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TABLEAUX
MOURANTS -
VIOLENCIA - ANTROPOFAGIA -
DOBLE ASCENSIÓN -
Proyecto
tableaux mourants (VI)
Bruno
Mazzoldi |
Imposible enmarcar una zona de pertinencia, circunscribir
el asunto de la violencia, de aquí, de allende, la nuestra,
la ajena, sin seguir aprovechando su moldura. Ella es la que
pretende ser una, una sola, inequívocamente única.
Mayúscula. Le incumbe inspirar desconfianza ante las imitaciones
porque su pasión es el recuerdo de su récord |
4.6 -
1:30 AM - Décimo aniversario de la masacre en la Plaza
de Tienanmen, la plaza pública más grande del mundo.
Lo has dicho: la muestra de matadero pica el ojo, metido como
aguja en vejiga el despojo desinfla el globo ocular.
Y todos son guiños, miraditas, clins d'oeil. Nada
de frente. No porque sea aconsejable cerrar los ojos ante la demostración
del supuesto carácter
globalmente inefable del arrebato hostil, sino porque si la
mirada no enfoca la lejanía del prójimo que el homicida
suprime y si la mueca de lo que resta de esa lejanía menos
que nunca es su rostro, ¿cómo querer grabar sus márgenes,
incidir el perfil de su falta, marcar con índice de yeso
su lugar, sin obedecer al mismo miedo de la impotencia al que sucumbe
orgullosamente quien mata porque no tiene poder sobre el rostro
de Alieno? La violencia
no es tema cuando el abordaje ha de ser el de la responsabilidad
ética y no el de los conocimientos indispensables a las averiguaciones
de la antropología forense,
por no hablar de los tanto más superfluos compromisos de
la política ni de los regustos del hedonismo estético.
Golpes de párpado para quien está comprendiendo
que no puede contener a ese Otro -ningún Jesús
Superstrella, ningún santo verraco, ningún bulto
de estanque primordial, sino cualquier hijo de Lejano que no
se anuncia en la representación sino en su resistencia
a ser representado y devuelto a un contenido.
No toma las de Villadiego la máxima atención al incontenido,
a la manera del diablo al que espantó la esposa del molinero
mostrándole la barba de su bajo vientre. La cola entre las
piernas, no da la espalda
a lo comprensible, ni levanta aras a lo Otro. Lo sagrado, consolador
o excomunicante, es otra cosa: como el asesinato, es una modalidad
de renuncia a la comprensión en aras de lo Mismo.
Imposible enmarcar una zona de pertinencia, circunscribir el asunto
de la violencia, de aquí, de allende,
la nuestra, la ajena, sin seguir aprovechando su moldura. Ella es
la que pretende ser una, una sola, inequívocamente única.
Mayúscula. Le incumbe inspirar desconfianza ante las imitaciones
porque su pasión es el recuerdo de su récord.
Como la extirpación de idolatrías, la masacre es iconofílica
hacia adentro e iconoclasta
hacia afuera: pretende que su imagen
sea la más pura. Cuanto más atroz el mapa tanto más
aspira a ser asépticamente enmarcado. La violencia es doctora, y nunca
se cansa de comerse los ojos repasando el álbum
de familia, la pared de los diplomas, la colección de
medallas. Una memoria autofágica insaciable. Para la muestra
el celebérrimo botón del uniformado posando para la
cámara levantando la cabeza de un vietcong en lugar de la
trucha consabida.
Imposible mantener el ojo inmune, a salvo y viendo, sin absorber
sangre del ceño de su coño de madrepadre exclusiva
y milagrosa negando que no se puede ver, asegurando que sabemos
reconocerla cuando la vemos. Y que la vemos, fotografiamos,
esculpimos, pintamos, enmarcamos, documentamos -la iniquidad que
el curador de una exposición intitulada Arte y violencia
llama "constante temática de la cultura colombiana".
El asunto de la violencia
es la violencia
del asunto.
Igual que el místico de oficina a carpetas y el de partido
a gritos, lo que pide a balas el homicida magistral es tema,
théma, "lo puesto o propuesto", "depósito",
"porción", "parte", "raíz",
"posición de los astros", "casa astrológica",
"caja", "cofre", "división del
ejército"... uno, un solo tema, uno a la vez, todos
los muertos, el muerto mantenido en las fronteras de la determinación
de lo Mismo, per caritá!
Si la vocación de la masacre es el relámpago del censo,
el asesino serial es un lexicógrafo
rossiniano que se ignora: un bucle arrancado a la maraña
del monte capilar cada cadáver, una acepción extirpada
del crescendo sin fondo que no quiere no ver. Así se estructuran
las buenas relaciones entre vecinos. A las claras. En zarza de reflector
ardiente.
No tengo mucho interés en remitir al interesantísimo
ensayo en que Chantal Caillavet, para "arrojar luz sobre
los comportamientos americanos" por efecto de relativo
contraste, menciona una anécdota del siglo XI que describe
a cruzados hambrientos devorando
cuerpos de turcos muertos en el campo de batalla: lo que le
parece "muy sugerente en aquellas circunstancias, es la
necesidad por parte de los soldados cristianos, de inscribir este
acto desesperado en un marco ritual", mientras las sociedades
americanas no tenían porque acudir a ningún "marco
ritual inventado" por contar con "secuencias rituales
vigentes integradoras de la antropofagia",
dimensiones simbólicas "que se podrían considerar
como la expresión paroxística de una intensa circulación
interétnica", pues
"la interpretación según la moral cristiana
de un observador español -'Ay pocos naturales porque
los Pijaos sus malos vecinos se los comen'- resulta ajena
a la lógica política de los pobladores americanos.
En realidad, las relaciones de 'vecindario' no eran nada
'malas': la original modalidad de vínculos interétnicos
que hemos analizado y que otorga un papel destacado a la antropofagia,
parece haber vertebrado un sistema equilibrado y funcional."
Donde fondo y superficie, cinismo y desespero, protocolo y repente
se abrazan, que el proceso mediante el que Alieno es asimilado
a lo Idéntico llegue a ser considerado como una "original
modalidad de vínculos interétnicos" por
contribuir poderosamente a la erección de un eje vertebral
tanto más equilibrado y funcional cuanto más paroxísticas
resultan sus expresiones, constituye una de las manifestaciones
más contundentes de la preponderancia del interés
meramente intelectual en la lógica política.
Entre la actitud del humanista
dispuesto a justificar el exterminio del vecindario caníbal
y la lucidez del científico testigo de la eficiencia de tan
cruentos avisos de tránsito, cabría anotar que si
la labor visual es parte de
la construcción comunitaria, sobre todo de la que se detiene
en el acto de asomarse a la imposible fosa fundamental, debajo de
todo atraída por la succión de un vertedero sin tiempo
en que el cerco de la ciudad, el círculo de los que tienen
en común dones constrictivos o munia vuelve a abismarse
día por día, en lugar de irse tejiendo alrededor de
la ceguera de un recipiente espiralado, los lazos de reciprocidad
de lo nuestro conciernen a la ruina de la concernencia, a la inversión
de la promesa de una comunidad descomunal, sin tantas incumbencias,
sin tantos intereses.
El sagrado ideal de la imagen auténtica, por otra parte,
totalmente desinteresada, no pervertida por mano de hombre, non
manu facta o aquirópita, es una toalla catódica:
que el higiénico astro de la identidad
lo enjuague y lo absorba todo, es lo que reclama el pulcro telelazarillo
del verdugo.
De los espectáculos tóxicos como elemento de la transparencia:
en el primer acto de Arden de Faversham, la tragedia
que tenía tramado a Artaud,
el meticuloso artista
contratado por el sastre asesino
se ajusta las gafas, se las pega a los ojos para que no lo envenenen
las exhalaciones de los colores del crucifijo que está pintando,
pues, al igual que el ruibarbo en la nariz, se supone que los "spectacles"
lo protejan.
El historicista y la constante temática: lo que le ayuda
a ver mejor para que el Otro se vuelva ciego, eso mismo, que
lo salve de lo que ve.
7.6 - 4:30 AM - Los ahorcados oscilan al extremo de las líneas
blancas sobre los árboles negros.
"Ascensión", escribiste al pie. Doble Ascensión.
Parodia de la separación de lo santo, el púlpito
sangriento busca el claro de bosque, la aprobación del
escenario, y se desdobla, se multiplica, germina, toma cuerpo
y vuelo públicamente, la mala nueva.
La paloma que aletea en la cumbre del cadalso aéreo es
gordiflona.
Se acercan un poco. Ni necesitan tocar, ni creen de una.
Todo está a la vista. El péndulo funciona. |
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