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             Raro después de Los raros, 
			se puede leer a
			Herrera y Reissig
			de muchas formas. Por ejemplo, 
			desde el oído que deslinda infaliblemente la materia del decir. Y 
			también, curiosamente, desde el humor, la ironía y el exceso. Tal 
			mezcla extravagante de selectiva limitación y derivativa 
			florescencia, se parece a Julio Herrera y Reissig. 
			 
			Se convirtió, desde el principio, 
			en alguien que descubre y revela por la vía de la exageración, del 
			llevar más allá del límite todos los discursos, todas las retóricas, 
			los estilos y las formas fosilizadas de la poesía que heredó. 
			Especialmente el modernismo, que muchos de sus contemporáneos aún 
			tomaban como algo sagrado, como algo del futuro.  
			Herrera, en cambio, escribe el 
			estilo nuevo haciendo ya parodia de él, superándolo, y dándole por 
			primera vez en el continente el énfasis autorreferencial que sería 
			característico de todas las vanguardias, que se inician justo cuando 
			él muere. En su correspondencia privada, en sus manuscritos, y en su 
			obra édita, dejó abundantes pistas que revelan su extrema 
			autoconsciencia respecto del costado de ridiculez, de error, que hay 
			en toda obra de la solemnidad. Desde su muerte, ya antes que Rubén 
			Darío hiciera su elogio en la única conferencia que dio en 
			Montevideo, en 1912—allí Darío ya lo conectaba a 
			Lautréamont— la 
			conciencia de esta extrañeza, de ese carácter de raro, creció casi 
			de golpe. El elogio de Darío se continuaría en Vallejo, en Neruda, y 
			por éste último pasa a Alberti, Guillén, y a la entera generación 
			del ’27. Miguel Hernández, Lorca, Aleixandre, Ramón Gómez de la 
			Serna, Manuel Altolaguirre escribieron poemas y elogios a 
			Herrera y Reissig (quien los había precedido en la revaloración de Góngora) y 
			los recogieron en un número de homenaje—perdido  en un sótano en 
			julio del ‘36, ya pronto para distribución, al estallar la guerra 
			civil—de la nerudiana revista Caballo verde para la poesía. 
			Su 
			poesía ha sido incluida por 
			defecto en el modernismo, y con él se la ha tratado a menudo de 
			archivar, pero aunque se puedan encontrar en ella todos los tópicos 
			y los modos del modernismo, se puede encontrar mucho más que 
			eso, y cuenta por eso entre la escasa poesía "modernista" que acaso 
			aún pueda leerse, aunque sea parcialmente, como poesía a secas, y no 
			como pinchada mariposa de lujoso encaje. Se ha repetido con buenos 
			argumentos que anticipó el expresionismo, y los escritores y poetas 
			neobarrocos contemporáneos han vuelto a sentir y a admirar el 
			logrado macramé verbal y espiritual de su prosa y su 
			poesía. 
			Barroquismo de Herrera dicho primero que nadie por Cansinos Assens 
			en 1917, quien señaló a Borges el interés de este por entonces 
			extraño poeta montevideano. Y Borges, que luego cambiaría de 
			opinión, le dedica a Herrera y Reissig un muy elogioso ensayo que 
			recoge en su primer colección de ensayos, Inquisiciones. Para 
			aquel Borges joven, por entonces vanguardista de prosa barroquizante 
			él mismo, Herrera se convirtió por un tiempo en algo que oponer a 
			Lugones. Cuando su inicial inquina con Lugones se torne en 
			admiración tardía, Herrera pasará a ocupar un espacio polarmente 
			opuesto. 
			La 
			letra puede, si se la hace 
			sonar, materializar un mundo propio. Herrera y Reissig supo ese 
			poder, el poder del “oído” literario, y lo empuñó. Comprendió además 
			la distancia insalvable que media entre el reino de la comunicación 
			y el reino de la 
			literatura. La comunicación tiene un referente 
			natural y directo; la 
			literatura, en cambio, es opaca; en su 
			referente debe trabajar duro el lector. Herrera y Reissig se instaló 
			decididamente, desde el principio, en una actitud: la de distanciar 
			su vida, la de explotar literariamente su vida, la de hacer 
			literatura consigo mismo. Al literaturizar su vida, fundir su 
			vida y su letra, comunicó a la vez, por vida y por 
			literatura, un 
			único complejo de actitudes, ideas, intuiciones. Poeta auditivo, 
			oral, gestual, performer, no hubo aparición pública, banquete ni 
			discurso de Herrera y Reissig, por trivial que fuese, que no fuese 
			ocasión de bautizar el mundo, de hacerlo sonar como cosa nueva. 
			Tampoco hay crítica, carta, ensayo o texto alguno de 
			Herrera y Reissig que no esté repleto de artificio literario hasta el borde; 
			hasta en el ensayo político o sociológico Herrera literaturiza 
			también la retórica de la "ciencia" de su tiempo. Ese mundo, 
			externo/interno, reaparece luego de la operación literaria, dotado 
			de una solidez y una estructura que le es dada por ese talento de 
			formalización y de acabado ligado al ritmo y al sonido, del que 
			Herrera y Reissig dispuso a manos llenas. Un amigo del poeta, César 
			Miranda, intuye esto muy bien cuando cita a Brunetière, quien ha 
			notado que "no existiría razón de medir, de cadenciar, de modular el 
			pensamiento, si no existiera en la modulación, en la cadencia y en 
			la medida una virtud propia y todopoderosa, semejante a la línea en 
			la escultura y al color en la pintura". 
  
            (Materiales extra, 
			inéditos, facsimilares, poesía y demás de Herrera y Reissig en
			
			www.herrerayreissig.org) 
			
			 
 
	
            *Publicado originalmente en el suplemento 
			Radar de Página 12.  | 
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