IV. Te aviso, te anuncio
que hoy renuncio...
La fragmentación y el absurdo me gustan como elementos
propiciatorios para una afirmación de vida en lugares donde se pueda
respirar y hablar sin bozal. Al respecto, John Cage afirma:
Aquí nos ocupamos de la
coexistencia de lo dispar, y los puntos centrales donde tiene lugar
la fusión son muchos: los oídos de los oyentes dondequiera que
estén. Esta desarmonía, parafraseando la afirmación de Bergson sobre
el desorden, es simplemente
una armonía a la que muchos no están acostumbrados.(20)
Frente a lo anotado por el músico norteamericano, pienso en la
salvaje sutileza de John Zorn y Naked City. ¿El propósito de
estas composiciones? Cage anota: una falta de propósito
intencionada o un juego sin propósito. El juego, sin embargo, es una
afirmación de vida(21).
Divertirse, entonces, escuchando una Jam session de dis-endo-poli-eco-bio-grafías
sonoras que convoquen un grito de jajayllas(22).
La música debe ser capaz de
enseñar a la gente a descubrir y crear relaciones entre elementos
diferentes (como escribe Dante en Il Convivio, "la
música es
totalmente relativa") y cuando lo hace, habla de la historia del
hombre y de sus recursos musicales en todos sus aspectos acústicos y
expresivos(23).
Siguiendo, entonces, las enseñanzas de Félix el gato, el único,
único gato, el reto estriba en tener la fluidez felina de
saltar, de un texto a otro, y caer parado.
Gilles Deleuze, se
lanzó, un 4 de noviembre de 1995, desde un octavo piso hacia un
plano de inmanencia. El gesto final del filósofo fue su último
combate en la tierra y su última danza guerrera. Pero, para no caer,
hay que caminar soñando, caminar riendo. Para viajar se hace
necesario soltar las amarras. La palabra levedad
(vía Italo Calvino(24))
ha venido hasta mis manos, jalonando consigo otra más: jajayllas
(¡alegría, alegría!). Llega un punto en que se quisiera caminar sin
el maletín atiborrado de libros; llega un momento, en que se hace
necesario hablar sin ninguna prótesis
(lo que no implica que no se
pueda convocar otras voces).
Cuando se llega a este cruce de caminos se cae en la tentación de
mencionar a los padrinos intelectuales y a los fiadores teóricos.
Tal vez, la primera relación que tuve con la
música contemporánea
fue a mis siete años, cuando mi primo, Fernando Gámez, me llamó para
que fuera a su cuarto y observara su nuevo equipo de sonido, un Sony
modelo ochenta y, de pronto, sonó algo que no me dejó igual, que no
me abandonó nunca, y que fue una marca indeleble, un tatuaje en el
tímpano. Era la onírica voz de John Lennon en A day in the life.
A los días siguientes me enteré de que lo habían matado.
Un año después, en la televisión nacional, comenzaron a emitir un
programa de dibujos animados de las aventuras de los cuatro de
Liverpool, quienes se enfrentaban a los perversos
Rolling Stones;
lo daban los viernes a las cuatro de la tarde. Por aquella época, mi
tema favorito era Help. Con los Beatles, yo era otro, quizá
alguien más alegre, o tal vez, alguien que, en todo caso, escapaba
de sí mismo. Pero esto lo sabría o lo intuiría mucho después,
obviamente, no en ese momento. Ya sé que los Beatles no son un
conjunto de música contemporánea como lo podrían ser The
Residents, pero, si hago este recuento es porque ellos me
llevaron hacia muchos mundos, entre ellos, los de este tipo de
música.
En la casa de mis papás había una radiola y unos pocos discos.
Recuerdo que me gustaba escuchar a La Ronda Lírica en un tema
de doña Maruja Hinestroza llamado Las tres de la mañana y
también a Juice Newton en Queen of hearts. En los primeros
años del bachillerato, llegaron junto con la
adolescencia: la
depresión y algunos discos de Yes, Rick Wakeman,
Jethro Tull, Pink Floyd, y, un disco que era casi un yagé
en mis noches, en mi cuarto, en mis soledades, me refiero a Mind
games. Con ese disco, yo
(ya no era yo)
era muchos: Pushing the barriers planting seeds.
Una noche del año ochenta y nueve, en el
Centro Cultural Leopoldo López Álvarez, me encontré con Andrés
Burbano, quien tenía consigo varios acetatos de Kim Crimson. Nos
saludamos. Andrés tenía el cabello a lo Roger Hodgson
(en la portada interna del álbum
Supertramp Paris)
y una pinta a lo Elvis Costelo. Si ahora lo menciono es porque él
tenía la virtud
(e imagino que la sigue
conservando)
de hacer amigos y de
establecer nexos afectivos desde el
arte. A él, le prestaba
música: Alberto Bolaños Palacios
(escritor),
Bruno Mazzoldi, Arturo
Bolaños Martínez
(escritor),
Álvaro Coral
(melómano especialista en
sonidos contemporáneos),
y muchos otros, y él, a su vez le pasaba ese material a Iván
Sánchez, quien, en ocasiones, me los prestaba.
Esto es, un poco, una pequeña historia de carambolas y trueques. Yo
también tenía mis mafias musicales, recuerdo con gratitud a
Francisco de Atriz
(escritor),
a Byron Castillo
(artista),
al maestro Luis Pazos Moncayo
(músico),
al musicólogo José Guerrero Mora, a Tulio César Valencia
(abogado y músico),
a José Luis Guerrero
(programador musical de radio)
y tantos, tantos otros que hicieron que caminara a Pasto por sendas
imaginarias que ensancharon la percepción y abrieron las puertas de
acceso a múltiples realidades.
Una tarde de domingo de 1990 pasé por la casa de Burbano, ubicada en
el barrio San Ignacio, a quien encontré en su
cuarto leyendo a Estanislao Zuleta y escuchando a John Mayall en
Room to move; en las paredes había fotografías de
Artaud, en la mesa de
estudio estaba De la gramatología y algunos libros de Lacan,
en fin, el escenario era inspirador.
Recuerdo que por aquellos días El Magazín Dominical de El
Espectador era una carta de navegación para salir de mi
asfixiante vida de colegio. Pero, por estar en esas excursiones me
tiré dos años de bachillerato. Quizá, uno de los músicos de
rock que más me acercó a la
música contemporánea, siendo él mismo un músico contemporáneo, fue
Frank Zappa. El primer disco que conocí de él fue Sheik Yerbouti,
que me llegó por la vía de Mario Huertas. Mario también me prestó
música de los Residents. Pasto, en aquel entonces, era para
mí un territorio de canjes sonoros. Cage, al respecto, escribe:
Cuando separamos la música de la
vida lo que nos da es arte (un compendio de obras maestras). Con la
música contemporánea, cuando realmente es contemporánea, no tenemos
tiempo de hacer esa separación (que nos protege de lo vivo), así
pues la música contemporánea no es tanto
arte como vida y tan pronto
como alguien termina una pieza empieza a hacer otra igual
en la que la gente sigue fregando platos,
cepillándose los dientes, teniendo sueño, etcétera. Muy a menudo
nadie sabe que la música contemporánea es o podrá ser arte.
Simplemente piensa que es molesta. (...) Pero con la música
contemporánea no hay tiempo para hacer nada parecido a la
clasificación. Lo único que puede hacerse es escucharla en el
momento, al igual que cuando se acatarra uno, lo único que puede
hacerse es estornudar en el momento. Por desgracia el pensamiento
europeo ha hecho que cosas reales que ocurren como escuchar o
estornudar en el momento no se consideren profundas(25).
Estornudar, achucarse(26)
o la tos de una señora alemana(27).
En una tarde de julio de 1992, fui a la casa de Nubia Castillo,
quien vivía, por aquellos años, en el barrio Bomboná. Allí, Jairo
Rodríguez Rosales bailó con pasos de ñapanga a Santana y a Boulez.
Todo el ambiente estaba cargado, caldeado de
literatura: el club de
la serpiente y la montaña de los signos y los pasajes de
Lautréamont
y las calandrias al viento y después Chris Rea en The road to hell.
¿De qué se habló en esa tarde, en esa noche? No lo recuerdo. From
her to eternity de Nick Cave resonaba en las fisuras de una Nubia
demasiado callada. Javier, oficiaba de demiurgo o de acólito de la
noche. Stan Getz nos tejía con un Bataille tan próximo y lejano que
caminaba con León Zuleta por los lados del infierno, o, para verlo
con otras palabras, por los lados de La Mocha.
Siempre se toma invocando. La "inteligencia" se acaba, también la
academia trastabilla, tambalea, cae. Blanchot se resbala de la boca:
hilo de baba ardiente conectando los textos con las patas
(aquellas
que alguna vez fueron rajadas, por traer-arrastrar barro hasta el
aula), y allí un vínculo íntimo resonaba en el silencio, en el
miocardio, en esa (s)ala del sur. Sonido migratorio que (p)li(e)ga a
un Pat Metheny con un Julio Jaramillo, y ahí
(ni antes, ni después):
No entiendo tu silencio, no lo entiendo
No entiendo que te empeñes en callarte,
Si acaso fue un pecado en confesarte,
Que te amaba, perdón por adorarte(28).
El ruiseñor de América llegó con la chuma y, nada que hacer, la
Prozession podía iniciarse con Stockhausen (re)sonando en las
páginas-puentes del Libro de Manuel, pero allá en el sur
(en ese cuartico donde Francisco de Atriz y Nubia Castillo y Jairo Rodríguez
estaban hablando desde el corazón), Julio Jaramillo nos llevó más
allá de la Prozession, y las butacas, en un instante, reposaron en
el desierto y el conocimiento se sumergió en los abismos de la copa.
Por supuesto, la música no tan sólo es música. La
poesía no tan sólo
está en la palabra. Cuando el trago se ha ido por el camino de a
pie, justo cuando el achuque nos hace caer en las arenas movedizas
de la memoria, Julio nos cantó:
No entiendo si es valor o cobardía,
si callas por amor o indiferencia, y
mientras tanto me duele como herida
cada minuto, cada instante de la vida.
Estábamos en el tímpano de la noche: la cuerda afinada entre un
diapasón que iba de la confesión al olvido, y quien pulsaba ese hilo
era cobijado con una onda cargada de esquirlas de silencio. Una
anaconda engullendo un sueño para despertar en el insomnio. Existe,
supongo, una cierta afinidad entre el achuque y la confesión.
Inevitable golpe que va hacia un afuera: en un instante no controlo
lo que se escapa de mí. El Galeras subido a la cabeza.
Auditivo-desierto: hablando en un confesionario vacío o encarnando a
un Juan Pablo Castel estaqueado en la Recoleta, esperando a María
que nunca ha de llegar. Tu silencio que bautiza los insomnios, y
mientras tanto me duele como herida, cada minuto, cada instante de
la vida.
Notas:
(20) CAGE,
John. Música experimental. En: Silencio. Madrid,
Árdora, 2002. p. 12.
(24)
CALVINO, Italo.
Seis propuestas para el próximo milenio. Traducción de Aurora
Bernárdez. Madrid, Siruela, 1989. pp. 28-38,39.
(27)
CORTÁZAR, Julio.
Lo anónimo de un concierto.
En:
http://www.lamaquinadeltiempo.com/cortazar/concierto.htm
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