
educación, lejos ya de
condecir con el humanismo de la “Prosa del Mundo” que describiera
Foucault[7], en la
infinita filigrana interpretativa que contextualiza la naturaleza en
versiones germinales, condice hoy con una “Cifra del Mundo” que nos
presenta on-line una versión numérica del acceso al
universo. Aquello que nos “mediatiza” en tanto nos permite
incluirnos en códigos compartidos por nuestros semejantes, también
nos “mediatiza” en tanto nos vincula si -y sólo si- admitimos
precipitarnos en la insipidez numérica.
La cuestión de la
educación se vincula hoy, en
esa perspectiva, a la adquisición de la capacitación que permita
internarse en la cifra del mundo que provee
internet,
pero también a desvincularse de una identidad numérica que pasa
llave al cerrojo de una relación invariante. Tal criterio induce a
una autonomía sustentada en la anomalía emergente, antes que en la
personalidad formalizada, cuestión que nos devuelve a la actualidad
política de la educación.
El intento del sistema
uruguayo de partidos de liquidar toda autonomía de la Enseñanza,
particularmente en el Codicen, con engendros tales como el doble
voto para el presidente de este organismo, o el fracasado “acuerdo
educativo”[8]
que pergeñaron los partidos políticos erigiéndose en órganos
rectores de la enseñanza[9],
acaba de conocer un engendro en reiteración real. En efecto, la
creación en carpetas parlamentarias de una Universidad Tecnológica
se presenta como un dechado de liquidación de la autonomía en
cualquier versión de la misma que se conozca[10].
Se trata en efecto, de una universidad pública cuyas autoridades,
además de no provenir de la voluntad política del demos
universitario, serían directamente provistas por una pléyade de
instituciones representativas de los poderes del presente: el propio
gobierno, las corporaciones empresariales, los poderes sindicales y
finalmente, incluso y se diría que por condescendencia, los propios
protagonistas universitarios.
Esta reiteración real del
conato de regimentación partidaria de la educación no debe verse
como una tendencia ascendente en el proceso social y educativo, sino
como el manotazo de ahogado de un sistema partidario cada vez más
acotado por la índole mediática de la sociedad tecnológica,
circunstancia que determina la tendencia de ese sistema a decretar
un dominio que se pierde cotidianamente. En esa perspectiva, debemos
prepararnos teórica y asociativamente, desde el plano de la
educación y particularmente desde la autonomía universitaria, para
enfrentar nuevos embates partidocráticos, ante cuya inminencia
conviene tener presente que, lejos de representar la actualidad
política de lo político, no traducen sino la obsolescencia
partidaria de la representación orgánica.
Notas:
[1] Intervención en la mesa (integrada junto con
Raúl Gil y Antonio Romano) “La educación… ¿siempre llega tarde?”
del Lanzamiento del debate educativo 2012-2013, Comisión de asuntos
gremiales del Centro de Estudiantes de Humanidades y Ciencias de la
Educación, FHCE, Montevideo, 20 de septiembre, 2012.
[2] Esta descripción figurativa del tópico de la
profundidad en tanto determinación, corresponde tanto a la metáfora
del “árbol de la ciencia”, que presenta Descartes en Los principios
de la filosofía, como al comentario de esa imagen cartesiana que
desarrolla Heidegger en Qué es metafísica?, ver Heidegger, M. (2000)
“¿Qué es metafísica?” en Hitos, Alianza, Madrid, p. 299.
[3] Acerca de “piedad del pensamiento” en Vattimo,
con relación a la problemática educativa: Darós, W. La educación
débil en la sociedad posmoderna http://williamdaros.files.wordpress.com/2009/08/w-r-daros-la-educacion-debil-en-la-sociedad-posmoderna.pdf
(acceso el 20/09/12)
[4] Me explico al respecto en Viscardi, R. (en
prensa en los anales on-line del evento) “La mediatización en la
comunicación artefactual: algunas interrogantes vinculadas a la
cuestión del sentido” 1er Congreso de la Sociedad Filosófica del
Uruguay, Montevideo, 10 al 12 de mayo 2012.
[5] Op.cit.supra
[6] Viscardi, R. (2004), “La sabia contingencia:
una idiosincrasia planetaria”. En Revista Comunicación, Nº 2,
p.191.
[7] Foucault, M. (1966) Les mots et les choses,
Gallimard, Paris, pp.32-59.
[8] “Larrañaga denunció el incumplimiento del
acuerdo educativo multipartidario” El País (02/07/12)http://www.elpais.com.uy/120702/ultmo-649637/ultimomomento/Larranaga-denuncio-incumplimiento-de-acuerdo-educativo-multipartidario/
[9] Viscardi, R. “Reflexiones de Leviatán” en
Tiempos de Crítica Nº1 (16/03/12) (Rev. Caras y Caretas) pp.10-11.
[10] “Quién conduce?” Montevideo Portal (19/09/12)
http://www.montevideo.com.uy/notnoticias_179606_1.html
* Publicado originalmente en
http://ricardoviscardi.blogspot.com/search?updated-max=2012-11-01T04:09:00-07:00
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