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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



COLONIALISMOS MENTALES - MÚSICA CONTEMPORÁNEA -


Anécdotas de música contemporánea acaecidas en la muy noble y leal ciudad de San Juan de Pasto (III)

Andrés Torres Guerrero

Tal vez, la primera relación que tuve con la música contemporánea fue a mis siete años, cuando mi primo, Fernando Gámez, me llamó para que fuera a su cuarto y observara su nuevo equipo de sonido, un Sony modelo ochenta y, de pronto, sonó algo que no me dejó igual, que no me abandonó nunca, y que fue una marca indeleble, un tatuaje en el tímpano. Era la onírica voz de John Lennon en A day in the life

IV. Te aviso, te anuncio que hoy renuncio...

La fragmentación y el absurdo me gustan como elementos propiciatorios para una afirmación de vida en lugares donde se pueda respirar y hablar sin bozal. Al respecto, John Cage afirma:

Aquí nos ocupamos de la coexistencia de lo dispar, y los puntos centrales donde tiene lugar la fusión son muchos: los oídos de los oyentes dondequiera que estén. Esta desarmonía, parafraseando la afirmación de Bergson sobre el desorden, es simplemente una armonía a la que muchos no están acostumbrados.(20)

Frente a lo anotado por el músico norteamericano, pienso en la salvaje sutileza de John Zorn y Naked City. ¿El propósito de estas composiciones? Cage anota: una falta de propósito intencionada o un juego sin propósito. El juego, sin embargo, es una afirmación de vida
(21). Divertirse, entonces, escuchando una Jam session de dis-endo-poli-eco-bio-grafías sonoras que convoquen un grito de jajayllas(22).

La música debe ser capaz de enseñar a la gente a descubrir y crear relaciones entre elementos diferentes (como escribe Dante en Il Convivio, "la música es totalmente relativa") y cuando lo hace, habla de la historia del hombre y de sus recursos musicales en todos sus aspectos acústicos y expresivos(23).

Siguiendo, entonces, las enseñanzas de Félix el gato, el único, único gato, el reto estriba en tener la fluidez felina de saltar, de un texto a otro, y caer parado. Gilles Deleuze, se lanzó, un 4 de noviembre de 1995, desde un octavo piso hacia un plano de inmanencia. El gesto final del filósofo fue su último combate en la tierra y su última danza guerrera. Pero, para no caer, hay que caminar soñando, caminar riendo. Para viajar se hace necesario soltar las amarras. La palabra levedad
(vía Italo Calvino(24)) ha venido hasta mis manos, jalonando consigo otra más: jajayllas (¡alegría, alegría!). Llega un punto en que se quisiera caminar sin el maletín atiborrado de libros; llega un momento, en que se hace necesario hablar sin ninguna prótesis (lo que no implica que no se pueda convocar otras voces). Cuando se llega a este cruce de caminos se cae en la tentación de mencionar a los padrinos intelectuales y a los fiadores teóricos.

Tal vez, la primera relación que tuve con la música contemporánea fue a mis siete años, cuando mi primo, Fernando Gámez, me llamó para que fuera a su cuarto y observara su nuevo equipo de sonido, un Sony modelo ochenta y, de pronto, sonó algo que no me dejó igual, que no me abandonó nunca, y que fue una marca indeleble, un tatuaje en el tímpano. Era la onírica voz de John Lennon en A day in the life. A los días siguientes me enteré de que lo habían matado.

Un año después, en la televisión nacional, comenzaron a emitir un programa de dibujos animados de las aventuras de los cuatro de Liverpool, quienes se enfrentaban a los perversos Rolling Stones; lo daban los viernes a las cuatro de la tarde. Por aquella época, mi tema favorito era Help. Con los Beatles, yo era otro, quizá alguien más alegre, o tal vez, alguien que, en todo caso, escapaba de sí mismo. Pero esto lo sabría o lo intuiría mucho después, obviamente, no en ese momento. Ya sé que los Beatles no son un conjunto de música contemporánea como lo podrían ser The Residents, pero, si hago este recuento es porque ellos me llevaron hacia muchos mundos, entre ellos, los de este tipo de música.

En la casa de mis papás había una radiola y unos pocos discos. Recuerdo que me gustaba escuchar a La Ronda Lírica en un tema de doña Maruja Hinestroza llamado Las tres de la mañana y también a Juice Newton en Queen of hearts. En los primeros años del bachillerato, llegaron junto con la adolescencia: la depresión y algunos discos de Yes, Rick Wakeman, Jethro Tull, Pink Floyd, y, un disco que era casi un yagé en mis noches, en mi cuarto, en mis soledades, me refiero a Mind games. Con ese disco, yo
(ya no era yo) era muchos: Pushing the barriers planting seeds.

Una noche del año ochenta y nueve, en el Centro Cultural Leopoldo López Álvarez, me encontré con Andrés Burbano, quien tenía consigo varios acetatos de Kim Crimson. Nos saludamos. Andrés tenía el cabello a lo Roger Hodgson
(en la portada interna del álbum Supertramp Paris) y una pinta a lo Elvis Costelo. Si ahora lo menciono es porque él tenía la virtud (e imagino que la sigue conservando) de hacer amigos y de establecer nexos afectivos desde el arte. A él, le prestaba música: Alberto Bolaños Palacios (escritor), Bruno Mazzoldi, Arturo Bolaños Martínez (escritor), Álvaro Coral (melómano especialista en sonidos contemporáneos), y muchos otros, y él, a su vez le pasaba ese material a Iván Sánchez, quien, en ocasiones, me los prestaba.
 
Esto es, un poco, una pequeña historia de carambolas y trueques. Yo también tenía mis mafias musicales, recuerdo con gratitud a Francisco de Atriz
(escritor), a Byron Castillo (artista), al maestro Luis Pazos Moncayo (músico), al musicólogo José Guerrero Mora, a Tulio César Valencia (abogado y músico), a José Luis Guerrero (programador musical de radio) y tantos, tantos otros que hicieron que caminara a Pasto por sendas imaginarias que ensancharon la percepción y abrieron las puertas de acceso a múltiples realidades.

Una tarde de domingo de 1990 pasé por la casa de Burbano, ubicada en el barrio San Ignacio, a quien encontré en su cuarto leyendo a Estanislao Zuleta y escuchando a John Mayall en Room to move; en las paredes había fotografías de Artaud, en la mesa de estudio estaba De la gramatología y algunos libros de Lacan, en fin, el escenario era inspirador.

Recuerdo que por aquellos días El Magazín Dominical de El Espectador era una carta de navegación para salir de mi asfixiante vida de colegio. Pero, por estar en esas excursiones me tiré dos años de bachillerato. Quizá, uno de los músicos de rock que más me acercó a la música contemporánea, siendo él mismo un músico contemporáneo, fue Frank Zappa. El primer disco que conocí de él fue Sheik Yerbouti, que me llegó por la vía de Mario Huertas. Mario también me prestó música de los Residents. Pasto, en aquel entonces, era para mí un territorio de canjes sonoros. Cage, al respecto, escribe:

Cuando separamos la música de la vida lo que nos da es arte (un compendio de obras maestras). Con la música contemporánea, cuando realmente es contemporánea, no tenemos tiempo de hacer esa separación (que nos protege de lo vivo), así pues la música contemporánea no es tanto arte como vida y tan pronto como alguien termina una pieza empieza a hacer otra igual en la que la gente sigue fregando platos, cepillándose los dientes, teniendo sueño, etcétera. Muy a menudo nadie sabe que la música contemporánea es o podrá ser arte. Simplemente piensa que es molesta. (...) Pero con la música contemporánea no hay tiempo para hacer nada parecido a la clasificación. Lo único que puede hacerse es escucharla en el momento, al igual que cuando se acatarra uno, lo único que puede hacerse es estornudar en el momento. Por desgracia el pensamiento europeo ha hecho que cosas reales que ocurren como escuchar o estornudar en el momento no se consideren profundas(25).

Estornudar, achucarse
(26) o la tos de una señora alemana(27). En una tarde de julio de 1992, fui a la casa de Nubia Castillo, quien vivía, por aquellos años, en el barrio Bomboná. Allí, Jairo Rodríguez Rosales bailó con pasos de ñapanga a Santana y a Boulez. Todo el ambiente estaba cargado, caldeado de literatura: el club de la serpiente y la montaña de los signos y los pasajes de Lautréamont y las calandrias al viento y después Chris Rea en The road to hell. ¿De qué se habló en esa tarde, en esa noche? No lo recuerdo. From her to eternity de Nick Cave resonaba en las fisuras de una Nubia demasiado callada. Javier, oficiaba de demiurgo o de acólito de la noche. Stan Getz nos tejía con un Bataille tan próximo y lejano que caminaba con León Zuleta por los lados del infierno, o, para verlo con otras palabras, por los lados de La Mocha.

Siempre se toma invocando. La "inteligencia" se acaba, también la academia trastabilla, tambalea, cae. Blanchot se resbala de la boca: hilo de baba ardiente conectando los textos con las patas
(aquellas que alguna vez fueron rajadas, por traer-arrastrar barro hasta el aula), y allí un vínculo íntimo resonaba en el silencio, en el miocardio, en esa (s)ala del sur. Sonido migratorio que (p)li(e)ga a un Pat Metheny con un Julio Jaramillo, y ahí (ni antes, ni después):

No entiendo tu silencio, no lo entiendo
No entiendo que te empeñes en callarte,
Si acaso fue un pecado en confesarte,
Que te amaba, perdón por adorarte
(28).

El ruiseñor de América llegó con la chuma y, nada que hacer, la Prozession podía iniciarse con Stockhausen (re)sonando en las páginas-puentes del Libro de Manuel, pero allá en el sur
(en ese cuartico donde Francisco de Atriz y Nubia Castillo y Jairo Rodríguez estaban hablando desde el corazón), Julio Jaramillo nos llevó más allá de la Prozession, y las butacas, en un instante, reposaron en el desierto y el conocimiento se sumergió en los abismos de la copa. Por supuesto, la música no tan sólo es música. La poesía no tan sólo está en la palabra. Cuando el trago se ha ido por el camino de a pie, justo cuando el achuque nos hace caer en las arenas movedizas de la memoria, Julio nos cantó:

No entiendo si es valor o cobardía,
si callas por amor o indiferencia, y
mientras tanto me duele como herida
cada minuto, cada instante de la vida.


Estábamos en el tímpano de la noche: la cuerda afinada entre un diapasón que iba de la confesión al olvido, y quien pulsaba ese hilo era cobijado con una onda cargada de esquirlas de silencio. Una anaconda engullendo un sueño para despertar en el insomnio. Existe, supongo, una cierta afinidad entre el achuque y la confesión. Inevitable golpe que va hacia un afuera: en un instante no controlo lo que se escapa de mí. El Galeras subido a la cabeza. Auditivo-desierto: hablando en un confesionario vacío o encarnando a un Juan Pablo Castel estaqueado en la Recoleta, esperando a María que nunca ha de llegar. Tu silencio que bautiza los insomnios, y mientras tanto me duele como herida, cada minuto, cada instante de la vida.
 

(sigue)


Notas:


(20) CAGE, John. Música experimental. En: Silencio. Madrid, Árdora, 2002. p. 12.

(21Ibíd. p. 12.

(20) Expresión que utiliza José María Arguedas en Los ríos profundos.

(22) BERIO, Luciano. La música es totalmente relativa. Traducción de Wade Matthews. En: Revista de Occidente. La música en nuestros días. Madrid, Edita Fundación José Ortega y Gasset. Diciembre de 1993. Nº 151. p. 97. Fragmentos extraídos de Berio/Dalmonte, Intervista sulla musica, Editori Laterza, Roma/Bari, 1981.

(23) Así la define el escritor italiano: La levedad para mí se asocia con la precisión y la determinación, no con la vaguedad y el abandonarse al azar. (...) la levedad como reacción al peso de vivir.

(24) CALVINO, Italo. Seis propuestas para el próximo milenio. Traducción de Aurora Bernárdez. Madrid, Siruela, 1989. pp. 28-38,39. 

(25) CAGE, John. Ese momento está cambiando siempre. Traducción de Wade Matthews. En: Revista de Occidente. La música en nuestros días. Diciembre de 1993. Nº 151. Madrid, Edita Fundación José Ortega y Gasset. pp. 9, 10, 11. De Composition as Process. Aparecido originalmente en Silence, Wesleyan Uiniversity Press of New England.  © 1961.

(26) Achucarse: atragantarse, atascarse, atorarse. BOLAÑOS, Héctor.  Diccionario pastuso. Pasto, arte gráfico, 1984. p. 9.

(27) CORTÁZAR, Julio. Lo anónimo de un concierto.
En:
http://www.lamaquinadeltiempo.com/cortazar/concierto.htm

(28) ARANGO DE TOBÓN, Graciela. Perdón por adorarte. Interpretación de Julio Alfredo Jaramillo Laurido.

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