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ASESINOS - HACHÍS -

Los asesinos*

Carlos Rehermann

Los "asesinos", más bien, consideraban que era mejor matar a un personaje clave, que permitir que ese mismo personaje desencadenara una guerra devastadora


Nadie habrá dejado de observar que asesino proviene del árabe hassasin o haschaschim, es decir, adepto al hachís o marihuana. La secta de los "asesinos", que seguían las directivas de un misterioso Anciano de la Montaña, jugaba un rol político y religioso de cierta importancia en la época en que el Emperador Federico II disputaba el poder con el papado. Al parecer, esta gente, que profesaba la creencia de los chiítas
(es decir, sostenían, por oposición a los sunnitas, que la descendencia del profeta Muhammed debía ser depositaria del poder de regir a la comunidad devota) solucionaba parte de sus problemas tácticos mediante la acción silenciosa de unos comandos altamente capacitados para matar sin dejar rastros a los enemigos más encarnizados.

El hachís se utilizaba para alcanzar , mediante una rigurosa educación y una profunda disciplina física y moral, estados espirituales especiales. Con el tiempo, el término "asesino" trasladó su significado al de "homicida", en particular gracias al éxito de la Iglesia romana para calificar de fanáticos herejes a todos quienes no fueran católicos. No ha de creerse que se trataba de locos que querían imponer a toda costa sus puntos de vista. Los musulmanes siempre fueron, durante los años en los que participaron activamente en la vida del Mediterráneo, tolerantes y respetuosos de las creencias ajenas, al contrario que los cristianos, característicamente avasalladores y sanguinarios.

Los "asesinos", más bien, consideraban que era mejor matar a un personaje clave, que permitir que ese mismo personaje desencadenara una guerra devastadora. La sentencia de muerte, por otra parte, se diferenciaba de otras sentencias por el secreto del proceso seguido hasta su dictamen, y su legitimidad era tan válida (o inválida) como la que provenía de un ámbito eclesiástico o imperial.

Como sea, los "asesinos" eran gente que más valía tener lejos. Parece que su arma preferida era el puñal arrojadizo, que surcaba de pronto el aire sin que se supiera de dónde provenía. Pese a todo, los "asesinos" siempre advertían a sus víctimas que se había dictado la sentencia de muerte.

El mensaje que se utilizaba para dar a conocer a la víctima esta noticia era un pancito caliente. Un día aparecía misteriosamente en lo más íntimo de las habitaciones del condenado, un pancito humeante, recién salido del horno, aromático pero sideralmente lejos de la inocencia. El pan caliente significaba no sólo una advertencia sobre la sentencia, sino una aterradora señal de la capacidad inaudita de los "asesinos" para llegar a los lugares más celosamente custodiados. En el momento que quisieran, y en el lugar que decidieran, los "asesinos"estaban listos para actuar. De nada valían las custodias, las armaduras, los pasadizos secretos, los cambios de hábitos y los disfraces.

Solo por un azar milagroso el condenado podía escapar, con la condición de que desapareciera para siempre de la faz de la tierra, se ocultara en lo más hondo de un desierto ignorado, y desistiera de por vida a restablecer el contacto con su mundo del pasado.

Como muchas columnas, esta tiene su moraleja, pero no estamos en la época de La Fontaine como para escribirla al pie.

* Publicado originalmente en Insomnia

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